Tribuna
¿Y si Pablo Iglesias tiene razón?
¿Por qué despierta tanto nerviosismo en el PSOE que se afirme que Zapatero ha sido el mejor presidente de la democracia? Nadie en el partido se había atrevido antes a decirlo
Ignacio Sánchez-Cuenca 22/06/2016
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Resulta increíble que el PSOE entre al trapo de las provocaciones de Podemos, muchas de ellas pueriles. Cada vez que Podemos tiende una trampa a los socialistas, estos caen ingenuamente en ella. Los miembros del PSOE protestan airados porque Podemos quiere quedarse con el electorado progresista, o porque dice encarnar la socialdemocracia auténtica frente a un partido socialista claudicante y descafeinado. Reaccionan desde el PSOE con aire ofendido, como un padre que descubre que su hijo rebelde le falta al respeto. Con ello afianzan la imagen de partido viejo, a la defensiva, superado por una generación que le apabulla.
La última de estas provocaciones han sido las declaraciones de Pablo Iglesias de que José Luis Rodríguez Zapatero es el mejor presidente que ha tenido la democracia española. Estoy convencido de que Iglesias ha sido sincero. Sus explicaciones, de hecho, son bastante convincentes: admira la audacia del primer Zapatero, su programa reformista y la retirada de las tropas de Irak; además, reconoce la valiosa experiencia acumulada en política exterior y el papel que en la actualidad está desempeñando el expresidente en el conflicto venezolano, sin el exhibicionismo moral que practican otros dirigentes, a la busca de un acuerdo que evite el enfrentamiento entre régimen y oposición.
Otra cosa es que la decisión de Iglesias de hacer públicas sus impresiones sobre Zapatero sea estratégica, destinada a dividir a los socialistas y a profundizar en sus contradicciones. No cabe ninguna duda de que el líder de Podemos pretende atraerse al sector más progresista o izquierdista del PSOE. Los viejos socialistas han reaccionado enfurecidos, como si la competición por el voto fuera algo extraño a la práctica democrática. Pero lo que me interesa destacar ahora es la incomodidad que han producido las palabras de Iglesias. ¿Por qué despierta tanto nerviosismo en ciertos círculos del PSOE que se afirme que Zapatero ha sido el mejor presidente de la democracia? (Como botón de muestra, véase esta entrevista con José Enrique Serrano, quien fuera jefe de gabinete tanto con González como con Zapatero).
La decisión de Iglesias de hacer públicas sus impresiones sobre Zapatero sea estratégica, destinada a dividir a los socialistas y a profundizar en sus contradicciones.
En primer lugar, debe notarse que la frase de Iglesias suena tan chocante porque, que yo sepa, nadie en el PSOE se había atrevido antes a decir algo así, que Zapatero fue mejor presidente que González y desde luego mejor que Suárez, Calvo-Sotelo, Aznar y Rajoy. Si otros socialistas lo hubiesen dicho antes, el mensaje de Iglesias no habría despertado tanto desconcierto.
¿Es tan absurdo pensar que Zapatero fue mejor presidente que González? Alguien podría objetar que esto de hacer rankings es una tontería. En Estados Unidos, sin embargo, se trata de una tradición venerable: desde hace mucho tiempo, se debate sobre quiénes han sido los mejores presidentes de su historia. Por supuesto, es materia altamente opinable y cada uno puede utilizar criterios algo distintos en esta tarea de evaluación.
Déjenme apuntar algunas características básicas sobre los mandatos de los dos presidentes socialistas. En los ocho años del gobierno de Zapatero no hubo un solo escándalo de corrupción que afectara al ejecutivo. No es poca cosa, sobre todo teniendo en cuenta de dónde veníamos y adónde iríamos a parar después con Rajoy. La etapa de González, especialmente en su última fase, estuvo marcada por escándalos muy diversos, que afectaron al vicepresidente Alfonso Guerra (el famoso caso de su hermano), al director de la Guardia Civil (Luis Roldán), al gobernador del Banco de España (Mariano Rubio), al propio partido socialista (por su financiación irregular, caso Filesa), etc., por no mencionar el turbio asunto de los GAL y la gestión de los fondos reservados, que llevó a la cárcel al ministro del Interior José Barrionuevo y al secretario de Estado Rafael Vera.
La manipulación descarada de los medios públicos de comunicación en la etapa de González es bien conocida, mientras que Zapatero consiguió, por primera vez en nuestra democracia, dotar de independencia y prestigio a la televisión y la radio públicas.
