Tribuna
El payo poderoso y la impostura intelectual
A raíz de la humillación de los hinchas del PSV a las romaníes rumanas, el autor replica a un artículo del magistrado José Luis Manzanares
Helios F. Garcés 25/03/2016
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El artículo en cuestión se titula: “Indignidad, impotencia y vergüenza”. El autor es José Luis Manzanares, Consejero Permanente de Estado, Magistrado del Tribunal Supremo, Abogado del Estado y Profesor Titular de Derecho Penal. El medio digital en el que se publica el despropósito es La República. Teniendo en cuenta la poética del titular, esperábamos un escrito más de repulsa por lo sucedido el pasado 15 de marzo en plena Plaza Mayor de Madrid. No es preciso volver a extendernos en los hechos. Un grupo de mujeres romaníes rumanas pobres piden unas monedas a los hinchas del PSV Eindhoven. Éstos reaccionan mofándose, tirándoles monedas y cachos de pan, pidiéndoles que hagan flexiones, que se arrodillen y bailen a cambio de limosna mientras les advierten: “¡No crucéis la frontera!”. Bien, no vamos a victimizar a aquellas mujeres ni suplantaremos su propia voz. Nos centraremos en proyectar nuestro foco de atención sobre las condiciones de posibilidad del desprecio.
Teniendo en cuenta el clima de rechazo latente a la diferencia que anida en el corazón de Europa, el cual nos recuerda hasta qué punto están vivos el racismo, la xenofobia y la aporofobia en el continente de los Derechos Humanos; teniendo en cuenta la naturaleza de estos tiempos tan propicios para ahondar en la dimensión estructural de eso que llamamos colonialidad del poder, ¿no se han dado cuenta de que hay algo esencial que nos falta por hacer? Tendemos a centrarnos en las comunidades humanas racializadas. Los medios de comunicación mayoritarios y los adalides de la erudición pseudo antropológica de los estudios migratorios las examinan, analizan sus hábitos y costumbres. Realizan debates, seminarios; crean terminologías sedantes y esterilizadas como ‘integración’ o ‘arraigo’; escriben libros que solo leen sus colegas de profesión para sentar cátedra y legitimar la existencia de sus respectivos departamentos/guetos académicos. ¿Qué hay, entonces, del payo? ¿Cuáles son sus costumbres y hábitos? ¿A qué dedica el tiempo libre y privado? ¿Tiene o no tiene pedigrí? ¿Sabe bailar o prefiere ir de safari y matar elefantes?
Para abrir una senda enriquecedora en dicha dirección, vamos a abordar con espíritu científico popperiano el artículo de un miembro destacado de la etnia paya española. Tal y como afirmaba anteriormente, a lo largo de la semana se han ido sucediendo los escritos, artículos y textos de condena ante lo sucedido en Madrid desde diferentes enfoques y sensibilidades. Sin embargo, el texto de un poderoso payo llamado José Luis Manzanares en su blog El clavo está escrito, me temo, desde un sentir muy otro. Comencemos. Para delimitar los claros y esenciales contornos que separan a los protagonistas de lo sucedido, el escritor describe la condición de los mismos de la siguiente manera: «Una docena de pordioseras gitanas, o de etnia gitana, para ser políticamente correctos, y unos cuantos seguidores del equipo holandés PSV, que disfrutaban del buen tiempo y de un aperitivo al aire libre». Por supuesto que el cuadro, pintado así, queda completamente nítido. Los encantadores hinchas, que disfrutaban del buen tiempo y de un aperitivo al aire libre, tan inocentes y cándidos como un grupo de bucólicos e inofensivos pastorcillos nórdicos, tuvieron que enfrentarse a las "pordioseras gitanas".
Por el bien del autor –en términos estrictamente literarios–, comenzamos sugiriendo que la aplicación del adjetivo, en plural femenino, ‘pordioseras’, que nos remonta instantáneamente a un linaje payo de filosofía jurídica medieval, no contribuye al esclarecimiento de los hechos como tales. Sería más realista decir que las mujeres romaníes rumanas en cuestión son pobres. Pero comprendemos que si lo que se pretendía era ser ‘políticamente incorrecto’ es necesario llamar pordioseras a las personas empobrecidas.
