AMIGO MARCO
1. La pinza que nunca existió
Abrimos una serie de análisis sobre las palabras, conceptos, relatos, marcos de referencia y fenómenos, ciertos o falsos, que marcarán la campaña electoral
Esteban Ordóñez 25/05/2016
Manuel Chaves y Luis Carlos Rejón, en el año 1990.
Junta de AndalucíaEn CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Rubalcaba regresa en precampaña y camina mientras responde a una de esas entrevistas que vienen enlatadas aunque sucedan en directo. Suelta algo así como que el cambio de Podemos es Anguita y detrás del cordobés están Aznar y la pinza. Aprieta la boca, feliz del silogismo. Podemos, la pinza: Aznar. El PSOE va a agitar un fantasma que, pese a su falsedad, aterrorizó a las mismas filas de Izquierda Unida en los noventa. La sonrisa socialdemócrata, caracterizada por un entusiasmo a la par ingenuo y sospechoso, se está helando en las bocas de muchos militantes. Una de las más características, la de Chacón, ya se ha metido de cabeza en la nevera.
Los cocineros de eslóganes del PSOE se han quedado sin condumio y les ha dado por rascar la costra que queda pegada al fondo de la olla. Su campaña pivotará entre la agitación del miedo y la reivindicación de aquella España socialista que ahora pretenden feliz y paradisíaca como un verano adolescente. El sueño socialista para 2016 es que el tiempo no haya pasado. La campaña de la pinza fue tremendamente efectiva y confían en que lo será de nuevo. Apenas nadie duda de que la pinza de hoy es irreal.
También hay suficientes datos disponibles para demostrar que la de los noventa también fue una falacia, aun así el mensaje caló hondo y castigó mucho a la base electoral y a las filas de IU.
Las tripas del argumento eran las siguientes. Un juego de maniqueísmo y banderas (uno saca una bandera para dejar de pensar). El PSOE era el dueño y monarca de la izquierda, el PP, la derecha, la bestia negra, el mal mayor. El bipartidismo se prestaba a aplicar un razonamiento napoleónico: el que no está conmigo, está contra mí. Toda oposición que se hiciera desde IU al PSOE, de esta manera, podía ser colocada al otro lado de la trinchera. IU estaba condenada a realizar una oposición complaciente. En el momento en que llegó Anguita a guerrear en serio y a desvelar con carisma las contradicciones del Gobierno de Felipe, se armó el cotarro.
La cosa llegó a límites insospechados. Alfonso Guerra clamó que atacar al partido socialista era de derechas. Y en una ocasión, ya destronado, González gritó, extasiado, que Aznar y Anguita eran “la misma mierda”. Lo dijo demostrando una actitud ‘sobrecargada’ que ahora achaca a otros.
En realidad, el PSOE inventó una pinza falsa para contrarrestar el hecho de que Anguita estaba denunciando otra pinza (aunque nunca lo verbalizó así): la que, amparados en el color de sus siglas, conformaban los socialistas con la patronal y, en muchísimas votaciones parlamentarias, con el PP. Quienes estaban oprimidos por esta tenaza eran, por un lado, los trabajadores y por otro el imaginario de la izquierda, que fue vaciándose de contenido, desorientándose, pervirtiéndose.
Primer capítulo de la pinza
En las elecciones andaluzas de 1994, el imputado Manuel Chaves perdió la mayoría absoluta mientras que IU, capitaneada por Luis Carlos Rejón, logró un ascenso importante. Javier Arenas dejó al PP a cuatro escaños de distancia de los socialistas. Sin embargo, IU no quería mantenerse como una simple muleta y, cuando se abrieron las negociaciones, pidió al PSOE la Presidencia del Parlamento como vía para conseguir futuros acuerdos, pero se negó esa posibilidad. Más tarde, en el momento de elegir al presidente del Parlamento, Diego Valderas (IU) consiguió el apoyo del PP para ocupar el puesto. Fue entonces cuando el Grupo PRISA comenzó a difundir aquel concepto bélico de la pinza que se expandió al paisaje nacional. La historia se apoyó en la imagen de una reunión entre Anguita y Aznar, una reunión entre dos políticos que se publicó como si se desvelara un escándalo.
