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La Comisión Europea y el Gobierno de España, en vista de las intensas y crecientes críticas sociales en torno a las condiciones del futuro tratado de libre comercio con EE.UU., ha montado una enorme campaña de propaganda para vendernos las ventajas del tratado, orientando gran parte de esa propaganda hacia las pymes que son las empresas más reticentes hacia este acuerdo. Los documentos disponibles están ahí.
Desde esta información denuncio cómo va a afectar el TTIP a lo que nos metemos en la boca en España. Parece que para el sector del automóvil la cosa pinta muy bien: “Las exportaciones de vehículos de motor de la UE a los Estados Unidos se espera que aumenten en un 149 %”, imaginamos que los alemanes ya se están relamiendo ¿No será el descubrimiento por parte de una universidad americana del fraude en las emisiones de los coches de Volkswagen una estrategia indirecta para intentar frenar el desembarco?
Pero no, aquí los coches y sus miasmas nos importan una m…, estamos en ‘Gastrología’, que es una rama bastarda de la sociología que curiosea sobre lo que nos alimenta, por qué nos gusta, de dónde viene, cuál es su historia y quién lo produce. Puede parecer una obviedad, pero los alimentos no nacen y crecen en los supermercados sino en los campos y las granjas del mundo, puede parecer una minucia porque la agricultura y la ganadería española apenas aportan menos del 3 % al PIB nacional y ocupan a menos de 6 % de la población activa, pero a mí me importa mucho, no por patrioterismo barato, ni por la gilipollez esa de la Marca España, sino porque me parece que los agricultores y ganaderos españoles producen frutas, verduras, legumbres, cereales y carnes de calidad, con una seguridad alimentaria altísima y con una oferta y variedad deslumbrante. Me importa porque un montón de pymes cogen todos esos productos y fabrican unos alimentos procesados estupendos, en particular unos quesos, embutidos, jamones, mermeladas y conservas que me hacen feliz cuando me los como. Y me importa de forma absolutamente egoísta, nada patriótica, porque quiero poder seguir comprándolos, guisándolos y comiéndolos, y el TTIP es una seria amenaza para que esto siga ocurriendo. ¿Por qué? Por tres razones sustentadas en toneladas de datos objetivos que son fáciles de encontrar en la red:
Los excedentes alimentarios de EE.UU. son enormes y la historia reciente nos demuestra su inmensa capacidad para transformar la demanda mundial e inundar los mercados con ellos eliminando a la competencia o convirtiéndola en marginal. Las grandes empresas agrícolas y ganaderas estadounidenses controlan grandes extensiones del mundo, en particular de América Latina. Es de sobra conocida su capacidad para tumbar y poner gobiernos títere a su antojo durante el siglo XX en esa parte del mundo. Producen además unas pocas variedades vegetales y animales, las más rentables, las que mejor aguantan las plagas, el almacenamiento y el transporte, que no son las más ricas, ni las más sabrosas, ni las más saludables ¿verdad Monsanto?
Los EE.UU. cuentan con una enorme industria multinacional de transformación de alimentos con los más poderosos recursos y medios de marketing para cambiar las tendencias de consumo. Las pymes españolas no tienen nada que hacer ante ese inmenso músculo de propaganda. La “macdonización” de la alimentación no es el desembarco de las cadenas de hamburguesa en todos los rincones de nuestras ciudades sino la sustitución en apenas dos décadas de la famosa dieta mediterránea por una dieta hipercalórica de comida procesada y fabricada por unas pocas corporaciones con ingredientes de origen remoto.
Y tercera razón. Aunque pensemos que somos la hostia y que nuestros Arguiñanos, Adriàs, Rocas a Davisitos Muñoz dominan el mundo del puturrú de fuá y todo el universo admira nuestra tortilla de patata, deconstruida o no, nuestra paella o nuestro jamón pata negra, lo cierto es que en los hogares españoles cada vez se come peor, los índices de sobrepeso y obesidad se acercan a los yanquis. La comida industrial y procesada ha “okupado” nuestras neveras y cerebros sin que nos demos cuenta. Nosotros, por desgracia, no contamos con el chovinismo francés hacia todo lo de su despensa, ni con el activismo de acción directa de las asociaciones de agricultores y ganaderos gabachos que saben defender a sus productos montando boicots eficaces entre los consumidores o volcando camiones a lo bestia. Además los franceses están encantados con el TTIP por una razón bien sencilla: para el consumidor norteamericano lo francés tiene un plus de calidad, sofisticación y delicadeza. Los alimentos franceses se venden solos en EE.UU. simplemente por el hecho de ser eso: “french”. Toda una generación perdida desde Hemingway a Alice B. Toklas, desde Julia Child a Woody Allen se han encargado de que los yanquis amen, añoren, admiren y quieran todo lo francés, y más sin son viandas. Sobra apuntar aquí que los italianos hace años que llevan haciendo un perfecto marketing de sus alimentos hasta el punto de que el plato estrella para cualquier norteamericano medio es, han acertado, doña Pizza.