Hay que señalar que nuestros rigurosos estudios nos indican que se ha creado recientemente un elevado recurso retórico empleado por numerosos miembros poderosos de la etnia paya que consiste en vitorear afanosamente una novedosa forma de insultar a los sectores subalternizados de nuestras sociedades. Me refiero a lo ‘políticamente incorrecto’. Veamos, nuestras encuestas a pie de calle nos revelan que en los asentamientos payos de la Real Academia de la Lengua Española y entre clanes payos de literatura patriarcal se utiliza lo ‘políticamente incorrecto’ para enmascarar el machismo, el racismo o la xenofobia. Así, un payo de renombre puede hacer bromas públicas sobre la violencia machista, sobre las deportaciones en masa de refugiados o sobre el maltrato policial a los vendedores ambulantes y justificarlo todo en base a lo ‘políticamente incorrecto’ de su proceder. Así, no solo no tendrá que retractarse sino que será aplaudido como valiente transgresor de la buena e hipócrita conciencia mayoritaria bien pensante. Se trata de una heroicidad contemporánea sin parangón. Si es criticado por ello, recibirá los argumentos con pose decimonónica y advertirá sobre el extraordinario peligro del moralismo en el debate público. Recordemos que él –el payus sapiens– está muy interesado en liberarse de esqueléticas y vulgares reflexiones sobre ética u opresión. Con eso no pagará la hipoteca.
Sigamos con el artículo. "Las gitanas, o sea, las pedigüeñas en cuestión, no eran en realidad gitanas, sino 'romas'. En Centroeuropa distinguen muy bien entre los gitanos españoles y los “romas” de los países balcánicos, principalmente rumanos, cuyas bandas de mendicidad organizada han encontrado en la lejana España su mejor campo de actuación". He aquí otro de los signos identitarios del intelectual de etnia paya: hablar con autosuficiencia de lo que no se tiene ni idea o se mal sabe de oídas. Veamos cómo, de nuevo, con el adjetivo ‘pedigüeñas’ nos remontamos a los discursos clásicos de los intelectuales del Antiguo Régimen, como sabemos, tan interesados en resolver los viejos problemas de clase. Entonces, las mujeres eran “romas”, que no es el plural de Roma, la ciudad, sino el plural mal utilizado de Rrom, palabra en Rromano –lengua indoirania emparentada con el urdu, el hindi, el maharati o el punyabi– que engloba a toda la familia romaní universal en la diáspora, incluido al pueblo gitano del Estado español, los kalós y kalís. La palabra gitano, fíense de este mestizo que escribe, es herencia de un malentendido histórico que los kalés han resignificado con dignidad. La palabra gitano proviene de Egiptano, que a su vez viene de Egipciano. Las primeras familias kalís que entraron en la península, según los documentos oficiales, provenían de una zona del Peloponeso llamada popularmente Egipto Menor a causa de su similitud con el Nilo --fin de la exposición, por el momento.
En su afán por situar la diferencia étnica de los “romas” –Rroma en plural masculino– de los países balcánicos, nuestro autor ha olvidado –es un simple descuido– explicar cuál es la situación que muchas de las familias que llegan a nuestra geografía viven en su país de origen y cuál es su historia. Cualquiera diría que la intención al describir las cuestiones con tal simpleza es la de insinuar el carácter naturalmente delincuente de las personas romaníes rumanas, pero no, estamos seguros de que no es esa la intención del magistrado.
De la misma manera, se podría argumentar que, si se mostrase con respeto y empatía cuál es el verdadero origen de la marginación que sufren los romaníes de forma naturalizada en sus países de origen, el ciudadano medio tendría más oportunidades para solidarizarse con las ‘pordioseras’ en cuestión, pero estamos seguros de que eso ya lo sabe todo el mundo. Por ejemplo, ya han corrido sobrados ríos de tinta sobre las violaciones de la legislación internacional en materia de acceso en igualdad de condiciones de la población romaní a la vivienda, a la salud y a la educación en Rumanía; o sobre las encuestas realizadas durante 2009 por la Agencia de Derechos Fundamentales de la Unión Europea, que concluían que un 72% de la población de ese mismo país pensaba que el acceso de gitanas y gitanos a bares y tiendas debería estar estrictamente prohibido.
