Concentración en el 26 aniversario de la matanza de Tiananmen.
Juan Antonio CorderoEn CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
El pasado día 4 de junio se celebró el aniversario de la matanza de Tiananmen. La efeméride no pasó desapercibida para los medios occidentales: las fallidas revueltas estudiantiles de 1989 contra la dictadura comunista china son, en el imaginario europeo, una suerte de reverso trágico de la caída del muro de Berlín, la democratización de los países del Este y el derrumbamiento subsiguiente de la otra gran dictadura comunista, con capital en Moscú. Cara y cruz: el hundimiento soviético y la imagen de la democracia triunfante sobre los cascotes del Berliner Mauer son inseparables de otra instantánea menos gozosa, la del "hombre del tanque": un estudiante haciendo frente, valeroso pero impotente, a la hilera de blindados desplegados en la plaza de la capital china. Y si el muro entre las dos Alemanias -–y las dos Europas-—cedió finalmente ante la presión democrática y popular, los estudiantes chinos fueron arrasados sin miramientos por los tanques de Tiananmen, y el régimen comunista chino logró abortar a sangre y fuego el embrión de democratización liderado por los estudiantes. Hasta hoy, veintiséis años después.
En China continental, la matanza sigue envuelta en un espeso silencio forzoso. El mero recuerdo público de sus víctimas (centenares de muertos y miles de heridos, según las estimaciones más conservadoras) está perseguido en el territorio bajo control directo del Gobierno chino. Merced a su estatus de "región administrativa especial" y a las garantías previstas en su Ley Básica, Hong Kong es la única gran capital de la República Popular en la que las concentraciones conmemorativas son toleradas, aunque oficialmente siguen siendo consideradas "contrarrevolucionarias". Cada 4 de junio, al anochecer, decenas de miles de hongkoneses y un número creciente de mainlanders (procedentes de China continental) residentes en Hong Kong se congregan en Victoria Park y encienden velas para celebrar una vigilia en honor de las víctimas de la masacre. Una vigilia de recuerdo, de reivindicación democrática y de protesta frente el autoritarismo de Pekín y el seguidismo del Gobierno semiautónomo de Hong Kong, actualmente dirigido por Leung Chun-ying. La conmemoración es organizada por la Alianza de Hong Kong en Apoyo de los Movimientos Democráticos Patrióticos de China (abreviada, la Alliance) y sirve de punto de encuentro de la sociedad civil y los distintos partidos, grupos y asociaciones que configuran el fragmentado paisaje de la oposición democrática, parlamentaria y extraparlamentaria, radical y moderada, centrista e izquierdista.
En esta ocasión, entre 50.000 (según la policía) y 135.000 personas (según los organizadores) se dieron cita en Victoria Park al caer el sol. Una cifra multitudinaria, que resultaba más impresionante a la vista del ambiente familiar y de recogimiento que reinaba en las explanadas habilitadas. Pero sensiblemente inferior al récord que se registró el año pasado, en el 25º aniversario de la matanza: la policía estimó entonces la participación en 100.000 personas, 180.000 según la Alliance.
Este descenso de participación en uno de los principales acontecimientos de la vida política hongkonesa revela una fractura creciente en el seno de la oposición democrática. La Federación de Estudiantes de Hong Kong (HKFS, por sus siglas en inglés), actor principal de las reivindicaciones estudiantiles del año pasado e inmersa en una grave crisis interna, anunció ya en abril que por primera vez no participaría en la vigilia unitaria. Sí lo hicieron las federaciones de algunas de las principales universidades de la ciudad: la universidad china (CUHK), la politécnica (PolyU), City University (CityU) y la universidad de Shue Yan, algunas de ellas recientemente escindidas de la HKFS. Por su parte, sectores como el liderado por el diputado radical Wong Yeung-tat, del ala más beligerante del campo democrático, optaron por distanciarse igualmente del acto y celebrar una vigilia alternativa, que atrajo a varios millares de personas en Tsim Sha Tsui, al otro lado de la bahía.
El descenso de participación en uno de los principales acontecimientos de la vida política hongkonesa revela una fractura creciente en el seno de la oposición democrática
En primera aproximación, la fractura del movimiento estudiantil y del propio movimiento demócrata tiene que ver con la frustración de los sectores más activistas, predominantemente jóvenes y vinculados al movimiento Occupy/Umbrella que sacudió Hong Kong a finales del año pasado, con una estrategia unitaria que es juzgada como tibia e ineficaz, y que amenaza con convertir –según los críticos—a la oposición democrática en un elemento folclórico e irrelevante de la escena política hongkonesa, incapaz de conseguir avances tangibles. Este es el análisis del secretario general de la HKFS, que coincide, por ejemplo, con el del grupo trotskista Socialist Action.
