En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
El año 77 fue la pera. Un pariente estaba seriamente herido de cáncer en París, y mi padre nos cogió y nos llevó. No sé de dónde sacó la pasta. No sé de dónde la sacaba. Mi padre se sacaba cosas de la chistera. Eso, cuando no se tiene chistera, es absolutamente mágico. Fuimos, además, a tutiplén, en Air France. Fue mi primer vuelo. Recuerdo a las azafatas de Air France, olían a Opium, el perfume de Madame Trudeau y de mamá, y eran rubias y con los ojos azules como el mar de otro planeta. Y recuerdo que el viaje me resultó larguísimo y que, por aburrimiento, me leí la revista que mi padre había comprado para el vuelo. Creo que fue la primera vez que leía prensa. Uno, en fin, accede al conocimiento o a la ignorancia por lo mismo. Por aburrimiento.
Esa revista era Triunfo, o Cambio 16, que no me acuerdo. Igual era Cambio16, porque hablaba de desencanto, ese concepto que verbalizó la revista. La revista, en fin, tenía que ser la pera. Aportó el concepto luminoso y propagandístico de Transición, y el concepto oscuro y dirty realism de desencanto. Recuerdo, en todo caso, que en la revista había un especial monográfico sobre punk. Recuerdo que lo que más me llamó la atención fue un gran reportaje sobre un grupo que se llamaba Sex Pistols, y que había sacado un LP que, traducido, significaba nonostoquéisloshuevosaquíestamoslossexpistols. Nunca jamás había escuchado nada tan bestia. Si alguien hubiera dicho esa frase en mi cole, le habrían dado un sopapo. O le habrían hecho director. En el reportaje había un billetito sobre el improbable punk español, y una breve entrevista a un tal Ramoncín, un tipo que me pareció algo ya transitado. Todo un insulto si pensamos que el tipo que consideraba transitado a Ramoncín tenía 12 años. Los Sex Pistols, en todo caso, se veía en las fotos que iban en serio, que tenían un secreto que iba en serio. Me quedé fascinado. Además, eran anarquistas, como el señor herido que íbamos a ver a París. Para mí era sorprendente que fueran anarquistas. Los anarquistas que yo conocía eran viejos, y no tenían el aspecto de ser unos Sex Pistols, unos gamberros divertidos, sino personas a las que les acababan de dar una paliza. La paliza que les dieron, en efecto, tuvo que ser descomunal, pues siempre tenían el aspecto de acabar de serles propinada.
Para hacerlo todo más intenso, a los dos días de patear París vi a mis primeros punks. Nadie les miraba en toda la ciudad salvo yo. Supongo que tendrían 20 años. Esa edad en la que uno se imagina a Aquiles. Eran mayores. Para mí, de otro planeta/Liga. El planeta/Liga de los héroes. Fue, además, en los Champs Élysées, esa zona del Hades en la que están los héroes. Iban vestidos de punk de boutique. Como, de hecho, los Sex Pistols, ese grupo que nació para promocionar una boutique. Lo que llevaban encima yo jamás podría pagármelo. Los miraba como algo que yo nunca podría ser o tener. Como quien mira una moto o un coche rojo. Uno llevaba el pelo rojo y erizado. Otro una cresta negra. Lo más impresionante, no obstante, era su mirada. Era una mirada sin fe, diferente a otras miradas sin fe que conocía. No era la mirada del amargado, del tonto o, todo lo contrario, del chorizo --sabías que un amigo se había metido a chorizo, precisamente, por la mirada--. Y no era la mirada del yonki, que aún no conocía, pero que en breve me hartaría de conocer. Era, lo dicho, una mirada sin fe, que jamás había previsto. Y yo, de fe, sabía un güevo. Habíamos venido a París, de hecho, para ver morir a alguien que había dedicado toda su vida a cambiar el mundo, esa variante laica de la fe. Yo aún no lo sabía, pero en breve vería esa mirada de ausencia de fe, de estar de vuelta, cotidianamente, en mi pueblo --cinturón exrojo de BCN--. Y en mi espejo, cada mañana. De hecho, la sigo viendo. Las cosas, cuando van en serio, no implican vestuario o peinado. Implican sólo la mirada. Lo supe al ver a aquellos dos punks. Como lo supe al ver la mirada del hombre a punto de morirse. Ambos grupos de miradas, ahora que lo pienso, se parecían. No contemplaban el futuro. Contemplaban el ahora. Bueno, la del hombre moribundo era más de pensar en el pasado. También sé un güevo de muertos. Sé, por ejemplo, que en los momentos previos a la muerte el pasado es una pesadilla.
