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Nunca fue fácil para Antoine Griezmann. No lo fue cuando varios clubes de Francia desdeñaron sus cualidades por su estatura, ni cuando llegó a Zubieta con apenas 13 años, ni cuando llegó al primer equipo procedente de la cantera y tuvo que ganarse a los pesos pesados del vestuario, ni cuando fue apartado de la selección francesa por indisciplina. Impetuoso, con fama de díscolo y tendencia a decir lo que pensaba sin pensar lo que decía, Griezmann tuvo que hacer propósito de enmienda. Rebelde sin causa, maduró a base de desencuentros. Y para cada problema, tuvo una solución. A su pequeño tamaño opuso su velocidad. A su difícil adaptación, su determinación para triunfar. A su fama de levantisco, su capacidad para rectificar. Su explosión en la Real le llevó al Atlético. A ese equipo que con Simeone es capaz de todo y pelea por todo frente a las dos multinacionales de siempre. La transparencia del montante de la operación de su fichaje (costó 30 millones, eso dicen) fue inversamente proporcional a la ilusión de los colchoneros por su llegada. El talento no engañaba. No había atlético que no sintiese que el galo era oro puro y que si quería crecer, Simeone iba a explorar sus límites hasta hacer de él un jugador mejor de lo que él mismo creía ser.
Zidane sostiene que los buenos jugadores se convierten en estrellas cuando asumen el desafío de un cambio de ecosistema, hasta salir fortalecidos del reto. Antoine Griezmann llegó al Atlético con la presión de su precio, la ansiedad de no verse titular y la obligación de cambiar de posición y registro para encajar en el sistema de su entrenador. Trabajó, peleó, entrenó y, en silencio, sufrió. Hasta que se ganó el puesto, hasta que encontró su lugar, hasta que comprendió que podía dar más de lo que había dado. Cerci, jugador de buen pie, se rindió ante el desafío de Simeone. Compromiso chato y lengua afilada, el italiano se fue. En cambio, Griezmann, lengua chata y compromiso afilado, se quedó y trabajó. Resultado: se ganó el respeto de un vestuario esculpido en un principio único, que el esfuerzo no se negocia. Hoy es titular, es mejor jugador de lo que era y es ídolo del Calderón.
Socio de Mandzukic en Demoliciones Rojiblancas SA, Griezmann es una suerte de volcán que ha aprendido a defender, a romper por el centro y a asociarse con calidad y precisión. Con tenacidad y esfuerzo, ha confirmado la transformación que le exigió el entrenador del Atlético. Llegó como un gran jugador y ahora, en plena efervescencia, amenaza con ser estratosférico. Aterrizó siendo un junco menudo, orillado en el flanco y letal en campo abierto. A esas condiciones naturales, bajo la supervisión de Simeone, ha incorporado verticalidad de relámpago en las contras, capacidad de asociación en corto y voluntad de hierro para sacrificarse por el bienestar del equipo. Esculpido por Simeone como estrella del cholismo 3-0, Griezmann cabalga. En modo relámpago, es imparable.
Nunca fue fácil para Antoine Griezmann. No lo fue cuando varios clubes de Francia desdeñaron sus cualidades por su estatura, ni cuando llegó a Zubieta con apenas 13 años, ni cuando llegó al primer equipo procedente de la cantera y tuvo que...
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Rubén Uría
Periodista. Articulista de CTXT y Eurosport, colaborador en BeIN Sports y contertulio en TVE, Teledeporte y Canal 24 Horas. Autor de los libros 'Hombres que pudieron reinar' y 'Atlético: de muerto a campeón'. Su perfil en Twitter alcanza los 100.000 seguidores.
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