La primera ministra del Reino Unido desde 1979 a 1990, Margaret Thatcher, en una imagen de archivo .
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Cuando el parlamentario laborista Gerald Kaufman dijo que el programa electoral de su partido para las elecciones de 1983 era “la carta de suicidio más larga de la historia”, el economista y periodista Martin Wolf llevaba ya unos años lejos de las ideas estatalistas del laborismo que había defendido alguna vez. Lo explica en su libro, el excelso análisis La gran crisis. Cambios y consecuencias (Deusto, 2015). Libro que es, sobre todo, otro acto de contrición y humildad intelectual del jefe de Economía del Financial Times para abjurar, ahora, de otras ideas equivocadas. Las que abrazó entonces al calor de la ola conservadora de Thatcher y Reagan y que, según el autor, nos ha llevado a una crisis con efectos económicos similares a los de las guerras mundiales y que son otra receta para el suicidio colectivo.
Lo sorprendente no es que alguien considere equivocados la liberalización de las finanzas o el funcionamiento de la Eurozona, o que adjudique un papel ominoso a Alemania, uno de los malos de la crisis en su análisis, además de alertar sobre el insostenible crecimiento de la desigualdad o los privilegios de los bancos. Esto ya se ha dicho mucho en estos meses y años, más aún durante la última recidiva de la crisis griega. Lo llamativo es que lo diga Martin Wolf, por el medio en el que escribe y por lo que de él se asume como factótum del pensamiento económico liberal. Esto se podía esperar de Krugman, de Varoufakis, ¿pero de él?
El desconcierto ha debido de ser grande incluso para los propios editores, que (supongo) inercialmente y antes de leerlo encargaron el prólogo y el epílogo a un economista y a un periodista económico pensando que el libro no podía contener otra cosa que un alegato en favor de las finanzas globales y la estabilidad presupuestaria con vaticinios sobre una hiperinflación catastrófica si el Bundesbank no retomaba el control de la Eurozona. Habría bastado con leer sus columnas. Sólo así se entiende la pésima elección de ambos comentaristas.
Desconcertados se muestran dichos autores de prólogo y epílogo, como no podía ser de otra manera en un país poco acostumbrado a las rectificaciones intelectuales. Tal es así, que el análisis técnico de Wolf (520 páginas) viene abrazado por dos extraños textos que minusvaloran, cuando no vejan, el contenido. ‘Un desahogo emocional’ (sic) por no haber predicho la crisis, explica el epílogo, que se agarra a anécdotas menores de un trabajo enjundioso para descalificarlo caprichosamente. Tirando, por otra parte, de recursos retóricos manidos del conservadurismo moralizante español que tan injustamente se autocalifica de liberal: “Lo que ha faltado en España en estos años, a diferencia de lo que concluye el autor […], ha sido más libertad y responsabilidad individual”. ¡Acabáramos! Wolf, por supuesto, no niega nada de eso (habla de reformas liberalizadoras). Pero qué más da, se ha salido de su papel y no les ha gustado. Incluso se atreve a escribir contra las frases favoritas de algunos de dichos economistas moralizadores: “Analizar las finanzas del Estado como si fueran las de un hogar o incluso las de una gran compañía es absurdo”.
El prólogo tiene un párrafo final especialmente sorprendente, y que habla bien del grado de rigidez mental en el que (no) se mueven las ideas en España. Parece más bien la disculpa del amigo sobrio por las salidas de tono del compadre borracho, al que le unen muchos años y no puede dejar solo. Es más, ha de llevarlo a casa: “Algunos amigos libertarianos critican la supuesta deriva socialdemócrata de Wolf y se equivocan. Sigue siendo un liberal clásico […] Parte de lo que se considera por los ‘ortodoxos’ un desviacionismo es simplemente la angustia, la preocupación de que el orden liberal […] se venga abajo”. En realidad es buena gente.
