Al final, la gente formal tenía razón. Finalmente, estos jipis comeflores que se encaramaron al poder municipal en primavera no están haciendo otra cosa que desgobernar.

El penúltimo ejemplo ha sido lo de Standard and Poor’s. Qué locura, qué disparate. Mira que quitar la confianza a los que se dedican a especular con la confianza. Mira que no ver lo confiables que son unos que cuando anuncias que rescindes el contrato te suben la nota para ver si así te arrepientes y les vuelves a pedir amor a cambio de 100.000 al año. Mira que no hacer lo que hace todo el mundo, aunque sea eso que ha llevado a todo el mundo al garete. Mal.

Muy mal porque hay y ha habido más. La desprivatización de la privatizada funeraria municipal cuya mitad se vendió hace más de veinte años por 60 céntimos. Lo del concurso de los mupys que queda desierto porque los pliegos los hicieron rápido y peor los que se iban. Lo de la operación Campamento y lo de la operación Chamartín. Lo de los alquileres de oficinas públicas a empresas privadas a 18.000 euros el día hasta que la muerte de risa nos separe. Lo de las bicis, que como los pimientos del Padrón, unas funcionan y otras non. Lo de la limpieza, ay, qué asco de ciudad, ay qué mierda de contrato, la sucia herencia, el rastro enguarrinado de un gobierno como dios manda. Fatal.

Tan fatal como que los perroflautas éstos a lo único que se están dedicando es a  ver cómo narices deshacen lo hecho durante un cuarto de siglo de normalidad absolutista. Como quien tiene como misión desanudar un nudo gordiano  hecho no por Gordias sino por el mismísimo Zeus. Como si para crear efectivamente hubiera primero que destruir. Qué punk.

Pues sí, muy punk. Y por eso lo normal es que todo esto nos parezca raro y lo raro es que nos haya parecido normal todo lo de antes. Que hayamos asistido al tejemaneje de esa bufanda hecha de chanchullos e ineptitudes sin siquiera abrir la boca en señal de asombro. Que hayamos dejado hacer todo lo que ahora hay que deshacer. Y que hasta lo hayamos disfrutado. Por eso también a nosotros nos toca desaprender. Descubrir que debajo de los adoquines llenos de ceniza está nuestra actitud con la ciudad y con nuestros vecinos. Destapar nuestra capacidad de dejar de dejarnos llevar y las ganas de hacerlo nosotros mismos. Destetarnos de una vez y aprender a caminar solos al tiempo que cantamos y practicamos el You’ll Never Walk Alone.

O no. Que también podemos seguir viendo como bailan en la tele.