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Es difícil saber cómo acabará esa partida de ajedrez que se está jugando sobre el tablero de Grecia, aunque probablemente sea cierto lo que dice mi amigo Luis Montero, que el único resultado seguro es la pobreza para los griegos. Lo que no resulta tan difícil es darse cuenta del comportamiento del público que asiste a las jugadas con unas formas muy poco habituales en torneos ajedrecísticos y más del estilo de un derbi futbolero.
El forofo, ya se sabe, es un ser humano poco objetivo y empático. Durante el tiempo que dura el partido, o la conversación posterior, es incapaz de ponerse en el lugar del otro o de juzgar con criterio. Un penalti de libro en el área de su equipo es un no ha sido nada; una lesión grave de un contrario, un que se joda. Y así se muestran muchos de los que comentan la partida griega. Como si estuviesen viendo el fútbol en tribuna o en un bar con colegas. Con esa necesidad de enfrentarse al otro porque sí. Con esa incapacidad de sentir más que lo propio. Con ganas de ganar.
Y uno intenta empatizar con los que no empatizan, pero cuesta. ¿Tan difícil es ponerse en el lugar de los griegos? A ver.
Imaginemos que somos unos ciudadanos traicionados por aquellos a los que dimos el mandato de gobierno. Imaginemos que en cinco años hemos visto caer nuestro PIB un 25% y aumentar la tasa de desempleo juvenil hasta el 60%. Imaginemos que sufrimos hasta límites mucho más allá de la indecencia una austeridad obligada por organismos internacionales para pagar una deuda contraída en realidad por bancos alemanes y franceses. Imaginemos que, además, tenemos que soportar que nos llamen vagos y manirrotos. Imaginemos que amenazan nuestro derecho a votar sobre decisiones que nos afectan con más violencia económica. O ni siquiera imaginemos tanto, que no es tan distinto lo que pasa allí de lo que pasa aquí.
Sé que hay un rodillo mediático intentando aplastar la posible empatía a base de decir que esos impresentables helenos no quieren pagarnos los 26.000 millones que nos deben, como si de verdad nos fuesen a dar a cada uno 700 eurazos al repartir a escote la cifra entre los españoles. Sé que es más fácil no sentir el dolor del otro cuando se impersonaliza el sujeto y se habla de Grecia y no de los griegos. Sé que nos gusta llevar razón y concluir con un ya lo sabía yo. Sé que el follón es de campeonato, muy complicado de entender. Pero hay hechos que no hace falta entender para conmoverse con los que los sufren.
No es una partida de ajedrez. No es un derbi futbolístico. Siento ser cenizo pero estamos asistiendo a una guerra. Una guerra que empezó en 2008 aunque se lleva fraguando muchos años. Una guerra en la que la forma de dominación no es militar sino económica. Una guerra que, como las guerras de antes, causa muertos, heridos y miseria. Eso es lo que se está viviendo en Grecia y aquí y en todas partes.
Por eso no lo entiendo, no soy capaz, lo siento. Con lo que nos conmueven los que sufren hambrunas en África, quienes mueren en atentados con coches bomba y kalashnikovs, los refugiados que huyen del ISIS, los afectados por los chistes de mal gusto, los animales maltratados y hasta las obras de arte de Palmira, ¿de verdad no somos capaces de ponernos en el lugar de estas víctimas?
Es difícil saber cómo acabará esa partida de ajedrez que se está jugando sobre el tablero de Grecia, aunque probablemente sea cierto lo que dice mi amigo Luis Montero, que el único resultado seguro es la pobreza para los griegos. Lo que no resulta tan difícil es darse cuenta del comportamiento del...
Autor >
Pedro Bravo
Pedro Bravo es periodista. Ha publicado el ensayo 'Biciosos' (Debate, 2014), sobre la ciudad y la bicicleta, y la novela 'La opción B' (Temas de Hoy, 2012). En esta sección escribe cartas a nuestro director desde un lugar distópico que a veces se parece mucho a éste.
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