Los segundos golpean primero
Sanders y Cruz, a los que las encuestas no daban como favoritos, sorprenden en la primera batalla por la Casa Blanca
Álvaro Guzmán Bastida / Caroline Conejero Des Moines (Iowa) , 3/02/2016
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Thalia Sutton lo tenía claro: nada más entrar en el aula principal de un céntrico colegio público en la zona universitaria de Des Moines, y previo paso por la mesa para acreditarse como simpatizante demócrata, se dirigió al extremo izquierdo de la sala. Le acompañaban su madre, Nancy, su hermana melliza, Athena, y un compañero de trabajo de ésta. Eran casi las seis de la tarde del lunes. Los cuatro iban a votar a Bernie Sanders, el senador de Vermont, declarado socialista, y que empató con Hillary Clinton en el Caucus de Iowa, la primera cita de las elecciones primarias para elegir al sucesor de Obama en la Casa Blanca. Sutton lucía una bufanda de rayas rojas, verdes y amarillas. Nerviosa, repasaba con sus despiertos ojos verdes la sala cada pocos instantes, como una adolescente que, habiendo organizado una fiesta, quiere comprobar que ha venido todo el mundo. "Nos jugamos mucho", dijo. "Si Bernie gana, el sistema político de Estados Unidos puede cambiar de verdad".
Si Thalia hubiera sido partidaria de Hillary Clinton, se habría dirigido a su derecha después de registrarse. Era allí donde, repartidos entre sillas de plástico azules y bancos con la pintura desgastada, se parapetaban los partidarios de la mujer del expresidente, cuyo nombre político es ahora Hillary, a secas. Quienes no lo tenían claro podían quedarse de pie en el medio de la sala. Un puñado de seguidores del tercero en discordia, el exalcalde de Baltimore, Martin O'Malley, ocupaban una desolada esquina junto a los seguidores de Sanders. (No pintaban bien las cosas para el hombre que inspiró el maquiavélico personaje de Tommy Carcetti en la serie The Wire, que llegaba muy por detrás en las encuestas). La contienda demócrata parecía condenada a ser una batalla entre dos. Clinton y Sanders. Hillary y Bernie: dos candidatos como la noche y el día, que cada vez se aproximan más en los sondeos.
En la mesa de registro, Dawn Gentsch, pegatina de apoyo a Hillary en pecho, tomaba los datos de los casi quinientos asistentes, que abarrotaban el colegio. Algunos votaban por primera vez en unas primarias. Era el caso de Jill, una joven profesora de primaria de origen nativo americano que no simpatiza por ningún partido, pero cree, como Thalia, que las elecciones de 2016 son demasiado importantes como para perdérselas. Pero, al contrario que Thalia, Jill no tenía claro su voto. Le quedaban algo más de dos horas para decidirlo. "Me he registrado como demócrata por primera vez porque los republicanos son cada vez más radicales", contaba, con cara de preocupación y negando con la cabeza. "Quieren acabar con los sindicatos, y algunos incluso hablan de liquidar el Departamento de Educación y privatizar por completo la enseñanza. Quiero hablar con la gente, escuchar los discursos, y decidirme entre Hillary, Sanders y O'Malley, del que no sé casi nada".
Entre el ágora griega y el Gran Hermano
Desde 1972, Iowa abre la veda de las primarias presidenciales con los tradicionales Caucus. Se trata de un proceso complejo, que aúna elementos de la democracia directa y la representativa. Es, sin duda, el acontecimiento de mayor repercusión mediática que tiene lugar en un Estado tan alejado de Washington o Nueva York como Madrid de Florencia o Barcelona de Ámsterdam, y que cuenta con John Wayne como su nativo más célebre.
