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Sábado sabadete, 9 de enero. Mientras las masas se preparan para echar la tarde en las rebajas o asistiendo a las exhibiciones de poderío del Barça y el Madrid, el periódico digital indepe Vilaweb.cat anuncia en exclusiva (cinco minutos antes del saque de centro en el Nou Camp) el acuerdo in extremis de la CUP con JxS. Cuando Messi termina de hablar, Mas (menos que un club) sale en su tele, pimpante y con la cabeza debajo del brazo, y explica sin dejarse una coma y en varias lenguas los términos de la capitulación de los “equivocados” muchachos anticapitalistas, así como su propia continuidad al mando de las operaciones, ahora como Karanka de Benítez/Puigdemont, un periodista ágrafo rápidamente tachado de indepe furibundo por los medios mainstream.
Mas pronuncia la frase del siglo (“lo que no nos dieron las urnas, lo hemos corregido”), y obvia por supuesto dar algunos detalles sabrosos de la biografía de su tapado priísta de pelo admirable. Carles Puigdemont ha gobernado Girona los últimos cuatro años con el apoyo del PP y contra los dos concejales de la CUP, y sus méritos político-artísticos se resumen en tres: instalar candados en los contenedores de basura para que los pobres no pudieran coger las sobras de los supermercados (el Molt Honorable se hizo hombre en una cadena de súpers), comprar una colección de pintura por 4,7 millones de euros pasando la factura a los ciudadanos en el recibo del agua, e instalar un restaurante de lujo en un puente de la ciudad.
El órdago del zombi convergente saca de su letargo a los desaparecidos mandarines del PP. Reunido a esas horas en el palco de la Castellana esquina a Concha Espina, el partido más votado y más castigado en las generales responde a través de Albiol, su portavoz más dialogante, y este proclama que, pese al nuevo golpe secesionista de sus viejos socios de austericidio, jamás permitirá que se rompa España.
Enseguida, Zidane, último capote mediático del verdadero presidente de la Marca España (esa empresa semiquebrada, como ACS y Cataluña), debuta con goleada (5-0), entre el delirio de los medios públicos y concertados.
En una sola tarde, en cosa de tres horas, todo ha vuelto de repente a su ser.
Las élites MAD-BCN o ESP-CAT (o Qatar-Emirates) se rasgan otra vez las vestiduras más rancias, aunque Mas ha introducido esta vez un toque de actualidad merkeliana: la vieja filosofía política de Esperanza Aguirre y Berlusconi (si las urnas no te dan los votos, cómpralos) se ejerce ahora a la luz del día, bajo forma de acuerdo negociado y dando publicidad inmediata a las cláusulas del tratado de Versalles. Igual que hizo Merkel con Tsipras en julio: la humillación del socio rojo debe servir de aviso a los navegantes podemitas. Y a Pedro Sánchez, claro, empeñado en esa cosa tan exótica y peligrosa de la alianza portuguesa.
Jugando sabiamente con los tiempos y los símbolos, en el último minuto y de penalti clamorosamente inventado, el antiguo régimen bipartidista + periféricos resurge de sus cenizas. Los viejos partidos han preferido renunciar a medir de nuevo su incierta popularidad en las urnas y se han diseñado un disfraz de Gatopardo estupendo. Los millones de ciudadanos que el 20D votaron por el cambio, para poner fin, entre otras cosas, a la avalancha de propaganda oficialista que nutre desde hace tres años el choque institucional y el fantasma de la ruptura de la nación en dos trozos (o más), tendrán que esperar tiempos mejores.
Negociando lejos de las urnas, Mas ha servido en bandeja otra dosis de choque de trenes, que permitirá perpetuarse en el poder a todas las derechas corruptas, siamesas en su diversidad: aunque se le critique, él es el único pegamento capaz de unir y prolongar los destinos del Frente Nacional Norte (Convergencia, ERC y lo que quede de la CUP) con los del Frente Nacional Sur: Susana Díaz, Rajoy y Rivera.
Lo triste es que la reducción de los cien problemas del país a uno solo (por mucho que se empeñen, el nacionalismo sigue siendo la inquietud número 16 de los españoles, según el CIS) es ya el único comodín que puede jugar un sistema agonizante, condenado por su propia estulticia al cuanto peor, mejor. Tener un buen enemigo identificado a mano permite, como escribía Zygmunt Bauman hace unos días, modular el miedo de la gente y elevar el estatus heroico de los líderes que declaran la guerra a ese enemigo. Y permite, además, a los dirigentes más incapaces y acabados aparentar que pueden seguir dirigiendo el circo de siete pistas con la ayuda de sus medios afines: corrupción, austeridad, privatizaciones, deuda, paro y pobreza quedan automáticamente fuera de la agenda, o relegados a un plano inferior, dada la talla inmensa del Único Problema.
Como por ensalmo, al caer la noche del sábado la sensación era que casi todo había quedado atado y bien atado, y que tras unas semanas de desconcierto, los líderes y los medios oficiales se sentían otra vez cómodos, reforzados, enganchados a su conflicto preferido.
Tras la goleada del Bernabéu, la tele del imperio Lara convocaba a 15 o 20 analistas y portavoces sistémicos y remataba la Operación Gatopardo + Frentismo entrevistando a Cristina Cifuentes, que nos garantizó la unidad de España y exigió a Sánchez ingresar de una vez en el Frente Nacional Sur.
A casi todos se les notaba aliviados, a gusto, salvo a Echenique y a Errejón, desbordados por el violento regreso del griterío y el pensamiento único. Por fin podremos seguir adelante con lo nuestro. Qué pesadez es esto de las urnas. Pero mira, oye. Se acabaron el 15M, las CUPS, los perroflautas y las líneas rojas. Hala Madrid. Força Barça.
La pregunta que queda por responder es cuánto tiempo durarán los estertores de este sistema acorralado, obligado a caminar con muletas virtuales para frenar los deseos de cambio expresados por una gran parte de la población. Los gatopardos (mantener el poder a toda costa, mintiendo y manipulando) tienen un riesgo grave. Alejan a los políticos cada vez más de los ciudadanos. Cuando se hace jugando con los sentimientos más viscerales, el frentismo y las banderas, se trata de una temeridad todavía más seria. A veces acaban generando cambios mucho más traumáticos que los que se querían evitar. Aunque, a estas alturas, quién sabe cuántos de esos que gritan “Se rompe España” no querrán en el fondo que se rompa de verdad. Con el empeño que le ponen...
Sábado sabadete, 9 de enero. Mientras las masas se preparan para echar la tarde en las rebajas o asistiendo a las exhibiciones de poderío del Barça y el Madrid, el periódico digital indepe
Autor >
Miguel Mora
es director de CTXT. Fue corresponsal de El País en Lisboa, Roma y París. En 2011 fue galardonado con el premio Francisco Cerecedo y con el Livio Zanetti al mejor corresponsal extranjero en Italia. En 2010, obtuvo el premio del Parlamento Europeo al mejor reportaje sobre la integración de las minorías. Es autor de los libros 'La voz de los flamencos' (Siruela 2008) y 'El mejor año de nuestras vidas' (Ediciones B).
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