"¿Cuáles son los tabúes de hoy?", le preguntaba hace algunos días Mirtha Legrand, una de las conductoras más emblemáticas de la televisión argentina, a Karina Mazzoco, belleza escultural que allá por 1997 condujo con gran inteligencia e impacto en las pantallas De a 2, un programa atrevido que se dedicaba a reflejar tendencias y preferencias sexuales. "Nadie quiere hablar del paso del tiempo. Ese es hoy el gran tabú", sintetizaba Mazzoco, con la aprobación del resto de los invitados a la tertulia. ¿Cómo conjugar esa paradoja -querer detener el reloj sin asumir que quien no envejece ha muerto ya- con los "chinchines" que acaban de bautizar 2016?

Todo año que comienza pone a prueba nuestra confianza en la especie. Somos criaturas simbólicas y por ende, carne de "expectativas, esperanzas y utopías". La cita es de Marc Augé en un libro editado por Adriana Hidalgo que se llama, muy a tono con el tema, Futuro. En este ensayo el antropólogo francés reflexiona acerca de los ritos y las dos grandes modalidades con las que las sociedades leen el mañana: como una continuidad del pasado -"una intriga" que debe interpretarse en relación con la experiencia para desentrañar el enigma del futuro- y como un nacimiento o "inauguración". Lo ritual permite unir esos dos sentidos.

No importa cuán salvajes hayan sido el azar o la violencia (basta recordar los atentados terroristas que perpetró en noviembre el Daesh en París para confirmar que nos codeamos aún con la barbarie), queremos creer en un porvenir más humano para todos, y reincidimos. Organizamos encuentros y brindis, deseamos lo mejor en cada esquina a amigos y a extraños, comemos las uvas junto con las campanadas a las 12 y confiamos en que con las burbujas del cava empezará algo nuevo, fresco, de estreno que nos contagiará parte del entusiasmo de todo lo que empieza.

Explica el autor de Ficciones de fin de siglo: "El comienzo es la finalidad del rito. El comienzo no es la repetición. En ocasiones se dice: 'Volver a empezar', para dar a entender que nada cambia. Pero se usa el verbo en un sentido débil. En re-comenzar, comenzar es lo que importa. Re-comenzar es vivir un nuevo comienzo, un nacimiento".

Los ritos son imprescindibles como combustible social. Es un pase de magia, claro. Porque cambiar de almanaque no es cambiar de piel y como escribe Cavafis, otro mapa no muta quiénes somos: "la ciudad irá en ti siempre" y el paso con el que andas esas calles distintas, te lleva a cuestas con la misma cadencia. Pero tal vez nuestro credo más auténtico sea esa reincidencia en la ilusión, la convicción necesaria de que no está todo hecho, de que el futuro nos convoca a dar nuestra tajada, de que se puede cambiar hacia algo optimizador. Y defender nuestro derecho a sentir esa emoción -la de ser parte de algo nuevo y que promete- revivifica, aunque tenga mucho de curanderismo emocional.

Por ese instinto vital planeamos, nos enamoramos, votamos, invertimos, tenemos hijos, conjugamos en positivo los verbos más constructivos y tratamos de hacerlo en plural porque juntos solemos ser mejores. "Reinterpretar el pasado para imaginar el porvenir es lo que hacen, situándose en el corto plazo, todos los políticos", marca Augé en Futuro. Tanto España como Argentina reclaman de los suyos en estas horas una redoblada inteligencia emocional. Que los dirigentes estén a la altura de esos desafíos no es un mal deseo para un 2016 de estreno.

Son tantos los ítems de nuestra lista de buenos propósitos al empezar un año, que nos recibimos de maratonistas en una sola noche. Me he invitado a elegir uno solo, para no enturbiar impulsos y dosificar las fuerzas: engordar la alegría. Preguntarme ante las decisiones troncales "¿esto me hace feliz?" y decidir en consecuencia. Una brújula cordial que enderece hacia el norte.

Porque queramos hablar de ello o no (vuelvo al comienzo), el tiempo pasa. Y no sé ustedes, pero yo no estoy haciéndome más joven. Me abraza la urgencia de que todo signifique y me he escaqueado demasiado ya de lo esencial. Quisiera aprobar el examen mental del próximo fin de año con la sonrisa larga del Gato de Cheshire, habitante gozoso de ese país donde Alicia censaba maravillas.