Iowa ocupa la cuarta parte de territorio que España, y apenas supera los tres millones de habitantes, en su mayoría granjeros. Hay casi tantos demócratas como republicanos —300.000 registrados en cada bando—, de los cuales suelen votar en los Caucus entre el 25% y el 40%. Hay 1.681 colegios electorales (llamados precincts) pero ninguna urna. Los republicanos escriben a mano en un pedazo de papel el nombre del candidato a quien apoyan, mientras que los demócratas votan de una manera que se parece más a un juego de quinceañeros que a unas elecciones al uso.
Una vez registrados, se dividen en grupos, correspondientes a cada uno de los candidatos, dejando a un lado a los indecisos. Luego ofrecen la oportunidad de que los seguidores de los contendientes hagan un discurso en favor de su candidato, y cuentan el número de cabezas en cada uno de los grupos. El proceso puede llegar a durar horas, ya que si un candidato no alcanza el 15% de los votos, sus seguidores tienen la oportunidad, además de los indecisos, de sumarse a uno de los otros grupos, por lo que hay que realizar otro recuento de cabezas.
Cuando se han emitido los votos, el presidente del colegio efectúa un reparto proporcional de los delegados, y llama a por teléfono a la sede estatal del partido para que se contabilice allí. Estos delegados se suman y tienen una traducción proporcional en el número de delegados que cada candidatura lleva a la convención nacional que elegirá, en verano, a los candidatos de ambos partidos.
Los caucus pueden llegar a durar horas, ya que si un candidato no alcanza el 15% de los votos, sus seguidores tienen la oportunidad, además de los indecisos, de sumarse a uno de los otros grupos
El lunes, Iowa deparó unos resultados que sorprendieron a la mayoría de observadores: en el bando republicano, el ultraconservador texano Ted Cruz se impuso con holgura a Donald Trump, que partía como gran favorito en las encuestas, y que estuvo a punto de ser superado por el joven Marco Rubio. En el lado demócrata, se produjo un empate técnico entre Hillary Clinton, que sumó el 49,9% de sufragios y Bernie Sanders, que obtuvo el 49,6%.
En la mesa de registro del colegio 43 en Des Moines, Gentsch, consultora de sanidad, daba indicaciones tanto a los de su bando, el de Hillary, como a los a menudo fogosos seguidores de Sanders. La flanqueaban sus dos hijas, además de una estudiante de intercambio de la India, todos ellos menores y sin derecho a voto. "Tanto Bernie Sanders como Hillary tienen atributos positivos", señalaba impertérrita, "pero yo soy seguidora acérrima de Hilary: tiene una gran experiencia, y además ha hecho mucho en favor de la sanidad pública y la salud de los niños, que son temas muy importantes para mí".
El colegio electoral adyacente al de Dawn, Thalia y Jill estaba presidido por Tim Schofield, ardiente seguidor de Bernie Sanders. Schofield, de 47 años, ha optado siempre por el candidato más a la izquierda de los que le ofrece el Partido Demócrata (en 2008 dio su voto al exgobernador de Nuevo México Bill Richardson), pero nunca se había significado tanto por un candidato. "Creo en Sanders. No solo es honesto, sino que sus apuestas por la formación profesional y la educación gratuita serían muy beneficiosas para nuestro país", señala. Schofield, que es funcionario de mantenimiento de infraestructuras del Estado de Iowa, tuvo un accidente hace casi un año al cortarse una mano con una perforadora de madera. El subsidio al que tiene derecho apenas alcanza el 40% de su salario antes del accidente, y cree que la victoria de Sanders podría sacarles de sus apuros económicos a él y a su mujer, que trabaja en un comedor social.
