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En plena resaca de la proliferación y franquiciado de ferias y bienales de arte, es palmario el agotamiento y la rigidez del formato expositivo. Ya lo vimos en 2002 con Art Basel, una de las ferias top five, que abrió sucursales en Miami y Hong Kong; mientras que la última en unirse ha sido la mucho más reducida Arco Lisboa. En España se ha llegado a registrar, en uno de los escasos estudios del mercado del arte español, un total de más de 70 ferias de arte en el año 2014, la mayoría de carácter local. No dejan de ser datos asombrosos si tenemos en cuenta que, según el INE, tan sólo el 1,1 % de la población ha acudido a ferias de arte y un 0,9 % ha comprado obras en 2015.
La situación del mercado del arte del país continúa siendo muy limitada –como apuntan los informes de Artprice– y la gran feria de arte nacional parece estar más próxima a un espectáculo mediatizado, con un contenido banalizado y orientada principalmente a coleccionistas corporativos. Esta saturación y pérdida de rumbo, junto con los recortes públicos en inversión cultural, las necesarias reformas que no llegan –como la ley de mecenazgo– y el escaso interés oficial en la formación estética, han provocado que desde hace unos años estén surgiendo iniciativas con nuevos planteamientos y referencias; teniendo todas ellas como lugar común la necesidad de repensar los espacios, los papeles de los agentes que intervienen y la proyección socio-comercial del arte.
Hoteles, naves industriales, edificios abandonados, talleres e incluso cementerios, los espacios de comercialización del arte son muchos y bien distintos, con menos intermediarios e incluso sin ellos, frente al modelo más convencional, tan fragmentario y auspiciado por galerías; son algunas de las posiciones que buscan, quizá ilusoriamente, ampliar los límites de las estructuras y políticas culturales y establecer otro tipo de conexiones con el público.
Hoteles, naves industriales, edificios abandonados, talleres e incluso cementerios. Los espacios del arte son muchos y bien distintos
En plena era de los blockbuster shows, nos hemos encontrado con una feria de arte independiente que rema a contracorriente: la Feria de Arte en mi Casa (FAC), una muestra de artistas que no se conforman con la precariedad en la que tienen que trabajar y participan en otras vías, como esta exhibición comercial fuera de los canales establecidos –en los que el artista suele estar aislado–, sin apoyo o figura de autoridad legitimadora y en un espacio mucho más cotidiano. El artista David Heras o el Pintor Verde, cansado de reflexionar sobre las necesidades de los artistas, se lanzó a crear este proyecto colectivo en el que los pilares fundamentales son, como nos ha contado, “la calidad artística, la presencia de los creadores y la máxima cercanía al público”.
Definitorio de la nueva era de lo efímero y lo contingente, durante tan sólo un día su vivienda ubicada a las afueras de Madrid, en Cobeña, se vio intervenida por 15 artistas y colectivos, todos ellos presentes. La idea inicial era “devolver al artista su lugar, algo que en la actualidad se ha perdido. Situando a los comisarios en un segundo plano, encargados de la selección de los participantes y sus ubicaciones, han sido los propios artistas quienes han desarrollado todo su planteamiento, tanto conceptual como expositivo. Esto diferencia mucho a la feria. El artista es libre y vuelve a ser el único protagonista, sin más encorsetamiento que la calidad, que no es poco”.
La feria tuvo cierta afluencia de público, principalmente joven, pero no apareció ninguno de los tan escasos y buscados coleccionistas españoles, lo que limitó aún más las posibles ventas. Sí acudieron críticos de arte, especialistas y galeristas, como Gregorio Vigil-Escalera, Marta Pérez Ibáñez, Javier Díaz Guardiola, Alicia Rey o Alfonso de la Torre, cuyas impresiones coincidían en subrayar el carácter alternativo de la propuesta. El crítico De la Torre nos comentó que como “voyeurs redoblados (arte e intimidad, en efímero o comprimido tiempo)”, el encuentro con la feria supuso para él “un cierto suspenderse de las tradicionales cuestiones del arte” y le pareció “equilibrada y estimulante”.
Un modelo más experimental y lúdico, muy desenfado y sin espacios delimitados; donde se bebía vino, cerveza y también gazpacho, y se comía desde tortilla de patatas hasta tacos mexicanos. Como apuntaba un vecino de la villa que compró obra, “es algo divertido y ha sido muy bien recibida, hasta el punto de que uno de los vecinos ha llegado a ofrecer su casa también para abrirla al arte”. Nos decía Heras que “la mayor dificultad puede ser el desconocimiento relacionado con el arte contemporáneo, y lo que demostramos es que convive perfectamente con los domicilios particulares, que no es una cosa exclusiva de galerías o museos. Una casa es un lugar perfecto para tenerlo. Además, es obra de gran calidad a precios muy contenidos, de ahí que haya tenido relativo éxito comercial. Desde 2 euros a 5.000, para todos los bolsillos y en consonancia con los tipos de obra y formato” –frente al rango del referente Arco 2016 de 600 a 2,5 millones de euros.