Entremezclado con esta discrepancia estratégica, sin embargo, se percibe una discrepancia más profunda con el planteamiento mismo de la Alliance, condensado en su lema "Building a democratic China". Para algunos, el combate por la democratización en China, en el que se inscriben las revueltas de Tiananmen y en el que cobra sentido político la rememoración de la matanza año tras año, no debe ser el horizonte del movimiento democrático de Hong Kong, ni tampoco ser interiorizado como propio de la oposición hongkonesa. En algunos casos, porque se considera un objetivo posterior y más complejo que la democratización plena de la antigua colonia: tal es la argumentación de Billy Fung, del sindicato estudiantil de Hong Kong University (HKUSU), que advierte del error que supondría posponer las reivindicaciones de la antigua colonia hasta el derrumbe del régimen de Pekín. En otros, porque la evolución del resto de China se contempla (con cierto voluntarismo) como ajena a de la de Hong Kong y sin incidencia sobre ésta, o porque se intuye que el enfrentamiento directo con el PCCh a través de un estrechamiento de lazos con la oposición democrática continental podría ser contraproducente y más arriesgado que apostar, por ejemplo, por un statu quo protodemocrático restringido a Hong Kong y tolerado por el poder autoritario de Pekín. Cualquiera de estas variantes traduce un distanciamiento mental en el que late la convicción de que la democracia en China no es, en el fondo, problema de los hongkoneses. Esta convicción está presente en el pequeño grupo de Wong Yeung-tat, Civic Passion, y en otros grupúsculos hostiles al enfoque integracionista y moderado de las grandes formaciones pro-democracia (el Partido Cívico, el Partido Democrático y el Partido Laborista). Aunque siguen siendo minoritarias, el avance de estas posiciones debilita la unidad política de la oposición. Lo hace en un momento especialmente delicado, cuando la reforma política para la elección del chief executive (jefe del gobierno), objeto de largas negociaciones, bendecida por Pekín y combatida institucionalmente y en las calles por los grupos opositores, ha sido finalmente rechazada por el Consejo Legislativo (LegCo). la reforma política para la elección del chief executive (jefe del gobierno), bendecida por Pekín y rechazada por los grupos opositores, que aspiran a bloquearla tanto en la Cámara como en las calles.
Desde un punto de vista estrictamente pragmático, no parece realista imaginar que una democracia plena en Hong Kong sea plausible mientras el régimen de partido único goce en China de suficiente vigor como para mantener sus ambiciones de absorción a largo plazo de la excepción hongkonesa. Esta excepcionalidad está garantizada sobre el papel sólo durante cincuenta años (hasta 2047), pero ello no impide a Pekín ejercer una influencia cada vez mayor sobre la excolonia, y nada indica que el gobierno chino vaya a revertir por sí solo la tendencia. Sin perder su proyección global, la economía hongkonesa está cada vez más integrada en la del gigante continental, y la consolidación de un (nuevo, junto a Taiwan) islote democrático independiente de la China comunista, dentro de su perímetro, resulta inviable en un contexto geopolítico marcado por la retirada relativa de las potencias democráticas globales (EE.UU., Gran Bretaña) que tradicionalmente han estado presentes en la región. Como advierte gráficamente el secretario general de la Alliance, Lee Cheuk-yan: "Debemos cambiar China antes de que China nos cambie a nosotros" (1).
Hay razones más fundamentales. Incluso aunque fuera políticamente factible, la ruptura del vínculo con la causa de la democracia en China continental supondría la enajenación de aliados relevantes del movimiento democrático en Hong Kong, además de rebajar sensiblemente el alcance de sus reivindicaciones. En una reciente entrevista en el South China Morning Post, el antiguo líder estudiantil de Tiananmen, Zhou Fengsuo, actualmente exiliado en Estados Unidos, manifestaba su decepción ante las pulsiones aislacionistas de parte del movimiento estudiantil hongkonés y subrayaba los elementos comunes que, a su juicio, presentaban las luchas por la democracia de 1989 (2) y las del año pasado en Hong Kong: "El futuro de Hong Kong ha de construirse en torno a valores universales como la democracia y el respeto a los derechos humanos… y en eso consistía 1989". Valores que son inherentemente inclusivos, difíciles de encajar en un planteamiento aislacionista.
