En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Me miro en el espejo y me pregunto quién será ese cruce entre Groucho Marx y Morticia Addams que me observa desde el otro lado. El cerco que el tinte ha dejado en el borde del cuero cabelludo me acerca a la tenebrosa familia, y el de las cejas me invita a cerciorarme de que no ande por mi cuarto de baño ningún mudo con bocina dispuesto a darme un susto cuando menos me lo espere. Cada vez que me encuentro de esta guisa, me cuestiono por qué sigo manteniendo esa lucha sin cuartel contra las canas si, al fin y al cabo, cuando me miro en el espejo no las veo, ya que tomo la precaución de quitarme las “gafas de cerca” —otra de esas cosas que salen con la edad— antes de enfrentarme a mi imagen reflejada. Yo defiendo firmemente que la presbicia es un recurso que hemos desarrollado los humanos en el proceso de adaptación al medio para ahorrarnos cada mañana el bochorno de enfrentarnos a los signos del paso del tiempo tatuados en nuestro cuerpo. Esa mirada torpe difumina las arrugas y emborrona las hebras blancas del pelo.
Al cabo de un rato, para ahorrarme tan patética visión, salgo del baño. Ya en la habitación subo al máximo el volumen del iPod y me dejo llevar por la música. Con cada paso, siento cómo un chorro de tinte recorre mi frente hasta toparse con una barrera natural: mis cejas. Imagino a Morticia, con su perfidia naíf, saliendo al encuentro de la mordacidad de Groucho y me identifico con ellos —aunque yo en mi epitafio preferiría escribir: “Disculpe que no me siente”.
Miro el reloj, aún faltan diez minutos para que pueda aclararme el pelo y comprobar si el agua de la ducha arrastra a esa vampiresa que me tiene poseída. Busco una canción que me ayude a disfrutar del momento al máximo, ha de ser una que me incite a bailar desenfrenadamente hasta que los huesos desencajados vuelvan a su lugar. ¿Gloria Gaynor, Grease, Los Secretos? No. No tengo dudas. Cuando en mi cabeza se funden la muerte y el surrealismo sin que mis ojos sean capaces de apreciarlo, y bailo casi desnuda en mi habitación dejando que los michelines campen a sus anchas, solo puedo berrear Bailando meneándome como Alaska —tan Morticia Marx como yo, pero a tiempo completo— y, por supuesto, rezar para que a mi vecino no se le ocurra asomarse a la ventana. Si lo hiciera, descubriría que la tía estupenda que vive enfrente no se tiñe en la peluquería como todo el mundo. ¡Y es que a mí no me gusta hacer las cosas como las hace todo el mundo, coño! Pero esa es otra historia…
Me miro en el espejo y me pregunto quién será ese cruce entre Groucho Marx y Morticia Addams que me observa desde el otro lado. El cerco que el tinte ha dejado en el borde del cuero cabelludo me acerca a la tenebrosa familia, y el de las cejas me invita a cerciorarme de que no ande por mi cuarto de baño ningún...
Autor >
Marta Rañada
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí