Editorial
El Vietnam de Europa
30/06/2015
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Pase lo que pase el domingo en el referéndum, y a continuación en Bruselas o Atenas, la decisión del Gobierno griego de levantarse de la mesa de negociaciones con las instituciones europeas y el FMI ya tiene un resultado neto: el fin de la ilusión económica de que la deuda del país heleno, se mida como se mida, es pagable. Con lo cual ha cambiado el terreno de juego: ya no son sólo reformas a cambio de dinero, sino reformas a cambio de dinero más cualquier modalidad de quita de la deuda. Unos y otros tendrán que decir sobre la misma lo que Tito Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.
Ello confirma lo que tantos economistas, fuera del mainstream académico y profesional, llevan años diciendo: el primer problema de Grecia es un error de diagnóstico; no se trata sólo ni prioritariamente de una crisis de liquidez (lo que se podría arreglar con inyecciones coyunturales de dinero) sino de solvencia (la deuda acumulada). Lo acaba de escribir la notable economista romana Mariana Mazzucato, lo han corroborado dos Nobel como Krugman y Stiglitz, y lo han confirmado 20 economistas de primera línea (entre ellos el propio Stiglitz, Thomas Piketty, Mary Kaldor, James Galbraith, José Antonio Ocampo, etcétera), en un manifiesto que denominan “llamamiento a los líderes europeos para que eviten un error histórico” y en el que recuerdan que la política de austeridad aplicada a Grecia “ha sido desacreditada por el propio departamento de investigación del FMI”.
La cuestión que inmediatamente se plantea es la siguiente: si los principales científicos sociales de todo el mundo (europeos y no europeos) que representan, en términos generales, las formas de pensar y los valores de la socialdemocracia, entienden que hay un problema de solvencia en la economía griega que sólo se puede arreglar aligerando la carga de la deuda, y que las políticas de austeridad han fracasado porque –además de aumentar esa deuda pública en más de 40 puntos (del 140% al 180% del PIB) en los años de los dos planes de rescate- han arruinado a la sociedad y han reducido aun más la capacidad recaudatoria del Estado, ¿por qué los políticos socialdemócratas están desaparecidos, en el mejor de los casos, de la crisis griega, y en el peor son gregarios de las políticas más conservadoras de Merkel et alii?
La respuesta más alicorta, pero quizá la más exacta, a este interrogante es la siguiente: los socialdemócratas no quieren dar bazas a los partidos nacidos a su izquierda en los países del sur de Europa, verdaderos laboratorios del cambio social motivado por la crisis económica, y que les disputan la hegemonía en el seno de la izquierda. ¿Cómo entender si no que Yorgos Papandreu, que cayó como primer ministro griego por no poder resistirse a las presiones europeas para que desconvocase un referéndum sobre la cuestión, ahora critique a Alexis Tsipras por haber convocado otro referéndum y seguir adelante con el mismo pese a la enemiga de Bruselas?
Pero el remedio será peor que la enfermedad para los socialistas instalados en el gregarismo: al ponerse sin matices al lado del establishment bruselense y de los políticos conservadores, los socialdemócratas europeos dejan de aparecer como la oposición principal a las políticas que se aplican, corroboran el esquema arriba-abajo que ha emergido en nuestras sociedades, y dejan obsoleta la tradicional contradicción entre la izquierda y la derecha. Y de paso pierden sus señas de identidad: el modelo social europeo que es la mejor utopía factible de la humanidad (el Estado de Bienestar); la prioridad de la política sobre la economía (¿por qué fue posible el cambio de un marco por un marco en la unificación alemana cuando la ortodoxia económica exigía la hegemonía del occidental sobre el oriental); la irreversibilidad de la unión monetaria (si la disputa es entre el euro y el dracma, como ha dicho Juncker y ha confirmado el socialdemócrata-cristiano Matteo Renzi, si sale el “no” el domingo Grecia tendría que abandonar el euro, lo que significaría algo parecido a si un Estado norteamericano dejase la zona dólar); y la esencia del concepto de reforma tan ideológicamente retorcido (las reformas nunca han significado automáticamente recortes sino cambios para que, por ejemplo, el Estado sea más eficiente; por ejemplo para conseguir que todo el mundo pague impuestos).
La discusión sobre si la responsabilidad mayor de la ruptura ha sido del Gobierno griego o de los negociadores del resto de Europa es inane para el futuro. El primero no ha tenido no ya cien, sino ni un solo día de tregua desde que tomó posesión (las conversaciones se iniciaron desde el minuto uno), y puede manifestar todos los síntomas que se quiera de amateurismo. Importa, pero menos. Lo más significativo es que los políticos de la vieja Europa dan una terrible sensación de ineficacia cada vez que se enfrentan a un problema mayor: ocurrió con Ucrania, ha sucedido con las masivas muertes de inmigrantes en el Mediterráneo, y se han hecho explícitas en un grado mayor en la relación con Grecia.
Muy desmoralizador para cualquier europeísta.
Pase lo que pase el domingo en el referéndum, y a continuación en Bruselas o Atenas, la decisión del Gobierno griego de levantarse de la mesa de negociaciones con las instituciones europeas y el FMI ya tiene un resultado neto: el fin de la ilusión económica de que la deuda del país heleno, se mida como se mida,...
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