Hola. Esta es una nueva sección. Semanal. La idea es plantear en ella hechos inquietantes de la vida. Concretamente, de mi vida, que es la vida que tengo más a mano. He estado pensando, para iniciarla, en el hecho más determinante de mi vida. Pero he llegado a la conclusión de que no existe. Si analizas tu vida, los hechos mas determinantes acostumbran a venir a ti desde otras vidas. O, directamente, del azar. Nunca sabes si todo eso es tu vida, o su ruido. Igual lo sabes cuando estás a punto de morir, y de ahí la pesadilla. Anyway. La vida ocurre en la cabeza y en las manos, dos objetos, por lo general, siempre repletos, por lo que es difícil adivinar cuáles son los importantes. Igual, lo más importante que ha pasado por tu cabeza o por tus manos ha sido una cintura. O, como en la peli, un trineo. O quizás no. Esas cosas se saben --volvemos a lo de la pesadilla-- cuando es demasiado tarde.
Me he decidido a empezar hablando de punk, porque últimamente me planteo que lo soy, por lo que debe de ser mi tradición más vieja. Supongo que es un rasgo generacional. Los de la generación anterior --y, en cierta manera, los de la posterior-- eran hippies. La mía no era nada. No tenía atributos. Es decir, era punk. Supongo que ese no ser nada/ser punk debe de ser determinante. Me/se lo explico. Por supuesto, ser punk no es su atrezzo. Es, lo dicho, una mirada. Es decir, muchos cables y mucha electricidad, que determinan una lógica, que acaba saliendo por los ojos en forma de mirada. De una manera u otra, abarca varias generaciones y llega hasta poco antes del siglo XXI. Copa el arte y el mundo de las microdecisiones y las macrodecisiones cotidianas de millones de personas. Es una suerte de individualidad, de desconfiar de lo colectivo, de apostar por las decisiones propias y personales, y de verlas como las únicas honestas y fiables. Lo que implica que donde crecimos, nuestro tramo de vida, era algo contrario a la honestidad y a la fiabilidad. La cosa punk que les explico se traduce en una suerte de ausencia de ética --en algunos casos, literalmente--, o en el uso de una ética personal, que ya no es épica, por lo que no tiene sentido ser confesada ni explicitada, sino ser aplicada, con modestia, sin copyright y sin darle al botón de las mixed--emotions. Se trata de cinismo. El cinismo es todo lo que uno quiera, pero también es una suerte de higiene. Impedía llegar a las cumbres de cinismo de los hippies, de la generación anterior --de proporciones artísticas; mis primeros despidos me los propinaron, por ejemplo, jefes exhippies que recibían órdenes, pero que, aun así, en el momento del despido te chorreaban con valores democráticos que tiraban de espaldas--, que no conoció, al parecer, mecanismos para paliar ese descenso a los infiernos, como lo es el escepticismo.
No es gran cosa, pero ha permitido transportar durante años un legado. Ese legado es la capacidad de tener criterios personales, opuestos a los mayoritarios, de haber transportado, durante años y en la cabeza y en las manos, objetos minoritarios, que algún día tendrán utilidad para muchas más personas. No sé, cierta concepción de libertad individual, de justicia, de sentido del deber. De desconfianza ante los discursos chachis. Igual todo eso hubiera muerto --bueno, nunca muere, pero se pone pocho cada X años--, si no lo hubiéramos utilizado en el trabajo, en las elecciones personales, en lo que escribíamos, una lógica punk. Es decir, sin importarnos un pito su recepción.
Bueno. Esta sección /lógica queda inaugurada. Ya les iré explicando. Espero que aporte un sentido. Si no lo aporta, lo descubriré demasiado tarde. Tras leer este articulete, ya sabrán que se descubren las cosas importantes.
El año 77 fue la pera. Un pariente estaba seriamente herido de cáncer en París, y mi padre nos cogió y nos llevó. No sé de dónde sacó la pasta. No sé de dónde la sacaba. Mi padre se sacaba cosas de la chistera. Eso, cuando no se tiene chistera, es absolutamente mágico. Fuimos, además, a tutiplén, en Air France....
Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí