Víctor Lapuente / politólogo, autor de 'El retorno de los chamanes'
"Necesitamos menos Europa en las políticas públicas"
Antonio García Maldonado 11/11/2015
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En nuestras sociedades, crecientemente complejas, se da una paradoja: hay corrientes de pensamiento que reniegan de los viejos esquemas de clasificación política –izquierda y derecha– por considerarlos inservibles, y proponen otros –arriba y abajo, pueblo y casta– que, según su criterio, se adaptan mucho mejor para explicar la incertidumbre económica y social que vivimos en la globalización tecnológica. Esquemas nuevos que, sin embargo, conservan el principal defecto de los antiguos, a juicio de Víctor Lapuente (Chalamera, Huesca, 1976), profesor del Instituto para la Calidad de Gobierno de la Universidad de Gotemburgo: la simplificación explicativa que deforma hasta la caricatura una realidad llena de aristas, y que por tanto no explica nada. El resultado no sirve para diseñar políticas públicas efectivas y sostenibles. Su valor sería, únicamente, progapandístico, y de ahí su éxito político y la dependencia de un periodismo declarativo depauperado, con las tertulias televisivas como emblema de la degradación del debate público.
Para intentar contrarrestarlo, el profesor Lapuente baja al barro de los esquemas y propone en El retorno de los chamanes (Península, 2015) su particular frame para entender el presente e identificar a ”los charlatanes que amenazan el bien común”, que actúan en contraposición a los ”profesionales que pueden salvarnos”. Un libro iconoclasta con algunos mitos de la izquierda clásica europea, como su admiración irreflexiva del modelo sueco o el rechazo a la gestión privada de organismos públicos, que rompen con un purismo ideológico bien arraigado en la militancia política española. Así, el marco de referencia que propone Lapuente es el de la lucha entre los vendedores de crecepelo político, a los que denomina chamanes, y los estudiosos hermeneutas de lo minúsculo, a los que denomina exploradores. Los primeros identifican problemas, culpables y soluciones retóricas, mientras los segundos dudan, estudian, contrastan y ofrecen un desapasionado recetario de medicinas con prospectos aburridos. Su visión es, por tanto, políticamente incorrecta desde el lugar desde el que la argumenta: el progresismo liberal, minoritario en un país en el que la izquierda tiene un anclaje sentimental estatista aún predominante. Por eso es un libro original y más que bienvenido en el debate sobre la recomposición de la izquierda española en un momento marcado por la urgencia de nuevas ideas y de regeneración política.
Podemos tiene la vitola de Nueva Izquierda y, sin embargo, en su opinión no tiene nada de nueva, sino todo lo contrario. Serían los chamanes por antonomasia de la política española.
En Podemos, y en los movimientos alrededor de Podemos, está el gran riesgo de chamanización, pero también la gran oportunidad para la exploración, sobre todo, en los márgenes, en los simpatizantes críticos, y no tanto en la cúpula. Muchos de los movimientos más pragmáticos a lo largo de la historia, desde la propia socialdemocracia, han salido de los márgenes de partidos teóricamente muy rupturistas.
¿Qué rasgos deberían definir una Nueva Izquierda en la época de la globalización tecnológica?
Un afán inagotable de exploración de toda medida política que funcione para atajar la creciente fractura social entre unos grupos sociales (no sólo una casta) muy beneficiados y otros grupos (también muy amplios) amenazados. Me gustaría ver mucha ilusión por cambiar las cosas y, a la vez, mucho escepticismo y cuestionamiento de los lugares y las políticas comunes.
¿Cuáles son los peligros de la democracia directa sobre los que alerta, y que sin embargo es uno de los caballos de batalla de la Nueva Izquierda?
En general, y sé que esto es políticamente incorrecto, una democracia directa implica, a mi juicio, un mayor poder para las élites. Por una parte, beneficia a las élites económicas, tanto grupos de interés como candidatos con recursos económicos, los únicos que pueden costearse unas primarias a la americana. Y, por otra parte, beneficia a las élites mediáticas, a aquellos candidatos con proyección en los medios. Yo quiero una política que valore a los cuadros medios y a los simpatizantes que quieren cambiar el mundo trabajando fuera de los focos, estudiando alternativas políticas con rigor, y que, en lugar de eslóganes facilones, generen propuestas sólidas. Esos héroes de lo cotidiano lo tienen más difícil cuando la política se convierte en un circo mediático constante.
“Muchos de los movimientos más pragmáticos han salido de los márgenes de partidos teóricamente muy rupturistas”
El tertulianismo como condición sine qua non para las malas políticas. ¿España sabe de políticos y muy poco de política? ¿Qué responsabilidad tienen los periodistas estos últimos años?
En España sabemos mucho de politics (política) y poco de policies (políticas públicas). Los periodistas no son los únicos responsables, pues el debate en un país viene condicionado por otros actores, como los intereses de los grupos mediáticos, de los políticos y de otros líderes de opinión. Sin embargo, urge un debate sobre cómo estructuramos el debate político: cuando hablamos de una política concreta, pongamos la educación, ¿vamos a contraponer propuestas concretas (por ejemplo, si una reválida a tal edad es mejor que a otra edad o que no reválida en absoluto) o vamos a contraponer a unos chamanes que vengan con recetas empaquetadas (es decir, un chamán de izquierdas luchando contra la mercantilización de la educación frente a uno de derechas defendiendo la libertad de los padres)?
No obstante, ¿no debería España haber estado mejor preparada, tras treinta años de desarrollo económico, contra este tipo de periodismo y de chamanes? ¿Qué ha fallado?
En algunas políticas, España lo ha hecho muy bien. Por ejemplo, en sanidad. Es una política que se ha ideologizado (hasta hace dos días) muy poco. Se ha dejado innovar a los profesionales, tanto personal sanitario como gestores públicos, y los resultados son espectaculares. Esto, desgraciadamente, está cambiando y observamos una mayor politización, con políticos que quieren decidir hasta qué medicamentos puede costear la sanidad pública. El ejemplo de la sanidad nos muestra que España puede tener alguna de las mejores políticas públicas del mundo y, al mismo tiempo, que incluso las mejores políticas corren el riesgo de acabar en manos de chamanes con soluciones fáciles (y falsas).
La tecnocracia, la apelación al sentido común, o los expertos, ¿no es también una forma de chamanismo político?
Es el principal reto de Ciudadanos. Quitarse ese estigma de partido tecnocrático. La política es un equilibrio medido entre ilusión y técnica. De momento, Ciudadanos está mostrando más de lo segundo que de lo primero.
Descalifica los enfoques culturalistas, y apela a la historia para buscar ejemplos. ¿Qué reformas institucionales son esenciales en España?
Lo prioritario es estudiar nuestras instituciones mejor. Antes el diagnóstico que el tratamiento. Y, de momento, nuestros gobiernos, que sólo muy recientemente se han puesto a hacer un inventario preciso de cuántas organizaciones públicas hay en España, deben dedicar más esfuerzos a comparar nuestras instituciones con las de los países de nuestro entorno. Pero, obviamente, hay reformas que saltan a la vista. Destacaré dos: una remodelación de las administraciones locales, que son esenciales para prestar las políticas de bienestar en el siglo XXI, y que debería incluir fusiones municipales y la desaparición de las Diputaciones; y un mayor empoderamiento de los empleados públicos, con la consolidación de las figuras de los directivos públicos así como una mayor descentralización de poder desde los cuarteles generales (ya sean estatales, autonómicos o locales) al campo de operaciones (las escuelas, los hospitales, cualquier unidad administrativa).
“En España sabemos mucho de politics (política) y poco de policies (políticas públicas)”
Llevar su método chamanes vs. exploradoras a la Guerra Civil, y catalogarla grosso modo como una guerra propiciada por el predominio de los charlatanes en ambos bandos, ¿no es una forma de equidistancia y simplificación chamánica?
