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Recuerdo que, cuando era un crío, solía trastear con los libros de mi padre. En general estaban almacenados en estanterías distribuidas por toda la casa y era difícil alcanzarlos, pero en el pasillo había unos anaqueles a muy baja altura donde se guardaban las enciclopedias, los tratados y los manuales, y tanto mi hermano como yo llegábamos con facilidad. Ambos nos sabíamos de memoria los títulos y los autores, e incluso las entradas que abrían y cerraban cada uno de los tomos de las enciclopedias. Jugábamos a repetirlas de corrido y sin mirar. A, Aranzadi, Aránzazu, Bolivariano...
Uno de mis preferidos era un libro viejo, amarillento, de hojas frágiles y acartonadas, que se titulaba Historia de Grecia. Me encantaba cogerlo, llevármelo a un rincón, y revivir una vez más todas aquellas historias de pueblos antiguos que levantaban sus ciudades al otro lado del Mediterráneo hace miles de años. Los aqueos, llegados de los Balcanes, que fundaron la civilización micénica y terminaron absorbiendo a la minoica. Los jonios, que se instalaron en Anatolia provenientes del Ática y fundaron la Liga Jónica, y en cuyos dominios se levantaría posteriormente la ciudad de Atenas. Los dorios, precursores de los espartanos que desde el norte de Grecia cruzaron el Peloponeso hasta las islas del sur y las tierras asiáticas, dejando su lugar al último de los pueblos pelasgos, los eolios. Y, por fin, los helenos, hijos de Helén, el pueblo que los englobaría a todos para siempre. La Edad Oscura, las Guerras Médicas, la hegemonía de Macedonia y la Liga de Corinto. Alejandro Magno y la creación de su imperio, ahora ya sí como Estado unificado. La constitución de Grecia. La fundación de Occidente.
Y entretanto la democracia, la filosofía, la literatura occidental, el teatro, la política, la arquitectura, las matemáticas... Qué sería de Europa sin Atenas. Puede que la mía sea una visión idealizada de Grecia. Quizá porque era muy joven cuando conocí a los héroes que vivían en aquel viejo libro y me maravillaban sus guerras y sus conquistas y sus pactos y sus ideales. Una civilzación luchadora, hábil e inteligente, que con el paso del tiempo se ha ido diluyendo entre los siglos hasta convertirse en el país que es hoy, al borde del abismo.
Respecto al problema de Grecia, yo solo albergo dudas. Y cuanto más leo, más visito las redes sociales y más tertulias políticas escucho, más me asombra encontrarme únicamente con certezas absolutas. Me acojona comprobar la confianza que cada cual tiene en su punto de vista. Una seguridad blindada que hace de todas las perspectivas posibles un juego maniqueo en el que solo puede haber buenos y malos. Sin matices, ni profundidad. Buenos y malos. Sin contexto.
Yo no sé en qué acabará todo esto. Por no saber, no estoy seguro de saber cómo ha empezado. Pero tengo claro que Grecia luchará por lo que considere justo. Si sus gentes todavía conservan un poco del carácter que les convirtió en el pueblo más admirable de la antigüedad, pelearán. Tal vez tomen la decisión equivocada. Tal vez tomen la acertada. Pero en frente tienen el continente que ellos mismos crearon, y mucho me temo que están condenados a entenderse. Al fin y al cabo, qué sería de Europa sin Atenas... Y al revés.
Recuerdo que, cuando era un crío, solía trastear con los libros de mi padre. En general estaban almacenados en estanterías distribuidas por toda la casa y era difícil alcanzarlos, pero en el pasillo había unos anaqueles a muy baja altura donde se guardaban las enciclopedias, los tratados y los manuales,...
Autor >
Manuel de Lorenzo
Jurista de formación, músico de vocación y prosista de profesión, Manuel de Lorenzo es columnista en Jot Down, CTXT, El Progreso y El Diario de Pontevedra, escribe guiones cuando le dejan y toca la guitarra en la banda BestLife UnderYourSeat.
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