Lella Lombardi durante el campeonato Europeo Brands Hatch Rothmans 5000 en 1974.
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Cada cierto tiempo salta a los medios la noticia de que una mujer está cerca de convertirse en piloto oficial de la Fórmula 1. Hay mucho de marketing, mucho de publicidad gratuita en este tipo de anuncios que se han realizado, en los últimos años, sobre personalidades tan dispares como las de Danica Patrick, María de Villota o, más recientemente, Carmen Jordá. Al mismo tiempo suele surgir la idea de formar una competición paralela a la que solo tengan acceso mujeres, dando a entender de forma sucinta que su potencial es menor al de sus homólogos masculinos, y por eso tienen que foguearse entre ellas en lugar de intentar alcanzar un cielo que les está vedado de salida. Y yo siempre, siempre, pienso en Lella Lombardi.
Lella Lombardi es, hasta el momento, la única mujer que ha conseguido puntuar en una carrera de Fórmula 1. Apenas medio punto, quizá un premio menor, pero con una tremenda fuerza simbólica que es imposible olvidar. Por quién lo consiguió y por cómo lo consiguió. Y, sobre todo, dónde. En qué circunstancias. En la carrera más trágica de la historia de esta competición. Hablamos, aquí, de Montjuïc 1975.
Pero volvamos a nuestra protagonista. Lella Lombardi, de verdadero nombre Maria Grazia, nace en Frugarolo, un pequeño pueblo piamontés de unos 2.000 habitantes. Lo hace en 1941, menos de un año después de que ese fantoche que era Mussolini decidiese entrar en la Segunda Guerra Mundial y condenar a toda una nación al horror y la miseria.
Su familia, de origen romano, no tiene antecedentes de afición por la velocidad, y la pequeña Maria Grazia parece haber heredado ese desapego. Ama el deporte, pero se orienta hacia el balonmano. Un día, en pleno partido, una rival golpea su nariz y se la rompe. Preocupada, se encarga ella misma de trasladarla hasta el hospital más cercano. Aquella carrera, zigzag frenético entre el tráfico abierto a bordo de un Alfa Romeo, aquella sensación de velocidad mientras su rostro se teñía bermejo, impactó por completo a Maria Grazia. Había descubierto su verdadera vocación, amaba la adrenalina, el vértigo. Le recolocaron la nariz, le dio las gracias a su verdugo y maestra. Estaba decidida, sería piloto.
No iba a ser fácil, claro. Pronto se hace con un puesto como copiloto de rallies, labor que desempeñará durante años bajo lo que se iba a convertir en una constante de su carrera deportiva: las sonrisas condescendientes de sus colegas varones. El trato con los compañeros podía ir, según Lella, en dos direcciones: la primera era el simple y llano desprecio. La segunda, más insidiosa, era ese paternalismo aparentemente amable pero teñido de superioridad que se tiene hacia quien no creemos que pueda estar a la altura. El ayudar siempre, más allá de lo razonable, de la simple cortesía. Te echo una mano porque soy mejor, te auxilio porque eres una pobre mujer que no podrás hacer esto sola. La reacción de Lombardi es racial, furiosa. Se deja el cabello muy corto, adopta los peores modales de cualquier paddock. Intenta ser más que cualquiera. Con el paso del tiempo, especialmente tras su retirada, irá dejando atrás esa imagen contradictoria, y volcará todos sus esfuerzos en ayudar a que mujeres como ella pudieran llegar a las mayores categorías del automovilismo mundial.
Pero habíamos abandonado a Lella como copiloto de rallies, algo que no calma, ni de lejos, su sed de adrenalina. Ella quiere conducir, quiere llevar al límite los motores, las mismas leyes de la física. Así que se lanza a los monoplazas. Tiene manos, es rápida, es osada. Y consigue resultados. Vence en el Ford México Championship. Entra en la F5000, la antesala del Gran Circo. Y en 1974 le llega su primera gran oportunidad. Con anécdota, claro. Cómo no.
El Gran Premio de Gran Bretaña se disputa en 1974 sobre el asfalto legendario de Brands Hatch, el circuito con forma de gancho que grisea los páramos del distrito de Kent. Allí un Brabham BT42 intenta sobreponerse a una mecánica muy limitada y lograr clasificarse para la carrera del domingo. A su volante, una mujer, Lella Lombardi. En su flanco, el número 208, el dorsal más elevado de entre todos los que jamás hayan pisado el asfalto de la Fórmula 1.