La obra del propio Heras era lógicamente la más repartida “cubriendo huecos, al estilo de Van Gogh” como él mismo dice, y destacó por exhibir una nueva pieza de videoarte sobre la vigilancia y control a los que estamos sometidos. El recorrido se iniciaba en su garaje-taller, donde los distintos períodos de su obra se relacionaban con los mapeos sensuales y húmedos de las obras de Antonio Labella, “composiciones visuales que atrapan las abstracciones de la intimidad” explorando así “la representación de lo imperceptible en la sociedad de la híper-visibilidad”. Moversinmover, binomio artístico formado por Javier e Iván, seleccionó para FAC piezas de dos sus series más consolidadas, como los cuadrorrelieves u obras/objeto de experiencias e instantes y su homenaje a la naturaleza, siempre en torno a las distintas direcciones como juego conceptual.
Todos los artistas manifestaron que no habían participado en un proyecto colectivo en un entorno doméstico, en el que como destacaba uno de ellos, Anthony Stark, “no se ha modificado nada propio de la casa, es decir, los artistas hemos tomado las estancias pero no se ha ocultado ni adaptado nada. La gente puede tener sensaciones muy diferentes, desde sentir pudor hasta sentirse como en su casa, en familia”. Precisamente estas fueron las reacciones dispares que encontramos en los vecinos más próximos; casi ninguno de ellos, asiduos a exposiciones o ferias.
Reapropiación de la cocina
El trabajo de Stark –“pintor de carnes” lo bautizó De la Torre– recibía en la entrada con “su imponente exceso” y buscaba con su obra que pudiera “llegar a ser un pequeño bofetón para el espectador, que pueda causarle sentimientos positivos y negativos, pero extremos, al igual que con la serie Los Groseros, formada por imágenes que recuerdan a políticos actuales en actitudes sexuales y con sus cuerpos modificados. Desde excitarle hasta sentir rechazo o replantearse su postura moral ante su forma de acercarse a la pintura, al arte”.
También Bárbara Vidal, Sara Morillo y Marina Guilarte, editoras y comisarias independientes de El Pez Globo, veían un punto morboso en entrar en la intimidad de una casa. Ellas se encargaron de la cocina y plantearon la Ladies’ Room, “tomando de modo intencionado el espacio que tradicionalmente se ha asociado con la mujer para darle la vuelta, manifestarnos y gritar desde él”. Presentaron algunas de sus creaciones y expusieron “tres ejemplos de sutil poética feminista” a través de las vajillas de Nuria Blanco, los collages bordados de Maite Ortega y las fotografías de la jovencísima Silvia Grav.
No se trató tanto de un ejercicio subversivo, sino de la consciente apropiación y relectura de las genealogías, iconografías y técnicas –algunas de ellas denostadas por ser consideradas menores, como la artesanía– producidas por mujeres. Continuando, en el salón nos encontrábamos las numerosas caras coloristas del mexicano Santiago Pani, formando según él “una instalación de retratos basada en la idea de que todas las personas que pasan por nuestra vida, se guardan en un punto del subconsciente y son después protagonistas de nuestros sueños, son parte de lo que somos hoy de alguna manera”. Pani, que cuenta con un espacio colectivo de residencias artísticas, también nos contaba que la feria “es un punto de encuentro para los artistas en el que pueden detonar muchos proyectos, en el que la presión y el nerviosismo de las ferias no se siente, es mucho más amigable y vengo con más ilusión”.
Las galerías no han sabido adaptarse bien, en gran medida por la pérdida de las compras institucionales
La misma idea y ese aire de esparcimiento nos transmitió Rubén Rodrigo Silguero, definido por De la Torre como “un pintor líquido, frecuentador de una abstracción con ecos zen, una suerte de congelada action” que trajo a la feria piezas que no había mostrado antes al público. Nos comentó que quizá la forma cultural en la que entendemos el espacio privado en España podría echar a algunos para atrás, a diferencia de Londres o Berlín donde propuestas así se entienden mucho mejor.
José Luis López Moral también señaló algunos de los problemas clave del mercado del arte español, pues considera “que hay mucha gente que no sabe dónde se compra arte, los canales son tan elitistas que muchos no prueban a entrar en una galería” –la asistencia a galerías de arte es muy inferior en comparación con la de los museos, 12,7% frente a 23,8 %– y “lo necesario de estas iniciativas frente al sistema de ventas de las galerías, casi obsoleto dada la situación actual del país, a la que no han sabido adaptarse bien, en gran medida por la pérdida de las compras institucionales”, haciendo referencia a las políticas de creación de museos y centros de arte provinciales, aluvión desmedido de contenedores que había que rellenar.
Este artista, junto con Patricia Mateo y Luis Pérez Calvo –Estudio 47– presentaron sus trabajos en una de las habitaciones de la planta superior: el “mundo de ilimitada energía de los paisajes” de López Moral según De la Torre, realizado, para sorpresa de muchos, con el móvil y presentado como un Viaje IOS; la ironía de las pinturas, dibujos e intervenciones de Mateo, donde un incendio se vuelve metáfora purificadora de un divorcio; y “los hermosos dibujos de Pérez Calvo, entre melancolía y brut”, obra de un cronista dicharachero que crea mundo llenos de referencias desde el Pato Lucas a Commando Cody y quien por vez primera mostró Batman nos recomienda sardinas del Hacendado: un Batman en paro tras la crisis que se reinventa en las profesiones más dispares.
Un estatuto propio
De la Torre también destacó “las reflexiones fotográficas de Javier Ayuso (vive el arte de tensiones y muere de distracciones, dijimos)” con lo que hacía referencia al site-specific formado por fotografías, piezas de vídeo y proyección: a través de la extraña presencia de perros en lugares acotados, impropios de ellos, nos recordaba el sentimiento de domesticación y falta de identificación que las personas experimentamos con muchas de las normas político-sociales. Por su parte, David Delgado Ruiz nos habló de los estándares espacio-temporales, de la memoria y del recuerdo a través de una serie fotodocumental sobre los cambios de nuestro paisaje urbano y cotidiano: la transformación de todos esos comercios tradicionales y emblemáticos de Madrid –cerca de 200.000 en todo el país– que, desde el 1 enero de 2015, se vieron afectados por el fin de las rentas antiguas que estableció la Ley de Arrendamientos Urbanos de 1994, estando la mayoría de ellos abocados al cierre y desaparición por no soportar la brutal subida de los alquileres.
Una de las más atrevidas en la casa fue la joven Carlota Pereiro al invadir uno de los baños; tintas y lienzos en un lugar complicado para exponer y que, a pesar de estar destinado a su uso habitual, la gente no se atrevió a utilizar. Muy cerca, en el distribuidor estaba “el hermoso collage enfriado-glitch de Julio Falagan, sobre La Tempestad de Giorgione” decía el crítico, misterio de la pintura clásica en el que también se incluían enigmas más contemporáneos en la clave del error y el pixelado, como la muerte de John F. Kennedy y el atentado de las Torres Gemelas, y que nunca había salido del estudio de Falagan. En otro espacio de tránsito se encontraba el trabajo de Francisco González Bree, recientemente presentado por Rosina Gómez-Baeza –directora de Arco durante más de 20 años– afirmando que aún “sin querer ver en su obra un comentario político, ni siquiera social, su mundo onírico, sus ensoñaciones, son una alegoría del clima de violencia y destrucción de nuestro tiempo, que tantas veces evocan los artistas”.
Una exposición, según Vigil-Escalera, “en la dimensión auténtica del arte, en su verdadera condición de testimonio y conocimiento”. Múltiples diálogos bajo una compensada dinámica de formalidad, descanso y diversión en la que el protagonismo absoluto no lo tienen los sobrevalorados curators o las marcas patrocinadoras, lo tienen sólo los artistas. Iniciativas desde los márgenes, valedoras de argumentos tan sencillos y veraces como el que resumió Heras: “haciendo las cosas con seriedad y cariño, el público y los artistas son felices”. Tendremos que ver si realmente se logra mejorar la situación laboral de estos creadores, como así lo han planteado los principales partidos políticos y en concreto Podemos más ha desarrollado: la creación de un estatuto propio que respete la especificidad de los artistas.
En plena resaca de la proliferación y franquiciado de ferias y bienales de arte, es palmario el agotamiento y la rigidez del formato expositivo. Ya lo vimos en 2002 con Art Basel, una de las ferias top five, que abrió sucursales en Miami y Hong Kong; mientras que la última en unirse ha...
Autor >
Sara Zambrana
Es historiadora del arte.
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