Hasta dónde puede llegar la solidaridad
Miles de personas se han volcado con los refugiados que llegan a Europa. El enfoque asistencial y la atención mediática chocan, sin embargo, con la necesidad de acudir a las causas de las crisis humanitarias
José A. Cano Horgos (Serbia) / Madrid , 30/09/2015
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Mahmoud Saad tiene 48 años y es sueco, aunque nació en Líbano. Vivió durante su juventud en los campos de refugiados de Sabra y Chatila, como parte de una familia palestina que sobrevivió a las masacres de 1982. Desde hace 26 años reside en la ciudad sueca de Halmstad, donde ha criado dos hijos y ejerce como profesor y tutor de menores inmigrantes que llegan solos al país escandinavo, tal y como le ocurrió a él en su momento.
Tras las primeras informaciones sobre la llegada masiva de refugiados sirios a la estación de Keleti, en Budapest, Saad se sintió obligado a ayudar de cualquier manera posible. Con el apoyo de la organización local Hamlstad für alla (Halmstad para todos), pero por su cuenta y riesgo, vendió sus dos coches, recuperó uno antiguo que había reparado por afición y se marchó hasta Hungría, donde se dedicó a comprar comida y mantas para repartir en la estación de tren. Cuando este país cerró la frontera, se marchó a Serbia.
La noche del 16 al 17 de septiembre, Saad acudió al paso fronterizo entre Horgos (Serbia) y Roezke (Hungría), con su pequeño utilitario cargado de bolsas de comida de un supermercado de la cercana Subotica. Le acompañaban otros cuatro voluntarios. En la carretera que une la localidad serbia con el paso fronterizo casi 4.000 personas se hacinaban en tiendas de campaña, apenas unas horas después de que la policía húngara lanzara cañones de agua y gas lacrimógeno tras un intento de atravesar la valla de un grupo de refugiados.
Saad y sus compañeros se habían perdido el enfrentamiento por 20 minutos. Apenas una hora antes, estaban haciendo un primer reparto de comida cerca de la vía muerta que marca el final de Horgos, a medio camino del paso fronterizo. Un padre de familia sirio se había negado a que le regalasen un balón a su hijo para evitar molestar a los vecinos serbios, ya que pensaba acampar allí durante la noche. Al mismo tiempo, en pleno reparto, un grupo de hombres apareció y apartó a los voluntarios y a las mujeres y niños que recibían comida y se hizo con lo que pudo. Se llevaron incluso una botella de líquido limpiador al pensar que era agua.
Durante la tarde, en el reparto de las 20.00 horas, para evitar que se repitiese el incidente, dos de los compañeros de Saad buscaron la carpa de Remar SOS, una ONG a la que conocían desde Keleti. Acercando el coche entre las tiendas de campaña, acabaron trasladando toda la comida al interior de la tienda de la organización mientras el sueco-palestino hacía de intérprete para pedir que se hiciese una línea a la espera de que se limpiase la olla para poder cocinar otra ronda de arroz.
Dos lecturas para el vuelco humanitario
Para Carlos Arce, coordinador del Área de Inmigración de APDHA, organización que participa en la Red de Ciudades Refugio encabezada por Barcelona y Madrid, hay una lectura “positiva, como debe tenerla cualquier paso adelante en materia de derechos humanos”. Pero recuerda “muchas vulneraciones” similares que llevan ocurriendo años y “no son portada ni entran en el debate político”, como los desplazamientos dentro y fuera de la República Democrática del Congo, que llevan produciéndose desde hace 21 años. También el precedente de la oleada solidaria con el terremoto de Haití en 2010 y su posterior desinflamiento. Lamenta que nunca se explicó “por qué la población de Haití había sido tan vulnerable a una catástrofe de ese tipo”. Entiende Arca que “si el interés por Siria se queda en puntual, será un paso adelante sólo a medias”.
