ANÁLISIS
La desconcertante transformación de los rodillos en bisagras
Las opciones para elegir a un presidente del Gobierno pasan por que dos de los cuatro principales partidos voten juntos y sumen a fuerzas minoritarias
Eduardo Bayona 7/01/2016
Elecciones 20D
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Una de las imágenes más brillantes sobre el ambiente que rodeó el penúltimo cambio de régimen en España, el vigente entre finales de 1975 y de 1978, salió de la pluma del diplomático y filósofo Julio Cerón: “Cuando murió Franco hubo gran desconcierto: no había costumbre”. Y eso que el programa incluyó una coronación exprés para pasar de dictador muerto a rey puesto en tan solo 48 horas. Debía de parecer ahora, vista la desorientación con la que la mayoría de los principales dirigentes políticos interpretan, cámaras y micrófonos mediante, los resultados de las primeras elecciones sin vencedor virtual desde entonces.
Papeleta a papeleta, los ciudadanos materializaron el 20-D varios de los deseos que un mes antes había detectado el CIS en su sondeo preelectoral. Sólo uno de cada tres votantes --33,6%-- quería que algún partido lograra una mayoría absoluta, opción que únicamente era la mayoritaria --52%-- entre quienes habían apoyado al PP de Mariano Rajoy cuatro años antes. De estos últimos, dos de cada cinco se incluían en el 58% del electorado que se mostraba partidario de un Congreso sin rodillos.
Paralelamente, más de dos tercios del electorado ---67,1%- era favorable a que, “tras estas elecciones generales, gobierne un partido o partidos distintos del que gobierna en la actualidad”. La opción de la continuidad era apoyada por menos del 20% de los votantes. De hecho, tan solo superaba el 10% --llegaba al 54%-- entre los conservadores.
El cruce de esas posiciones de partida con las escalas de autoubicación ideológica revela que la preferencia por una mayoría absoluta y/o por la continuidad del PP al frente del Gobierno sólo eran mayoritarias en los espectros más conservadores -a partir de la posición 7, en una escala en la que la extrema izquierda es el 1 y la ultraderecha el 10- y resultaban claramente minoritarias en el tramo del 1 al 6, que engloba a la izquierda y al centro-derecha.
La opción mayoritaria de la izquierda y el centro
Algo muy parecido a lo que salió de las urnas --rechazo a que el PP pueda formar Gobierno y escenario de un ejecutivo salido de los pactos-- era la opción mayoritaria en un espectro que engloba al 70% de los españoles con derecho a voto. La combinación rodillo/continuidad se imponía en la horquilla más conservadora, que aloja a un 13,6% del electorado y cuyo peso es inferior a la suma de los que no saben (10,6%) y los que no contestan (5,7%).
¿Y entonces, qué? Pues, básicamente, que sus señorías deberán tirar de aritmética parlamentaria: su objetivo consiste, en un Congreso que cuenta con representantes de más de quince listas como consecuencia de las confluencias lideradas por Podemos y el PP, en sumar el apoyo de más de 176 diputados para un candidato en primera votación o lograr que ese aspirante reciba más síes que noes en el siguiente intento. Es la única ruta que lleva a la presidencia del Gobierno, un itinerario que comienza en la Zarzuela, donde el rey Felipe VI debe decidir previamente que alguien puede recorrerla.
Los electores también dieron algunas pistas semanas antes de los comicios sobre sus preferencias: más del 15% de los votantes del PSOE muestran simpatía por Podemos y sus confluencias territoriales, una cercanía muy superior a la que levanta en esas filas C’s (9,7%) y a la que se añade otro 3,3% de simpatizantes que también lo son de IU/UP. Esas cotas de afinidad sólo son similares a las que despierta Ciudadanos entre los votantes conservadores.
Visto el panorama, y a la espera de las consecuencias retóricas del capítulo en curso del sainete catalán, ¿es “gobernabilidad” la palabra clave? Quizás. O más bien no. Significa “cualidad de gobernable”, nada extraordinario al tratarse de algo que se le presupone a un ente parlamentario, que va en su naturaleza. Todo apunta a que tendrán más importancia conceptos como “bisagra”, cuya definición oficial --“partido político minoritario que funciona entre otros dos mayores asegurando con su apoyo la función del que gobierna”-- se ha quedado sin significado en singular en España.
Tras haber rechazado el PSOE de Pedro Sánchez la grossen koalitionnen y evitado, al menos por ahora, que el Congreso vuelva a tener “rodillo”, que es el “uso resolutivo de la mayoría de la que se dispone, sin atender a las razones de la minoría”, bisagras, hoy por hoy, es lo único que hay en la cámara baja: desde la de gran tamaño que forman los 123 diputados del PP --119 tras perder a los del Foro y UPN, y a expensas de ver dónde quedan los seis de su coalición aragonesa con el Par-- hasta la menor del solitario de Coalición Canaria.
La prueba del nueve de la Ley de emergencia social
Las opciones para elegir a un presidente del Gobierno pasan por que dos de los cuatro principales partidos voten juntos, lo que sitúa en 163, con C’s y los apoyos atados mediante coaliciones territoriales, la eventual cota máxima de votos a favor del PP, al que sólo le quedarían tres puertas de “la derecha de toda la vida” a las que llamar: un PNV (6) con el que no parece tener excesiva sintonía, una CC que ahora gobierna Canarias coaligada por el PSOE y una CDC (8) en fase previa a la erupción. El tope del PSOE se situaría, con Podemos y UP, en 161 apoyos susceptibles de crecer en la misma dirección que los del PP y en otra: ERC (9) y Bildu (2).
Los remilgos de los dos grandes partidos a ser elegidos con según qué apoyos, en lo que parece el preludio del casi ancestral mercadeo de votos de la llamada “minoría catalana”, fían designación del sucesor de Rajoy a dos novedosos mecanismos: aceptar apoyos de esa procedencia o gestionar la abstención de uno --o dos-- de los principales grupos apoyados por votantes del espectro ideológico contrario.
Esto último consiste en que el PP y/o C’s faciliten la investidura de un candidato de PSOE y/o Podemos, o viceversa. Sería algo tan inusual en España como propio de la “gobernabilidad” --recuerden: “cualidad de gobernable”--, un concepto cuyo significado ha sido históricamente tergiversado pero cuya existencia va a comenzar a ser puesta a prueba en el Congreso el mismo día 13, en cuanto los muchachos de Iglesias presenten su proyecto de Ley de emergencia social: vendrá a ser una prueba del nueve sobre si sus señorías avalan las mayorías sociales de la calle o defienden otros intereses. Esto, en un país en el que los reyes magos acaban de obsequiar a “los nacionalismos” con un descenso hasta el puesto número 26 en el orden de las preocupaciones de los ciudadanos.
Una de las imágenes más brillantes sobre el ambiente que rodeó el penúltimo cambio de régimen en España, el vigente entre finales de 1975 y de 1978, salió de la pluma del diplomático y filósofo Julio Cerón: “Cuando murió Franco hubo gran desconcierto: no había costumbre”. Y eso que el programa incluyó...
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