Evidentemente, esta última frase es una forma elegante y elíptica de mostrar su desacuerdo. Porque el libro es, sobre todo, lo que el prologuista niega: una argumentación sólida de un economista neoclásico explicando sus nuevas ideas socialdemócratas. No en un artículo ni en un manifiesto, sino en un libro de quinientas páginas de lectura exigente. No en vano Keynes es el más reivindicado por Wolf junto al poskeynesiano Hyman Minsky. Por más vueltas que se le den al libro, no hay otra forma de interpretarlo. Es curioso y de lamentar que La gran crisis deba abrirse paso no ante la crítica especializada, sino primeramente ante los propios responsables de recomendarlo.
El análisis de Wolf tiene elementos que a su vez lo alejan de los análisis de la izquierda más extendidos. Niega la idea, tan asentada en Europa, de que la crisis sea esencialmente el daño causado por un mundo financiero estadounidense descontrolado y tóxico, cuya irresponsabilidad golpeó a una Eurozona joven pero funcional. Ese fue, en todo caso, el detonante que evidenció trágicamente todas las debilidades que las economías habían ido acumulando. Debilidades que no tenían que ver principalmente con el mundo financiero, sino con desajustes macroeconómicos, con déficits y superávits por cuenta corriente propiciados por un exceso global de ahorro que no encontraba retornos suficientes con los tipos de interés tan bajos.
Diferencia aquí Wolf dos planos: por un lado, Estados Unidos junto a Gran Bretaña, y por otro la Eurozona. La diferencia esencial es la capacidad o no de utilizar la política monetaria en función de los fundamentos económicos de cada país. No es extraño que, dado lo maniatados que están los países deudores frente a los acreedores en Europa, califique el euro de “pésimo matrimonio”, aunque aboga por arreglarlo antes que por el divorcio. No obstante, y pese al error de diseño de la Eurozona, Wolf encuentra dos desastres mayores que, paradójicamente, nadie con mando en plaza reconoce como tales.
En primer lugar, la respuesta fiscal, que juzga que debía haber sido y ser mucho más fuerte y coordinada como lo fue en Estados Unidos, y que debía haber complementado a una expansión monetaria más temprana. Sin riesgo de inflación y con exceso de ahorro y demanda crónicamente débil, ¿por qué no se hizo cuando toda la literatura económica apuntaba hacia esas soluciones? Y la respuesta lleva a lo que Wolf considera el gran problema político de Europa.
El papel de Alemania. La constante fábula moral de las cigarras del Sur y las hormiguitas del Norte queda por los suelos en este libro. Wolf no alaba los excesos de gasto del Sur (dice que nunca en la historia se habían malgastado tantos flujos de ahorros), pero también recuerda que éstos no se habrían producido sin que el acreedor lo permitiese. “En lugar de echar la culpa principalmente a la política fiscal, tendría más sentido echársela a la estupidez de los acreedores”. Es más, Wolf afirma que el modelo económico alemán con superávit por cuenta corriente necesita estos gastos en otros países. Critica con dureza, incluso, la tan alabada Agenda 2010 de Schroeder.
En definitiva, Wolf reflexiona y razona con enjundia su apego al ideario básico socialdemócrata: más gasto, expansión monetaria, atención a la desigualdad y a los sufrimientos innecesarios en el diseño de las políticas, reestatalización de los sistemas financieros para su control, aumento drástico de reservas en los bancos y, en la eurozona, eurobonos. Políticamente, Wolf describe así sus reflexiones: “Las visiones que animan este libro me acercan a mis actitudes de hace cuarenta y cinco años”. Lo han dicho muchos economistas, pero quizá faltaba para algunos que lo dijera él.
Cuando el parlamentario laborista Gerald Kaufman dijo que el programa electoral de su partido para las elecciones de 1983 era “la carta de suicidio más larga de la historia”, el economista y periodista Martin Wolf llevaba ya unos años lejos de las ideas estatalistas del laborismo que había defendido...
Autor >
Antonio García Maldonado
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