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De las informaciones que llueven con cuentagotas en la prensa tras un atentado terrorista como el que sufrió Bruselas el martes, siempre me llama la atención la extraña ausencia de algunos relatos y conexiones que deberían ser obvios. Por ejemplo: mientras llovían los vídeos de la masacre filmados por las propias víctimas –noqueados por las bombas pero siempre dispuestos a mirar el mundo a través del teléfono-- yo me preguntaba por qué en ningún medio se mencionaba el nombre de Salah Abdeslam, el supuesto cerebro de los atentados de París, arrestado precisamente el viernes en Bruselas. El malo más buscado del planeta había desaparecido de la faz de la prensa para dar paso a otros tres nuevos sospechosos precisamente tras cumplirse los vaticinios de las autoridades belgas, que el sábado afirmaban que Abdeslam habría estado montando en Bruselas una nueva célula terrorista para atacar allí. Entonces, si ya sabíamos que él estaba en el ajo, ¿por qué nadie se acordaba de él en los momentos que siguieron a la masacre?
Me llamó la atención su ausencia mediática sobre todo porque en los momentos que siguieron a las explosiones me imagino que la policía belga lo estaría moliendo a palos para que escupiera todo sobre los ataques. Ya sé que la tortura está prohibida en suelo europeo. También lo estaba en suelo estadounidense y aun así docenas de sospechosos fueron torturados durante casi una década. Ah, perdón, no los torturaron dentro de las fronteras americanas, se inventaron unos lugares secretos repartidos por el mundo, incluida Europa, que oficialmente no existían para poder torturar ‘alegalmente’. En Bélgica hoy, oficialmente, tampoco se puede aunque vaya usted a saber lo que ocurre lejos de las cámaras cuando un país declara el estado de emergencia. Ese estado ‘no-estado’ suele ser carta blanca para todo. Dejo en manos de los medios belgas el análisis de los detalles.
Claro que, al contrario de lo que vivieron los más de 100 sospechosos de terrorismo que Estados Unidos paseó a golpes por el mundo, resulta que Salah Abdeslam tiene abogado. Se llama Sven Mary, es un hombre curtido en la defensa de los más malos, desde un cómplice de un pedófilo reincidente llamado Marc Dutroux a Fouad Belkacem, el portavoz de un grupo salafista radical que reclutaba yihadistas para ir a combatir a Siria y que hoy está en la cárcel precisamente por eso. En Bélgica a Mary se le conoce vulgarmente como “el abogado de la escoria” aunque él se defiende: “Lo que me motiva es luchar contra la arbitrariedad y el abuso del poder. ¿Recuerdan ustedes las ruedas de prensa que daba la fiscalía federal de Bélgica en los días que siguieron a los ataques de París? Lo que realmente me pone enfermo es la utilización del miedo para ganar más poder. Si mañana Abdeslam me lo pidiera, aceptaría ser su abogado”. Esto declaró tras los atentados contra la sala Bataclan de París en el diario Le Soir y fue así como el terrorista más buscado del planeta se convirtió el pasado sábado en su defendido.
El derecho a ser defendido es parte integral de una democracia y aunque el terrorismo sea injustificable, un terrorista también tiene derecho a un abogado
La utilización del miedo como arma de poder a mí también me preocupa y ya escribí sobre ello en su momento. Por eso Sven Mary no me puede caer mal. El derecho a ser defendido es parte integral de una democracia y aunque el terrorismo sea injustificable, un terrorista también tiene derecho a un abogado, aunque la opinión general, a juzgar por lo poco que se indigna la gente cuando se descubren las barbaridades perpetradas por sus gobiernos, sea que la tortura es una opción mejor. Ahí tenemos series como 24 Horas o Homeland, defendiendo la ideología del ‘mal necesario’ en ficciones peligrosamente cercanas a la realidad. En Homeland alguna vez aparece el dilema ético, pero siempre acaba ganando ‘el interés general’, o sea, la justificación de la tortura de Estado. Y eso es lo realmente peligroso: cuando el miedo entra en escena y el Estado se atribuye un poder excesivo que transforma la solidez de las leyes en algo fútil, frágil y prescindible, catapultándonos hacia un lugar oscuro, como el que fue el Estados Unidos post-11S. Y si no, lean este relato de un torturador estadounidense que ‘ejercía’ en la cárcel de Abu Ghraib y otros lugares infames. Nadie debería querer ser él. Y sin embargo, todos somos sus cómplices por haber permitido que un gobierno democrático, el estadounidense, aliado europeo, sancionara que él y muchos otros existieran y se multiplicaran.
Sven Mary es en cierto modo el heredero de otro polémico abogado, Jacques Verges, retratado excepcionalmente en el documental Terror’s Advocate. Él fue el defensor del nazi Klaus Barbi, o del terrorista El Chacal, entre otros muchos malos de la historia. Quizás para Mary y Verges alcanzar la fama esté por encima de sus propias dudas morales, o quizás precisamente porque tenían dudas morales optaron por tomar el camino profesional más difícil. Pero, aunque nos pueda espeluznar su trabajo y muchos seríamos incapaces de hacerlo, ellos sí son males necesarios. Sin ellos, la democracia realmente deja de existir. Que nadie os engañe: cuando los gobiernos cometen atrocidades en nombre del interés general es cuando realmente deberíamos sentir miedo y ser conscientes de que las libertades están en peligro. Los abogados del diablo son sanos para la democracia. Abu Ghraib no.
De momento ya tenemos campos de concentración de refugiados a las puertas de Europa. Polonia es el primer país que lo ha dicho claro: tras los atentados de Bruselas se niega a acoger a los 7.500 refugiados que le tocaron en el reparto europeo de octubre (ese que ningún país ha cumplido aún). Le echa la culpa al terrorismo. Y esto es sólo el principio.
De las informaciones que llueven con cuentagotas en la prensa tras un atentado terrorista como el que sufrió Bruselas el martes, siempre me llama la atención la extraña ausencia de algunos relatos y conexiones que deberían ser obvios. Por ejemplo: mientras llovían los vídeos de la masacre filmados por...
Autor >
Barbara Celis
Vive en Roma, donde trabaja como consultora en comunicación. Ha sido corresponsal freelance en Nueva York, Londres y Taipei para Ctxt, El Pais, El Confidencial y otros. Es directora del documental Surviving Amina. Ha recibido cuatro premios de periodismo.Su pasión es la cultura, su nueva batalla el cambio climático..
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