Ficción
Larga vida a los colores de Kieslowski
Los cines Renoir de Madrid y Barcelona recuperan durante dos semanas la trilogía del director polaco, con llenos en las salas
Anna Brullet 23/03/2016
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A juzgar por las colas, durante dos semanas, a las puertas de los cines Renoir, el tiempo no pasa por la trilogía Tres colores (1993-1994). Las películas Azul, Blanco, Rojo llevaron a la fama al director Krzysztof Kieslowski y se vieron aún más encumbradas al figurar como las últimas de su carrera. Después de esta incursión en la producción de firma francesa, y que llevó al autor polaco a dirigir a Juliette Binoche o a Julie Delpy, el realizador murió, en 1996, a los 54 años.
Para conmemorar el vigésimo aniversario de su marcha, cumplido el pasado 13 de marzo, Wanda Films, responsable de llevar las cintas hasta las pantallas españolas hace más de dos décadas, decidió proyectar las tres películas, restauradas, en los cines Renoir de Madrid y Barcelona. Los pases obtuvieron un pleno completo en la primera ciudad y casi completo en la segunda, por lo que se prolongaron durante otra semana.
A pesar de la buena acogida de las proyecciones, la empresa reitera que no se movía pensando en hacer caja. “Los motivos son emocionales. Hablamos de películas muy buenas, que hablan de temas universales y pueden seguir interesando”, comenta Yolanda Ferrer, responsable de prensa de Wanda, que también anota que el fundador de la distribuidora, José María Morales, era amigo personal del autor. Entre los recientes espectadores de las salas, en cualquier caso, no abundaban quienes veían la obra por primera vez, aunque sí quienes nunca la habían degustado en el cine. Algo menos de 600.000 espectadores compraron una entrada para Azul, en 1993, en alguna sala española.
Las obras, a pesar de verse impulsadas por las caras conocidas, son un compendio de todo lo que Kieslowski había hecho en Polonia
En conversación con el periodista y crítico de cine Jon Apaolaza, experto en el autor, este advierte que “el tipo de público al que interesa el cine de arte y ensayo ha cambiado; antes era mayoritariamente joven, y ahora los jóvenes se interesan por otro tipo de películas”. En la cola de los Renoir de Barcelona, la media de edad rondaba los cuarenta y mucha más gente de la habitual asistía al cine sola. El público veinteañero vestía los uniformes del hipster barcelonés, recién salido de la escuela de cine o la facultad de Bellas Artes: gafas de pasta y camisas de cuadros para ellos, vestidos vintage para ellas. Tanto el cine Verdi, enmarcado en el barrio de Gràcia, como el que proyectó a Kieslowski, alojado junto al Raval, resisten ante la crisis. El Renoir Les Corts, más alejado del centro, tuvo que cerrar sus puertas en 2012.
Técnica polaca, envoltorio francés
Justo después de quedarse a las puertas de los Oscar, como director y también guionista de Rojo, Kieslowski reveló en una entrevista: “Todo el cine mundial está en una condición fatal. El cine europeo solo podrá competir con el cine americano comercial en la medida en la que en él aparezcan directores como Bergman o Fellini”. El autor sí había triunfado en algunos festivales de Europa del Este, así como había sido nominado a los galos César, incluso con sus trabajos en polaco.
A Kieslowski se le suele tachar de moralista, y sus Tres colores no desmienten esta idea, ya que el tríptico cinematográfico se propuso retratar los tres ideales de la revolución francesa: el azul de la libertad, el blanco de la igualdad y el rojo de la fraternidad. Marc Batalla, autor de un ensayo sobre la trilogía, apunta a un detalle que encarna estos valores: una anciana que aparece en las tres películas intentando tirar una botella de cristal a un contenedor. En Azul, el personaje de Binoche ni la ve, ocupada en disfrutar de una libertad recién conseguida y que a veces puede hacernos egoístas. En Blanco, un inmigrante que no reconoce en la igualdad europea más que la ley del más fuerte ve a la anciana, pero no interviene. Es en Rojo, la película más positiva de todas y que representa la fraternidad, donde la protagonista, Irène Jacob, ayuda a la mujer a tirar la botella en el contenedor.
Más allá de los valores que representan, los colores se infiltran en todos los fotogramas de las películas, revestidas de tonos rojizos, azulados o blanquecinos gracias al cuidado en la escenografía, el vestuario y el atrezo. Es el caso de la lámpara de cristales azules que conserva Binoche, la carpeta del mismo color o la piscina que aparece en Azul. El encarnado anuncio en que participa Jacob, y que la convierte en un objeto de deseo, o la marquesina del bar por el que pasa cada día provocan el Rojo. El vestido de novia de Delpy o la nieve de Polonia en Blanco hacen que unos pocos fotogramas basten para recordarnos qué película estamos viendo.
Blanco habla de una sociedad en que cada cual quiere ser más igual que su vecino, según contaba el mismo Kieslowski
Apaolaza reitera que estas historias tan independientes podrían no encajar con nuestra idea de trilogía. En la primera entrega encontramos un drama familiar y personal, el segundo capítulo es una comedia con altas dosis de ironía y el último episodio está compuesto un conjunto de vidas cruzadas. La unidad se dio con más contundencia fuera de la ficción: el director paró el montaje de Azul para rodar Blanco, también mientras escribía el guion de Rojo. Pequeños guiños como la mencionada anciana, así como los cameos de los personajes de una de las películas en el resto, acaban de envolver la trilogía en papel de regalo.
Si Tres colores es una obra aún significativa es, cuenta Apaolaza, por su nacionalidad francesa, y el crítico recuerda que muchos incluyen en el conjunto a La doble vida de Verónica (1991), la primera película que Kieslowski hizo en Francia y triunfadora en Cannes. “Si Kieslowski no hubiese salido de Polonia, no tendría la difusión que finalmente tuvo”, menciona el periodista. Algunos de los espectadores de Azul en los Cines Renoir apuntan a la interpretación de Binoche como el principal reclamo de la película, aunque Batalla destaca que estas obras, a pesar de verse impulsadas por las caras conocidas, son un compendio de todo lo que Kieslowski había hecho hasta entonces en Polonia: muestra de ello es que le acompañaba su fiel equipo.
En él destacan el guionista Krzysztof Piesiewicz, con quien Kieslowski firmó conjuntamente los tres textos, y el músico Zbigniew Preisner, autor de la banda sonora de las tres películas. Aunque la música tiene una gran importancia en toda la trilogía, adquiere más protagonismo en Azul, donde Binoche encarna a la mujer de un famoso compositor. La música escrita para la ocasión valió premios en Francia, Berlín y Los Ángeles.
Una idea de Europa
Si Kieslowski es cineasta es, sobre todo, por su tozudez. Tres veces hizo el examen para poder entrar a estudiar cine en Lodz, así como pasó años rodando documentales en Polonia que se inscribirían dentro del cine de inquietud moral, que es como el régimen polaco llamaba a la ficción de denuncia social y política crítica con el comunismo.
Él mismo explicaba que le interesaban las pequeñas historias de las personas; pero contarlas, en Polonia, podría traer problemas a sus protagonistas. Y se pasó a los personajes de ficción, aunque siguiera narrando historias humanas: el duelo tras la muerte de un allegado, en Azul; la soledad del inmigrante, en Blanco; la sordidez del amor, en Rojo. Esos son los motivos, anotan críticos como Batalla, pero también algún espectador de los Renoir, por los que la obra de Kieslowski permanece.
Y no olvidemos que el director quería hablar de Europa y de sus valores; dos ideas en boca de muchos y, hoy, no precisamente en términos elogiosos. Quizá quepa acudir a Blanco, que habla de la imposibilidad de la igualdad en una sociedad en la que cada cual quiere ser más igual que su vecino, según contaba el mismo Kieslowski. Allí, un inmigrante polaco se ve obligado a salir de Francia al quedarse sin trabajo, sin papeles y sin esposa, y se topa con la negación de derechos fundamentales.
“Los refugiados que acuden a la Unión Europea piden lo mismo que buscaba él, y se encuentran ahora con barreras que quizá no separen este y oeste, pero sí norte y sur”, reflexiona Batalla. Mientras Europa siga requiriendo referentes morales, y entre ellos un cine que nos mire a los ojos y nos enfrente a nuestras contradicciones, Kieslowski no pasará de moda.
A juzgar por las colas, durante dos semanas, a las puertas de los cines Renoir, el tiempo no pasa por la trilogía Tres colores (1993-1994). Las películas Azul, Blanco, Rojo llevaron a la fama al director Krzysztof Kieslowski y se vieron aún más encumbradas al figurar como las...
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Anna Brullet
Licenciada en periodismo, antropóloga en proceso. De pequeña quería ser meteoróloga, de (más) joven abrir una librería. También monto chiringuitos.
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