Los votantes a ambos lados de la sala tenían perfiles marcadamente distintos. En el lado derecho, el de Hillary, abundaban los mayores de 40 años, sobre todo las mujeres. El murmullo parecía el de un vagón de metro. La mayoría, como Gentsch, ya votaron a Clinton en 2008, y ven con reticencia la retórica vigorosa del veterano senador de Vermont, de 74 años. Enfrente, los seguidores de Sanders, en su mayoría estudiantes universitarios, prorrumpían en cánticos cada poco tiempo, y habían decorado las paredes del aula con pancartas: "La revolución política empieza aquí", decía una. "Esta campaña la pagan Bernie y sus seguidores, no los multimillonarios de Wall Street", rezaba otra. Sanders ha logrado más de 30 millones de donativos pequeños, que en su mayoría apenas superan los 25 dólares. La campaña de Clinton está financiada, en su mayoría, por bancos como Citigroup o Goldman Sachs, además de grandes empresas de seguros y familias con grandes fortunas.
Los seguidores de Sanders, en su mayoría universitarios, prorrumpían en cánticos y decoraban las paredes del aula con pancartas
"Precisamente por eso necesitamos una revolución política", apunta con rotundidad John, de 30 años, que combina varios trabajos para llegar a fin de mes. "Cada vez somos menos igualitarios. Este país se está convirtiendo en una oligarquía".
Aunque fuera arreciaba el viento gélido que traía una monumental tormenta de nieve, en el aula no paraba de subir la temperatura, tanto política como ambiental. Entre los vivos debates, todavía en corrillos, la sala se iba llenando cada vez más. Con la afluencia de votantes, aumentaba también la temperatura. Por fin, un seguidor de Martin O´Malley decidió abrir una ventana. Se desató una ovación unánime. Tanto el ala liberal de la sala como la socialdemócrata se estaban muriendo de calor.
"Mira, yo voté a Obama, y me alegré mucho cuando salió elegido, pero luego me ha decepcionado", cuenta Nancy, la madre de Thalia, secándose el sudor de la frente. "No hizo nada contra los banqueros que nos arruinaron, y su reforma sanitaria está mal hecha. Es un regalo a las compañías de seguros. Hillary sería peor. Representa al establishment. Espero no tener que elegir entre ella y un republicano".
Eran casi las seis, hora límite para entrar en el colegio y participar en los caucus. Por si quedaba algún indeciso, arreciaban los gritos de guerra de los pro-Sanders: "Feel the Bern!" respondidos solo de vez en cuando por algún tímido "Hi-lla-ry"!
"No les entiendo", confiesa con cara de pocos amigos Marty Richardson, pequeño empresario retirado, de 78 años. "No hace falta ninguna revolución. Este país está bastante bien, y el problema que tenemos son los republicanos".
Poca gente se atreve a discutir que Hillary Clinton es la favorita del aparato del Partido Demócrata. En abril de 2015, más de la mitad de los senadores demócratas ya había dado su apoyo a la candidatura de Clinton para las presidenciales, lo que supuso un récord en ambos partidos en lo que va de siglo. Además, le apoyan 148 de los 188 demócratas en la Cámara de Representantes, y 12 gobernadores. En Iowa, Clinton contó con el apoyo, entre otros, del alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, que hizo campaña por ella.
Pero las bases no tienen tan claro su apoyo por la exsecretaria de Estado. A lo largo de la campaña, Clinton ha ido escorando su discurso a la izquierda, empujada por un Sanders que ha puesto de relieve temas como la creciente desigualdad o la deuda estudiantil, que tanto afecta a jóvenes como Thalia.
La primera cita, la que sienta precedente
La semana pasada, en un debate abierto al público en el Ayuntamiento de Des Moines, un joven en paro espetó a Clinton: "Muchos jóvenes como yo apoyamos con entusiasmo a Bernie Sanders. Y no veo que usted despierte el mismo entusiasmo en la gente joven. De hecho, mucha gente de mi edad cree que es usted deshonesta, pero me gustaría saber qué opina de esa falta de entusiasmo". El ambiente entre los seguidores de Sanders es, tanto en Iowa como en el resto del país, de revuelta no ya contra Clinton, sino contra todo el Partido Demócrata. Para muchos, Sanders, que fue alcalde de Burlington y senador sin afiliarse al Partido Demócrata, es una buena herramienta para canalizar dicho descontento.