Es posible que el TTIP beneficie a las empresas de distribución españolas, ¡hola Mercadona! (aunque la mayoría de la distribución de alimentos en la Unión Europea es francesa y alemana), ya que podrán contar con alimentos procesados y no procesados aún más baratos, resistentes al almacenamiento y con mejor apariencia, pero será la ruina para los agricultores y ganaderos y para las empresas que producen alimentos procesados utilizando carnes y vegetales españoles como ingredientes. Todos los agricultores y ganaderos saben que hasta ahora la rentabilidad de los cultivos y la cría ganadera dependen de un delicado equilibro entre la subvención de la UE y unos precios de venta al mayorista siempre frágiles, pero este precario equilibrio que se rompe con frecuencia por la presión y el dumping de la gran distribución ¿verdad, queridos tomateros canarios?, ¿verdad, amados lecheros gallegos? va a ser demolido en cuatro minutos y medio en cuanto entre en vigor el TTIP.
Los agricultores y ganaderos españoles tienen un perfil sociológico conservador y cualquier posible energía reivindicativa ha sido desactivada con el palo y la zanahoria de la PAC (subvenciones de la Política Agraria Comunitaria), tanto los gobiernos de PSOE como del PP han defendido el mantenimiento de estas ayudas pero han hecho bien poco, a veces nada, a veces lo contrario, para defender de una forma estratégica a nuestros productores de alimentos. Con el TTIP sencillamente han cambiado el cromo de la agricultura, que macroeconómicamente importa menos, por el cromo del sector de la automoción y similares. Es cierto que la mayoría de las exportaciones actuales de España hacia EE.UU. son de alimentos y bebidas, pero la balanza comercial en el capítulo hoy ya beneficia a los EE.UU. Los yanquis no valoran los productos españoles, tampoco los conocen, salvo Michelle Obama, Paul Auster y los cuatro pijos que van a tomar unas tapas al Jaleo, el restaurante de José Andrés. Las pymes patrias, ni siquiera las grandes y modernas cooperativas, no tienen el riñón financiero y estratégico para pelearse en el agresivo mercado de la superoferta e hipervariedad estadounidenses. Los consumidores españoles carecen del activismo militante necesario para “proteger consumiendo” el producto propio cuando tienen en el lineal del súper un producto parecido pero más barato. Más bien es al contrario, al consumidor le seduce y deslumbra todo lo que sea distinto, lejano, exótico, original, aunque lo sea sólo en apariencia, aunque se trate de un alimento procesado y de peor calidad. Claro que contamos con excelentes alimentos delicatessen, pero los productos de calidad, con Denominación de Origen y fama, son de compra y consumo muy esporádico. Por ejemplo, siendo España el principal productor de alimentos ecológicos europeo somos de los últimos en su consumo.
Como glotón egoísta adicto a las morcillas, con una ideología libertaria pero de gustos culinarios muy conservadores, yo quiero que los agricultores y ganaderos españoles no se extingan. Además son gente sabia que produce lo que de verdad importa: la buena comida, y son un seguro de vida ante las incertidumbres de la globalización alimentaria, el cambio climático y la extinción, anunciada por mí, de las patrias morcillas (sea cual sea tu patria, lector).
Notas:
Todas las opiniones y datos aquí apuntados salen de las estadísticas del ICEX, Ministerio de Agricultura y Eurostat. Sobre la propaganda institucional sobre el TTIP.
Vuelvo a recomendar El Hambre, de Martín Caparrós. Anagrama 2015 para entender cómo las multinacionales de la agricultura arruinan y producen las hambrunas en el siglo XXI.
Excelentes libros de gastronomía para entender la fascinación yanqui por los alimentos y la cocina francesa son: El libro de cocina de Alice B. Toklas. Planeta. 2012. El arte de comer de Mary Frances Kennedy Fisher. Editorial Debate 2015, o el recetario archifamoso El arte de la cocina francesa de Julia Child. Editorial Debate 2013.
La Comisión Europea y el Gobierno de España, en vista de las intensas y crecientes críticas sociales en torno a las condiciones del futuro tratado de libre comercio con EE.UU., ha montado una enorme campaña de propaganda para vendernos las ventajas del tratado, orientando gran parte de esa propaganda hacia las...
Autor >
Ramón J. Soria
Sociólogo y antropólogo experto en alimentación; sobre todo, curioso, nómada y escritor de novelas. Busquen “los dientes del corazón” y muerdan.
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