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Abril es el mes más cruel
Fue la Vuelta a España tierra baldía para Federico Martín Bahamontes (Alejandro Federico), el escalador más grande que ha dado el ciclismo. Fue cruel con él el mes de abril, como lo sería, décadas más tarde, con Indurain. Frío, lluvia, anarquía en el propio equipo. No podía, no pudo jamás el Águila con ello. Y eso que su debut fue esperanzador, en aquel 1955 que le contempla ya como ciclista de tronío, como rey de la montaña del Tour de Francia anterior, como el tipo que tuvo la sangre fría, el epatante desprecio, de coronar un puerto en cabeza, la Romeyère, bajarse de su bicicleta y comerse un helado mientras esperaba al resto del pelotón. Ese era Federico, ya, en 1955. Y no empieza mal la Vuelta, con un segundo puesto detrás de Bauvin en la etapa 2 y un trabajo aparentemente serio para su compañero/rival Loroño. Pero pronto explota el toledano, entre Zaragoza y Lleida, perdiendo una minutada y quedando relegado a la labor de artificiero. Aún tendrá tiempo de cederle su máquina a Loroño en Valladolid, romper el manillar de la bici del vasco, partirse los dientes contra el duro empedrado de la ciudad castellana y acabar la etapa pedaleando sobre la bicicleta de un espectador…
Engendra lilas en tierra muerta
1956. España ya está en la ONU pero los ciclistas hispanos siguen peleando entre ellos con afán guerracivilista. La carrera fue una astracanada continua, con episodios dantescos, como la marcha deshonrosa de dos ases como Bobet y Koblet, la imagen del italiano Astrua echando espuma por la boca debido a los estimulantes y siendo desalojado en ambulancia al día siguiente o la retirada en bloque del equipo francés tras intoxicarse con los bocadillos mohosos que la organización les daba como avituallamiento. En este clima, Bahamontes alcanza un honroso cuarto puesto que aún pudo ser mejor si hubiese esquivado la mala suerte (una durísima caída antes de iniciar el ascenso a Urkiola) y pulido ciertos defectos que le acompañarían siempre (tras recuperarse, completamente ensangrentado, dio un golpe de efecto en el puerto del Duranguesado, para ser después cazado en uno de los desastrosos descensos que solía protagonizar el Águila). Con todo, su imagen queda muy lejos de la del ciclista dominador en las montañas del julio francés. Había engendrado dos o tres fogonazos de belleza, sí, pero la tierra seguía estando muerta bajo sus pies…
Confunde memoria y deseo
1957 contempla la mejor actuación del toledano en la Vuelta. Pero, confundiendo memoria y deseo, no fue capaz de escapar a las viejas malas prácticas de antaño, y no ganó una carrera que debió ser suya. Una que, además, comenzó de la mejor manera posible, con un fenomenal golpe de mano entre Santander y Mieres, que le acarrea el amarillo y una de sus victorias más impactantes. Pero la selección española era una lucha de egos donde cada cual tenía un hombre o dos de confianza y no se hablaba con el resto. Es más… si podía perjudicarle en carrera lo hacía. Así, al día siguiente de la victoria de Bahamontes en Mieres, su archienemigo Loroño intenta la machada camino de León, en mitad de un Pajares nevado que obliga a suspender la carrera. Pero él, el vasco, quería continuar adelante, tozudo. Tuvieron que obligarle a bajar de su máquina dos guardias civiles, mientras muchos otros estaban en la cima del puerto intentando rescatar al casi medio millar de espectadores que permanecían allí atrapados por la tormenta… Después se compaginan etapas llanas y de montaña, con dominio abrumador del toledano en todos los terrenos… hasta que se llega al fatídico (para él) día de Tortosa. Una de las jornadas más gloriosas, crueles y estrambóticas de la Historia de esta carrera gloriosa, cruel y, sí, estrambótica. Allí Loroño ataca casi de salida junto al veterano Bernardo Ruiz, una vieja gloria que, sorpresa, también odiaba a Bahamontes. La fuga se establece y empieza a coger tiempo. Entonces el propio líder salta del pelotón para ir en su busca, pero se lo impide su director de equipo, ese falangista inefable que fue Luis Puig, que llega a cruzar su coche en mitad de la carretera para que su líder no marche en pos de los que iban detrás de él en la general y delante de él en la etapa. La esquizofrenia. Loroño da un golpe de mano y sentencia la Vuelta. Esa noche, durante la cena (recordemos… eran compañeros), Bahamontes le echa en cara su acción, el vasco se levanta, agarra por la pechera a Federico, le amenaza con darle un par de hostias. Fede sube a su habitación, asustado. Después la prensa del Movimiento les obligará a darse la mano para los fotógrafos… cómo dos buenos españoles iban a andar a la gresca. Pero no hay nada que hacer. Loroño gana la Vuelta y Bahamontes no olvida. Dos años después vencerá en el Tour de Francia. Un 18 de julio, por más señas.
