Ruina / Grafitero
“Mi trabajo conecta con el malestar que flota en el aire”
El artista urbano ha participado en las intervenciones en el centro de Madrid de la iniciativa Cultura para la Igualdad
Miguel Ezquiaga 24/02/2016
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Su lienzo en blanco son los muros. Plaga la ciudad con mensajes que esperan a ser leídos como aquellos que el náufrago arroja al mar dentro de una botella. Se hace valer del color y la palabra para reclamar nuestra mirada. Y en una atmósfera sobrecargada de estímulos visuales, él lo consigue. Ruina acaba de pintar un mural en el marco de la iniciativa Cultura para la Igualdad, promovida por el Ayuntamiento de Madrid, en la que diversos artistas intervinieron en diciembre el espacio público del centro de la ciudad para plasmar la idea de igualdad entre hombres y mujeres. Su propuesta a este efecto, “contundente y desde la izquierda”, afirma, recoge una emblemática cita de Rosa Luxemburgo: “Socialmente iguales, humanamente diferentes, totalmente libres”. La frase acompaña a una figura femenina con la mirada puesta en el horizonte, flanqueada por una espada rota y un corazón. Al igual que con las últimas palabras que la alemana escribiera durante la noche de su ejecución — recogidas en El orden reina en Berlín—, esta imagen sugiere grandeza en la derrota.
Ruina, o El Rey de la Ruina, es el último álter ego de un artista nacido en Cornellá. Estudió Bellas Artes entre Barcelona, Bilbao y Lisboa, pero reside en Madrid desde hace unos años. Aquí es donde ha conseguido hacerse hueco en el imaginario de la ciudad, conectando con el malestar social de una generación marcada por las promesas de éxito truncadas y un futuro incierto. Sus frases e iconos forman parte de un Madrid que aguardaba aletargado en la sombra y despertó colmando las calles y las plazas.
La cita es en una cafetería del madrileño barrio de Lavapiés que está situada frente a su último trabajo. Quizá porque ha tenido malas experiencias con los medios viene acompañado por Borondo, artista que, con un estilo más pictórico y cercano al expresionismo, también interviene en el espacio público.
¿Quién es Ruina?
Es la conclusión de diferentes alias de trabajo. Antes, por ejemplo, firmaba Frágil. No siempre he pintado en la calle, pero lo que allí pasa despertaba mi interés. Tanto el grafiti como intervenciones más asociadas al mundo del arte. Aunque vengo de una formación académica, puntualmente me he escapado a disciplinas callejeras, autodidactas, para experimentar. Uno de estos álter ego es Ruina. Tiene que ver con el resto de cosas que he hecho, pero se caracteriza por un fuerte interés crítico y un tratamiento sarcástico, ácido, de los temas. Formalmente, hago un uso muy contrastado del color y utilizo un estilo naíf que llame la intención. La excusa visual para transmitir un mensaje.
Utilizo el icono, que es un recurso típico del grafiti como contenedor de un mensaje, a través de la repetición, me cuelo en la retina de la gente. He bebido mucho de las pintadas del punk, de las proclamas políticas. Pero introduciendo un dibujo en serie consigo captar la atención, entonces sí, establecer un diálogo. Convierto el corazón, el 6 y el 4, o la corona, en una pizarra que cada vez recoge un mensaje distinto que me apetece propagar. Las frases a veces son explícitas, pero otras tienen un contenido más poético o surreal.
Hay artistas urbanos que pintan para expresarse, otros que lo hacen para generar un cambio en su entorno… ¿Por qué lo hace usted?
Lo que me interesa es comunicar. Ruina es un proyecto personal. Para incidir en lo que me rodea y arrancarle al statu quo algún tipo de transformación ya participo en otros proyectos políticos más colectivos, como el Patio Maravillas. Otra cosa es que por mi cultura, por mi naturaleza y por mi contexto, los mensajes que plasmo tengan una carga social importante. Escribo sobre mis propias preocupaciones.
Mi trabajo es como un diario, tengo más bocetos pintados en la calle que en un cuaderno de casa.
Hubo una época en la que trabajaba mucho con grandes formatos, hacía uno al mes, a las afueras de la ciudad, con pértigas y cargando muchos litros de pintura. Notaba una responsabilidad y una carga, literal y metafórica, tan bestia, que me hizo pendular hacia el lado contrario. Empecé a llevar a cabo piezas más pequeñas, continuadas en el tiempo… frescas, espontáneas, hechas sin llevar un croquis en la mano: cápsulas de pensamiento en pequeñas dosis. De esta manera la posibilidad de diálogo con el viandante crece porque mi trabajo se hace más visible.
Borondo: Las intervenciones de un mismo artista repartidas por un mismo territorio se están perdiendo. La gente se mueve mucho por Internet y para conseguir impacto en las redes necesitas recurrir a formatos más espectaculares. La dimensión humana, viva, que dio lugar al primer grafiti, está desapareciendo.
Sus corazones con mensajes en el interior son una referencia, ¿cómo comenzó a utilizarlos?
Todo empezó hace unos diez años. En aquel momento vivía en Barcelona y estaba pluriempleado. Un día comencé a sentir un dolor punzante en el pecho, era fuerte y me impedía inspirar hondo, así que acudí al médico preocupado. Resultó ser una pleuritis provocada por la repetición reiterada del mismo movimiento fregando platos en el restaurante para el que trabajaba. Pero en el electrocardiograma detectaron algo más, un hallazgo que no buscaban: me diagnosticaron cardiomegalia, agrandamiento anómalo del corazón. Le encontré mucha poesía al asunto y comencé a pintar corazones de gran tamaño, 8 o 9 metros de altura. Debía ser en torno a 2006, y La Mixed Media, El Grito o Blu daban lugar a una proliferación de grandes murales en todo el estado.
En Madrid, durante el verano de 2011, el concepto cambió. Estuve pintando muchas noches de calor junto a Sabek y Pincho, y el corazón pasó de ser un ideograma enorme, con sentido por sí mismo, a usarse como un bocadillo de tebeo en el que introducir contenido escrito. El momento acompañaba, la acampada de Sol aún resonaba en el kilómetro cero y muchas asambleas tomaban cuerpo en los barrios y pueblos de Madrid. Había que tomar la palabra, alzar la voz, señalar a los culpables del expolio. Yo lo hice a mi manera: pintando.
Se define como urbanista de baja intensidad, ¿el arte urbano es una forma de crear ciudad?
Sin duda, el arte urbano es una forma de participar en el espacio que habitamos. La ciudad es un organismo vivo, está sujeta a constantes cambios. Algunas de esas metamorfosis son efecto de la planificación institucional, obras públicas, alteraciones en el trazado... Otras son producto de la intervención de agentes privados, como las terrazas en verano o las vallas publicitarias. Pero las personas de a pie no son conscientes de su capacidad de contribuir a la ciudad. El grafiti es una forma para ello.
Por otro lado, en el siglo XXI, el arte urbano puede estar íntimamente relacionado con los procesos de transformación de la ciudad, como la gentrificación. En ese caso, se convierte en una herramienta que, junto a otros factores, contribuye a un lavado de cara de algunosbarrios degradados, convirtiéndolos en lugares atractivos que al revalorizarse son objeto de especulación.
La gentrificación o elitización de ciertos barrios del centro de Madrid es un tema recurrente en su obra. ¿Cree que su trabajo podría tener esa consecuencia?
Yo no puedo escapar a ese tipo de lógicas tan complejas. Todos estamos metidos en el mismo engranaje pero, eso sí, se puede ser grasa o china entre los rodamientos. Yo elijo ser la china e intento problematizar la realidad, generar un cierto cuestionamiento a través de mis mensajes. A veces consigo conectar con el malestar que flota en el aire y entonces se enciende una chispa. El caso del corazón Ingentrificable en la calle Mesón de Paredes, Lavapiés, resulta paradigmático precisamente porque la gente lo hizo suyo. La idea surgió durante una conferencia del Observatorio Metropolitano en la librería Traficantes de Sueños. Allí se planteó la dificultad de que un proceso de aburguesamiento o gentrificación similar al que ocurrió en Malasaña a principios del nuevo siglo se replicara en Lavapiés, dada la propia estructura del barrio. La propiedad horizontal de los inmuebles, el chabolismo vertical o el mayorismo lo hacían ingentrificable. El término cuajó hasta tal punto que cuando alguien pintó encima fueron los propios vecinos quienes restauraron la pieza.
Hemos visto al punk morir para renacer después en Zara, Banksy es un reclamo turístico en Londres… Todo es susceptible de ser comercializado, capitalizado. Incluso aquello que parece ir contra lo establecido. Depende de cómo lo hagas y con quién, puedes intentar contrarrestar ese efecto. El hecho de que mi trabajo no encaje en los parámetros de lo entendido como bonito viene de ahí. Hacerlo feo para ver hasta dónde podéis tragar. Eso es difícilmente recuperable por el Mercado.
¿Qué le gustaría que pasara en la escena del grafiti actual?
El arte urbano es usuario de facto de la ciudad. Eso sí, yo defiendo cierta responsabilidad. El espacio público es muy visible y a veces se instrumentaliza con cierto afán de protagonismo. Hay gente que busca fama, hacerse un nombre… me gustaría que la calle no se trivializase de ese modo. Es un espacio de todos.
Por otro lado, quisiera que la comunidad fuera valorada. La mayor parte del dinero que se mueve en el grafiti es para borrarlo, no para darle el lugar que merece. Los chavales que se expresan pintando eligen la ciudad como su campo de batalla y la entienden a la perfección. Eso merece respecto, no criminalización.
El grafiti es síntoma de las contradicciones de estos tiempos. En un mundo utópico quizá no existiría. Qué aburrido, ¿verdad?
Su lienzo en blanco son los muros. Plaga la ciudad con mensajes que esperan a ser leídos como aquellos que el náufrago arroja al mar dentro de una botella. Se hace valer del color y la palabra para reclamar nuestra mirada. Y en una atmósfera...
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Miguel Ezquiaga
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