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Terrorismo. Campos para desplazados de crecimiento descontrolado. Muros de cemento y alambradas de espino. Actualmente, los europeos se enfrentan a diversas crisis de seguridad y humanitarias; el pueblo romaní tiene una dilatada experiencia arrostrando estas condiciones.
En las últimas décadas, los 12 millones de romaníes de Europa han sufrido la persecución de bandas de neonazis en la República Checa, el asesinato a manos de terroristas de derechas en Hungría, y la expulsión por la fuerza de sus hogares en Francia, Bulgaria e Italia a manos de políticos que los utilizan como chivos expiatorios para conseguir votos.
El mes pasado, un partido neonazi eslovaco que organizaba marchas contra la minoría romaní logró 14 escaños en un parlamento de 150. Recientemente, un gran número de refugiados sirios han cautivado la atención del público. Entretanto, miles de romaníes apátridas llevan viviendo en miserables campos en Italia durante casi cuatro décadas después de huir de la Yugoslavia posterior a Tito en la década de 1980 y de la guerra de Bosnia en la década de 1990.
Y sin embargo, a pesar de esta realidad, es Europa la que parece hallarse al borde de la desintegración, mientras el pueblo romaní de todo el continente –y del mundo– está reclamando su conciencia histórica y su sentimiento de pertenencia.
En una nueva etapa en su lucha por el reconocimiento y la autodefinición, académicos romaníes, intelectuales públicos y líderes de la sociedad civil se están reuniendo para construir una comunidad basada en logros compartidos en lugar de en la opresión persistente. Dicho esfuerzo está empezando a obtener resultados tangibles: pronto, el European Roma Institute for Arts and Culture (Instituto Romaní Europeo para las Artes y la Cultura) se establecerá en una ciudad europea importante que todavía no se ha revelado.
Este logro muestra una extraordinaria capacidad de recuperación y, mientras los europeos luchan colectivamente contra una serie de tendencias que amenazan su propia existencia –el aumento del nacionalismo y la xenofobia, fallidas políticas de inmigración y el cierre de fronteras anteriormente abiertas–, nosotros los romaníes contamos con experiencias valiosas que compartir.
Nosotros nos hemos organizado a través de generaciones y fronteras. Sin recurrir a la violencia ni reclamar una nación, hemos planteado una simple reivindicación: nuestro lugar está en el centro de las sociedades europeas. Esta labor empezó seriamente este mes, cuando artistas y activistas romaníes de toda Europa se reunieron cerca de Londres en el primer Congreso Mundial Romaní para tratar su identidad común.
Nunca más se llamarían “gitanos”, un término a menudo empleado de forma peyorativa, sino “romaníes”, que significa “gente” en el idioma romaní. “Gelem, Gelem” se convirtió en el himno internacional romaní, la bandera azul y verde con la rueda roja se escogió como bandera oficial romaní, y el 8 de abril se convirtió en un día de celebración internacional para la minoría étnica más numerosa de Europa.
El Instituto Romaní Europeo para las Artes y la Cultura es un importante punto culminante de estos esfuerzos. De las más de 10.000 obras realizadas por artistas romaníes en colecciones públicas por toda Europa, solo dos están en exposiciones permanentes. Este Instituto nos permitirá dar forma a nuestra propia voz e imagen y recuperar nuestras artes y nuestra cultura.
Sería mejor que los europeos, de forma similar, aprovecharan sus cosas en común y éxitos en vez de recrearse en divisiones y agravios. Los romaníes constantemente han sido etiquetados como un “problema”. Recientemente, Europa cada vez se trata más como una “cuestión”. Nosotros, el pueblo romaní, estamos demostrando que podemos ser la respuesta, no el problema. Sería trágico que el experimento europeo fallara justo cuando nosotros estamos encontrando nuestro lugar en él. Es el momento de que cuenten con nosotros para guiarlos y encontrar soluciones e inspiración.
El famoso activista rumano romanó Nicolae Gheorghe* una vez dijo que “la relación con los romaníes en todas las sociedades debería servir como una especie de ‘barómetro’ que mide el estado de la democracia”. En su opinión, el pueblo romaní es una especie de espejo que refleja la verdad acerca del modo en que Europa lidia con su pasado, su presente y su futuro.
En ese caso, el pronóstico nunca ha sido mejor. Los romaníes pueden ser un rayo de esperanza, -un cambio de paradigma alejado del temor y del odio y dirigido a una Europa más abierta e integradora.
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Traducción de Paloma Farre.
Ethel Brooks es profesora asociada en la Universidad de Rutgers.
Este artículo se ha publicado el 8 de abril en EurActiv.
*En la primera edición del artículo se decía que Nicolae Gheorghe es una mujer.
Terrorismo. Campos para desplazados de crecimiento descontrolado. Muros de cemento y alambradas de espino. Actualmente, los europeos se enfrentan a diversas crisis de seguridad y humanitarias; el pueblo romaní tiene una dilatada experiencia arrostrando estas condiciones.
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Ethel Brooks (EurActiv)
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