Si los resultados de Iowa son una muestra de algo es de que ese descontento es aún mayor en el seno del Partido Republicano. A media hora de Des Moines, en el feudo conservador de Truro, Brian y Julie Donaghy ejercían su derecho al voto junto a otro centenar de republicanos. Ambos son ingenieros informáticos, pero dedican casi la mitad del tiempo a cuidar de las vacas y ovejas de su granja, mientras alquilan parte de ella (entre otros, a quien escribe estas líneas).
Para los Donaghy, Estados Unidos sufre una crisis moral sin precedente. "Es una cuestión de valores", cuenta Julie, que suele vestir petos marrones, a juego con su pelo enmarañado. "Antes rezábamos en el colegio y estudiábamos la Biblia, ahora han eliminado todo eso. Tenemos amigos que montaron negocios de los que les han echado por defender su derecho, como cristianos, a no atender a homosexuales. Estoy harta de la corrección política. Tenemos que defendernos".
La campaña electoral de Iowa es, quizá, la más larga del mundo. Por ser la primera cita electoral, y por tener el valor de sentar precedente, los candidatos empiezan a visitar el Estado del maíz un año antes de la votación. Los Donaghy han visto en persona a los 17 candidatos republicanos. "Si te lo propones, no es difícil", cuenta Julie, de 47 años, y abuela por partida triple. "Todos terminan pasando por alguna tienda, algún restaurante, o alguna librería cercana".
Hay quienes se han ido molestando con Trump al ver cómo el magnate del flequillo platino insultaba a los latinos y a las mujeres
Pese a haber tenido un año para pensarlo, Julie no decidió su voto hasta escuchar los argumentos de sus vecinos. Durante la campaña, tanto ella como su marido Brian se interesaron por Donald Trump, a quien creían capaz de llegar a la presidencia y romper con el liberalismo social de la Presidencia de Obama. "Es un hombre muy válido", señala Julie, "que dice lo que piensa y es capaz de llevar una empresa. Si no arreglamos nuestras cuentas vamos a acabar como España o Grecia". Pero Julie se ha ido molestando con Trump al ver cómo el magnate del flequillo platino insultaba a los latinos y a las mujeres. "Sé que lo hace para llamar la atención, pero no está bien".
A Julie terminó de convencerle un vecino de que votara por el que terminó siendo el vencedor de la noche: Ted Cruz. "Me dijo lo que ya me había parecido a mí: que es un hombre cercano, bueno, y que mira a los ojos a quien le habla", señaló. El vecino en cuestión había pasado las horas previas a la votación en Jefferson, casi hora y media al sur de Truro, viendo el último mitin de Cruz.
Si Des Moines es una ciudad insulsa, intercambiable por tantas otras del medio Oeste americano, el camino entre Truro y Jefferson es cautivador. Las largas carreteras que surcan los campos de maíz brillan con el sol reflejado en la nieve, y apenas hay casas, algunas de ellas abandonadas, en sus márgenes. Incluso en plena campaña electoral, cuando Iowa se ve desbordada por el circo político-mediático de los caucus, uno puede conducir kilómetros y kilómetros sin cruzarse con nadie. De pronto, surge de la nada un pequeño pueblo que consiste en poco más que una gasolinera y un polideportivo. Una veintena de coches rodean un lustroso autobús de campaña. Un cartel con las letras del color de la bandera de EE.UU. proclama: Cruising with Cruz, un juego de palabras que viene a decir algo así como a velocidad de crucero con Cruz.
En el polideportivo, el senador texano, favorito del ala más conservadora del partido, arenga a los suyos: "Quiero que recéis por mí", les dice, con los ojos casi cerrados y el ceño fruncido. "Esta noche necesitamos al Señor para ganar. Si convencéis a diez personas cada uno, ganaremos seguro. Se lo debemos a este país". Cruz apuesta por actos íntimos, con no más de cien personas, para dar la sensación de cercanía que muchos no sienten al oír hablar a Hillary Clinton, Jeb Bush o incluso al mediático Donald Trump.
Entre los votantes republicanos se cuentan quienes dejaron sus trabajos de alta cualificación y se marcharon al campo, ahuyentados por los impuestos sobre la renta
A la salida del mitin, una mujer de 68 años fuma un cigarrillo sentada al volante de un monovolumen abarrotado de estatuillas religiosas, pegatinas y pósteres: Detengan el marxismo, Dónde está el espíritu del Señor, Restauremos la Constitución, El control de armas protege a los criminales. La caravana es propiedad de Lynda Farley, de Kentucky, a más de mil kilómetros de distancia de Jefferson. Farley dejó su trabajo como ingeniera en IBM en los años 80 para no pagar impuesto de la renta. Su marido mantuvo su trabajo mientras ella redujo gastos que consideraba superfluos, como los colegios de sus hijos o las niñeras. "La educación pública es una idea de Karl Marx", dice, torciendo el gesto. "Es puro adoctrinamiento". Farley, como casi dos millones de estadounidenses, educó a sus hijos en casa para no cederle esa labor al Estado. Está en contra de la sanidad pública y vive sin seguro médico. "Nuestra Constitución fue inspirada por Dios. Tenemos que respetarla. La Biblia dice ´no robarás´ y eso incluye al Estado".
Cruz, hijo de un exiliado cubano que se convirtió en predicador evangélico al llegar a EE.UU., ha heredado de su padre el fervor de quien se siente iluminado por el Espíritu Santo. Cruz despierta verdadero fervor entre sus seguidores. En Iowa, ha logrado una remontada espectacular gracias a una campaña de manual, en la que se ha recorrido los 99 condados del Estado para batir en el tiempo de descuento a Donald Trump.
Entre su legión de voluntarios está Neal, un hombre menudo y pelirrojo, veterano del Ejército del aire, que dejó su trabajo de contable en Arkansas para recorrer el país junto a Cruz y pretende seguirle hasta la Casa Blanca. En Jefferson, rezaba en el suelo después del mitin, haciendo caso a las instrucciones de Cruz.
"Mi mujer es de Rumanía. Escapó de la horrible dictadura socialista de Ceaucescu para venir a Estados Unidos y tener el privilegio de vivir en una república constitucional. Yo me alisté en el Ejército para defender esa Constitución. Pero ahora está en peligro. Ambos partidos van contra ella. Este hombre se sabe la Constitución de memoria. Cree en ella como nadie. O gana las elecciones,o estamos perdidos".
Marco Rubio, apadrinado en 2012 por el Tea Party, es considerado el más moderado de los tres candidatos republicanos
Cruz tiene un granero de votos seguro entre los granjeros evangélicos del Sur y el medio Oeste, y es capaz de movilizar a su electorado como nadie. Pero Cruz no habría ganado Iowa de no ser por los errores tácticos que cometió su rival, Donald Trump. El hasta el lunes favorito para la lograr la candidatura republicana a la Casa Blanca llevaba una ventaja sideral en las encuestas, hasta que Cruz empezó a recortarle distancias hace poco más de una semana. Trump optó por atacar sin cuartel a Cruz, sembrando dudas, como ya había hecho con Obama, sobre si puede presentarse legalmente a las elecciones por haber nacido en Canadá.
Mucho más disciplinado, Cruz no atacó a Trump, de cuyos electores esperaba nutrirse, dejando que éste se cayera de maduro. Trump, por su parte, descuidó a Marco Rubio, el favorito del establishment republicano.
