Afganistán y las mujeres sin burka
Gervasio Sánchez y Mónica Bernabé muestran con imágenes y textos la violencia y la tradición del único país en el que la población femenina supera a la masculina en el índice de suicidios
Raúl Gay 4/05/2016
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Hubo un tiempo en que Afganistán copaba las portadas de periódicos. Eran los años en los que los talibanes destruían estatuas centenarias y apedreaban a mujeres en estadios de fútbol. Después llegó el 11S, la invasión y la caída de Kabul, la democratización a la fuerza y la vuelta a las relaciones diplomáticas con Occidente. Poco a poco, las noticias procedentes de este país fueron sustituidas por las que llegaban de Irak, de Pakistán, de Líbano… Olvidadas por casi todos, millones de mujeres seguían sufriendo una vida miserable, marcada a puñetazos y ácido por un machismo atávico.
Para recordar a estas mujeres, la periodista Mónica Bernabé y el fotoperiodista Gervasio Sánchez se embarcan en un proyecto fotográfico durante seis años. El reto es grande: fotografiar a mujeres sin burka. Él dispara con su cámara y ella escribe la historia que hay detrás de cada imagen. El proyecto nace de la iniciativa del Ayuntamiento de Barcelona, que aporta financiación. Ahora es una exposición itinerante que puede verse en el Centro de Historias de Zaragoza y, a partir de septiembre en el centro cultural Conde Duque de Madrid. El paseo por la exposición duele. Hay imágenes potentes y hay pies de foto demoledores; cuando se conjugan, descubrimos la capacidad de obrar el mal que alberga un ser humano y una sociedad.
“Fotografiar mujeres con burka es muy fácil. Se pueden hacer fotografías que parecen postales, hay fotógrafos que se dedican a eso. Por eso nosotros quisimos hacer lo contrario: fotografiar a mujeres sin burka”, anota Sánchez. Al buscar en Google “peor país para ser mujer”, Afganistán no aparece en el ranking; pero lo cierto es que es el único lugar del mundo donde hay más suicidios de mujeres que de hombres. “Los suicidios se producen entre los 16 años y los 25, edades en las que son obligadas a casarse y una manera de liberarse de esa brutalidad es preferir la muerte”. El periodista, que ha fotografiado guerras durante 30 años, confiesa que es duro. “Conozco Afganistán desde hace 20 años, pero cuando Mónica Bernabé y yo nos planteamos un proyecto de hablar de mujeres sin burka… no nos imaginamos lo que nos íbamos a encontrar. Sin ella, hubiera sido imposible”.
Las mujeres de las fotografías tienen 15 o 20 años, aunque sus rostros parecen los de ancianas. Recuerdan a las imágenes de nuestros abuelos y abuelas, que siempre parecían mayores de lo que eran. El sufrimiento envejece a las personas. Gervasio Sánchez recuerda que la esperanza de vida allí está en los 39 años y que el país lleva décadas en guerra. “Muchas personas no han conocido su país en paz y se van a morir antes de que llegue”.
Hay hombres que aprovechan para vender a sus hijas y así tener dinero para droga
El periodista explica el sustrato ideológico que hay detrás del encierro de las mujeres, la expulsión de las escuelas, la ignorancia sobre su cuerpo, los matrimonios forzosos y los embarazos continuados. No es una cuestión de sadismo masculino, “aunque hay hombres que aprovechan para vender a sus hijas y así tener dinero para droga”; es una cuestión de tradiciones atávicas y brutales. “El drama de la mujer afgana es consecuencia de tradiciones obsoletas que se perpetúan por hombres y mujeres. La mujer forma parte de la rueda. La madre acepta que su hija se case igual que ellas forzosamente”, anota Sánchez.
Esa misma tradición es la que permite fotografiar a hombres de cincuenta años con sus esposas de veinte: “Son hombres con mucho honor. Creen en la tradición, en casar a su hija con quien creen que será mejor para la familia. Si respetas a su familia y quieres mostrarla, al final aceptan salir”. Recuerda que hasta hace no tantos años, en España las mujeres no podían sacar un pasaporte sin autorización de un hombre, que se mudaban con los suegros después de casarse y que lo normal en una mujer era estar embarazada o recién parida. “Hemos olvidado un poco nuestra historia. En Afganistán la tradición tiene un peso tremendo y la guerra ha impedido los avances. Ahora hay muchas leyes que protegen a la mujer, pero son papel mojado: por encima están la tradición y la impunidad”.
Lejos del espectáculo
Sánchez también ofrece una interpretación de lo talibán diferente a la que estamos acostumbrados a escuchar. Asegura que no era la peor milicia que había en Afganistán. “Consiguieron pacificar el país, cosa que no se cuenta. Su rigorismo islámico era tan brutal que era imposible negociar, pero consiguieron en 1996 acabar con la guerra civil. Los afganos prefieren tener una milicia que ponga orden a cinco que guerreen entre sí”. Es el Leviatán de Hobbes en el siglo XX: a cambio de cierta seguridad, una fuerza superior ofrece cierta seguridad a cambio de las libertades. “Los afganos no aplauden la llegada de los talibán, pero no se quejan porque acaban con las bombas. Cuando llevas 15 años de guerra, solo quieres la paz”.
Lleva treinta años fotografiando a las víctimas de los conflictos y huyendo de la espectacularización de la guerra, ha publicado una docena de libros y ha sido premiado más de treinta veces por su mirada ante el dolor de los demás, como diría Susan Sontag. Y sigue sin morderse la lengua. Gervasio Sánchez se ha convertido en un referente moral del periodismo en nuestro país. Ese pepito Grillo que nos recuerda cada cierto tiempo que las cosas no están bien, que podemos hacer mucho por mejorar el mundo y nuestro entorno; a veces, basta con cumplir la ley.
Es el caso de la venta de armas. En 2008, en el discurso de recibimiento del Premio Ortega y Gasset, el fotógrafo rompió el protocolo y dijo: “Me siento escandalizado cada vez que me topo con armas españolas en los olvidados campos de batalla del tercer mundo y que me avergüenzo de mis representantes políticos [...] Yo también tengo un sueño: que, por fin, un presidente de un gobierno español tenga las agallas suficientes para poner fin al silencioso mercadeo de armas que convierte a nuestro país, nos guste o no, en un exportador de la muerte”. Este sueño todavía no se ha cumplido y España vende hoy 10 veces más armas que en 2004.
El mercadeo de armas convierte a nuestro país en un exportador de la muerte
El periodista sigue indignado con el Gobierno de Zapatero, al que llamó traficante de armas. “Mi obligación como periodista no es contemporizar con el poder ni hacer discursos bonitos. Siempre he hecho discursos duros”. El discurso fue vitoreado por algunos y escuchado con cara de circunstancias por otros; pasó de mano en mano y todavía hoy resuena. Pero no sirvió de nada. Hoy España incumple su propia ley y vende armas a países como Israel o Arabia Saudí. Europa es el mayor exportador de armas ligeras del mundo. “Ésas son las que matan en las guerras. Bombas atómicas hay muy pocas, las guerras se hacen con fusiles. Los políticos europeos están hablando de derechos mientras exportan la muerte en forma de armas”
Sánchez señala lo que muchos no quieren ver, la hipocresía de los medios. “Hoy se critica la venta de armas a Arabia, pero entonces se hacía y muchos medios callaban. Es indignante. Cuando mi partido gobierna, callo. Cuando está en la oposición, hablo. Esto pasa en todos los medios, los grandes y los alternativos”.
En su carrera ha publicado en La Vanguardia, El País, ha trabajado para la Cadena SER y en el servicio español de la BBC, y siempre ha sido fiel a Heraldo de Aragón, el medio donde comenzó y, dice, siempre se ha sentido respetado. Lamenta que el periodismo esté cada vez más sometido al poder de la política y las finanzas y califica de impúdicas las relaciones entre el poder mediático, el poder político y el poder financiero. “Cuando empecé, los ciudadanos veían a los periodistas como personas frente al poder. Ahora nos ven como relacionados con el poder. Los negocios están por encima y por delante de todo”. Se muestra pesimista respecto al futuro de los medios. “El endeudamiento de los tradicionales ha llevado a que los bancos sean los verdaderos dueños” y los medios alternativos tienen que luchar contra “la atomización y las limitaciones económicas”.
Cualquier tiempo pasado
Acostumbrado a dar conferencias en universidades, afirma que la precariedad laboral, el descenso continuado de las tarifas y los vetos a la hora de hablar de ciertos temas hacen que sea casi imposible hacer periodismo digno en España. “Hay demasiadas facultades y con este cuello de botella, no todos los licenciados van a encontrar trabajo. Son mano de obra barata. Los medios, los tradicionales y los alternativos, ofrecen trabajar gratis o por cantidades que son basura. Es una vergüenza: trabajas dos años gratis para que tu nombre suene, pero vas camino del desastre”.
Sánchez recuerda que en los 80 y 90 podía vivir haciendo fotos, pero “hoy es imposible. Vivir del periodismo es ganar entre 1.500 y 2.000 euros, si vives en Madrid o Barcelona. ¿Quién gana eso? Los directivos de los medios maltratan y malpagan. De los 30 a los 40 te pagan mal y a los 50 te despiden. ¿Tu vida laboral va a ser de 10 años? Es muy doloroso”.
Pese a todo, sigue creyendo en el periodismo, “la pasión dura hasta la tumba”, y confiesa que la mejor foto es aquella que no se muestra, “hay que apostar por proyectos, no por fotografías. a veces, hay que sacrificar una foto especial por otra que aporta el hilo narrativo”. Tiene cientos guardadas y espera poder mostrarlas un día. En su cabeza bullen los proyectos, entre ellos, uno sobre desaparecidos de la guerra civil y la dictadura franquista que quiere estrenar en una fecha determinada: el 18 de julio de 2036.
Hubo un tiempo en que Afganistán copaba las portadas de periódicos. Eran los años en los que los talibanes destruían estatuas centenarias y apedreaban a mujeres en estadios de fútbol. Después llegó el 11S, la invasión y la caída de Kabul, la democratización a la fuerza y la vuelta a las relaciones...
Autor >
Raúl Gay
Periodista. Ha trabajado en Aragón TV, ha escrito reseñas en Artes y Letras y ha sido coeditor del blog De retrones y hombres en eldiario.es. Sus amigos le decían que para ser feliz sólo necesitaba un libro, una tostada de Nutella y una cocacola. No se equivocaban.
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