La historia del equipo que fue España, Europa y Catalunya y que llegó a una final de Copa
Toni Cruz 25/11/2015
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1914. Antes de que una epidemia de tifus llenara de esquelas las primeras páginas de La Vanguardia y después de que una nevada histórica pintara de blanco el Tibidabo y las cubiertas y palos de los vapores-correos que venían de Mallorca, Barcelona fue testigo de la gesta de un equipo de fútbol que ya no existe. El nombre de ese equipo era el Fútbol Club España (con eñe).
La historia del FC España comienza una década antes. En septiembre de 1905 tres estudiantes llamados José Graells, Leandro Roselló y Joaquín Just reunieron el dinero suficiente para comprar un balón de cuero reglamentario y se decidieron a crear una sociedad de football. Fue Just quien le puso el nombre. Gabriel Bau, nieto de uno de los mejores jugadores de la historia del España, otro Gabriel Bau, no cree que el nombre tuviera relación con cualquier reivindicación política: “En aquellos tiempos no era como ahora. De hecho, luego cambiaron su nombre por el de Gràcia FC, que era el barrio donde nació el club, así que…”
Francisco Artal, de la web futbolnostalgia.com, explica que aquel España “era un rival a batir por los dos grandes catalanes”. “Aunque yo entiendo que el FC Barcelona era bastante mejor, estaba un peldaño por encima. Con el Espanyol sí que estuvo más parejo”. Define Artal esos años como “una época convulsa, pues era cuando empezaban ciertas luchas de poder, cambios reglamentarios, alianzas entre clubes en contra de otros: fue una época donde se atacó al Barcelona en materia de jugadores”.
El España jugó su primer partido precisamente contra el segundo equipo del Barcelona un domingo de octubre de 1905. Ganaron por 3 goles a 2. Uno de los primeros onces del España estuvo formado por Salvo, Baró, Prades, Olivé, Mariné, Graells, Sabaté, Castillo, Vernet, Boguñà y Zarzuelo. Se pasaron dos años los españistas --tal era su apelativo, no españolistas-- venciendo con relativa comodidad a cuanto rival se ponía enfrente, hasta que decidieron dar el salto y competir en la Segunda división catalana. Su primera aparición en prensa se registra en el Mundo Deportivo del 24 de enero de 1907: “Por la mañana jugaron el España y el segundo bando del X --nota: había un equipo que se llamaba así, no es que se desconociera el rival-- en el campo del Barcelona --otra nota: el España no tenía campo propio aún--, habiéndose deslizado el partido sin incidente de ninguna clase, consiguiendo 3 goals el España por uno el X”.
Tan buenos eran que muy pronto tuvieron un mote con el que causaban terror en los campos de toda Cataluña. ‘Los pequeños diablos’, les llamaban. Vestían con una camisa roja y un pantalón blanco. Subieron a Primera división catalana y en ella se asentaron durante trece años seguidos. La década de los diez fue su época dorada, jugando ya en su propio campo, primero en la Calle Entença y luego en Rosselló.
En 1914, tras conseguir su segundo entorchado regional, representaron a Cataluña en la Copa del Rey. La Copa de entonces se parecía en muy poco al torneo actual. Era el campeonato más prestigioso --no había Liga-- y en esa edición del 14 la Federación decidió, después de varios cismas previos, que la disputaran los ganadores de las cuatro competiciones estatales más prestigiosas (Centro, Galicia, Norte y Cataluña). Las semifinales las jugaron el Athletic Club contra el Vigo --no tuvo color, en la ida ya ganaron los vascos 11-0-- y el España F.C. frente al ya también extinto Gimnástico de Madrid, cuyos jugadores fueron calificados por la prensa catalana de la época como “simpáticos equipiers de la capital”). Iban a ser “dos luchas entre regiones, a las cuales tienen ofrecidos madrileños y catalanes los laureles de la victoria. ¿Quién de los dos podrá cumplir su promesa?”. Bonita forma de explicar este protoclásico.
Para la cita no repararon en gastos. Concertaron una serie de amistosos contra el Athletic de Madrid --así se llamaba entonces-- en marzo y otro el 12 de abril ante el Español, frente al que perdieron 3-0 en un mal día. Una semana antes de ese España-Español tuvo lugar la constitución en la Diputación provincial de Barcelona de la Mancomunidad Catalana. El señor Prat de la Riva, su primer presidente, dijo en su discurso: “Es un momento de gran trascendencia para la tierra catalana. Termina un periodo y comienza otro” (Primo de Rivera suprimiría la Mancomunidad en 1925 por amenazar, a su juicio, “las raíces y los fundamentos de la verdadera nacionalidad española”).
El primer viaje del España a la capital --entonces una odisea muy cara que costeaba la Federación catalana-- fue estéril, puesto que el mal tiempo obligó a aplazar el encuentro del día 19. Así que la ida de la semifinal se jugó en Barcelona una semana después. Por aquellos días, sin embargo, la noticia más destacada en la portada del Mundo Deportivo era la protesta de los automovilistas de la ciudad ante las barricadas montadas por las fuerzas del orden público en varias carreteras para, en teoría, controlar a determinados bandidos. Dichos obstáculos en la vía provocaban accidentes, como uno que reportaba el periódico que casi le costó la vida a un tal señor Llorens en las cuestas del Garraf. Según contaba la publicación, este tipo de hechos eran “motivo de oprobio para España entera ante los ojos de los extranjeros, que tendrían razón de exclamar que el África empieza en los Pirineos”. El editorial llevaba un título elocuente: ‘Salvajismos’.
