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Década de los setenta. Decenas de periodistas asisten, en estado de perplejidad, a una sesión de entrenamiento físico brutal, programada por el nuevo entrenador del Atlético, el austriaco Max Merkel, conocido como Míster Látigo. El nombre de guerra del técnico responde a su método. Los jugadores cargan sacos terreros y los suben y bajan, escaleras abajo y escaleras arriba, por los vomitorios del Calderón. “Alguno casi se muere”, bromean los futbolistas colchoneros, impresionados por el método de Merkel. Es la época de esplendor del fútbol fuerza, conocido entonces como fútbol total. De aquello han pasado cuatro largas décadas y la evolución de la preparación física ha sido impresionante. Los equipos profesionales buscan más resistencia, más velocidad, más rendimiento y que sus jugadores sean menos propensos a las lesiones. En el Atlético, el paradigma de la intensidad y la agresividad (que no consiste en un concurso de talar árboles y repartir leña, ni en pegar patadas a diestro y siniestro), Simeone trabaja con dos mensajes básicos: se pelea como un pequeño para ser un grande y el esfuerzo no se negocia. Abrazado a su mantra del partido a partido, el Cholo perpetra su cuarta temporada completa para pelear por todos los títulos en juego. Y ahí, en el partido a partido, en el día a día que marca la realidad de la plantilla, es donde emerge la preparación espartana, casi paramilitar, del Profe Ortega, una pieza absolutamente imprescindible en el Atlético.
Más allá del personaje, famoso por sus durísimas sesiones físicas, por sus espectaculares arengas en los calentamientos y por sus socarronería en los entrenamientos (“saltamos sin falta, que somos los violentos”), Ortega es un referente para los futbolistas, un apoyo vital para Simeone y una póliza de seguros para los aficionados atléticos, que duermen a pierna suelta sabiendo que, con el Profe ahí no habrá jugador que no esté como un avión cuando llegue el momento preciso. Fácil de decir, difícil de hacer. ¿Cuál es el secreto de Ortega? ¿Qué fórmula le ha llevado a ser tan respetado y querido? En primer lugar, planifica sobre los objetivos del club y del cuerpo técnico (que no siempre coinciden, ojo con eso). Con el calendario en una mano y la pauta en otra, Ortega diseña, prepara y potencia una hoja de ruta para que las piernas y la mente de los jugadores sean una máquina programada para cualquier guerra. El trabajo es tan exigente que muchas figuras sufren lo indecible. Luciano Vietto, una estrella en ciernes, lo pasó francamente mal en las primeras sesiones con el Profe. Antes, Griezmann, que en su día llegó al club como el fichaje estrella, también tuvo que someterse al rigor de unos entrenamientos que podrían convalidar con la sesión más intensa de los marines norteamericanos. Y Arda, que ya no está en el Atlético, llegó a sudar tinta china con las durísimas sesiones de carreras por el monte, durante las pretemporadas.
Ortega establece una pauta y confecciona un trabajo duro: poca o mucha carga, dependiendo del partido, porque el calendario es tirano y exigente, y busca sacar lo mejor de la plantilla a base de ejercicios de capacidad aeróbica, reflejos, frecuencia cardíaca, potencia, velocidad y resistencia. Su método, la búsqueda de la fuerza, a todos los niveles: iniciación, tonificación, hipertrofia, fuerza explosiva o fuerza máxima, según el caso, el partido, el calendario y las condiciones naturales y físicas del jugador. Ortega, que no es un sumo hacedor, sino un convencido de su filosofía de trabajo, se dirige con una dinámica imperturbable: potenciar al grupo, esconder sus defectos y mostrar sus fortalezas. Eso es el partido a partido. ¿Cómo? Además de funcionar en dos vertientes diferenciadas con la plantilla (exigencia física durísima y ejercicios integrados con balón), el equipo se prepara específicamente para cada partido, jugando con la dinámica de cargas. “Cada semana el rival que enfrentamos nos marca la preparación. Si juega entre líneas y toca bien, se redobla la preparación y la intensidad”. Por el contrario, si el adversario es fuerte en defensa, cierra espacios y gusta de salir al contragolpe, el Atlético pone énfasis en multiplicar automatismos con balón y en activar combinaciones para romper la primera línea de presión del rival. Eso es el partido a partido.
Óscar El Profe Ortega no gana los partidos, no es un alquimista definitivo de la preparación física y no puede garantizar títulos, pero sí reduce el impacto del azar que conlleva el fútbol, mediante un trabajo intenso y metódico. Planifica cada detalle desde la ética del trabajo y la insistencia formativa (mejor un ejercicio bien hecho que diez malos), potencia al grupo, fomenta la competencia interna y prepara a cada uno de los chicos para encarar de la mejor manera posible el partido que está por venir. Averigua dónde están los límites físicos de los jugadores, los explora y les desafía a ir más allá. El equipo será el resultado de la física y la química. Ortega los tiene como un tiro y, además, los mantiene unidos. Para unos extravagante, para otros original, pero para todos, eficiente. El Profe no hace milagros, pero es la pieza clave de la máquina de competir que ideó Simeone. Ortega, autodidacta pero también multidisciplinar, nómada de su profesión (trabajó en México, Colombia, Chile, Japón, Argentina y España) es fútbol de barrio, olor a linimento, ojos vivarachos, verbo fácil, picaresca de barrio y sobre todas las cosas, una pasión. La que comparte con el Cholo: la motivación como estrategia.
Década de los setenta. Decenas de periodistas asisten, en estado de perplejidad, a una sesión de entrenamiento físico brutal, programada por el nuevo entrenador del Atlético, el austriaco Max Merkel, conocido como Míster Látigo. El nombre de guerra del técnico responde a su método. Los jugadores cargan...
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Rubén Uría
Periodista. Articulista de CTXT y Eurosport, colaborador en BeIN Sports y contertulio en TVE, Teledeporte y Canal 24 Horas. Autor de los libros 'Hombres que pudieron reinar' y 'Atlético: de muerto a campeón'. Su perfil en Twitter alcanza los 100.000 seguidores.
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