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No podemos vivir sin comer, pero tampoco sin beber. ¿Se imaginan ustedes que les corten el agua por no tener dinero para pagar el recibo? ¿Se imaginan no tener para beber y ducharse, lavar la ropa o cocinar un guiso? ¿Hay algún partido político en España que se atreva a decir, como dijo hace unos años el infame e inteligente jefe del grupo Nestlé, que “el agua no es un derecho humano y se debe privatizar para tomar conciencia de su importancia y coste”? Entiendo a Nestlé porque es el principal vendedor de agua embotellada y este mercado le da muchos millones de euros. Además este señor, Peter Brabeck-Letmathe, no es tan “malo” como parece y puntualizó luego, tan diplomático él, tan civilizado, que “debería haber un mínimo vital gratuito de 5 litros de agua potable y otros 25 litros para higiene, eso sí, el resto de pago”. Sin embargo en el mundo esa demanda sigue siendo una remota utopía para ochocientos ochenta y cuatro millones de personas. Dos mil setecientos millones carecen además de alcantarillado así que beben su propia mierda, enferman, mueren. Literal.
¿Se imaginan ustedes que hubiera muertos en España por no tener para pagar el agua? ¿Por no tener para pagar el servicio de aguas residuales? De hecho debería de estar habiendo ya miles de muertos “de los nuestros”, porque aquí tampoco el agua es un derecho humano constitucional. Y no ocurre porque el agua que hay en los ríos y debajo de la tierra es un bien público, una propiedad de todos (aunque en muchas ciudades su gestión se haya privatizado) y la inmensa mayoría de los ayuntamientos median, pagan, interceden o amenazan a esas gestoras si se atreven a cortar el agua a alguna persona por no poder pagarla. Los alcaldes conocen a sus vecinos personalmente y saben lo que esto supondría, sería de verdad el comienzo de una revuelta social enorme si a todos esos cientos y miles de personas se les cortase el agua de beber. En este caso la injusticia del tema es tan obvia y transparente para la mayoría de la gente que Fuenteovejuna sería una chiquillada. ¿Se imaginan que hubiera que pagar por respirar aire limpio? Tampoco hay mucho que argumentar en este caso. Por ahora.
Sin embargo parte del establishment tiene miedo de que el agua, su acceso a un mínimo vital por definir, se convierta en España en un derecho humano porque detrás vendrían otros “derechos”, también “humanos”, no menos necesarios para vivir. El agua sería el principio de todo, como lo fue siempre, el principio de la vida en el mundo, la molécula que compone el 70% de nuestro cuerpo, lo que de verdad compone nuestra alma. Y el derecho al agua escrito blanco sobre negro en una ley iniciaría un montón de preguntas encadenadas en torno a por qué no pueden ser derechos humanos, ya que son imprescindibles para vivir, el derecho a un mínimo vital alimenticio, el derecho a un mínimo de energía para calentarse y cocinar, el derecho a un techo contra las inclemencias. De hecho la crisis ha convertido en bofetadas esas preguntas que hace unos años nos parecían retóricas o remotas, propias de países subdesarrollados. Porque de hecho, aquí en España, hay más de dos millones de personas que no tienen lo suficiente para comer y tienen que pedir comida a los bancos de alimentos (dato Intermón-Oxfam), hay cuatro millones que sufren pobreza energética y enferman y no pueden calentarse la comida (dato Asociación de Ciencias Ambientales), hay más de trescientas mil familias desahuciadas que se quedaron sin casa y sólo gracias a la lucha ciudadana no están sufriendo el dolor y la humillación atroz de la intemperie (dato Plataforma Afectados por la Hipoteca). Igual que la sociedad tiene muy claro que la sanidad o la educación son derechos que las administraciones públicas satisfacen y debe seguir sufragando gracias a los impuestos, se ha despertado la necesidad de poner negro sobre blanco esos otros derechos, y esa conciencia es una revolución social enorme que va a cambiar en poco tiempo una parte muy grande del sistema político y económico de Europa, quién sabe si del mundo. Y todo por el agua.
Así que volvamos al agua. En España la cosa es complicada. Siendo un bien público y estando protegido por un montón de leyes que se inician con retórica y poética belleza discursiva, sufre todo tipo de enjuagues y de infamias, en parte porque las décadas de dictadura franquista permitieron, fomentaron e incitaron un uso cleptocrático del recurso y una explotación salvaje por constructoras de presas y compañías eléctricas. También porque se ignoraban entonces otros valores económicos, sociales y ecológicos que tenían los ríos y sólo se computaba su utilidad agrícola, su riqueza para convertir en regadío el secano y la estupenda cloaca que era su cauce y su corriente. España era y es, por su clima y por su orografía, un país en el que abunda el agua por el norte y va escaseando por el sur, un territorio en el que los ríos crecen mucho en invierno o primavera y se agostan bastante en el verano. El agua no nos falta ni sobra sino que se dice que está “mal repartida”. De este concepto, hoy viejuno y equivocado, de la falsa idea de que “si el agua de los ríos llega al mar se está desperdiciando”, de la estúpida impresión de que “hacer tierras de secano regables genera riqueza para todos”, de la infame idea de que “un río sigue siendo un canal de riego y una alcantarilla”, de la inútil impresión de que “el agua se puede llevar de un sitio a otro a través de trasvases sin que se destruya nada demasiado importante”, de la enorme equivocación de pensar que “las sequías o las inundaciones se solucionan con más presas y más canales”… de toda esta retórica falsa se aprovecha parte del establishment que se sigue haciendo muy rico a costa de este recurso propiedad de todos.
