El Atleti siempre vuelve
Ser del Atlético es vivir en inferioridad numérica, tener una parcela en campo contrario, nadar contra corriente. Un poderoso retrato de la ambición, un manual de supervivencia. Combatir el peso del pasado, buscar la redención, reencontrarse con uno mismo
Rubén Uría 25/05/2016
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Que quede claro: la historia no le debe una Copa de Europa al Atlético. El fútbol no está en deuda con el equipo, ni con sus aficionados, ni con el club. Ni después de aquella final de Heysel ante el todopoderoso Bayern, ni tras el minuto 93 de Lisboa. Entre otras cosas, porque en fútbol, los títulos y las finales no se merecen, se ganan. En eso anda el Atleti, en obligar al destino no a pagar una deuda que no existe, sino a cobrársela en el campo, frente a su vecino rico de toda la vida. Tiene otra oportunidad de lograrlo, la tercera de su historia, porque ha cruzado océanos de tiempo para recomponerse una vez tras otra, para reinventarse, para rearmarse ante cualquier fatalidad o contingencia, por más duro y escarpado que fuera el camino. Dicen que el Madrid siempre vuelve, pero el que vuelve, y de los lugares más remotos e insospechados, siempre es el Atlético. Está escrito en su naturaleza. Perdió el tren de la gloria en 1974, con el único gol en toda su carrera de un central de cuyo nombre a uno no le da la santa gana de querer acordarse, y se levantó. Cayó tras un trueno de otro central de cuyo nombre uno tampoco tiene el placer de querer acordarse cuando el partido estaba en la prolongación, y también se levantó. Perdió una Copa del Rey cuando ya había descendido después de que un delantero, de cuyo nombre tampoco cabe acordarse, arrebatara una pelota a un portero de cuyo nombre uno jamás podrá olvidarse, y también se levantó. Descendió al infierno de Segunda después de una gestión negligente, irregular y que derivó en una intervención judicial que dejó al enfermo en estado comatoso, y también se levantó.
La vida del Atlético consiste en caer para aprender a levantarse. Desde tiempo inmemorial, ser del Atlético ha sido resistir los envites del destino, con entereza y fidelidad, porque para sus aficionados, la verdadera grandeza siempre ha estado más allá de ganar o perder. Si el Madrid es ganar en primavera --eso sostiene Jabois--, el Atlético es levantarse en mitad del crudo invierno. Una mañana tras otra, sin premio, sabiendo que un día llegará. Durante años de desesperación y travesía por el desierto, antes de que el cholismo irrumpiese con furia para recuperar el orgullo y el gen ganador que siempre tuvo el club, hubo quien disfrutó con la falsa prótesis del loser, quien se impregnó del discurso fácil de la estética del perdedor y del carácter supuestamente entrañable de un club resignado sufrir toda maldición o plaga imaginable, en un bucle infinito de mediocridad y leyes de Murphy. Esa falsa moneda, que fue de mano en mano, incluso de las de algunos hinchas contaminados porque no tenían cuerpo para resistir tanto castigo, murió con la llegada de Simeone. Con él, ni Pupas, ni costras, ni lloros, ni lamentos. Sólo victorias y dignidad. Todo cuello.
Él levantó al Atlético cuando ya no le quedaban fuerzas para levantarse. Él devolvió victorias, orgullo, prestigio, autoestima y orgullo. Él convirtió al atlético que se escondía los lunes en la oficina en un tipo feliz, de mirada limpia, capaz de mirar a los ojos a sus compañeros de curro, porque se sentía orgulloso de su Atleti. Él cambió la estética del perdedor por la mentalidad del campeón, él acuñó, homilía tras homilía, partido a partido, la nueva religión que han abrazado miles de feligreses. Hinchas que tienen confianza ciega en su nuevo credo, su nuevo padre nuestro. Simeone ha visto santificado su nombre, porque hay una afición dispuesta a que venga a ellos su reino, a que se haga su voluntad, así en la tierra como en el cielo; con la esperanza que el triunfo suyo de cada día se lo ofrecerá hoy, perdonando ofensas y ofensores, con el deber de no caer en la tentación de resucitar al Pupas y la condición de poder librarles del Madrid. Amén.
