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“Ríe con gracia rubia, pueril y atractiva”, dice de ella el semanario Crónica. “Fraulein Stauffer, o la encantadora Clarita, es muy femenina, deliciosamente ingenua, áureamente bella y sentimental sin gazmoñería”. Nada menos. Es 1931, y la revista ofrece una crónica de la vida social madrileña entremezclando concursos de belleza, verbenas, salones de sociedad y pruebas deportivas que se cuentan entre las primeras donde participan mujeres. Ah, y relatos, seriales llenos de pasión, celos, muertes y traiciones que mantienen a las mocitas madrileñas (y a sus maridos) con el corazón en un puño esperando siete días para ver cómo continúan aquellos folletines decimonónicos en plena República española. En la misma Crónica que publica el artículo sobre Fraulein Clarita Stauffer se puede leer un fragmento de la obra Vida y Aventuras de Mademoiselle Docteur, la espía más considerable de Alemania. Y es que en ocasiones el mundo se empeña en ponerse de un serendípico que asombra…
En esa entrevista Stauffer habla con jovial desenvoltura, en ese tono inocente y biempensante que impostaban las publicaciones de la época, de su vida. Que si era hija de alemanes pero española de nacimiento. Que si disfrutaba más que nadie con las verbenas madrileñas. Que si amaba como ninguna ese Madrid del que se consideraba castiza, profundamente admiradora. Que si esto y lo otro. Que si el deporte. De política nada, tampoco era el lugar, ni el momento. Igual se fastidiaban las fotos, puro tipismo tópico. La Fraulein, todo elegante. Además, de qué se iba a poner a hablar. ¿De aquel muchacho tan amable que había conocido en Alemania, aquel antiguo cabo que subía como la espuma en la vida parlamentaria de la patria de sus ancestros? El de la mirada profunda y el gesto galante. No, Stauffer cuenta sus cosas. Ni una palabra sobre su admirado Adolf Hitler.
Clara Stauffer, Clarita por sobrenombre, es mujer pionera del deporte femenino en España. Es, fue, también una de las 107 personas afines al régimen nazi que el Servicio de Inteligencia Británico constató urdían en España una red de fuga desde Europa hasta Sudamérica tras el final de la guerra. Una petición expresa de los Aliados. Llevémonos bien, extradítenla a la nueva República Federal de Alemania para que sea juzgada por tribunales alemanes. Una petición, huelga decirlo, inútil. Sutil, educada, pero que no surte efecto. Clara, Clarita, fallecerá años después, en 1984, en su Madrid querido, en uno de esos barrios altos que Franco ordenó no bombardear. Aquí no hace falta, aquí nos esperan.
Clara Stauffer fue pionera del deporte femenino en España. También fue una de las personas afines al régimen nazi que preparó la red de fuga hacia Sudamérica tras la guerra
Clara Stauffer era hija de Conrado Stauffer, un ingeniero químico que había llegado a España en 1889 para fundar y dirigir la fábrica de Mahou, y que emparentó por matrimonio con la familia Loewe. Alta sociedad madrileña, fiestas elegantes, sombreros, zapatos y música. Colegios caros y vestidos caros. Pocas preocupaciones, en suma. Pero Clara no era frívola, o no tanto como pudiera pensarse. Tenía inquietudes, aficiones. Hasta conciencia política.
Entre las primeras nos encontramos el deporte. Porque, realmente, hablamos de una de las primeras “sportwomen” españolas. De éxitos moderados, sí, locales. No era una Lili Álvarez, para entendernos. Pero tuvo su importancia. Como la tienen siempre quienes hacen algo por primera vez.
Su amor era la Sierra Madrileña, y su verdadera afición la nieve. “Es una joya que la capital tiene allí, tan cerca”, decía. “Cuando haya unas comunicaciones adecuadas con la sierra Madrid será la ciudad más deportiva del mundo y sus habitantes podrán beneficiarse del aire puro, del tono vivificante, del ejercicio maravilloso que los esquíes y patines representan”. Era toda una novedad, lo de querer ver nieve en las alturas, digo. Para allá que se iban chicos y chicas pudientes. Para aprender a esquiar, como decía Crónica en otro de sus números, “en doce lecciones”. Para sentir esa “alegría de vivir libre y fuerte, a la que ninguna melancolía, ninguna neurastenia, puede resistir”. Una de las primeras fue Clara, como lo fueron sus amigas Elena Cruz y Elena Potestad, “caras de ojos obscuros, rasgados, cejas muy bien dibujadas y bocas rojas. Sus melenas, rizadas y vaporosas, parecen palpitar con vida fluida y eléctrica”. Es 1933, y la inefable Beatriz de León se pierde en contarnos cómo van vestidas las señoritas. Era la cruda realidad de unas primeras deportistas cuyas actividades pertenecían a las páginas de sociedad en lugar de a las deportivas… Además del esquí, Clara practicaba la natación, habiendo vencido en la famosa travesía de la Laguna de Peñalara en 1931. Su tiempo había sido de 1.39 minutos para recorrer 80 metros de gélidas aguas, aunque ella, ajena al espíritu competitivo, no tenía en cuenta estos datos pueriles. Y paseaba, paseaba mucho para tonificar las piernas. No tomaba nunca tranvía o taxi cuando salía de su casa, en el número 14 de la calle Galileo.
