David Kaplan / Periodista y exdirector del ICIJ
“El periodismo no está muerto: el futuro es la colaboración”
Sebastiaan Faber 27/04/2016
David Kaplan.
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¿Cuántos ojos hacen falta para procesar más de 11 millones de documentos? A comienzos de 2015, una fuente anónima se pone en contacto con reporteros de la Süddeutsche Zeitung (SZ) ofreciéndoles “más datos de los que nunca habéis visto” sobre cuentas opacas en paraísos fiscales. Los periodistas se dan cuenta de que el tema excede sus recursos. Deciden movilizar al Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ, según sus siglas en inglés), con el que habían trabajado en otros proyectos como el de la Lista Falciani. Una silenciosa máquina mundial se pone en marcha: se escanean y reparten los documentos, se construye una base de datos masiva, se escriben programas informáticos para leer y analizar nombres y números. Cuando aparecieron las primeras noticias sobre los Papeles de Panamá, el pasado 3 de abril, más de 400 periodistas de más de 100 medios en más de 80 países llevaban un año trabajando sobre los 11,5 millones de documentos que la fuente anónima puso a su disposición.
¿Qué es el ICIJ? Fundado en 1997 por Charles Lewis en Washington, DC, el Consorcio nació como iniciativa del Centro por la Integridad Pública (CPI), organización noticiera sin ánimo de lucro fundada en 1989 para fomentar el periodismo de investigación. ¿Su objetivo? Revelar “los abusos de poder, la corrupción y la traición de la confianza pública de parte de poderosas instituciones públicas y privadas” para así mejorar la calidad de la democracia. La red del ICIJ cuenta hoy con 160 periodistas miembros en más de 60 países, que intercambian información y recursos y colaboran en proyectos puntuales. La infraestructura del Consorcio, que además de la red tiene una modesta plantilla asalariada, permite realizar investigaciones a largo plazo que trascienden las fronteras nacionales. Tiene un presupuesto de unos 2 millones de dólares anuales y cuenta con el apoyo de grandes fundaciones como la Ford, la Carnegie y la MacArthur.
“Charles Lewis era un visionario”, dice David E. Kaplan, director del ICIJ de 2008 a 2011. “En 1997 él y mi antecesora, Maud Beelman, decidieron reclutar a periodistas de 50 países para trabajar en grandes proyectos transfronterizos. Hay que recordar que aún no existía la World Wide Web. Apenas habíamos estrenado el correo electrónico y las llamadas internacionales eran caras. La primera gran serie del ICIJ se ocupó de la industria tabacalera. Con un equipo internacional revelaron redes de tráfico que violaban leyes en una docena de países. Tuvo un gran impacto. Pero además demostró el gran potencial de los proyectos de investigación internacionales basados en la colaboración”.
Kaplan (1955) habla desde Washington, donde actualmente dirige la Red Global de Periodismo de Investigación (GIJN), que ofrece congresos, talleres, recursos y asesoría para organizaciones sin ánimo de lucro que promueven el periodismo de investigación. Cuenta con 128 grupos miembros en 58 países. “Estamos construyendo una infraestructura esencial para difundir este virus benévolo que es el periodismo de investigación o lo que en inglés llamamos accountability journalism, periodismo de rendición de cuentas. Mira, el asunto es sencillo: la verdad es que los malos se internacionalizaron hace mucho tiempo. Con solo darle a un botón son capaces de mover enormes cantidades de dinero, de gente o de contrabando. Los periodistas vamos rezagados, estamos simplemente intentando alcanzarles. Pero notamos cada día que hay una gran hambre de este tipo de trabajo, sobre todo fuera del mundo occidental. Desde que montamos la oficina de la GIJN en 2012 hemos recibido más de 2.500 peticiones de ayuda de todo el mundo”.
Como periodista, Kaplan ha trabajado en más de 20 países, investigando temas como la financiación del terrorismo por parte de Arabia Saudí o el crimen organizado (su libro Yakuza, de 1987, trata de la mafia japonesa). Durante sus tres años al timón del ICIJ coordinó investigaciones internacionales de grandes sectores industriales: el tabaco, el amianto, el pescado y la energía. En su último año como director contrató a Mar Cabra, la periodista que representa al ICIJ en España y dirige del departamento de datos del Consorcio. “Creo que la historia demostrará que fichar a Mar fue una de mis mejores decisiones”, bromea.
El concepto de la colaboración internacional entre periodistas no es nuevo. Usted vivió sus inicios.
Es verdad que llevamos bastante tiempo en esto. Lo cierto es que los Papeles de Panamá son el resultado de cuatro décadas de trabajo intenso por internacionalizar el periodismo de investigación. Han sido muchas las personas y organizaciones que nos han permitido llegar a este punto. La idea de las grandes investigaciones colaborativas remonta a los años setenta, a la época de la guerra en Vietnam y del Watergate. En 1976, la mafia asesinó al periodista Don Bolles en Arizona. Entonces una asociación americana de editores y reporteros de investigación (IRE) montó un equipo de periodistas de más de veinte medios que se pasó meses escudriñando la mafia, el gobierno y la corrupción. Hicieron importantes revelaciones y dejaron muy claro que no se puede asesinar a un periodista y quedar impune. Desde entonces ningún periodista de un gran medio ha sido asesinado en Estados Unidos. Yo en verdad pertenezco a la generación siguiente. Entré en el Centro de Periodismo de Investigación (CIR) en San Francisco en 1980, tres años después de su fundación. Fue uno de los primeros centros independientes. Realizábamos investigaciones que después compartíamos con los medios, lo que entonces se veía como algo extraño y sospechoso.
Otro año clave fue 1989. Es cuando se funda el Centro por la Integridad Pública, en la misma capital del país. Pero también nacen centros parecidos en los países escandinavos y se funda el Centro Filipino de Periodismo de Investigación (PCIJ), el primero en un país en vías de desarrollo. Y empieza a haber financiación. Cuando cae el muro de Berlín, Europa y América del Norte destinan millones de dólares para reconstruir los medios independientes en países como Rusia, Rumania, Hungría y los Balcanes. Se fundan muchos centros que hacen una gran labor de entrenamiento de toda una generación de periodistas en esos países.
En 2001 montamos el primer congreso global para periodistas de investigación, en Copenhague. En verdad no sabíamos si había interés. Pero se apuntaron más de 300 periodistas de 40 países. El ambiente era casi de revelación religiosa. Todos nos dimos cuenta de que no estábamos solos. Te encontrabas con gente de todas partes que se enfrentaba a los mismos problemas que tú: identificar fuentes, dar con puertas cerradas, buscar documentos, desenterrar datos fiables. Cada conversación se convertía en una tormenta de ideas. Fue mágico. Desde entonces hemos montado un congreso global cada dos años, por todo el mundo. Esto no hay quien lo pare.
¿Ha habido momentos difíciles?
Claro. Cuando me hice cargo del Consorcio en 2008 vivíamos un momento complicado. El ICIJ carecía prácticamente de financiación. Pero además todo el sector estaba en pleno colapso. Ya sufríamos una crisis por el cambio de plataforma tecnológica y la consecuente pérdida de ingresos de publicidad. Pero entonces sobreviene la Gran Recesión. Solo en Estados Unidos perdimos unos 25.000 puestos. Y los periodistas de investigación fueron los primeros en acabar en la calle. Perdimos una generación entera de pericia. Y sin embargo, en mis tres años de director del ICIJ, pudimos triplicar el presupuesto e hicimos un esfuerzo por expandir el número de miembros. Emprendimos proyectos ambiciosos en 20 países. Entonces, la verdad, eso nos parecía extraordinario. Pues mira, ¡ahora el ICIJ está en 80 países!
Lo cierto es que mi sucesor, Gerard Ryle, tiene una gran visión y ha logrado llevar el Consorcio al nivel siguiente. Él y la periodista argentina Marina Walker Guevara expandieron el número de miembros todavía más. También crearon su propia plataforma informática de colaboración e introdujeron el uso del correo electrónico cifrado. Y lo que es más importante: han logrado instrumentalizar filtraciones de datos masivas como Swiss Leaks, Offshore Leaks y ahora los Papeles de Panamá.
¿Pueden seguir dependiendo de filtraciones de este tipo?
Es el gran reto para el Consorcio. Por un lado, han tomado lo mejor de Wikileaks y lo han combinado con lo mejor del periodismo de investigación responsable. Ha sido brillante. Por otro lado, no toda historia importante va a tener una filtración masiva. Mucho del mejor periodismo de investigación no parte de filtraciones. Mira los proyectos que acaban de ganar los Premios Pulitzer. Son historias realizadas a la antigua, con mucho rastreo y desarrollo de fuentes sobre el terreno.
