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La leyenda de Don Patricio

Patrick O'Connell nunca creyó en imposibles. El irlandés guió a la gloria al Betis y salvó años después al Barça

Toni Cruz 10/02/2016

<p>La imagen de Patrick O'Connell en un homenaje que le hizo el Betis en el estadio Benito Villamarín</p>

La imagen de Patrick O'Connell en un homenaje que le hizo el Betis en el estadio Benito Villamarín

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Esta es la historia de un misionero del balón. De un truhán carismático y un profesional gigantesco. De alguien que nunca creyó en los imposibles. De un jugador y entrenador adelantado a su tiempo que ya defendía que era fundamental la velocidad en tiempos en los que el fútbol aún estaba en pañales. Es la historia de un valiente sobre el verde y por el verde… y de un cobarde para una familia que le adoró y le adora en el recuerdo.

Patrick Joseph O´Connell nace en Westmeath el 8 de marzo de 1887, pero su familia se muda pronto a la Mabel Street de Drumcondra, en el corazón de Dublín norte. Con apenas catorce años consigue un trabajo de molinero en la Ringsend Road y su día se divide entre las horas que pasa sudando por trabajar y las que pasa golpeando un trozo de cuero. Le gusta jugar de lo que sería un sweeper, barriendo todo rival que se acerque a su portería y dando ánimos desde atrás al resto de sus compañeros. Era, cuentan, el alma de cada partido.

Su primer equipo fue el Liffey Wanderers. Un club de estibadores y marineros que se pasaban el día ejercitando sus callosas manos entre brea, madera y cabos. No concebían el fútbol como algo ligero. Sus partidos eran, de hecho, duros y violentos, así que Paddy aprendió y disfrutó con ese juego tan primario. Aún hoy, en Dublín unos cuantos jubilados se reúnen a tomar pintas y cantar un estribillo que resumía el espíritu de aquel club: “No nos importa si ganamos, empatamos o perdemos / por todo lo que nos preocupamos / es que va a haber un partido / y el buen viejo del Liffey estará allí”.

Su primer equipo fue el Liffey Wanderers, un club de estibadores y marineros. Sus partidos eran duros y violentos y O'Connell aprendió y disfrutó con ese juego tan primario

En 1908 Patrick deja embarazada a su novia Ellen y la presión social de la época le invita a casarse. De paso, aprovecha para marcharse a Belfast. La capital del Ulster era una ciudad industriosa y en plena expansión, con casi medio millón de trabajadores buscando (y encontrando) empleo en sus muelles. La familia O´Connell se establece en un barrio obrero, donde nace su primer hijo, Patrick, y Paddy ficha por el Belfast Celtic. Los Mighty Celtics, como eran conocidos, suponían un referente para la comunidad católica y nacionalista norirlandesa.

Pronto, las cualidades de O´Connell llaman la atención en Inglaterra y un año más tarde el Sheffield Wednesday paga 50 libras por su fichaje. En los “Owls” –entonces uno de los más poderosos de las Islas-- apenas juega 21 partidos en tres temporadas. No es feliz como futbolista y su mujer Ellen tiene que cuidar de su prole lejos de su país y con un marido que cada vez se ausenta más.

Al menos, en esa época se estrena con la selección irlandesa, de la que pronto sería capitán y con la que protagonizó una de sus mayores gestas. Entonces la República de Eire no existía como tal y los partidos del torneo de la Triple Corona (lo que en las islas equivalía a una algo chovinista y oficiosa Copa del Mundo) revestían un carácter especialmente reivindicativo. Tras vencer por primera vez a Inglaterra en Ayresome Park (3-0), los irlandeses podían ganar el trofeo si empataban ante Escocia. O´Connell, pieza clave de ese equipo, jugó el partido a pesar de haberse fracturado un brazo. Como quiera que antes otro compañero había caído lesionado, el encuentro ha pasado a la historia como ‘el partido de los nueve hombres y medio’. Irlanda empató a uno y ganó el único trofeo de su historia.

Por entonces Patrick juega para el Hull, pero el Manchester United no duda en pagar mil libras para contratar al primer irlandés de su historia. Estamos en 1914 y la Gran Guerra ya ha comenzado, pero no ha sido suficiente para detener la pasión del fútbol en las Islas. La familia O´Connell ya tiene tres hijos que empiezan a estar cansados de tanta mudanza. Además, Ellen sospecha que su marido le es infiel no sólo con el fútbol.

Con O'Connell de capitán Irlanda conquistó su primer y único trofeo de la historia: la Triple Corona. El Manchester United no duda en pagar mil libras para que juegue con ellos

Pero en el campo a O´Connell le va bien en Old Trafford. Encuentra trabajo en una fábrica de la Ford como capataz y tarda seis meses en convertirse en capitán del equipo, jugando en 1915 el que pasó a la historia como el ‘fixed match’ (el partido más amañado de la historia, según la siempre ombliguista vara de medir inglesa). Un escándalo de apuestas en un partido entre el United y el Liverpool el Viernes Santo de 1915 que se saldó con siete jugadores suspendidos de por vida. O´Connell no lo fue, aunque lanzara fuera --no por poco, casi envió su disparo al banderín de córner-- un penalti a favor. Tal vez ese fallo (el marcador aún iba 1-0 y el resultado teóricamente pactado era un 2-0 para el United) salvara el honor de Patrick. De todos modos, su nieto Mike le dijo a The Guardian que “si hubiera estado implicado, habría disfrutado de ello”.

En 1915 la Guerra vence al fútbol y O´Connell  se marcha a Londres a vivir con su hermano Larry, vividor y activista a partes iguales. Allí trabaja en una fábrica de municiones. Tras el conflicto, tiene dificultades --por su edad y por el incidente del ‘fixed match’-- para encontrar un equipo en la élite, por lo que termina sus años como jugador en clubes menores del norte de Inglaterra y Escocia. En el modesto Ashington comienza su carrera como entrenador y cerca de allí, en la estación de trenes de Newcastle, ve por última vez a su mujer Ellen y a tres de sus cuatro hijos. A partir de ese momento, la única referencia que tendrá de su marido en años será un paquete con marchamo español con algunas pesetas. Ashington, un pueblo minero, vive en un estado de agitación permanente y el fútbol pasa a un segundo plano entre tanta huelga. No le renuevan el contrato y decide embarcarse hacia el norte de España.

En Santander ocupa el lugar que en 1922 había dejado Fred Pentland y convierte al Racing en el club hegemónico en Cantabria, conquistando cinco campeonatos regionales y clasificándolo para la primera Liga de la historia (1928-29). Le echaron de allí, según confesó en una entrevista a MARCA “porque insistí en poner de interior izquierdo a un jugador en el que la afición no creía, estimándole un manta. Ese jugador se llamaba Larrinaga. A mí me echaron y Larrinaga… fue a la selección española”. Del Racing pasa al Real Oviedo, que estaba en Segunda. Tampoco termina bien en Asturias porque decidió reconvertir a Lángara en delantero (entonces jugaba de interior). El tiempo también le dio la razón. O´Connell siempre dijo que Lángara fue el mejor ariete que tuvo España.

Tras un año sabático, en el verano de 1932 ficha por el Betis (entonces no era Real). La noticia impacta en la afición bética porque el club acaba de ascender a Primera de la mano de Emilio Sampere. Los aficionados protestaron ante lo que consideraban una injusticia… hasta que se dieron cuenta de que O´Connell era el entrenador adecuado.

En su Betis primaba la defensa, pero sobre todo la compenetración entre sus jugadores. Su pareja de centrales, formada por Areso y Aedo, inspiraba temor

Se instala en el barrio del Porvenir, a apenas veinte metros del campo del Patronato Obrero, donde jugaba entonces su equipo. Sus entrenamientos resultan exigentes e innovadores, pero cuando termina el trabajo se preocupa por parecer uno más de la plantilla. De hecho, en un tiempo en el que los técnicos solían presenciar los entrenamientos sentados, fumando y con chaqueta y pantalón, O´Connell se ponía para entrenar un jersey y un pantalón corto y sudaba entre gritos y patadas. En su fútbol prima lo defensivo pero, ante todo, que los componentes de su plantilla se entiendan y se comprendan. Su grupo formado por seis jugadores vascos, tres canarios, tres sevillanos y un almeriense se compenetra a las mil maravillas. La pareja de defensas Areso-Aedo inspiraban temor. Quienes se acercaran al área bética, contaba la leyenda “podían perder la pierna en el intento”.

El Betis logra la gesta de ser campeón de Liga por delante del Madrid gracias a un 0-5 en el Sardinero de Santander. El 28 de abril de ese año 1935 doblega al Racing a pesar de que el presidente cántabro, José María de Cossío --que era madridista--, había primado a sus jugadores con mil pesetas por barba. Las pizarras de las casetas de la feria sevillana fueron anunciando, entre gran júbilo, la noticia. El recibimiento y los fastos en la capital hispalense fueron majestuosos. Dignos de la gesta.

Por aquellos días Patrick ya es Don Patricio. Acude a la tertulia de una peña bética en la calle Tetuán y se integra tan bien en España que conoce --y se casa-- con otra irlandesa también llamada Ellen y muy parecida --dicen que fue institutriz de los hijos del rey Alfonso XIII-- a la que dejó en Inglaterra. Nunca se conocieron las dos mujeres. Tampoco pareció preocuparle mucho a Patrick.