Lo cierto es que las votaciones en que el PSOE y el PP se ponían de acuerdo superaban en número y en trascendencia a las de IU y PP. La diferencia es que el poder mediático no diseñó ni difundió ninguna etiqueta simplificadora para relatar las traiciones ideológicas del PSOE. Un claro ejemplo: algo antes, en diciembre de 1993, se votó en el Congreso el decreto que abría la veda a los contratos basura; el mismo que había provocado la convocatoria de una huelga general para enero. ¿Quiénes votaron a favor?: PSOE, PP, CIU, PNV y PAR. Y en contra: IU, ERC y CC. Fuera del Parlamento, la normativa sólo contentaba a la CEOE y al Círculo de Empresarios. Esta votación que muy pocos recuerdan introdujo en España la precariedad. Además, ocurrió en plenas vacaciones de Navidad, con una nocturnidad que recuerda a la reforma del 135 de la Constitución.
El fantasma de la pinza se ha esgrimido con total alegría cada vez que, en una autonomía o en un ayuntamiento, IU no se ha rendido a la marca PSOE. Hay corporaciones municipales en que el PP gobernó con el apoyo de IU; situación que, por supuesto, ha sido propagada por distintos medios de comunicación y se ha enarbolado como muestra de esa supuesta pinza que IU aplica en cuanto aparece la oportunidad. No ocurre lo mismo con las ocasiones en que el PSOE o el PP han evitado alcaldías de IU apoyándose entre ellos: estos datos hay que perseguirlos por blogs y posts personales.
Tras las elecciones municipales de 2011, el PP y el PSOE se concedieron alcaldías mutuamente en alrededor de 50 ayuntamientos. En muchos de ellos, IU era la lista más votada y los socialistas negaron su apoyo: Trevélez (Granada), Carmona (Sevilla), Polopos (Granada)… Ninguno de estos casos se usó para desautorizar al PSOE.
Los pactos contra-natura no son algo tan raro en una política local que tiene códigos y motivos más íntimos que los de la escena nacional. La diferencia radica en que cada uno de los casos que perjudican al PSOE ha servido para reforzar la conspiranoia de la pinza y del boicot al progresismo, mientras que los que dañan a Izquierda Unida han pasado desapercibidos. En todo esto subyace una suerte de señoritismo: los socialistas y sus voceros pueden permitirse arrinconar a la izquierda de su izquierda, catalogarla de pintoresca, acusarla de coquetear con el estalinismo, pero el ataque de vuelta es intolerable y merece ser señalado y condenado.
La pinza no existió en los datos. Julio Anguita, por ejemplo, se negó a apoyar una moción de censura de Aznar. El popular pretendía desalojar a González y convocar elecciones. Es cierto que el cordobés pedía la dimisión del presidente por los crímenes de Estado y la corrupción, pero no le veía sentido a sustituir “a un presidente por otro, ya que ambos tenían un programa de derechas”. Incluso en la carta que se reveló 20 años después como prueba del complot, se lee claramente la negativa del coordinador de la coalición de izquierdas.
En todo caso, si la pinza existió, se trató de una táctica de comunicación contra un adversario que no sólo aplicaba las políticas de la patronal, sino que además neutralizaba el vocabulario de lucha de la izquierda. La etiqueta, en cambio, se ha venido empleando para desacreditar posiciones políticas.
De hecho, a la desesperada, viendo que la campaña noqueaba a su partido, Anguita mandó imprimir miles de folletos para que se repartieran por las calles. En ellos se esquematizaba la actividad parlamentaria. El papel calculaba los acuerdos parlamentarios alcanzados entre las tres fuerzas políticas. Los consensos entre PP y PSOE eran los mayores, entre el PP e IU apenas había una votación en común.
Calificar con un cliché de connotaciones paranoides la actividad parlamentaria libre de un grupo no parece una forma de obrar demasiado democrática, sino una consecuencia de un egocentrismo institucional con tintes de derecho divino y de un colonialismo ideológico que hoy, con Pedro Sánchez al frente, da sus últimos coletazos.
Además de en la brutal maquinaria mediática (El País se ensañaba cada día con IU), la clave para que calara el mensaje de la pinza radicaba en que una de las premisas era cierta: en los noventa, el PSOE era la única alternativa al PP, y como el PP se escoraba indudablemente a la derecha, el PSOE podía mantener el colorcito rojo que había ido enroseciendo durante los años de mayorías absolutas, pelotazos, privatizaciones y reformas laborales. Pero este panorama se esfumó. La única esperanza parece estribar en rascar el fondo de la olla para repelar prejuicios dormidos. Ahí se empeñarán todas las fuerzas: en traer los años noventa a la época de Twitter.
Rubalcaba regresa en precampaña y camina mientras responde a una de esas entrevistas que vienen enlatadas aunque sucedan en directo. Suelta algo así como que el cambio de Podemos es Anguita y detrás del cordobés están Aznar y la pinza. Aprieta la boca, feliz del silogismo. Podemos, la pinza: Aznar....
Autor >
Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí