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Faltaban apenas unos minutos para que el semáforo del circuito Fuji indicase el inicio de la carrera que decidiría el campeonato de 1976. Patrick Head, cofundador e ingeniero de Williams Grand Prix Engineering, buscaba en el box de McLaren a uno de los responsables del equipo, pero en su lugar encontró a una pareja liberando tensiones contra una pared en una de las habitaciones interiores. Ella era una de las azafatas del circuito. Él estaba a dos horas de ser el nuevo campeón del mundo de Fórmula 1.
La semana previa al Gran Premio de Japón fue muy dura para James Hunt. La temporada había sido caótica. Una descalificación debido a las medidas antirreglamentarias de su coche. La anulación de una victoria por haber causado un accidente. Una sanción que le relegaba a la última posición de la parrilla por las dudosas prestaciones del combustible utilizado. Llegaba a Shizuoka tres puntos por detrás de Niki Lauda y se lo jugaba todo a una sola carta. Estaba tan nervioso que durante esos siete días pasaron por la cama de su hotel ni más ni menos que treinta y tres azafatas de British Airways. Pobre muchacho.
Las predicciones meteorológicas eran apocalípticas. Unos meses antes Lauda había sufrido en Nurburgring el accidente que le abrasó el rostro y, con la puntuación a su favor y un exceso de cautela en su contra, defendía la cancelación de la carrera. Los pilotos acordaron que si las condiciones del asfalto bajo la lluvia no garantizaban su seguridad se retirarían a boxes, y en la tercera vuelta Niki así lo hizo, creyendo que Hunt cumpliría su palabra y lo seguiría hasta el pit lane. Pero el británico se mantuvo en pista. Los medios hablarían después de "la traición del Monte Fuji", sin embargo Hunt no se había beneficiado a una azafata japonesa justo antes del Gran Premio más importante de su carrera para ahora bajarse del coche porque a Lauda le entrasen los calores.
Dicen que hay un clavo para cada uno de nosotros esperando en algún lugar de la carretera, y el de James Hunt estaba en el trazado del circuito Fuji aquel 24 de octubre de 1976. Con Lauda en boxes el mundial pasaba por no cometer ningún error, pero la justicia poética adquirió entonces forma de pinchazo, y el pinchazo, a su vez, de novena posición. Aun así, lejos de rendirse, entró a cambiar neumáticos en una parada técnica en la que el mundo -y parte de su equipo- se detuvo y comenzó una remontada épica que culminó cruzando la línea de meta en tercer lugar. Lo justo para atesorar un punto más que Niki Lauda en la clasificación general. James Hunt se alzaba con el campeonato mundial de Fórmula 1 tras una temporada tan cuajada de problemas y contratiempos que cualquier otro resultado habría sido lo más razonable.
Y así se conquista un mundial. A golpes con el coche, los rivales, la organización y los elementos. Hay una clase de pilotos que prefieren fichar por el Barça o el Madrid y, si es posible, ganar la Champions cómodamente desde una hamaca, acumulando victorias de sobre aunque no sepan a nada. James Hunt era todo lo contrario. Un tipo despeinado por dentro que dedicaba la semana entera a pilotar, ya estuviese follando, emborrachándose en un bar o fumando dos cajetillas de tabaco diarias. Porque ganar sin competencia ni complicaciones, liderando casi todas las carreras desde la salida, tal vez sirva para terminar el campeonato en primera posición, pero nada más. Para ser el mejor del mundo hay que llenarse de fango. Ganar el mundial sin ensuciarse, llegar al final con el mono intacto, no es ganar el mundial.
McLaren, como ya hiciera Ferrari con Räikkönen en 2007, ha tenido la decencia de dar a Fernando Alonso un coche ganador, porque con ese coche es casi imposible ganar nada. Ideal para ganarlo todo. Un piloto de su talento y capacidad no se merece el actual Mercedes de Hamilton o aquel Red Bull imbatible de Vettel e ir dando tumbos por el campeonato, ganando sin ton ni son como un Michael Schumacher cualquiera.
Decía Gilles Villeneuve que la carrera perfecta para él consistía en lograr la pole en el último momento, tener un problema en la salida, remontar desde la última posición y ponerse primero en la última curva. A veces tengo la sensación de que hoy en día los pilotos preferirían saltarse esa parte que va desde que el semáforo se pone en verde hasta la bandera a cuadros y quedarse con todo lo demás. Como si ser piloto de Fórmula 1 fuese una profesión fantástica pero tuviese una pega: tener que disputar carreras. Quizá la culpa sea mía por querer encontrar en el programa de televisión actual la competición salvaje de entonces, pero hay domingos en los que no puedo evitar preguntarme qué ha pasado en la F1 entre James Hunt y Fernando Alonso. Dónde están aquellos tipos que lo último a lo que aspiraban en carrera era a tenerlo todo bajo control.
Quién sabe. Tal vez se hayan pasado todos a las motos.
Faltaban apenas unos minutos para que el semáforo del circuito Fuji indicase el inicio de la carrera que decidiría el campeonato de 1976. Patrick Head, cofundador e ingeniero de Williams Grand Prix Engineering, buscaba en el box de McLaren a uno de los responsables del equipo, pero en su lugar encontró...
Autor >
Manuel de Lorenzo
Jurista de formación, músico de vocación y prosista de profesión, Manuel de Lorenzo es columnista en Jot Down, CTXT, El Progreso y El Diario de Pontevedra, escribe guiones cuando le dejan y toca la guitarra en la banda BestLife UnderYourSeat.
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