Al partido de ida, celebrado el 26 de abril, acudió el mismísimo presidente de la Federación española, el periodista Ricardo Ruiz Ferry. Según la crónica del siguiente jueves del Mundo Deportivo, el partido se disputó a pesar de que cayera una gran tromba de agua. El pequeño portero catalán Puig --las crónicas le describen como un coloso y un tipo muy simpático (todo el mundo parecía serlo en esa época)-- tuvo una tarde afortunada, impidiendo la “afiligranada labor clásica” de los madrileños. El 1-0 final lo consiguieron los rojos de penalti por manos que pitó Varela, un defensa del Universitari --sí, lo de los árbitros también era un lujo raro entonces--. Se desconoce el lanzador, y autor del único gol de la contienda.
En la vuelta de esa semifinal, el España empató a uno --tampoco se sabe quién marcó--, destacando según las crónicas de entonces, el centrocampista Casellas (¿autor del gol de la victoria?). En la crónica se advierte que durante el descanso “se hacen muchos comentarios, conviniendo todos en que el España es un equipo mucho más flojo que el que concurrió el pasado año a las finales del campeonato”. Curiosamente, más que resaltar el pase a la final, el cronista Aniceto García destaca en su escrito que los espectadores salieron decepcionados por el pobre juego exhibido. Eran otros tiempos.
La crónica de la final ante el Athletic en el estadio Costorbe de Irún, disputada el 10 de mayo, fue la primera noticia futbolera en meses acreedora de una portada en la prensa de la época --y eso en la especializada--. En los primeros párrafos del reporte, la prensa catalana justifica incluso la ‘intrusión’ en tan destacadas páginas: “Nos hallamos en el apogeo de la fiebre deportiva; y como esa fiebre es la que promete a España su regeneración física, es necesario que la atendamos con el cuidado que se atienden todas las cosas que han de producirnos beneficios, ya morales, ya materiales”. Jugaron de inicio por el España Puig, Prat, Mariné, Salvo, Casellas, Bellavista, Coletas, Baró, Villena, Passani y Salvo. En el Athletic militaban figuras destacadas como Pichichi, los dos Belauste y Severino Zuazo.
Para seguir el encuentro se colocó en el quiosco del campo del España F.C. una pizarra en la que se iban transcribiendo los telegramas que enviaba cada quince minutos el presidente de la entidad desde Irún. A tal efecto, el jefe de Telégrafos de Barcelona puso a disposición del club varios ciclistas que se encargaban de transportar en siete minutos los partes desde la Central de telégrafos al campo españista.
A las cuatro y media en punto el árbitro inglés Rowland --éste sí lo era-- pitaba el inicio y el cuero comenzaba a rodar. El Athletic empezó muy fuerte, pero poco a poco el España fue equilibrando la situación. Sin embargo, nueve minutos fatales para los catalanes decantaron la final. Zuazo marcó de cabeza a pase de Belauste II en el minuto 20 y otra vez Severino volvió a aprovechar una “melé en el área” para colar el segundo. La segunda parte parece que fue un monólogo del España, pero su único gol --marcado por Villena-- llegó a tan solo dos minutos del final.
El Mundo Deportivo achacó la derrota a la mejor adaptación de los vascos al terreno de juego y “a las ventajas que proporcionan las condiciones del país, la afinidad de pueblos, etcétera, etc... Si el España hubiera contendido en su casa... no sabemos lo que hubiera ocurrido”.
Dos días más tarde, una multitud esperó a los derrotados en el apeadero del Paseo de Gracia. Hubo vivas, vítores y aplausos. A Poch y Casellas se les levantó en hombros. Fue el canto del cisne del España FC, a pesar de que ese mismo año conquistaron la Challenge de los Pirineos --uno de los primeros torneos continentales de la historia-- tras ganar 3-1 al Comète et Simot de Burdeos. En esa competición, por cierto, vivieron una auténtica batalla campal en la eliminatoria en la que derrotaron al Barcelona (5-2 vencieron los pequeños diablos), con invasión de campo incluida. Se ve que a los aficionados españistas no les sentó bien que el club culé les arrebatara a algunos de sus mejores jugadores --el mencionado anteriormente Bau, por ejemplo-- con promesas de gloria, que no de dinero, ya que por entonces aún no se estilaba la retribución monetaria.
El profesionalismo se le hizo muy pesado al España, que terminó muriendo en 1931. Curiosamente, antes de fenecer a la modernidad, el España se fusionó primero con el modesto Gràcia FC, luego pasó a formar parte del CE Europa --que aún sobrevive y milita en Segunda B-- para formar el Catalunya, que desapareció ese mismo año porque no tenía dinero para costearse sus viajes. Militaba en Segunda. España, Europa y Cataluña en un mismo club y en apenas dos décadas. Un viaje alrededor de una pelota y una Copa de por medio en tres conceptos que ahora pesan (y queman) mucho más que entonces.
1914. Antes de que una epidemia de tifus llenara de esquelas las primeras páginas de La Vanguardia y después de que una nevada histórica pintara de blanco el Tibidabo y las cubiertas y palos de los vapores-correos que venían de Mallorca, Barcelona fue testigo de la gesta de un equipo de fútbol que ya no...
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