Soltera, culta (hablaba varios idiomas y tocaba el piano), Clara pronto se relacionó con las nuevas corrientes políticas que en España se fijaban en lo que estaba construyendo Alemania. Hizo amistad con Pilar Primo de Rivera, y acabaría siendo persona importante dentro de la sección femenina de Falange. Y fue allí, tras la guerra, bajo ese paraguas oficial que la blindaba en el Régimen Franquista, como empezó su otra vida, la que le iba a colocar como uno de los criminales nazis más buscados de España.
El Madrid de la Segunda Guerra Mundial era un rompecabezas apasionante donde, sobre un tablero solo aparentemente neutral, se desplegaban piezas en forma de espías provenientes de todas las potencias afectadas por la contienda. Y es así como, a partir de 1944, empieza a escucharse con insistencia un nombre. Hilfeverein. Una organización secreta que proporcionaba amparo legal a nazis en apuros (Alemania estaba ya en franca retirada en el continente) buscándoles un trabajo y otorgando una nueva identidad. Y allí estaba Clara, Clarita Stauffer. Con todo, su carrera como tejedora de redes clandestinas no había hecho sino comenzar.
Su actividad en la Organización Odessa fue imposible de ocultar. En 1945, el Daily Express publica un artículo en el que reconoce ayudar a refugiados alemanes de cualquier tipo "salvo los comunistas"
Toda su casa estaba llena de botas, camisas, pantalones, calcetines y guantes. Sin esvásticas, claro, era ropa con la que los soldados alemanes que atravesaban los Pirineos presionados por los avances aliados podían ir tirando. Mientras se organizaba la huida. A América del Sur, Argentina, preferentemente. Era la famosa Organización Odessa, aquella que, con paso por España, permitió saltar el Atlántico a cientos de criminales nazis. Algunos tan llamativos como Otto Skorzeny, una absoluta leyenda en las filas nacionalsocialistas, un hombre de acción que contaba entre sus éxitos la alucinante misión de rescate a Mussolini en el Gran Sasso de Italia. Que estuvo en casa de Stauffer. Hablando de esquí, quizá. Que fue a Argentina a vivir tranquilamente, a encamarse, dicen, con Evita Perón. Que acabó muriendo en paz en España, en Madrid, el año 1975. Ese Skorzeny. También Eichmann sale gracias a la organización de Stauffer, ayudado por la embajada argentina de Madrid y el consulado de Barcelona.
Los primeros 43 “refugiados” nazis oficiales llegan a España a finales de 1945, al amparo de la UNRRA (United Nations Relief and Rehabilitation Administration), burlando grotescamente la filosofía con la que nació esta asociación. Pero de forma clandestina ya habían entrado muchos. Algunos, como el tristemente famoso Reinhard Spitzy, han arribado al país en 1942. Spitzy se mantiene escondido un tiempo en la localidad montañesa de Santillana del Mar, alojándose en casas de diferentes sacerdotes cántabros. Tiempo después saldrá en dirección a Argentina desde Bilbao, a donde ha llegado disfrazado de cura y con el beneplácito de la Iglesia…
Las actividades de Stauffer aumentan en volumen, y empiezan a ser imposibles de ocultar. Sefton Demers, un periodista británico, publica el 23 de enero de 1945 un artículo en el Daily Express en el que Clara reconoce ayudar a refugiados alemanes de cualquier tipo “salvo los comunistas”. Con todo, la declaración de un prófugo nazi, emitida bajo el pseudónimo Rodak, deja bien a las claras que el propósito no es sino conseguir que los criminales nazis crucen el océano, y que para eso Stauffer utiliza sus influencias en el Gobierno Español (Pilar Primo de Rivera mediante) y pasaportes falsos expedidos por la Cruz Roja Internacional. El artículo es tan contundente, sus afirmaciones tan escandalosas (se radió su contenido íntegro por la misma BBC el 25 de enero de 1945) que crea un conflicto diplomático, con el Ministro Martín Artajo teniendo que negar la mayor ante el Gobierno inglés. No importaba, ella estaba blindada. Como lo estuvo más tarde cuando, en 1947, el Servicio de Inteligencia Británico incluye su nombre entre los 107 que conforman la lista negra de los agentes nazis más buscados en España, aquellos que, en aras del buen entendimiento entre ambos países, las autoridades de Franco debían detener de inmediato y entregar al nuevo gobierno alemán para su posterior juicio. “Clara Stauffer. Una de las principales organizadoras de un Hilfsverein secreto. Está trabajando actualmente para proveer a súbditos alemanes de documentación falsa, ayudándoles a encontrar ocupación, etc.” Apenas un puñado de esas extradiciones se llevaron a cabo. Apenas.
Ella, Clara, Clarita Stauffer, la nadadora, la esquiadora, la pizpireta madrileña de pura cepa, quedó en libertad. Influyente, absolutamente inmune. Falleció, como dijimos, casi cuarenta años después, en una España que ya era democrática.
“Ríe con gracia rubia, pueril y atractiva”, dice de ella el semanario Crónica. “Fraulein Stauffer, o la encantadora Clarita, es muy femenina, deliciosamente ingenua, áureamente bella y sentimental sin gazmoñería”. Nada menos. Es 1931, y la revista ofrece una crónica de la vida social...
Autor >
Marcos Pereda
Marcos Pereda (Torrelavega, 1981), profesor y escritor, ha publicado obras sobre Derecho, Historia, Filosofía y Deporte. Le gustan los relatos donde nada es lo que parece, los maillots de los años 70 y la literatura francesa. Si tienes que buscarlo seguro que lo encuentras entre las páginas de un libro. Es autor de Arriva Italia. Gloria y Miseria de la Nación que soñó ciclismo y de "Periquismo: crónica de una pasión" (Punto de Vista).
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