Pero esta sociedad ya no es la misma, “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. Franco ya no inaugura pantanos (aunque el Plan Hidrológico del Ebro plantea hacer treinta y cinco). Cualquier ciudadano inquieto, curioso, visitante ocasional de alguna ribera para pegarse un baño en el verano ha visto en qué se han convertido nuestros ríos medio secos o secos del todo, saturados de fertilizantes y llenos de verdín, apestando a peces muertos y aguas mal depuradas, encerrados en presas enormes o pequeñas que se van llenando de lodos hasta ser casi inútiles, descubriendo las enormes tuberías que llevan el agua de unos lugares donde tampoco sobraba a otros en los que una agricultura intensiva pero con sistemas de riego anticuados o un urbanismo de burbuja, jardín subtropical y campo de golf anexo han propiciado que su sed destructiva sea insaciable. Ya no es cosa de visionarios ecologistas, ni de científicos aislados, ni de ribereños hartos de ver su paisaje y su río pisoteado, seco, sucio o encerrado. Ya es el ciudadano corriente quien ha visto que quieren seguir privatizando, explotando y ensuciando para el beneficio de unos pocos “también la lluvia”. Y esos ciudadanos se han comenzado a movilizar y a ser activos para defender sus ríos, su agua, su lluvia. Se trata del nacimiento de una nueva cultura del agua. Una cultura que no es alternativa o utópica sino el único camino posible ante el cambio climático que va a hacer de España, en bien pocas décadas, un lugar con menos agua disponible, más seco y más inhóspito. Una cultura que por fin pone en valor económico la diversidad biológica que vive en esos ríos, la necesidad de los cauces naturales para mantener la humedad, los bosques de ribera, las aguas subterráneas, la obligación de no desperdiciar el agua en sistemas de riego derrochadores ni de hacer regadíos sin sentido cuando los excedentes agrícolas son crecientes y grandes terratenientes se enriquecen gracias al subsidio europeo de esos cultivos. Una cultura que reivindica no seguir privatizando su gestión y evitar que se vendan los derechos de concesión, que quiere remunicipalizar el agua potable y que el ciudadano participe en el qué, el cómo y el para qué sin dejar en manos de entidades públicas mastodónticas, grandes empresas o grupos de poder esa cosa preciosa, preciada e imprescindible para la vida que llamamos agua.
… Y luego está beber. O es lo primero. Cuando abra el grifo de su casa piense en ello, cuando llene una cazuela para cocer pasta, cuando se duche por la mañana. El derecho humano al agua abre la puerta a una revolución social de dimensiones incalculables. Siempre hablamos desde Gastrología de “las cosas del comer”, pero “las cosas del beber” son mucho más importantes. Los ríos lo son todo y no son sólo nuestros. Los ríos son la vida, sin ellos sólo hay desierto. Es poco “científico” pero me gustan mucho una palabras que escribió el pescador y escritor Norman Maclean en una novela titulada A River Runs Through It, en español El río de la vida: "En algunas de las piedras hay gotas de lluvia y témpanos, bajo las piedras están las palabras y algunas de las palabras son las de ellos. Estoy hechizado por las aguas". Por eso me gustaría dedicar esta Gastrología a la activista medioambiental Berta Cáceres. Va por ella, que hablaba con los ríos.
Notas:
Tan importante como el agua potable es el tratamiento de las aguas residuales. Uno de los ensayos más incisivos sobre esta cuestión de la mierda es La mayor necesidad. Un paseo por las cloacas del mundo, de Rose George. Editorial Turner-Noema.
Derecho humano al agua: resolución 64/292, Asamblea General de las Naciones Unidas. Para saber más de la Nueva Cultura del Agua: http://www.fnca.eu
Imprescindible: También la lluvia, dirigida por Icíar Bollaín en 2010, en la que trata de la guerra del agua de Cochabamba en el año 2000. Su detonante fue la privatización del abastecimiento de agua potable municipal. Querían privatizar también la lluvia.
Para entender muchas de las emociones que nos regalan los ríos y su historia, más allá de su valor ecológico, está muy bien el libro El rio que nos lleva, del economista y escritor José Luis Sampedro. Y El río de la vida, de Norman Maclean, ya citado, publicado por la editorial Los Libros del Asteroide.
No podemos vivir sin comer, pero tampoco sin beber. ¿Se imaginan ustedes que les corten el agua por no tener dinero para pagar el recibo? ¿Se imaginan no tener para beber y ducharse, lavar la ropa o cocinar un guiso? ¿Hay algún partido político en España que se atreva a decir, como dijo hace unos años...
Autor >
Ramón J. Soria
Sociólogo y antropólogo experto en alimentación; sobre todo, curioso, nómada y escritor de novelas. Busquen “los dientes del corazón” y muerdan.
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