Por supuesto, hubo logros importantes en la etapa de González, que son bien conocidos a estas alturas y que tienen que ver con la construcción del Estado del bienestar: la puesta en marcha de las pensiones no contributivas, la expansión del gasto educativo, la universalización de la sanidad pública, etc. Pero debe recordarse que también hubo crisis económica con González y que el paro alcanzó el 24,6% en 1994, doce años después de su llegada al poder.
En los ocho años del gobierno de Zapatero no hubo un solo escándalo de corrupción que afectara al ejecutivo.
En la etapa de Zapatero se registraron algunos hitos importantes de nuestra historia democrática: la retirada de las tropas de Irak, las leyes de derechos sociales y cívicos, la puesta en marcha del sistema de dependencia, un aumento muy considerable de las pensiones, el mayor aumento de nuestra historia en inversión en I+D, el crecimiento de la ayuda a la cooperación como nunca antes, las sucesivas leyes antitabaco, el carné por puntos, el final del terrorismo de ETA, la primera ley de memoria histórica de nuestra democracia, la regularización de los inmigrantes, en fin, un conjunto de medidas progresistas que hicieron de España un país más moderno, más justo y más decente.
Todo aquello quedó ensombrecido por la crisis que sobrevino en 2008 y que transformó la segunda legislatura en un viacrucis. No tengo espacio para hacer un análisis pormenorizado (que traté de presentar en un librito llamado Años de cambios, años de crisis, publicado en 2012), pero debo decir que la gestión de aquellos años tuvo fallos importantes. La sintonía y complicidad entre el presidente Zapatero y la opinión pública se rompió del todo, especialmente a partir de 2010, aunque la caída venía de antes. El Gobierno se inmoló ante las instituciones europeas, no revisó su europeísmo incondicional y papanatas y se metió en un programa muy descompensado de reformas estructurales: si bien el problema más acuciante a corto plazo era la caída brutal de los ingresos públicos (localizada en el impuesto de sociedades), se evitó la reforma fiscal y se optó por reformar el sistema de pensiones y el mercado de trabajo. No se pusieron en práctica medidas compensatorias y el Gobierno no se enteró de las consecuencias sociales que se estaban produciendo durante la crisis (desahucios, nuevas formas de pobreza, aumento espectacular de la desigualdad). Se hizo además una reforma de la Constitución que no sirvió para calmar a los inversores y, en consecuencia, reducir la prima de riesgo (algo que estaba en las manos del Banco Central Europeo, como se demostró tiempo después, en el verano de 2012).
El mayor error de Zapatero fue dejar en sus últimos momentos el gobierno y el partido en manos de la vieja guardia felipista, con Alfredo Pérez Rubalcaba a la cabeza.
El mayor error de Zapatero, sin embargo, fue dejar en sus últimos momentos el gobierno y el partido en manos de la vieja guardia felipista, con Alfredo Pérez Rubalcaba a la cabeza. Por más capaz y experimentado que fuera Rubalcaba, era evidente que no se trataba de la persona adecuada para renovar el PSOE en tiempos de crisis. Zapatero, ante la presión de Rubalcaba y sus aliados (principalmente, Patxi López), tuvo que aceptar la suspensión de las primarias en la primavera de 2011 y a partir de ahí el partido entró en barrena. Rubalcaba y los suyos nunca pudieron disimular del todo un cierto desprecio hacia el estilo político que encarnaba Zapatero y prefirieron centrar toda la atención sobre la etapa de González, dejando el Gobierno de Zapatero como una anomalía o como un paréntesis en la historia del PSOE. De esta forma, no se produjo un debate interno en el PSOE sobre el legado de Zapatero, sobre sus luces y sus sombras, que permitiera afrontar el futuro sin arrastrar los problemas de credibilidad que se acumularon al final de su segunda legislatura (“se dice socialdemócrata pero hace políticas liberales”): no por casualidad, Podemos ha utilizado esta vía de ataque como principal arma para captar exvotantes socialistas.
Es lógico que en el PSOE algunos piensen que González ha sido el mejor presidente de la democracia y que otros opten por Zapatero. Lo que es extraño es que nadie en el PSOE se haya atrevido nunca a decir que Zapatero fue el mejor y que haya tenido que ser Pablo Iglesias quien rompiera el tabú, sabiendo que así generaba incomodidad y tensión en el seno del PSOE.
Resulta increíble que el PSOE entre al trapo de las provocaciones de Podemos, muchas de ellas pueriles. Cada vez que Podemos tiende una trampa a los socialistas, estos caen ingenuamente en ella. Los miembros del PSOE protestan airados porque Podemos quiere quedarse con el electorado progresista, o porque dice...
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Ignacio Sánchez-Cuenca
Es profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid. Entre sus últimos libros, La desfachatez intelectual (Catarata 2016), La impotencia democrática (Catarata, 2014) y La izquierda, fin de un ciclo (2019).
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