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Trabajé en un periódico en el que si algo nos gustaba era detectar los errores del rival. Recreándonos, reproduciendo con foto cada metedura de pata, recordándole al líder (que lo sigue siendo) que los grandes cometen errores. Muchos e imperdonables. Como si la infalibilidad que se le presupone al Papa también la vistiéramos nosotros. Me incluyo en ese plural porque aunque la decisión editorial no era mía (nunca pasé de redactora del montón), jamás protesté de manera enérgica por abochornar a redactores como yo, a los que se la colaron o simplemente obedecieron órdenes de arriba. Como si el resto no lo hubiésemos hecho.
Recuerdo también cuando en una columna saqué a pasear el cinismo y el sarcasmo y me reí de un programa de Intereconomía. Me sentí graciosa, con chispa, quizá hasta un poco más guapa. Y también recuerdo cómo entonces una de las presentadoras de ese programa me localizó en Twitter y mandó a sus compañeras y a su multitud de fans a darme una lección. El agobio que me entró cuando me llamaron de todo menos bonita, cuando me llamaron envidiosa, patética y me recordaron que todas y cada una de las periodistas de ese programa madrugaban mucho y trabajaban duro. Recuerdo que pedí disculpas y la respuesta que recibí de parte de uno de esos groupies fue: “Encima falsa modestia, como Guardiola”. Ante mi agobio, el señor que me soporta me dijo, con esas toneladas de pragmatismo que lleva a las espaldas: “Tienes que tener en cuenta que cuando criticas a alguien, ese alguien tiene familia”. Y fans, querido, y fans, que son peores que una madre folclórica.
Les cuento todo esto no sólo por ahorrarme un psiquiatra, sino porque, en estos más de seis meses que llevo en CTXT, estoy sintiendo por primera vez la bilis, el dardo, la ira canalizada en 140 caracteres. Medios que hablan de nuestros textos y no nos enlazan. Errores que hemos cometido porque, además de nuevos en la plaza, no somos infalibles. Afortunadamente, el director de este medio y las personas que manejan la cuenta de Twitter saben lo que no me ha gustado porque se lo he dicho: las discusiones en las redes (más si el enfrentado en cuestión es alguien anónimo que se escuda en una foto de quién sabe quién y se permite así el insulto), los tuits faltones. También saben que no creo en el periodismo objetivo, y que me da pudor enarbolar la bandera de la no mordaza porque implica que el resto tiene algo de esclavo. Y si no lo saben, ahora se están enterando.
Si las personas que reparten el carné de demócrata y el de periodista donaran ese tiempo a algo más útil, este país sería un poco más maduro y un poco menos crispado. Si los que nos acusan de no hacer periodismo (de calidad ya ni hablamos) nos explicaran cuál es el periodismo pata negra o dónde podemos leerlo, yo sería un poco más lista y me iría mejor en la vida. Que falta me hace. No son troles, son infelices. Y como tal merecen, sobre todo ellos, unas buenas vacaciones. Pásenlo bien. Besis.
Trabajé en un periódico en el que si algo nos gustaba era detectar los errores del rival. Recreándonos, reproduciendo con foto cada metedura de pata, recordándole al líder (que lo sigue siendo) que los grandes cometen errores. Muchos e imperdonables. Como si la infalibilidad que se le presupone al Papa...
Autor >
Ángeles Caballero
Es periodista, especializada en economía. Ha trabajado en Actualidad Económica, Qué y El Economista. Pertenece al Consejo Editorial de CTXT. Madre conciliadora de dos criaturas, en sus ratos libres, se suelta el pelo y se convierte en Norma Brutal.
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