Crónica musical
Meciendo la noche
Madeleine Peiroux encandila a la audiencia del festival Madgarden con su suave rotundidad franconorteamericana
Paloma Concejero 8/07/2015
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Desde un lugar mágico donde confluyen, suavemente, el Mississipi y el Sena, llega Madeleine Peyroux. Ella, que debe tanto a la vieja Nueva Orleans como a la bohemia parisina, va haciendo suyos, con esa interesante mistura, clásicos que suenan muy modernos. Y firma, además, flamantes canciones que cualquiera podría confundir con antiquísimos temas.
Elegante y sensual, fue desgranando su repertorio en Madrid, en el marco del brillante Festival Madgarden, sin dejar de hablar con un público entregado. Y al verla bromeando y respondiendo a cada uno de sus piropos nos pareció una mujer bien distinta a aquella de sus principios, a quien la prensa gustó calificar de difícil . Ella misma se declaró, por entonces, abrumada por el éxito de trabajos como Careless love (2004) o Half the perfect world (2006). Fue una época que le hizo renegar de los grandes espacios. Pero aquella rebelde trotamundos que aseguraba encontrar en los pequeños recintos su único territorio es hoy una mujer simpática y bromista. Y disfruta con la espontaneidad de los presentes para después entregarse al silencio con los ojos bien cerrados.
“A veces hay que perderlo todo para encontrar el camino”, canta en uno de sus temas.
Madeleine Peyroux se presentó entre los frondosos árboles del Botánico de la Complutense en formación de trío, acompañada por el contrabajista neoyorkino de origen judío Barack Mori y el guitarrista carioca Guilherme Monteiro. Vestía de negro y plata como la noche que fue oscureciendo un cielo plomizo y violeta para dejarse salpicar por las primeras canciones y estrellas.
Maravilloso emplazamiento para un festival veraniego. No importa lo que suba la temperatura: en el Madgarden la noche se llena de olores vegetales y suave brisa gracias a veladas como ésta. Y quiso arrancarla Madeleine mirando a esa maravilla titulada The blue room (2013), álbum imprescindible de evocadora foto tomada en uno de esos bares de carretera que tanto emocionan a la artista y que se alza como un homenaje a Ray Charles y la música tradicional americana. Y así sonó, como una caricia, “Take these chains from my heart” y se desmelenó elegante y con swing al ritmo de ”Bye bye love”.
“Hay 3 tipos de canción: de blues, de amor y para beber. Y hay canciones que son 3 en 1”. Así presentó la Peyroux “Between the bars” de Elliot Smith, demostrando de qué forma la mayor oscuridad puede hacerse de repente luminosa: “Drink up, baby, look at the stars. I'll kiss you again between the bars. Where I'm seeing you there with your hands in the air. Waiting to finally be caught// “Termina de beber todo, cariño. Mira las estrellas. Te besaré otra vez entre los bares. Donde te estoy viendo con tus manos en el aire. Esperando a ser tomadas, finalmente.”
Lirismo en cascada en el recuerdo también a Randy Newman con “Guilty”, cuando la mística de su presencia escénica imponía ya un profundo silencio y, también, algún suspiro entendiendo que el recital se disfrutaba mejor en buena compañía.
Desde ese vergel emocional llegó “Half the perfect world”, primer guiño a Leonard Cohen, uno de sus autores favoritos e, incluso, a Jobim con “Agua de beber”.
Y la disfrutamos en francés con una todavía más íntima versión que la grabada en su álbum Careless love, “J´ai deux amours”. Ya sola. Sin sus músicos. Intensísimos minutos en ese enorme escenario que incluso creció todavía más recortando en rojo su silueta abrazada a la guitarra. Descargó entonces, en crudo, toda la poesía de una voz soberbia y profunda cargada de matices que muchos gustan comparar con la de Billie Holiday a pesar de que cada vez se nos antoja más y más suya y sólo suya.
Porque Madeleine Peyroux deja respirar las canciones y los momentos, sin que remitan a ninguna otra persona. Puede hacer jazz, blues, folk, soul, incluso pop, y seguir sonando sólo a ella.
En su carrera siempre se ha declarado refractaria a puntuales éxitos comerciales. Es partidaria de la combustión lenta. Y así también, a fuego lento, va entregándose, y nosotros degustando sus canciones.
“Cada vez que cantas para alguien estás diciendo: tomad, os lo doy. No sé ni quiénes sois ni de dónde venís, pero ahí lo tenéis, es vuestro”. Y de esa pasión a manos llenas bebimos los que decidimos pasar la noche del sábado en el Madgarden. Un concierto que terminó con todo el público en pie para recibir los bises.
Volvimos a entornar los ojos y ella, meciendo la noche, mientras susurraba “Keep on your arms for awhile” en recuerdo del tristemente fallecido Warren Zevon. De nuevo, una versión esplendorosa de un tema muy oscuro. Porque esta mujer es capaz de convertir en sublime todo lo que toca.
“Keep me in your heart for awhile Hold me in your thoughts Take me to your dreams Touch me as I fall into view/ Guárdame en tu corazón por un instante Retenme en tus pensamientos Llévame a tus sueños Tócame mientras me desvanezco”.
Terminaba su concierto, sí, pero la aventura, para muchos, apenas había empezado. Es lo mejor de los grandes artistas. De los buenos conciertos. Cuando se encienden las luces, uno parece decidido a que lo mejor de la noche esté aún por llegar.
Desde un lugar mágico donde confluyen, suavemente, el Mississipi y el Sena, llega Madeleine Peyroux. Ella, que debe tanto a la vieja Nueva Orleans como a la bohemia parisina, va haciendo suyos, con esa interesante mistura, clásicos que suenan muy modernos. Y firma, además, flamantes canciones que cualquiera...
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Paloma Concejero
Periodista cultural y documentalista. Ha dirigido la película Tu voz entre otras mil, sobre Antonio Vega, y el programa documental de TVE 'Ochéntame otra vez'.
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