¿La dependencia de filtraciones no implica cierto riesgo? ¿Los medios pueden convertirse en herramientas de los intereses de los filtradores?
Bueno, ese siempre ha sido un desafío para todo el periodismo. Casi todas las fuentes tienen alguna motivación. Buscan que la relación con el periodista les rinda algún provecho. Y es la tarea del periodista calibrar la calidad de la información que le llega, además de integrar y contrastarla. Todo el mundo nos pretende manipular, pero al final somos nosotros los que montamos la historia. Personalmente no soy un gran aficionado al periodismo de filtración, que aquí en Washington se practica en exceso. Pero hay que admitir que estas filtraciones masivas han sido buenas para la sociedad. Es bueno saber qué es lo que está pasando con las cuentas offshore, en la guerra de Iraq o con el espionaje de la NSA.
El otro día el New York Times señalaba que, sorprendentemente, parece haber un público amplio para piezas largas, bien investigadas. No todo se reduce necesariamente a vídeos de gatos tocando el piano. Por un lado, parece lógico: claro que el público quiere enterarse. Por otro, quizá el público no sepa qué le conviene querer enterarse. ¿Cuál es el papel de una organización como el Consorcio en la propia formación de un público lector, en la creación de una sociedad civil crítica a nivel mundial?
Es esencial, qué duda cabe. También explica por qué el mundo del desarrollo internacional ha apoyado tanto al periodismo. Se dan cuenta de que, además de una buena política industrial, un buen sistema educativo y una reforma agraria, digamos, hacen falta medios independientes que puedan vigilar al poder. Pero además no puedes participar en la economía global si no permites que la información fluya libremente. Es algo con que el Gobierno chino está lidiando y que el de Rusia se niega a asumir. Pero lo van entendiendo los países más inteligentes en África y Asia. La verdad es que hoy hay más gente que nunca haciendo un mejor periodismo que nunca en más lugares que nunca. Claro que sufrimos las consecuencias. También estamos sujetos a más acoso, más denuncias judiciales, más ataques físicos que antes. Pero creo que estamos en el lado correcto de la historia.
¿El futuro del periodismo está en los centros sin ánimo de lucro?
Es verdad que la base filantrópica de esos centros permite el aislamiento, la independencia y los recursos para hacer el tipo de trabajo que es cada vez más difícil hacer en los medios tradicionales. Pero también me parece que los medios comerciales están recuperándose. De nuevo, mira las historias que el otro día se hicieron con los Pulitzer. Se está haciendo una labor fenomenal. Y estamos saliendo de la crisis. Se ha vuelto a contratar. El periodismo no está muerto. Y algunos medios se han dado cuenta de que el periodismo de investigación es una parte importante de su negocio, por más recursos que pida y por más controversia que genere.
Me consta que el periodismo es una profesión competitiva, movida por los grandes egos. La colaboración, el compartir fuentes e historias, ¿no va en contra del mismo carácter del campo?
¿Grandes egos en el periodismo? ¡No me diga! (Ríe.) Hablando en serio, creo que la erosión de la profesión en tiempos de crisis económica ha contribuido a cambiar el carácter del campo, haciéndolo más colaborativo. Los medios tienen muchos menos recursos que antes. Los grandes periódicos metropolitanos que antes tenían 400 reporteros ahora tienen 100. Si quieren hacer un trabajo más ambicioso no tienen otra que formar alianzas. Uno de los Pulitzer de este año fue el resultado de una colaboración de dos periódicos en Florida que operan en el mismo mercado. Esto hace poco tiempo habría sido impensable. Incluso cuando yo era director del Consorcio, el editor del equipo de investigación de la revista alemana Der Spiegel era escéptico. “¿Y por qué trabajaríamos nosotros con un grupo como el vuestro?”, me preguntó. “¡Si tenemos a nuestros propios corresponsales!” Hoy ya no respondería así. El futuro de nuestro trabajo es la colaboración.
¿Cuántos ojos hacen falta para procesar más de 11 millones de documentos? A comienzos de 2015, una fuente anónima se pone en contacto con reporteros de la Süddeutsche Zeitung (SZ) ofreciéndoles “más datos de los que nunca habéis visto” sobre cuentas opacas en paraísos fiscales. Los periodistas...
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Sebastiaan Faber
Profesor de Estudios Hispánicos en Oberlin College. Es autor de numerosos libros, el último de ellos 'Exhuming Franco: Spain's second transition'
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