No hay cifras de cuántos voluntarios han acudido sin coordinarse con ninguna organización a Keleti, a la frontera serbia o a cualquiera de los puntos donde se acumulan campos de refugiados en las diversas rutas que se configuran a cada cierre de frontera. En la estación de tren de Budapest, Migration Aid, una organización húngara que ha reunido voluntarios dentro y fuera del país gracias a las redes sociales, recibía a personas como Mahmoud o Gloria, una bombera británica retirada, además de a varias decenas de húngaros. Repartían comida –aunque sólo Remar SOS tenía permiso para instalar un comedor–, mantas o tiendas de campaña y ayudaba a los refugiados a orientarse para el transporte en la siguiente etapa, hasta que se cerró la frontera y su presencia se convirtió en virtualmente ilegal.
La tarea de instituciones u ONG no puede depender tan sólo de este apoyo espontáneo. La Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) ha insistido en “huir del asistencialismo”, es decir, en ir más allá de dotar de productos de primera necesidad a los refugiados para garantizar su integración en las sociedades de destino. ACNUR, en la misma línea, avisó en un comunicado de que la cuota de 120.000 refugiados sería “insuficiente” sin medidas urgentes de registro y asistencia, y también calculó que esa cifra puede necesitar duplicarse en breve.
Y es que ACNUR también advierte de que antes de final de año Europa ya habrá recibido a más de medio millón de refugiados. Cifra en 488.000 los que han entrado a través de Grecia hasta este septiembre. Su coordinador regional, Amin Awad, advirtió en prensa de que sólo son “la punta del iceberg”. El pasado julio la agencia de la ONU lamentaba que sólo había recibido un 24% de los 5.500 millones de dólares que se estimaron necesarios para hacer frente a la crisis de refugiados.
“Algo más que compartir en Facebook”
Las ONG presentes en las diferentes fronteras –Remar ya ha pasado por tres y se está instalando también en Macedonia– “no podemos llegar y repartir comida de cualquier manera” si repercute en una mala imagen que luego impida su labor en el futuro, explicaba la noche del 16 de septiembre a alguno de los voluntarios Juan Carlos Gálvez, director de Remar SOS para Europa del Este, desde Rumanía. “No nos podemos permitir una imagen de caos”, insistía. Sin Remar, Médicos Sin Fronteras “o cualquier otra”, resumía Gálvez, “aquí hay gente que pasa la noche sin mantas o sin cenar”.
Anna, una estudiante de Relaciones Internacionales, ha acompañado a Mahmoud en Keleti y Horgos. En uno de los repartos de comida improvisado en los que ha participado, un abuelo les pedía agujas para remendarse los pantalones, los hombres jóvenes pedían noticias y mientras una profesora de matemáticas que salió de Gaza hace más de seis meses pedía al sueco-palestino que la llevase a Alemania en su coche; otros preguntaban cómo llegar a Croacia de la manera más rápida. Anna resume su apoyo en que tenía dos semanas de vacaciones. “Después de ver todo lo que estaba pasando en Hungría decidí hacer algo para ayudar”. La mayoría de sus conocidos compartía fotos o proclamas en Facebook y otras redes sociales, pero ella “quería hacer algo más”.
Carlos Arce resume el actual momento como “una oportunidad política” para que los ciudadanos europeos vayan más allá de la llamada política asistencialista “y se centren en las causas”. También espera que esa misma ciudadanía se vuelva crítica con el actual sistema de asilo de la Unión Europea, “que está fracasando claramente en este caso”. Lo que le preocupa es “que todo se limite a enviar comida o juguetes, cuando se debe ir más allá”.
A partir del 28 de septiembre, y apoyado de nuevo por Halmstad für alla, Mahmoud tenía previsto ir a Croacia en busca de sus conocidos de Remar SOS para ofrecerse como intérprete. Recuerda cómo hace 26 años, al llegar en ferry a su actual ciudad de acogida, en pleno invierno y sin abrigo, un comerciante le invitó a café en un inglés precario. “No olvido la sensación del calor de ese café. Sólo aspiro a reconfortar a alguien como ese café me reconfortó a mí”.
Mahmoud Saad tiene 48 años y es sueco, aunque nació en Líbano. Vivió durante su juventud en los campos de refugiados de Sabra y Chatila, como parte de una familia palestina que sobrevivió a las masacres de 1982. Desde hace 26 años reside en la ciudad sueca de Halmstad, donde ha criado dos hijos y ejerce...
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José A. Cano
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