En verano de 1935 el Barcelona le ofrece su banquillo y O´Connell llega con la idea de marcar una gran época en el club culé. Implanta sus métodos y le hace campeón de Cataluña y finalista de la Copa de España (la pierde ante el Madrid 2-1 por culpa de un partidazo de Zamora). A sus órdenes tiene un grupo joven y prometedor en el que destacan Balmanya y Escolá. La Guerra Civil pilla a O´Connell de vacaciones en su país. Le escriben desde Barcelona para transmitirle que entenderían perfectamente que optara por no regresar. El irlandés sabe la situación. Y conoce también que el presidente que le contrató, Josep Sunyol i Garriga, acababa de ser fusilado por las tropas franquistas. Pero O´Connell hizo la maleta y recordó a sus superiores que tenía un compromiso y un contrato que cumplir más allá de las bombas.

La Liga se paraliza y el Barça busca recursos para seguir compitiendo y generando ingresos. Manuel Mas Soriano, un empresario catalán afincado en México, les ayuda a organizar una gira por su país adoptivo y O´Connell y sus jugadores se embarcan en un recorrido de cuatro meses que les lleva también a los Estados Unidos. Recaudan 5.000 dólares que inmediatamente depositan en una cuenta suiza para evitar que fueran confiscados por las autoridades. Ese dinero resultó clave para la supervivencia del equipo después de la Guerra, sobre todo porque apenas cuatro jugadores regresaron a España temiendo las represalias del nuevo orden. O´Connell sí que vuelve, pero es relegado por la nueva directiva --tal vez por su simpatía por la causa republicana-- hasta que rescinde su contrato en 1940.

O'Connell está de vacaciones cuando estalla la Guerra Civil. Sabe que el presidente le contrató acaba de ser fusilado. Le llaman para decirle que entenderían que no volviera. Él les recuerda que tiene un contrato que cumplir

Entonces recuerda su Betis y regresa para ayudarlo a subir a Primera. Lo consigue en su segunda temporada y, por sorpresa, decide fichar por su eterno rival. En el Sevilla, sin embargo, es mirado con recelo por su pasado y también por su presente: sigue acudiendo a tertulias béticas. No obstante, su trabajo es incuestionable. En las tres temporadas que trabaja para los de Nervión su equipo queda segundo (1942-43), tercero (1943-44) y décimo (1944-45). Justo al año siguiente de su marcha el Sevilla consigue su primer (y único hasta la fecha) título liguero.

Su carrera como entrenador termina con dos experiencias pobres en Santander y de nuevo en Sevilla con el Betis. En 1954 el club verdiblanco le tributa un sentido partido de homenaje. Allí, la crónica de ABC le dibuja con la estampa que ha quedado en la retina de los aficionados que le querían: con su sombrero Torino en la mano y saludando como un torero después de una gran corrida.

Un año más tarde, en noviembre, un joven llamado Dan O´Connell entra en un pub de Dublín en el que los jugadores españoles se estaban relajando después de empatar a dos ante Irlanda. Pregunta si alguno conocía a un hombre llamado Patrick O´Connell. “¡Por supuesto!”, le dicen. Y Guillermo Eizaguirre, seleccionador y sevillano, le cuenta dónde puede encontrarlo en su ciudad. Daniel no lo duda y se planta en la capital de Andalucía. Allí, su padre le cita en el Parque de María Luisa y, después de 37 años, su primera pregunta es: “-¿Qué tal va el United?”.

Obviamente, el encuentro no resulta muy positivo para ambas partes y Daniel, que contó la historia en su relato 'Viaje a Sevilla en tercera clase', es presentado en la sociedad sevillana como el sobrino de Patrick. No obstante, su segunda mujer se percata de la situación y la presencia de Daniel termina deteriorando su relación. De ese encuentro nacen las dos citas más memorables puestas en boca del viejo entrenador: “España es como un partido de fútbol en el que los dos equipos intentan corromper al árbitro y Sevilla es un lugar donde la gente vive como si se fuera a morir esta noche”.

Poco después, arruinado y solo, se marcha a Londres para vivir en un ático en casa de su hermano. Muere de una neumonía en 1959 y es enterrado en un cementerio en Kensal Road (norte de Londres) en una tumba en la que no figura su nombre. El poeta Peter Goulding le dedicó una balada que terminaba así: “In London, he passed on, both penniless and friendless / A tired old man with no will to survive / But in the Catalan region, his legend is endless / As the hero who kept Barcelona alive”.

La Patrick O´Connell Memorial Foundation está recaudando fondos para honrar su memoria. En el museo del Betis su nombre ocupa un lugar destacado, al igual que en el monumento que recuerda la gesta verdiblanca de 1935 cerca de donde estaba el campo del Patronato. También el Barcelona incluye su busto en su Museo, como el United lo contempla entre su listado de jugadores ilustres. En agosto del año pasado un artista irlandés, Danny Devenney, pintó en un muro de la Falls Road de Belfast para honrar su memoria.

La memoria, en suma, de un hombre único para el que la vida no era sino un lugar donde venerar el fútbol.

Esta es la historia de un misionero del balón. De un truhán carismático y un profesional gigantesco. De alguien que nunca creyó en los imposibles. De un jugador y entrenador adelantado a su tiempo que ya defendía que era fundamental la velocidad en tiempos en los que el fútbol aún estaba en pañales. Es la...

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