EL CINTURÓN NARANJA
La lengua y el disfraz de pobre
La victoria de Ciutadans en Nou Barris, bastión socialista donde ya ganó Ada Colau en mayo, ha sorprendido incluso a sus dirigentes. Esta crónica indaga en la memoria del barrio que mandó callar a Jordi Pujol
Silvia Cruz Barcelona , 30/09/2015
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Cuando mi abuela y su familia, que supongo que es la mía, llegaron a Barcelona fueron a vivir junto a otros murcianos a los barrios habilitados por el Patronato Municipal de la Habitación, en unas construcciones sin planificación ni lustre ubicadas en las afueras de la ciudad. Corrían los años 30. Luego Consuelo, que así se llamaba mi abuela, se casó y vivió toda su vida en las Viviendas del Gobernador, otro “exitazo” de la vivienda social ubicado en lo que luego se conocería como el distrito de Nou Barris, el mismo que hace una semana formaba parte del cinturón rojo por ser feudo socialista y que ahora ha desteñido hasta volverse naranja.
A ese barrio llegó Jordi Pujol hace justo 16 años a pedir el voto para unas autonómicas sin tintes de plebiscito. Y no fue solo: se llevó a Artur Mas, a Josep Antoni Duran i Lleida, a Los Chunguitos y a Maíta vende cá. Al escuchar a Pujol ponerse en la boca los nombres de gentes como Camarón de la Isla, la reacción de los miles que allí se concentraron fue silbar y abuchear hasta que consiguieron que el molt honorable se callara. Ni Justo Molinero, facilitador y presentador del evento y director de Radio Tele Taxi, consiguió que sus oyentes obedecieran a sus peticiones de civismo. Esa mofa, involuntaria pero cruel, encerraba otro desdén hacia esa gente, uno que los convergentes no han practicado solos.
Mientras mi abuela intentaba dejar de sentirse ofendida, los líderes barriales socialistas buscaban la manera de amortizar el desacierto de CiU encabronando a la gente
Mi abuela no era fan de Los Chunguitos, tampoco de Pujol y de los suyos, pero al contrario que me pasa a mí, era más rumbera que flamenca y, sin embargo, aquel día se negó a bailar. Pasó horas intentando comprender qué pretendían aquellos señores usando a la gente de su barrio, la música que la emocionaba y sus símbolos como si fueran careta, maquillaje y postizo, es decir, partes de un disfraz. Porque al contrario de lo que sucede con el que pretende aparentar ser rico, en esta ciudad a nadie le parece mal que alguien quiera parecer pobre. No solidarizarse, no, sino jugar a serlo. Mientras mi yaya intentaba dejar de sentirse ofendida, los líderes barriales socialistas buscaban la manera de amortizar el desacierto de CiU encabronando a la gente. Algunos piensan que las cagadas, sobre todo las ajenas, admiten el reciclaje y tanto unos como otros han tratado siempre a esos y a otros votantes como si fueran un ente que sabe, piensa y siente lo mismo. Debe ser por las encuestas. Pero había una diferencia: unos vivían con ellos y los otros sólo iban de visita. Y al que viene de fuera se le detesta pero al vecino que peca se le castiga.
Hemorragia interna
El día que Pujol fue a hacer campaña al compás de la rumba carcelaria de Los Chunguitos, era 11 de octubre de 1999. Estaba el mundo a un paso del 2000 pero Nou Barris era un barrio que apenas había empezado a deshacer las miserias urbanísticas del franquismo, incluidos los bloques donde vivía mi abuela, y que ese mismo año estrenaba el parque en el que tuvo lugar el show de Pujol. Nou Barris era entonces el distrito que empezaba a levantar la cabeza gracias a 14.000 millones de pesetas de inversión municipal y a disfrutar de calles, equipamientos y fuentes como los del resto de la ciudad, a pesar de que la droga aún daba coletazos mortales que los habitantes de otros barrios sólo vieron en las películas.
Fue un barrio de inmigración procedente de otras zonas de España en los años 50 y 60 y ahora lo es de otras partes del mundo y sigue siendo el más pobre
Aquel PSC que buscaba la forma de sacar partido del bochorno de Pujol había ganado todas las elecciones en esas calles desde que se inauguró la democracia pero dejó las necesidades de sus habitantes en segundo lugar cuando tocó ponerle a la ciudad un traje olímpico. De aquel Nou Barris del concierto de Los Chunguitos al de hoy han cambiado algunas caras pero en el fondo pocas cosas. Los gobiernos locales socialistas se jactan de haber invertido allí mucho dinero, cosa que es cierta. Pero fue un barrio de inmigración procedente de otras zonas de España en los años 50 y 60 y ahora lo es de otras partes del mundo; fue el más desabastecido de la ciudad en los primeros años de democracia y sigue siendo hoy el más pobre con una renta familiar de 56 puntos, siendo 100 la media de Barcelona; y en los años setenta faltaban calles asfaltadas y transporte pero hoy, como resultado de la crisis, algunas líneas de autobús se han privatizado y ambulatorios como el de la Guineueta se han quedado sin urgencias.