El magnate neoyorquino decidió además boicotear el último debate previo a las elecciones, organizado por la cadena FOX, en protesta por la inclusión de la periodista Megan Kelly como moderadora. Trump, que había insinuado tras un anterior debate que Kelly se cebaba con él por estar pasando la menstruación, no acudió al debate, en el que tanto Cruz como Rubio se lucieron. Al dejar desmarcado a Rubio, Trump perdió la primera plaza, y estuvo a punto de no lograr la segunda, al quedar Rubio a menos de un punto de distancia de él. Al final, fue Rubio quien robó los votos decisivos que le hubieran dado la victoria a Trump. Uno de los votos que podían haber ido a Trump y terminaron en Rubio fue el de Brian Donaghy.
Aunque piense parecido a él, Brian cree que Cruz es "demasiado fundamentalista" para ganar las elecciones a un demócrata , y por eso no le apoya. Brian, que luce una melena rubia y una larga perilla digna de un figurante en una película ambientada en el medievo, se muestra más cercano a Trump que su mujer Julie. Le considera un centrista, y por lo tanto mejor capacitado que otros para ganar las elecciones a un demócrata. "Cualquiera sería mejor que Obama, que nos está matando con los impuestos. Y no podemos dejar que entren terroristas a este país. Ya has visto lo que os ha pasado en Europa. A nosotros nos protege un océano, pero en cinco años, podríamos estar igual que en París", añade con gesto apesadumbrado.
Brian, sin embargo, optó por el voto táctico. Eliminadas las opciones de Trump y Cruz, lo tuvo claro el lunes: "Creo que Marco Rubio, que es un conservador moderado, que bajaría los impuestos y es joven y con futuro, es lo que necesita el Partido Republicano".
Carrera demócrata: una batalla a dos, con final de infarto
"Van a hacer ustedes historia al participar de este caucus", proclamó el presidente de mesa del colegio 43, abriendo de esta forma las votaciones. Con casi dos horas de retraso por las largas colas, y coincidiendo con el escrutinio de su némesis republicana, se procedió a los discursos de defensa de los tres candidatos. Thalia se mordía las uñas. La representante de Hillary habló de la importancia de la experiencia, del realismo político y el pragmatismo. El que abogaba por Sanders quiso enfatizar en la importancia de lograr una sanidad verdaderamente universal y gratuita, y hacer que las universidades públicas sean gratis. Thalia, que debe más de 15.000 dólares después de haber pagado 45.000 de su matrícula, asentía fervorosa.
Al otro lado, Laura Greene y su hija Claudia, que votaba por primera vez, contaban a quien se les acercase que no querían dejar pasar la oportunidad de tener a una mujer presidenta. "Como mujer joven, es fundamental para mí", decía sonriente Claudia. "Por eso apoyo a Hillary". Dawn suscribía ese argumento: "Sería algo muy positivo".
Nancy, la madre de Thalia, no podía estar más en desacuerdo. "No es motivo suficiente para votarle. Las políticas que defiende Bernie, desde la subida del salario mínimo a la sanidad universal, nos beneficiarían sobre todo a las mujeres", indicaba. "Yo quiero una mujer presidenta, pero no esta, sino una que me merezca", remataba su hija, sin dejarle terminar.
Los representantes de Sanders, O'Malley y Clinton contaron sus delegados. El proceso duró unos 20 minutos, durante los cuales reinó la confusión. Se oyen vítores cuando Hillary alcanza a cifra de 100, y más cuando Sanders llega a 150. Finalizada la primera vuelta, el bando de Sanders parece vencedor, al sumar 215 votos contra 210 de Clinton. Pero hay que ir a la segunda vuelta, al no alcanzar O'Malley el 15%.
Los seguidores de O'Malley sufren entonces el asalto de partidarios de Hillary y Sanders, que tratan de convencerles en los pocos minutos antes de la segunda vuelta.