En realidad, el distanciamiento respecto a la realidad china y sus desafíos, democratización incluida, se inserta en una tendencia sociológica más general, conocida en Hong Kong con la denominación de "nativismo" o "localismo". Según algunos análisis, se consolida en la antigua colonia, particularmente entre la población más joven, un relato que traduce en términos de conflicto identitario las frustraciones ligadas a la cesión de soberanía y las tensiones derivadas del desequilibrio (creciente) entre los "dos sistemas" que desde 1997 coexisten en el mismo "país", según la conocida fórmula de Deng Xiaoping. En parte, este "localismo" reacciona a una doble presión continental sobre Hong Kong. Por un lado, la de la nomenklatura china, que ha incumplido buena parte de las promesas contraídas en el momento de la reintegración, y que tiende a extender su influencia en los asuntos públicos de la excolonia, pese a todas las salvaguardias. Por otro, el impacto de la inmigración, el consumo y la especulación mainlander en la sociedad hongkonesa, que aumenta a medida que aumenta el contacto entre ambas poblaciones. Sin que sea fácil determinar cuál es el factor que lidera la dinámica, la desconexión o creciente indiferencia de parte del movimiento estudiantil y democrático respecto a las conmemoraciones de Tiananmen parece consecuente con un alejamiento progresivo, acelerado desde el movimiento Occupy según las encuestas (3), entre la identidad hongkonesa y la identidad continental china, con la primera afirmando su incompatibilidad con la primera.
La articulación política de esta narrativa identitaria, y de su hostilidad hacia China y la comunidad mainlander, arroja una nueva luz sobre otros fenómenos y respuestas sociales que también han ganado visibilidad en la vida del Hong Kong postcolonial. Fenómenos que pueden verse como típicos subproductos de cualquier ideología identitaria: la tentación secesionista por parte de grupos (todavía relativamente marginales) radicales del campo pro-democracia, el coqueteo con el nation-building antichino como herramienta para preservar la excepcionalidad de la excolonia, la latente hostilidad y xenofobia hacia los inmigrantes mainlander, que regularmente da lugar a incidentes por los motivos más prosaicos. Los argumentos "localistas" conjugados en esa clave, ya sean para justificar una hipotética separación total entre Hong Kong y China o para explicar las tensiones con la población mainlander, suenan tristemente familiares a oídos europeos: hay demasiados inmigrantes [continentales], se aprovechan de las ayudas públicas sin trabajar, viven a nuestras expensas, no somos como ellos, el gobierno de Hong Kong debería preocuparse primero por nosotros, nos irá mejor solos. No es difícil encontrar ecos de los discursos nacionalistas, secesionistas o xenófobos que proliferan en Europa, dirigidos contra el chivo expiatorio correspondiente, que ofrecen respuestas identitarias a unas problemáticas reales y, sobre todo, a la angustia de amplios sectores de la población europea ante una globalización que fragiliza el terreno en el que pisan: el trabajo, el entorno, las instituciones, las costumbres.
Vista desde Hong Kong, encarnación misma del cosmopolitismo, la globalización presenta un rostro distinto, pero causa reacciones y patologías similares. La globalización denostada en Europa se presenta aquí como una integración incierta pero inexorable con el resto de China, que amenaza con poner en riesgo el estilo de vida hongkonger, su ventaja competitiva, sus instituciones, sus libertades. Ante un desafío de esta magnitud, la tentación de repliegue y la ensoñación aislacionista son probablemente reflejos universales. Pero en Hong Kong, como en Europa, las reivindicaciones democráticas y la defensa de las libertades cívicas, políticas y sociales –las conseguidas, las entrevistas, las deseadas—no pueden ceder a los falsos atajos de la identidad excluyente sin perderse ellas mismas en el camino.
(1)“In Hong Kong, tens of thousands remember Tiananmen massacre”, China News, 04/06/2015.
(2) “Tiananmen leader ‘hurt and sad’ at localist Hongkongers’ hostile stance on mainland China”, SCMP, 03/06/2015.
(3) “Poll finds fewer Kongkongers identifying as Chinese, thanks to Occupy”, SCMP, 11/11/2014.
El pasado día 4 de junio se celebró el aniversario de la matanza de Tiananmen. La efeméride no pasó desapercibida para los medios occidentales: las fallidas revueltas estudiantiles de 1989 contra la dictadura comunista china son, en el imaginario europeo, una suerte de reverso trágico de la caída del...
Autor >
Juan Antonio Cordero
Juan Antonio Cordero (Barcelona, 1984) es licenciado en Matemáticas, ingeniero de Telecomunicaciones (UPC) y Doctor en Telemática de la École Polytechnique (Francia). Ha investigado y dado clases en École Polytechnique (Francia), la Universidad de Lovaina (UCL, Bélgica) y actualmente es investigador en la Universidad Politécnica de Hong Kong (PolyU). Es autor del libro 'Socialdemocracia republicana' (Montesinos, 2008).
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