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Charles Tatum /Kirk Douglas en El Gran Carnaval.
(Ace in the Hole, Billy Wilder, 1952)
Mucho antes de comenzar su carrera en el cine, Billy Wilder fue reportero del diario vienés Die stünde, propiedad de un magnate chanchullero llamado Imre Bekessy. El periódico era tan amarillista que cuando Wilder intentó entrevistar a Sigmund Freud, este, al saber a qué diario pertenecía, lo echó con cajas destempladas. (Luego Billy se vengaría convirtiendo a todos los psicoanalistas de sus películas en personajes ridículos).
Años más tarde, ya fuera como guionista o director, retrataría muchas veces --y con vitriolo-- el mundo del periodismo: en El Gran Carnaval, un ambicioso reportero interpretado por Kirk Douglas convierte en espectáculo la desgracia de un hombre atrapado en un pozo. Wilder, inmisericorde, atiza un zurriagazo en el sistema democrático y la libertad de prensa con este drama feroz sobre la manipulación periodística y la fragilidad de los valores supuestamente norteamericanos que deja al prototipo de ciudadano medio por los suelos. La crítica (es decir, la prensa) se revolvió contra el ataque y mordió con saña: la película fracasó y Wilder, ese cínico extranjero que traicionaba al país que le había acogido con los brazos abiertos, fue señalado como “antiamericano”. Era 1952 y tal acusación resultaba muy peligrosa: en unos Estados Unidos infectados por el virus del macartismo, el judío refugiado que huía de Hitler –su madre y tías murieron en un campo de concentración polaco-- quedaba en el punto de mira: Wilder no era comunista, pero sí un progresista del ala liberal de la industria del cine, el caladero preferido del cazarrojos McCarthy. Por su parte, el protagonista del filme, Kirk Douglas, también era sospechoso por liberal y por judío. Issur Danilovich Demsky --su verdadero nombre-- era hijo de judíos bielorrusos emigrados en 1908 para evitar el reclutamiento del padre en la guerra ruso japonesa. Entre 1905 y el final de la Primera Guerra Mundial, entró en los Estados Unidos más de un millón de migrantes europeos por año. Entre ellos, los padres de Kirk Douglas.
“Mis padres eran pobres y analfabetos. Al llegar a Estados Unidos creían que las calles americanas estaban construidas con adoquines de oro. Mi padre se hizo trapero porque a los judíos les estaba prohibido trabajar en las fábricas, y yo soy el fruto de estas circunstancias. Cualquier americano es una mezcla de razas y culturas. (...) Tuve una motivación para subir. Era tan pobre que no podía llegar más abajo”, dijo durante la rueda de prensa promocional de su autobiografía El hijo del trapero en el Hotel Ritz de Madrid, en 1989.
En Yo soy Espartaco –un fascinante diario de rodaje publicado por Capitán Swing el año pasado –cuenta cómo hablaba en lengua yidis con su amigo Karl Malden, hijo a su vez de un lechero judío emigrado de Serbia y cuyo nombre original era Mladen George Sekulovich. Yo soy Espartaco es, sobre todo, un emocionado homenaje del actor al gran guionista Dalton Trumbo, uno de los Diez de Hollywood. Trumbo había sido perseguido, encarcelado y exiliado en México durante aquella ola de fanatismo que asoló el país de las libertades. Douglas, también productor de Espartaco, se la jugó al romper las listas negras, obligando a la industria a aceptar que Trumbo apareciera en los créditos de Espartaco como autor del guión y no bajo uno de sus muchos seudónimos.
Acusados entonces de antiamericanos, hoy el rostro de Kirk Douglas, los guiones de Trumbo y las películas de Billy Wilder representan lo mejor de EE.UU. para el resto del mundo: las imágenes nacidas en aquel Hollywood clásico pueblan la memoria y la imaginación de unas cuantas generaciones de habitantes de este planeta. Issur, el hijo del trapero, el periodista cruel, el fiero vikingo, el productor implacable, el pistolero trágico, el tahúr honesto, el gladiador libertario y muchos otros personajes inolvidables más, aún viven y el próximo 9 de diciembre –Kirk es capaz de conseguirlo-- cumplirán 100 años.
Recuerden: todos ellos son hijos de un refugiado.
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Autor >
Pilar Ruiz
Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y cada tanto publica novelas. Su último libro es "La Virgen sin Cabeza" (Roca, 2003).
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