Al ver que la mayoría empieza a desfilar hacia el lado derecho, el de Hillary, Thalia intenta una maniobra desesperada. "¿Puedo decir algo?", grita. Reina la confusión. El presidente de la mesa responde, con tono intimidatorio; "Llevamos casi dos horas de retraso: ¿sobre qué quieres hablar ahora?". "¡Sobre Bernie!", exclama Thalia. "¡No!", responde el presidente, que luego, como asustado por su propia firmeza, recula y propone que se vote a mano alzada sobre si se admiten nuevos discursos. Agotada, la mayoría opta porque se haga el recuento sin dar lugar a más discursos. Thalia agacha la cabeza, resignada. Sabe que Bernie ha perdido en su distrito, y siente no haber podido hacer nada más.
Mientras desfila al sector de Hillary, una seguidora de O'Malley murmura: "Bernie me cae bien, pero no me siento capaz de votar a un socialista. Esto es América".
Tras el trasvase en masa del bando de O´Malley al de Hillary, el resultado final del colegio 43, es de 232 votos para Clinton frente a 224 para Sanders, que equivale a 5 delegados para la exsecretaria de Estado y 4 para el senador por Vermont. Sin saberlo, han calcado el resultado del conjunto del Estado, que no se hará oficial hasta que termine el recuento dos horas más tarde.
Cruz, que promete la pena de muerte a quien ataque a Estados Unidos, agradeció su victoria a Dios, a los grandes referentes republicanos y a la mismísima Margaret Thatcher
Pocos minutos después de conocerse los resultados, Ted Cruz salió a la palestra exultante en Des Moines, para darse un baño de masas en un centro de convenciones. Neal, el voluntario de Arkansas, observaba con lágrimas en los ojos desde la primera fila. Cruz agradeció su victoria a Dios, pero no faltaron las referencias a los ídolos del santoral conservador, con especial énfasis en el gobernador de Texas, Rick Perry, el actor Glenn Beck y la mismísima Margaret Thatcher.
"Gloria a Dios en el cielo", comenzó Cruz, que citó el salmo número 30 en su discurso, y se refirió en varias ocasiones a la defensa del Estado de Israel y los valores judeocristianos de Estados Unidos. "Esta es la victoria de un movimiento social", dijo. "Una victoria de todos los conservadores valientes de Iowa".
El discurso, de más de media hora, estuvo plagado de referencias religiosas, pero también de ataques a lo que Cruz define como el "cartel de Washington", una amalgama en la que Cruz mete a los líderes de su propio partido, a Obama y a la prensa. "Al candidato republicano no lo van a elegir ni los medios, ni los lobbistas, sino vosotros", remató antes de abrazar a su padre y declararle su amor en público.
Cruz habla con soltura, pero su tono siempre bordea lo cursi, algo que no parece molestar a sus seguidores. No dudó en detenerse varias veces para abrazar y besar a su padre, a su madre y a su mujer, Heidi, que fuera directiva de Goldman Sachs. Y es que Cruz tiene un pie dentro y otro fuera del establishment que tanto critica. Si bien su interpretación rigorista de la Constitución y su oposición sin paliativos a la reforma sanitaria de Obama le sitúan en el margen derecho del sistema, Cruz es una criatura de la élite estadounidense. Estudió en Harvard y Princeton y trabajó en el Tribunal Supremo antes de dar el salto a la política.
Quizá por eso el tono de su discurso oscila entre el populismo de quien promete firmar la sentencia de muerte de cualquiera que pretenda atacar a Estados Unidos y una suerte de erudición que a veces raya la pedantería. Su público, sin embargo, lo adora. Como le sucede a Sanders, a menudo le terminan las frases, sobre todo cuando cita a Reagan o el Antiguo Testamento.
Sanders, que no ganó, pareció haberlo hecho, frente al millar de congregados en un modesto hotel, con David Bowie de fondo
Terminado el discurso incendiario de Cruz, Neal, el voluntario de Arkansas, se abrazaba a su mujer, mientras veía vaciarse el auditorio. "Es el día más feliz de mi vida", resumía, con la mirada perdida. Como ha dicho Ted, "nuestros derechos no vienen del Partido Demócrata o del Partido Republicano, sino del Creador".