¿Qué pasará si el Atlético pierde en Milán otra vez ante el Madrid? Nada, el mundo seguirá girando y el Atlético, por enésima vez, se levantará para volver más fuerte. ¿Qué pasará si el Atlético pierde su tercera final de Copa de Europa? Que todos los que llevan años deseando su desaparición hablarán de más en la fiesta de Blas y el Atlético, cuando cure sus heridas, se levantará de nuevo. ¿Qué pasará si el Atlético pierde otra Copa de Europa en el último minuto o, aún con más crueldad, en la prolongación del partido? Que el cielo se desplomará sobre las cabezas atléticas, como en los tebeos de Astérix y Obélix, y que, cuando pase un tiempo prudencial, el Atlético se levantará para demostrar que lo suyo no es flor de un día, porque está hecho a prueba de bombas. ¿Y qué pasará cuando el Atleti pierda otra vez ante el Real Madrid y el equipo de todos los españoles (sic) y sus medios afines pongan al Atlético de rodillas, haciéndole sentir además de minoría, un equipo croata? Que la herida manará sangre, que será difícil suturar, que los puntos tirarán una barbaridad y que, ante una puñalada que no tiene cirujano que la opere, el Atlético, una vez más, se levantará. Entre otras cosas, porque lleva toda la vida levantándose.
No hay fuego eterno o infierno, real o imaginario, que haga arder al Atlético. Es inmune. Ya se quemó, abrasándose durante años, deambulando por la nada, paseándose por Segunda, jugando la Intertoto con Spiderman en el pecho, riéndole las gracias al finado Gil, dejando que se apropiasen su club de manera indebida, cayendo con un Segunda B en Copa, visitando al Universidad de Las Palmas, con la Politécnica de Timisoara o poniendo en el mapa mundial al terrible Ancaraguçu. Aquello sí fue un infierno. Intubado y en fase terminal, el Atleti se pasó años esperando que alguien apagase la máquina, porque el enfermo tenía los días contados. Y sin embargo, en mitad de ese infierno que habría calcinado a cualquier otro, el Atlético salió vivo. Con quemaduras, pero vivo. Así es el Atlético. Cae, pero siempre se levanta. Esa es su historia. Ser del Atlético es vivir en inferioridad numérica, tener una parcela en campo contrario, nadar contra corriente. En suma, un poderoso retrato de la ambición, un manual de supervivencia para combatir el peso del pasado, una búsqueda de la redención, el reencontrarse con uno mismo.
El Atlético es el viejo Eddie Felson (Paul Newman) en la mítica película de billar, El color del dinero, justo en esa escena en la que se mide a Vince (Tom Cruise) por un sobre de dinero, sabiendo que su pupilo, más joven y brillante, tiene todos los triunfos en su mano.
Vince, que renuncia a ganar un campeonato por dinero, amenaza a su mentor:
--“Vamos hombre, no tienes nada que hacer Eddie, va a ser una exhibición, soy el mejor. ¿Qué harás cuando te dé una paliza?”.
Eddie, que abandona el campeonato sabiendo que Vince se ha dejado ganar, desea demostrarse a sí mismo de lo que es capaz. Así que sonríe y responde:
--“Si me das una paliza, me levantaré y volveré la semana siguiente. Y cuando me des otra esa semana, volveré a levantarme. Y el próximo mes, si me das otra paliza, volveré a levantarme. ¿Por qué? Muy fácil. Porque he vuelto”.
Así era Eddie Felson. Así es el Atlético. Lleva una vida recibiendo palizas y siempre se levanta. Siempre vuelve.
Que quede claro: la historia no le debe una Copa de Europa al Atlético. El fútbol no está en deuda con el equipo, ni con sus aficionados, ni con el club. Ni después de aquella final de Heysel ante el todopoderoso Bayern, ni tras el minuto 93 de Lisboa. Entre otras cosas, porque en fútbol, los títulos y las...
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Rubén Uría
Periodista. Articulista de CTXT y Eurosport, colaborador en BeIN Sports y contertulio en TVE, Teledeporte y Canal 24 Horas. Autor de los libros 'Hombres que pudieron reinar' y 'Atlético: de muerto a campeón'. Su perfil en Twitter alcanza los 100.000 seguidores.
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