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Supongo que es imposible mantener una conversación de no ser que quienes intervienen sean capaces de llegar previamente a un cierto acuerdo en cuánto a qué significan las palabras que se emplean (y hasta las que se sobreentienden), las frases que se pronuncian y las que no llegan a decirse.
También es condición que, si no se trata de dar una lección o de recibirla, se sea capaz de entender los conceptos que se estén tocando, los nombres de (casi) todas las piezas del mecanismo del que se esté hablando.
Conocer idiomas es un valor relativo (y bajo) si no se tiene nada que decir en alguno de ellos, o si no se guarda como aprendido lo que escuches a alguien que habla en… en japonés voy a decir yo, por emplear un ejemplo.
Aunque el resultado no es inesperado ni mucho menos, es muy frustrante como experimento probar a conversar y a intervenir en una reunión aportando algo por poco que sea, si los demás asistentes han convenido como idioma el swahili y hay uno (el que he dicho que se va a frustrar) que con buena voluntad lo intenta en esperanto -que es un idioma aún menos práctico que el creole guadalupeño-.
Yo no sé si vale la pena que me pare a decir que todo lo anterior también (me) vale cuando se trata de lenguaje escrito y lecturas. El problema viene a ser el mismo. Se agrava un tanto porque quien esté escribiendo raramente puede ver, en el momento, qué cara va poniendo quien tiene delante unas palabras, unas líneas que ni con la piedra Rosetta al lado va a descifrar.
Ya no es cuestión de que sea yo quien explique cómo me va cuando no estoy entendiendo ni papa (patata también vale) de lo que leo, por interés que ponga en la labor.
Sé que viene a ser común que se recomiende, para ejercitar la imaginación y mantener la memoria, completar crucigramas, tratar de recordar par coeur números de teléfonos a los que acostumbramos a llamar, o dibujar -por mal que sea- lo que se venga a la cabeza: una casa a la que llega el camino, un perro, árboles, un coche, o un barco con chimeneas.
Para los males de la memoria o no conozco o no recuerdo (censuren el hallazgo, anden) remedios mejores que tener a mano libreta y lápiz. Para estimular la imaginación, sí que encuentro muy útil que se lean textos -novelas, digamos- escritos en idiomas que no nos resulten en absoluto familiares. Pongamos que alguien para quien su habla habitual es la portuguesa debe probar lecturas en tamil (si tiene el convencimiento de que no entenderá ni una palabra).
Para este ejercicio que estoy recomendando, hace falta un cierto nivel de tenacidad para que el intento no resulte excesivamente breve y quede en nada. Pero tiene importancia capital ponerle mucha imaginación. Se trataría de que durante páginas y páginas, desde la primera hasta la última (y si el libro es grueso tanto mejor), el lector tenga que inventar no ya el significado de cada palabra sino la narración completa. A quienes les falte decisión les animo con el intento.
Estas recomendaciones que hago, que pueden parecer extravagantes y chabacanas, vienen a ser nada más que la práctica consciente de habilidades que ya poseemos y ejercitamos con frecuencia y soltura, pero no siempre de manera consciente. Casi todos decimos de vez en cuando cosas sin fundamento, sin “arrière” ninguno, como si fuésemos el mismísimo Descartes transmutado hablando lenguas muertas como he oído que hacen los endemoniados. Y hasta ahí la cosa no va mal, o mal del todo. Cuando realmente se complica es llegado el caso en que quien escucha o lee cree haber entendido el idioma tan exótico que se ha empleado (“acadio” voy a decir esta vez como muestra) y, lo más cojonudo del caso, encuentra el razonamiento acertadísimo.
Ya ni “buenas tardes” ni “adiós” voy a decir, por temor de que se malinterprete.
Supongo que es imposible mantener una conversación de no ser que quienes intervienen sean capaces de llegar previamente a un cierto acuerdo en cuánto a qué significan las palabras que se emplean (y hasta las que se sobreentienden), las frases que se pronuncian y las que no llegan a decirse.
Autor >
Ángel Mosterín
Nací en Bilbao. Me he dedicado a lo que he podido. Fecha y lugar de fallecimiento: desconocidos (se comunicarán en su momento).
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