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Allá por la década de los ochenta, cuando el ciclismo era un deporte de masas en España, existía un equipo patrocinado por una marca de mecheros, el Grupo Deportivo Zor. Conocido por sus batallas épicas y su ciclismo de ataque, aquel grupo humano era nitroglicerina pura cuando la carretera se endurecía y las piernas se volvían de madera. Zor era ciclismo espectáculo. Pero, sobre todas las cosas, Zor era una manera de vivir la vida. Y tenía un gen distintivo, su gusto por los pequeños detalles. En todos sus contratos profesionales, podía leerse un membrete al pie con la siguiente declaración de intenciones: "Firme aquí si se compromete a ser una buena persona y un profesional intachable. Si usted cumple con su parte, nosotros nos comprometemos a hacer de usted un gran ciclista". Aquellos contratos eran un juramento de deporte y vida. Años después, apenas quedan ejemplos de un compromiso vital tan puro en el deporte, pero sí existen momentos o palabras que invitan a recordar aquel ejemplo maravilloso del Zor. Una fuente de inspiración de aquellos tiempos es Matías Kranevitter, el nuevo y flamante fichaje del Atlético. Un tipo que se conduce en la vida con una serie de parámetros morales que hoy no parecen estar de moda, pero que son necesarios en el deporte y en la vida.
“Gracias, River, por enseñarme a ser persona”. Palabras esculpidas en agradecimiento, nacidas del corazón de Matías Kranevitter, mediocentro argentino de presente interesante y futuro dorado. Disciplinado, táctico, correoso, de manejo aseado y corte defensivo, Kranevitter se ha forjado fama de ser un mini-Mascherano por sus condiciones para el quite. No es una réplica exacta del Jefecito, pero debajo de su carrocería de pequeño carro blindado porteño se esconde un compendio de sus mejores virtudes: atención al juego, firmeza en la marca, solidaridad con el compañero y carácter acusado, el suficiente para liderar cuando se necesita. Llega al Atlético por ocho palos verdes, con la vitola de ser un futbolista imprescindible en su equipo y con la ilusión de poder ganarse un sitio en el equipo del Cholo Simeone donde, a priori, debería encajar como un guante: en un equipo que pelea como un pequeño para ser grande y que no negocia el esfuerzo, Kranevitter se antoja un refuerzo de campanillas.
Sin embargo, más allá de las condiciones futbolísticas del nuevo motor diésel del Atlético, llama poderosamente la atención el discurso de un chico tan joven. En el césped, Kranevitter transpira fútbol, pero fuera de él exhala una humildad aplastante. Una que le viene de serie. “Siento un agradecimiento especial a River. Me dieron todo. Fueron ocho años. Llegué siendo un niño y hoy me voy casi siendo hombre”. Deja plata, mucha, para el club. Es consciente de que se enfrentará a un desafío brutal en su carrera, triunfar en Europa, pero desea hacerlo desde los mismos valores que le catapultaron a lograr ser reconocido en Argentina. Primero, la persona. Luego, lo que pasa en el campo. Y en eso anda Kranevitter. Nada más poner un pie en Madrid, su discurso ha vuelto a demostrar que tiene una fábrica de Ikea en la cabeza. A bote pronto, humildad desaforada: “Estoy muy agradecido al Atlético. Ha hecho un enorme esfuerzo por mí y yo vengo a darle lo mejor de mí. No vengo como estrella, sino a ser uno más, a sudar y trabajar”. Y en las distancias cortas, rotundidad: “El Cholo es un ganador, recién llego a un grupo competitivo y me tocará sacrificarme al máximo para estar a su nivel”. Conclusión: sabe de dónde viene, a qué lugar llega y a quién va a representar.
Apenas hace unos días el mundo pudo ver cómo Kranevitter lloraba desconsoladamente en Japón tras asumir que había disputado su último partido en River. Ahí entendió que la vida consiste en puentes que hay que cruzar y puentes que hay que quemar. De ahí sus lágrimas mientras quemaba la pasarela bandasangre para poder cruzar el puente de plata hacia el Vicente Calderón. Kranevitter no sólo era jugador de River. Era un hincha millonario. Defendía una camiseta de la que estaba enamorado, a la que quería honrar como persona. Ese es justo el compromiso necesario para triunfar. Ese es el compromiso que le exigirá su nuevo equipo. Ese es el compromiso que él acaba de adquirir. Uno que exige sacrificio y respeto. Familiar, católico y sentimental, Matías Kranevitter quiere escribir su historia en el Atlético con esfuerzo, dedicación y pasión. El chico que dejó el golf para jugar al fútbol, que creció viendo vídeos de Busquets y que sueña con llevar la 5 de Argentina en el próximo Mundial llega al Atlético con una tarjeta de presentación que encaja en el mantra del partido a partido: “Soy un chico humilde. Pelearé y, desde el esfuerzo del día a día, intentaré estar a la altura de este equipo”. Así los quiere Simeone. Así los exige el Calderón.
Allá por la década de los ochenta, cuando el ciclismo era un deporte de masas en España, existía un equipo patrocinado por una marca de mecheros, el Grupo Deportivo Zor. Conocido por sus batallas épicas y su ciclismo de ataque, aquel grupo humano era nitroglicerina pura cuando la carretera se endurecía y las...
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Rubén Uría
Periodista. Articulista de CTXT y Eurosport, colaborador en BeIN Sports y contertulio en TVE, Teledeporte y Canal 24 Horas. Autor de los libros 'Hombres que pudieron reinar' y 'Atlético: de muerto a campeón'. Su perfil en Twitter alcanza los 100.000 seguidores.
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