Revive yertas raíces con lluvias de primavera
La rivalidad entre Bahamontes y Loroño era ya un un ingrediente más de la carrera, quizás el más interesante. Así, este 1958 se ocupa de revivir aquellas yertas raíces, y nos regala episodios que van desde lo sublime hasta lo grotesco, desde lo competitivo hasta lo meramente cruel. Entre uno y otro se pusieron chinitas en el camino hasta dejárselo expedito al francés Jean Stablinski, que solo tuvo que ver cómo los dos ciclistas más potentes de la carrera se iban destrozando incluso cuando, como en la etapa de Pajares, intentaban trabajar juntos. Pero no importa, era imposible. Dos personalidades contrapuestas. Dos genios, esta vez en el peor sentido de la palabra.
El invierno nos tuvo cobijados
1959, el gran año del Águila en Francia, supuso otro largo invierno en su relación con la Vuelta. Y eso que empezó bien Fede, con un cuarto y un tercer puesto en los dos primeros sectores, con una impresionante fortaleza durante las etapas llanas, con una imagen de capo total. Quizás ese año sí, a lo mejor el toledano había alcanzado su madurez, podía aspirar a la general de forma definitiva. Espejismos. Federico se empieza a desentender cada vez más de la competición, pierde minutadas en cualquier sitio, ataca a destiempo y luego se deja capturar por sus rivales. Está cabizbajo, huraño. Se baja de la bicicleta camino de Pamplona. Un periodista le pregunta, “¿Por qué, Fede, por qué abandonas?”. Y el manchego, altivo, contesta, “porque es más fácil ir en coche”.
Cubriendo de nieve olvidadiza la tierra
El mayor descrédito de Bahamontes, su momento más polémico. ¿El que más? ¿Más que aquel de 1957 cuando, obstinado en abandonar el Tour de Francia, no consiente levantarse del prado donde se ha tendido, ni por Fermina, su mujer, ni por España, ni por Franco, ni siquiera por Franco, como le ruega el ya mentado Luis Puig? Seguramente. Menos ultramontano, menos cañí, pero más vergonzante. Y eso que la Vuelta contempla, en sus primeras etapas, a un Bahamontes peleón, que se enzarza con Gaul, su querida némesis luxemburguesa, en guerras de guerrillas continuas, y que nunca da la general por perdida pese a toparse con la mala suerte en varias ocasiones. Pero todo se va al traste en Vitoria, donde su gregario y amigo (de los pocos que tenía en el pelotón, Fede no era querido por caprichoso, por exigente y, sí, por tacaño) Julio San Emeterio llega fuera de control. Bahamontes solicita a la organización que lo repesque, pero esta es inflexible. Fede arrastra al bueno de Julio al control de firmas, se pelea con el director de la Vuelta, pero no consigue nada. Así que decide protestar a su manera, haciendo huelga encubierta en la etapa que va de Vitoria a Santander. En un momento dado se llega a bajar de la bici, pero solamente es para liarse a golpes con un espectador que, dicen, lo estaba insultando desde la cuneta (o era al revés, depende a quién escuches la historia). El caso es que Fede se ayuda en el suceso con la bomba para inflar los neumáticos de su bici, mientras el aficionado (que algunos vuelven a decir era el padre de un afamado ciclista vasco de décadas después… cotilleos) utiliza, al parecer con buen tino, su paraguas. Escándalo, y Bahamontes fuera de la carrera. Y en Torrelavega, patria chica del bueno de Julio, las calles se cubren de pancartas esperando la Vuelta: Bergareche (director de la Vuelta) San Emeterio será tu cementerio. Clima tranquilo, como se puede ver. Bahamontes no volverá a la Vuelta hasta cinco años después.
Alimentando una pequeña vida con tubérculos secos
Poca vida le quedaba de alimentar al buen hacer de Bahamontes como ciclista profesional. El año anterior aún fue, en su canto del cisne, pódium del Tour, pero ese 1965 era una sombra. Apenas tiene relevancia en la carrera, aquella de la que Pérez Francés dijo que estaba poco competida por los españoles “porque los extranjeros cobran más dietas y eso, claro, desmotiva”. Fede queda décimo, sin polémicas, golpes o encontronazos esta vez. Ese mismo año echa pie a tierra en el Col d´Aspin y abandona el Tour, dejando tras de sí la suave fragancia del más fino escalador que jamás viera el ciclismo.
Abril es el mes más cruel
Fue la Vuelta a España tierra baldía para Federico Martín Bahamontes (Alejandro Federico), el escalador más grande que ha dado el ciclismo. Fue cruel con él el mes de abril, como lo sería, décadas más tarde, con Indurain. Frío, lluvia,...
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Marcos Pereda
Marcos Pereda (Torrelavega, 1981), profesor y escritor, ha publicado obras sobre Derecho, Historia, Filosofía y Deporte. Le gustan los relatos donde nada es lo que parece, los maillots de los años 70 y la literatura francesa. Si tienes que buscarlo seguro que lo encuentras entre las páginas de un libro. Es autor de Arriva Italia. Gloria y Miseria de la Nación que soñó ciclismo y de "Periquismo: crónica de una pasión" (Punto de Vista).
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