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¿Está usted a favor de la paz en el mundo?
Pues claro. Quién no.
¿Le gustaría que desaparecieran el hambre y las desigualdades?
Sí, por supuesto.
¿Cree que contribuir a preservar el medio ambiente es cosa de todos?
Eh, basta ya. ¿Qué clase de pregunta es ésa?
Sí, sí y mil veces más sí. El mundo está lleno de preguntas con obviedades como respuesta. Nadie dirá que la guerra es uno de sus hobbies favoritos y que le gustaría que las mujeres sigan cobrando un 30% menos que los hombres o que no le da la gana separar las basuras “porque al final va todo al mismo sitio”. Quizá sea por el temor a la cara del que pregunta o simplemente porque a nadie le gusta desnudarse en público de esa manera.
Amamos a las mujeres por encima de todas las cosas aunque luego las penalicemos cuando son madres. Reciclamos, protestamos ante la injusticia, firmamos todos los manifiestos posibles y enarbolamos las banderas más heroicas. A la mínima, sin descanso, sin tregua. Por supuesto, dejamos constancia de ello en las redes sociales, en las cañas con los amigos.
Pero déjenme decirles que es todo mentira. Porque ese ciudadano que se viste de tópicos se ha levantado del sofá desde el que dicta sentencia y se ha ido a la tienda de moda. El que denuesta y brama que un bolso de lujo valga el sueldo de dos o tres meses se ha ido, paraguas en mano, a comprar un pack de bragas y calcetines a un euro y medio. El que opina que entrar en Chanel debería estar penalizado y que duerme mal por las noches por los salarios de las multinacionales a sus trabajadores del Tercer y Cuarto Mundo está olvidando sus principios, esos que empuñaba hace un par de párrafos, y ha eliminado de su hipotálamo el consumo responsable del que habla con sus amigos.
Y se ha ido a hacer cola, como devoto de Jesús de Medinaceli, para tocar poliéster y llevárselo a casa. Caray con el ciudadano cool. Si hace nada estaba viendo una exposición en el Matadero sobre pobreza infantil, había leído un reportaje sobre las bondades de la quinoa y había despreciado a uno de sus compañeros de trabajo por no saber quién era Kerouac pero sí el último expulsado en Gran Hermano. Ese mismo compañero con el que ahora ha coincidido en la caja registradora...
Porque no sé si ustedes lo saben, pero en el centro de Madrid han abierto una tienda. ¿No es emocionante? ¡Una tienda de ropa! Cómo no peregrinar, saltarse la clase, inventarse la enésima prueba médica ante el jefe y comprarle el paraguas a ese simpático señor que los vende en la calle, que de algo tiene que vivir. Y ante semejante acontecimiento, nosotros, los periodistas, presas del entusiasmo más feroz, nos hemos ido a cubrirlo con alborozo. Ni un medio sin su reportaje, ni una noticia sin la foto de las colas, los señores con las bolsas, los famosos con las bolsas, qué valor el del periodismo ciudadano que recoge estremecedoras declaraciones como ésta: "La espera ha merecido la pena". Y mientras, el departamento de comunicación celebrando que ha vuelto a ocurrir: lo invertido en publicidad (cubierta, encubierta, ya eso ni se pregunta) se ha amortizado al segundo y las repercusiones pesan más de kilo y medio. Felicidades. Ya veremos qué se nos ocurre para la próxima apertura.
Al final, por mucho que escribamos sobre tribus urbanas y encasillemos todo el rato (los taxistas son bordes, los andaluces unos vagos y todos los de gafas de pasta tienen al menos un par de libros en su mesilla), nos unen muchas cosas. Tú, que presumes de compromiso ante el resto y que te has ido a hacer cola sin protestar, ¿sabes a quién le parecía que la apertura de la tienda low cost iba a ser uno de los grandes acontecimientos en la ciudad? A Ana Botella.
Vaya, esto sí que se digiere mal, y no la quinoa.
¿Está usted a favor de la paz en el mundo?
Pues claro. Quién no.
¿Le gustaría que desaparecieran el hambre y las desigualdades?
Sí, por supuesto.
¿Cree que contribuir a preservar el medio...
Autor >
Ángeles Caballero
Es periodista, especializada en economía. Ha trabajado en Actualidad Económica, Qué y El Economista. Pertenece al Consejo Editorial de CTXT. Madre conciliadora de dos criaturas, en sus ratos libres, se suelta el pelo y se convierte en Norma Brutal.
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