Tribuna
Frente al terror de una guerra espectral
Hagamos política para vencer al terrorismo y erradicar sus causas, y el fantasma de la guerra se irá disipando
José Antonio Pérez Tapias 23/11/2015
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Todo duelo necesita su tiempo y sus rituales, máxime si es duelo por decenas o por centenares de víctimas de atentados terroristas. El asesinato de inocentes, a los que la violencia más brutal les robó la vida, hace más difícil enfrentarse a la muerte y sobreponerse al horror de la sangre injustamente derramada. En medio del dolor, la solidaridad de ciudadanas y ciudadanos, próximos y lejanos, expresada de muy diferentes maneras, como ahora en París, en toda Francia, a lo largo y ancho de Europa..., cataliza la infinita pena por las vidas humanas perdidas, a la vez que canaliza la indignación de toda una sociedad que ve atacado lo nuclear de su convivencia y quebrado el más elemental de sus derechos: el derecho a la vida.
Es, por tanto, abriéndose paso a través del dolor como hay que enfrentarse al terror que pretenden sembrar quienes, con los métodos más abyectos de muerte y destrucción, buscan amedrentar a la población y subyugar a los poderes del Estado para conseguir sus infames objetivos. Tal es el caso del denominado Estado islámico buscando su consolidación y expansión, volcando su terrorismo yihadista tanto hacia la lucha frontal contra el odiado mundo occidental, como hacia las matanzas y abominables crímenes contra los considerados infieles en el campo del Islam.
Ése es en este caso el enemigo, un enemigo al que es necesario conocer bien si se le quiere derrotar -no me resisto a citar a aquel Erich Fromm que en las páginas iniciales de El miedo a la libertad escribía en 1941 que había que conocer al fascismo si se le quería derrotar-. No será fácil conseguirlo, por lo que aún es más necesario diseñar una estrategia adecuada para hacerle frente, lo cual exige, desde la memoria del horror, acertar en el análisis para evitar todo error. Demasiados se han cometido en el pasado, hasta el punto de ser obligado reconocer cómo ellos --desde el "patrocinio de Bin Laden" contra los soviéticos y los posteriores desastres de Afganistán, pasando por las guerras de Irak, hasta la intervención en Libia y la parálisis en Siria, sin dejar atrás el conflicto entre Israel y Palestina que es epicentro de todo lo que ocurre en Oriente Medio-- fueron generando y alimentando la bestia que hoy es azote de países de tradición musulmana y monstruo que lacera las sociedades occidentales. Es así como el espectro de la guerra, con el terrorismo como pieza central de una estrategia de muerte, emerge desde Medio Oriente y el Norte de África para cernirse sobre Europa con toda su real carga de sufrimiento y destrucción.
Lo que estamos viendo tras el fatídico 13 de noviembre --pocos días después del atentado contra un avión ruso en el que perecieron más de doscientas personas, o del despiadado ataque con bombas, otro más, en un mercado de Beirut- es, sin embargo, una acelerada carrera del presidente Hollande, tratando de evitar que por la derecha le pisen los talones Sarkozy o Le Pen, para modificar "en caliente" la constitución del país galo. Se pretende cobertura para el prolongado estado de emergencia con que se plantea acometer en el mismo territorio nacional la "guerra de aniquilación" con la que, a la vez, se quiere destruir el Estado islámico. Para ello se ha empezado por bombardeos sobre la ciudad siria de Raqa, importante base de operaciones -"capital"- de dicho califato fundamentalista. Con todo, del invocado derecho a la legítima defensa no se deducen determinados cambios constitucionales ni un planteamiento bélico que en la misma Francia, aun con miles de voces aunadas al entonar La Marsellesa, suscita dudas respecto a su acierto. El apelar a la cláusula de obligado apoyo en la UE a un país miembro que haya sido atacado tampoco oculta los reparos a una estrategia que no tiene nada claro, salvo la coincidencia con Rusia aparcando divergencias respecto al dictador Al Assad.
Es cierto que las disensiones que afloran en torno a cómo hacer frente a los ataques yihadistas --desgraciadamente cabe esperar que haya más-- se reflejan en la discusión sobre si se trata de "luchar contra el terrorismo" o si, por el contrario, se está "en guerra contra el Estado islámico". La cuestión no puede trivializarse como si fuera una estéril polémica más sobre galgos o podencos. De cómo se entienda la situación depende cómo se actúe hacia dentro de los Estados europeos, empezando por la misma República Francesa, y hacia fuera, con las miras puestas en los territorios del Estado islámico, pero sin perder de vista qué pasa en el mundo árabe-musulmán en su conjunto (más el papel de Irán) y qué sucede en el interior de nuestras propias sociedades, donde emergen, sin que tengan que venir de fuera, yihadistas dispuestos no sólo a atacar, sino a matar inmolándose. La complejidad de la situación está exigiendo a la política de seguridad europea dotarse de un nuevo paradigma para resolver exigencias de seguridad, respetando las libertades de las democracias constitucionales.
Como muchos analistas han subrayado, hay que tener en cuenta la doble perspectiva que confluye sobre los hechos que padecemos: lo que sufrimos los ciudadanos como terrorismo es, para los asesinos, acción de una guerra explícitamente declarada por quienes planifican y ejecutan esos atentados de una crueldad inusitada. Ya no es el terrorismo de otras épocas, selectivo con sus víctimas y centrado en el eco mediático de sus crímenes, sino que es ahora del todo indiscriminado y a la búsqueda de la máxima espectacularización; es terrorismo global llevado a cabo además no ya por quienes subjetivamente podían considerarse héroes de sus (injustificables) causas, sino por quienes están dispuestos a ser mártires ante su propia comunidad. La idea de inmortalidad parece desplegar aquí una terrorífica maldición.
No es menor, además, la confusión generada por quienes decretan una guerra contra un Estado que, en verdad, no lo es, por más que sea organización que tenga estructuras de poder, sobre todo militar, las cuales dejan caer todo su peso como dominio sobre propios y ajenos. Ni siquiera se trata en el caso del mal llamado Estado islámico de un Estado fallido, o de un Estado previamente existente colonizado por grupos fundamentalistas con sus correspondientes brazos armados. Es una organización paraestatal que protagoniza un belicismo propio de las denominadas "guerras asimétricas", o incluso "guerras híbridas" trasladadas también fuera de su zona de influencia por quienes operan como "enemigo invisible". Son, en definitiva, guerras espectrales, que no son menos crueles y reales que la guerra tradicional; todo lo contrario.
Mas para ganarlas hay que tener en cuenta esa condición y superar la dicotomía entre terrorismo dentro de un país o guerra vista desde el exterior, y adoptar estrategias de seguridad propias de Estados democráticos de derecho que quieren defenderse sin dejar de serlo. Por ello, mejor hablar de defensa frente al terrorismo, quizá teniendo en cuenta más a un Sun Tzu, cuyo Arte de la guerra sostenía la ventaja del arte defensivo, para ganarla incluso sin hacerla, frente a los halcones militaristas partidarios de la guerra total. Quizá hasta Clausewitz, si hoy reescribiera su tratado De la guerra, diría que ahora ésta es la continuación de la falta de política por otros medios. Hagamos, pues, política para vencer al terrorismo y erradicar sus causas, y el espectro de la guerra se irá disipando. Aunque también haga falta estrategia militar en una coordinada política común de seguridad.
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José Antonio Pérez Tapias
Es catedrático en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Granada. Es autor de 'Invitación al federalismo. España y las razones para un Estado plurinacional'(Madrid, Trotta, 2013).
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