Aquellas de 1999 fueron las últimas elecciones en las que el PSC contó su porcentaje de votos en Nou Barris por encima del 50%. A partir de ahí, empezó a perder sufragios progresivamente, no de golpe ni por sorpresa, sino como una hemorragia interna que no se nota pero es mortal. También los fue perdiendo CiU, pero ellos no cargaban con el peso de perder en casa.
Hoy en día, uno de sus barrios, Ciutat Meridiana, es conocido como Villa Desahucios por la cantidad de desalojos que se han producido en estos años, y uno de los “logros” del Gobierno municipal del convergente Xavier Trias fue que numerosas entidades de vecinos se agruparan bajo el nombre de Nou Barris cabreada dice basta, plataforma desde la que no han dejado de denunciar ni un solo día la precariedad en la que viven. Fueron sus miembros quienes dejaron plantados a los políticos en el pleno monográfico dedicado a la pobreza que se celebró en marzo pasado. Presidenta y regidora del distrito pretendían dar lectura a un informe socioeconómico y zanjar el tema. La primera era socialista; la segunda, convergente. Eso sucedía en marzo, y en mayo, Ada Colau arrasó en los comicios locales en el distrito con más de un 33% de los votos. Era el primer castigo de Nou Barris a los socialistas, quién sabe si por haberse ablandado en tiempos duros.
“Es la lengua”
Luis Cabrera es exdirector del Taller de Músics y, como yo, exhabitante del barrio. Luis nació en Jaén, es director de la entidad Altres andalusos y se declara independentista. Él dice que no es tanto la independencia como el desprecio constante y clasista que han ejercido los convergentes con los castellano hablantes y la tibieza del PSC en cuestiones de lengua e identidad lo que han permitido el ascenso de Ciutadans en Nou Barris. Pero Junts pel Sí ha sacado un buen resultado, mejor que el de los socialistas, por lo que es inevitable pensar que el voto naranja huele a sanción. La segunda del año para el PSC y aún faltan por celebrarse las generales.
“Es la lengua lo que les ha abierto las puertas. Ciutadans les ha hablado en su idioma, literalmente, y ya estaban hartos de tanto desprecio", afirma Luis Cabrera, director de Altres andalusos
“¿Se han pasado los vecinos de Nou Barris a la derecha?”, le he preguntado a Luis, y él ha dicho que sí pero que muchos lo han hecho sin saberlo. Es cierto que los vecinos que fueron a su último acto de campaña en la Plaza Virrei Amat jaleaban a Albert Rivera con lemas de la Plataforma por la Hipoteca: “Sí, se puede”, se escuchaba desde los balcones. Y no eran abucheos. También es verdad que el líder de Ciutadans ha dicho que no es de derechas y que Inés Arrimadas y todo su equipo hacen equilibrios para no moverse del centro, al menos en los discursos. Quizás ellos no precisen de un disfraz completo para entrar en Nou Barris, ni fingir españolidad o que les gusta la rumba. Pero, ¿explica eso el 23% de votos obtenidos en un distrito donde tienen tan poca presencia que el 27-S no tenían ni interventores para enviar a los colegios electorales?
“Es la lengua lo que les ha abierto las puertas. Ciutadans les ha hablado en su idioma, literalmente, y ya estaban hartos de tanto desprecio”, dice Cabrera, y su frase me hace recordar el día en que le comunicaron a mi abuela que iban a derribar las Viviendas del Gobernador para construirlas de nuevo. Para dignificar el barrio, le decían desde Adigsa, como si la dignidad se construyera con ladrillos. La operación supuso unos costes para los propietarios, algo que ella no entendió, pues la vivienda estaba pagada desde hacía tiempo. Por todo ese cabreo acumulado, otro día que el president Pujol fue a visitar la zona, mi abuela, al pasar por su lado le gritó: “Lladre!”. Ladrón, le dijo y fue chocante que lo hiciera en catalán, no porque no lo dominara sino porque es sabido que en la lengua materna se ama y se insulta con más ardor.
No sé qué habría pensado mi abuela de este giro hacia el naranja del barrio en el que vivió toda su vida. Ese lugar desde el que ella y sus vecinas decían “ir a Barcelona” cuando cogían el 47 para ir al centro. Conociendo su carácter, es posible que hubiera aparcado la inocua rumba y hubiera optado por el flamenco para contestar a mis preguntas. “En mi hambre mando yo”, me la imagino diciendo. Y esta vez, sí, en castellano.
Este artículo nace al calor del libro en el que trabaja la autora, una crónica del viaje que ha hecho por España en clave flamenca.
Cuando mi abuela y su familia, que supongo que es la mía, llegaron a Barcelona fueron a vivir junto a otros murcianos a los barrios habilitados por el Patronato Municipal de la Habitación, en unas construcciones sin planificación ni lustre ubicadas en las afueras de la ciudad. Corrían los años 30. Luego...
Autor >
Silvia Cruz
Periodista
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