Todo el mundo sabe que el Ministro de Inmigración rumano en 2010, Teodor Baconschi, declaró lo siguiente: “Tenemos algunos problemas psicológicos, naturales, relacionados con el crimen entre algunas comunidades rumanas, especialmente entre la comunidad étnica romaní”.
Por si fuera poco, la población entera recuerda que durante el mismo año, dos autores, miembros de la Unión Rumana de Escritores, uno de ellos vocal del Museo de Literatura en 2011, escribieron dos artículos en el periódico Flacăra Iaşului en los que se dedicaban a describir las cualidades que caracterizan a los Roma: “Una prueba viva de que provenimos de los monos”, “histéricos”, “abortos sociales”. A nadie se le ocurre insinuar que la romofobia/antigitanismo es algo que las propias comunidades romaníes se buscan por no querer integrarse. Es evidente que los 500 años de esclavitud –abolida a mediados del siglo XIX– a las que fueron condenados gran parte de los ancestros de esas “zarrapastrosas, pegajosas y sucias más allá de lo imaginable”, como las llama el encantador autor, también obedecieron a causas fortuitas.
Las “romas” –Rromnja es el femenino plural– solo pasaban por allí, oiga. Nada de esto tiene que ver con la mendicidad. El hecho de que sean precisamente mujeres, en su mayoría, las dedicadas a pedir unas monedas tampoco obedece a causa alguna digna de mención, suponemos. La cuestión es que la Policía “no puede hacer nada, salvo, si se permite la expresión, amagar y no dar”. ¿Cómo no se va a permitir la expresión? Adelante, no vaya a ser que los gendarmes de lo políticamente correcto se lleven las manos a la cabeza.
Por último, haciendo gala de una de las dimensiones más reticentes de la neurosis blanca, la cuestión que más parece preocuparle al profesor es “el probable equívoco de que las mendigas fueran españolas y evidenciaran el lamentabilísimo estado de nuestra economía”. Porque la miseria, en España, se arregla escondiéndola.
Habría que hacer un poco de pedagogía para hacer comprender que son las mafias las que aprovechan la pobreza y la marginación, no al contrario. Pero eso no es todo. Para concluir, el escritor dispone de una posible solución jurídica para el problema: “Tipificando los hechos como delito menos grave y con unos jueces de barrio que pudieran imponer, sin los retrasos habituales de nuestra administración de justicia, breves arrestos en caso de no abonarse inmediatamente la multa. Esas privaciones de libertad sí que, como impuestas por el Poder Judicial, serían conformes con nuestra Constitución […] Lo que no se puede permitir es que la larga impunidad de hecho en esta materia se prolongue indefinidamente”.
Como proponía con anterioridad, si comenzáramos a investigar en serio las dinámicas culturales, los persistentes errores históricos, los tics y la forma en la que el payo poderoso crea su imaginario imponiéndolo a base de legislación, literatura y propaganda, ganaríamos en respuestas plausibles ante esta crisis civilizatoria. No es hacia las minorías donde hay que mirar. Es necesario mirar desde las mal llamadas minorías. Nadie mejor para diagnosticar la enfermedad del Estado que aquellas comunidades humanas que más la padecen. No se nos debería escapar nada. Qué tipo de comida consumen, qué tipo de publicidad producen; dónde viajan durante vacaciones, qué beben; si migran en grandes grupos o no; cuál es su religión y cómo eligen la ropa interior. Por qué se disfrazan de gitana cuando llega la Feria de Abril, por qué se pintan la cara con betún para asustar a los pobres niños afros durante navidad, por qué les duele menos la muerte y el asesinato de las personas musulmanas. Profundizar en todo ello minuciosamente. Un trabajo por realizar.
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Helios F. Garcés es redactor y responsable de documentación de la Guía de Recursos contra el Antigitanismo, publicada por FAGA.
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Helios F. Garcés
Nacido en Cádiz (1984), es aprendiz de escribano.
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