Lo de la cifra tiene fácil explicación, y es que el patrocinador del equipo era una radio local de Luxemburgo, que emitía en el dial 208 de la Frecuencia Modulada del Gran Ducado. La verdad es que esta primera intentona de Lella en la máxima categoría no resulta exitosa, en cuanto no consigue clasificarse para la carrera al no realizar el tiempo mínimo exigido. Aquel año no gozará de más oportunidades y parece que su estrella ha dejado de brillar después de un fulgor tan curioso como fugaz.
Pero todo esto cambia al año siguiente, en aquel 1975 tumultuoso en España, cuando Lella Lombardi recibe la confianza de poder disputar una temporada casi al completo en el Gran Circo conduciendo un March 751 con motores Cosworth V8. El culpable de esta oportunidad fue el multimillonario conde Guggi Zanon, que patrocinaba el equipo Lavazza March en el que corrió Lella, y que se enamoró de la conducción agresiva y espectacular de la italiana. Curiosa historia también la de este dandi, que poseía una enorme colección de coches en su casa de la Riviera, y que puede perfectamente ser definido como uno de los grandes bon vivants de este nido de bon vivants que siempre fue la Fórmula 1…
En el Gran Premio de Sudáfrica Lombardi consigue, al fin, debutar sobre un monoplaza de la máxima categoría, consiguiendo clasificarse para la carrera del domingo, algo que no logra, por ejemplo, una leyenda como Graham Hill. Su coche se rompe durante la prueba y ella debe retirarse, pero no importaba… se había convertido en la segunda mujer, tras María Teresa de Filippis, en competir en la Fórmula 1. Muy pronto conseguiría el hito de ser la primera en puntuar.
El Gran Premio de España de 1975, disputado el 27 de abril sobre el Circuito urbano de Montjuïc, supone, por sí mismo, una historia de calado suficiente como para emplazar su relato al futuro. Valga decir que el caos se apoderó de la Fórmula 1 en aquel fin de semana pasado en la España más tardofranquista, con los pilotos planteando un amago de huelga al ver que las barreras de seguridad (apenas quitamiedos como los que se pueden ver en cualquier carretera secundaria hoy en día) estaban fijadas entre sí con pegamento, equipos enteros saliendo a correr por miedo a la Guardia Civil (una filtración interesada había apuntado a que el benemérito cuerpo confiscaría todos los monoplazas que estuvieran detenidos en el paddock a la hora de la carrera) y, sobre todo, la tragedia saltando en la vuelta 26, cuando el monoplaza de Rolf Stomellen sale literalmente volando del asfalto y mata a cinco espectadores… Como decimos, otra historia.
En medio del caos la carrera se detiene cuando ya ha transcurrido más de un tercio de las vueltas previstas y menos del 66% de las mismas. Según el reglamento de la época eso significaba que se repartirían la mitad de los puntos previstos. Es de esa forma como Lella Lombardi, sexta final en aquel trágico día, consigue medio punto. Tan solo medio punto. Pero nada menos que medio punto. La primera mujer en puntuar en la Fórmula 1. La única, al menos hasta hoy.
Nunca volvería a llegar a puestos tan altos. Termina esa temporada con resultados más bien discretos, aunque en Alemania queda séptima, a la puerta una vez más del premio, y al año siguiente disputa solo cuatro carreras del campeonato, un 12º puesto como punto álgido. No importa, su nombre estaba ya en la Historia. Más tarde llegó a competir en la NASCAR, en las 24 Horas de Le Mans, en el tradicional Speedway de Daytona. Fundó un equipo con su nombre, el Lombardi Competición. En 1992 un cáncer se llevó a esta mujer amable y cortés, a la que los años habían dulcificado el carácter y con la que nadie quería subirse a un coche cuando conducía por carreteras abiertas al tráfico. "Es insufrible", decían, "va lentísima".
Cada cierto tiempo salta a los medios la noticia de que una mujer está cerca de convertirse en piloto oficial de la Fórmula 1. Hay mucho de marketing, mucho de publicidad gratuita en este tipo de anuncios que se han realizado, en los últimos años, sobre personalidades tan dispares como las de Danica...
Autor >
Marcos Pereda
Marcos Pereda (Torrelavega, 1981), profesor y escritor, ha publicado obras sobre Derecho, Historia, Filosofía y Deporte. Le gustan los relatos donde nada es lo que parece, los maillots de los años 70 y la literatura francesa. Si tienes que buscarlo seguro que lo encuentras entre las páginas de un libro. Es autor de Arriva Italia. Gloria y Miseria de la Nación que soñó ciclismo y de "Periquismo: crónica de una pasión" (Punto de Vista).
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