Obviamente, en una guerra civil intervienen muchos factores. El incendio existía. Pero los intelectuales podría echar agua o gasolina. Y eso es lo que intento señalar en el libro: “Como ocurre con el alcohol y su influencia en un accidente, si todos los intelectuales que se lanzaron al ruedo político —ya fuera a hacer carrera política, como muchos hicieron, a apoyar a opciones políticas concretas o, sobre todo, a agitar las aguas invocando la llegada de chamanes redentores— se hubieran abstenido de hacerlo, España habría sufrido de todos modos un accidente porque las tensiones —socioeconómicas, territoriales, religiosas— eran muy fuertes a principios de la década de 1930. Pero el accidente no hubiera sido tan mortal como lo fue la Guerra Civil” [esta comparación del accidente de tráfico y el alcohol con la guerra civil me parece una buena metáfora de lo que intento decir en el libro: los chamanes son el alcohol, la sobriedad o la ebriedad a la hora de abordar un problema social]
Defiende la viabilidad, e incluso la ventaja, de los Estados pequeños, más flexibles y con menos inercias, para desempeñarse en la globalización, lo que echa por tierra uno de los lugares comunes más asentados en el ideario progresista: que el signo de los tiempos nos lleva a la agregación en entes supranacionales, como la UE.
Yo no sé cuál es el signo de los tiempos. Y me sorprende que los europeístas lo tengan tan claro como para decir que pasa por la agregación en la UE. En el libro intento mostrar que necesitamos más Europa que nunca en algunos ámbitos que aseguren un mercado libre de bienes, servicios y personas (por ejemplo, para no tener que pagar un roaming carísimo por esta entrevista si la hubiéramos tenido por teléfono); pero quizás ha llegado el momento de plantearse que posiblemente necesitamos menos Europa en otros ámbitos, en todos aquellos que resten capacidad de innovación, de experimentación, de ensayo y error en las políticas públicas.
Me ha sorprendido que no mencione más que de pasada el tema catalán. ¿Un movimiento político nacionalista que saca la bandera y canta himnos y no habla de la corrupción que ha vivido en sus entrañas casi de forma sistémica, que apela a un sentiment, al pueblo mítico, no es quizá el mayor caso de chamanismo político que podría haber utilizado? Incluso agradece la ayuda y cita a Germà Bel, importante dirigente hoy nacionalista de Junts pel Sí.
Todo lo contrario. Creo que ejemplifica el espíritu del libro: evaluemos políticas o posturas políticas concretas y no a las personas (como Germà Bel), a los partidos (como Podemos o Ciudadanos) o a los países (como los escandinavos). En todas las personas, partidos y países (como intento demostrar al acentuar los enormes errores históricos, y no solo aciertos, que han cometido los escandinavos), hay posturas más chamánicas y más exploradoras. Es irrelevante que Germà Bel sea un destacado miembro del Junts pel Sí o el porquero de Agamenón; lo que es relevante es lo que ha dicho en relación a cómo enfocar las políticas públicas. Muchos de sus artículos e intervenciones en los medios de comunicación – por no hablar de sus buenísimos artículos académicos – en relación a las políticas públicas son para enmarcar por su clarividencia.
En relación al asunto catalán, obviamente creo que se aplica muy bien el argumento del libro, aunque no podía meter todo en un mismo manuscrito, sobre todo, si el punto de partida del libro era una perspectiva comparada entre países Europeos. Estoy contento de que mucha gente piense que el argumento se aplica, porque ello me permite pensar ya en una segunda parte.
En nuestras sociedades, crecientemente complejas, se da una paradoja: hay corrientes de pensamiento que reniegan de los viejos esquemas de clasificación política –izquierda y derecha– por considerarlos inservibles, y proponen otros –arriba y abajo, pueblo y casta– que, según su criterio, se adaptan...
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