Tanto Neal como Cruz viajaron esa misma noche a New Hampshire, donde Trump les saca 22 puntos de ventaja según los sondeos. Tendrán que rezar mucho para encontrar la inspiración que les ayude a completar el doblete. Iowa es un Estado de extremos, en el que los conservadores son mucho más de derechas que en New Hampshire, que favorece a Trump o incluso a candidatos más moderados, como Jeb Bush, que el lunes patinó estrepitosamente en Iowa y podría quedar descartado si no logra un buen resultado en Iowa. De momento, y Dios mediante, la carrera republicana parece cosa de tres. Que Marco Rubio, quien en 2012 era el favorito del Tea Party para acompañar a Mitt Romney como candidato a la presidencia, sea considerado el más moderado de los tres habla mucho de el viraje a la derecha de partido Republicano.
Clinton respira, pero se muestra vulnerable. Dawn Gentsch se parece mucho a Hillary Clinton, y no solo físicamente. Las dos se expresan de manera similar, con suma cautela y diplomacia, y no se meten en ningún charco. En Estados Unidos, sobre todo lejos de la costa Este, eso a veces chirría al ciudadano medio. Como Clinton, Gentsch ha logrado el éxito en un mundo de hombres. Y, como Clinton, Gentsch se muestra cautelosa respecto del ciclón Sanders. Al terminar su trabajo en el distrito 43, Gentsch no fue a ninguna fiesta, como la mayoría de los seguidores de los diversos candidatos. La consultora se recluyó en casa, metió a sus hijas en la cama, y encendió el televisor para ver a Hillary. Como la mayoría de los seguidores de Clinton, Gentsch vivió el empate técnico con Sanders con un regusto agridulce. Habían evitado la remontada, pero Sanders era el vencedor moral de la noche.
Clinton se apresuró a salir al escenario con su marido Bill y su hija Chelsea para una victoria pírrica que ni siquiera era aún oficial. Pero, quizá por primera vez en campaña, Clinton pareció salirse del guión. "Respiro aliviada", dijo, dejando mas clara que nunca su vulnerabilidad.
Sanders, que no ganó, pareció haberlo hecho: "Hace una semana perdíamos por 50 puntos de ventaja," dijo a los casi mil congregados en el hall de un modesto hotel, donde se alojaba, con Starman, de David Bowie, de fondo. "Hemos demostrado que podemos con la maquinaria política más poderosa de América. En Iowa empieza la revolución política".
Como hace ocho años, Hillary sale tocada de Iowa. El viejo Sanders, que arrasó entre los menores de 40 años, parte además con clara ventaja en New Hampshire. Bernie y sus jovencísimos seguidores han devuelto la emoción a la política americana. El fervor conservador de los seguidores de Cruz y su habilidad como candidato no se pueden subestimar. Hay partido. Hay partidos.
Thalia Sutton lo tenía claro: nada más entrar en el aula principal de un céntrico colegio público en la zona universitaria de Des Moines, y previo paso por la mesa para acreditarse como simpatizante demócrata, se dirigió al extremo izquierdo de la sala. Le acompañaban su madre, Nancy, su hermana...
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Álvaro Guzmán Bastida
Nacido en Pamplona en plenos Sanfermines, ha vivido en Barcelona, Londres, Misuri, Carolina del Norte, Macondo, Buenos Aires y, ahora, Nueva York. Dicen que estudió dos másteres, de Periodismo y Política, en Columbia, que trabajó en Al Jazeera, y que tiene los pies planos. Escribe sobre política, economía, cultura y movimientos sociales, pero en realidad, solo le importa el resultado de Osasuna el domingo.
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Caroline Conejero
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