Fauna Ibérica / Los candidatos
Mariano Rajoy, el único político que hace la fotosíntesis
Esteban Ordóñez 22/06/2016
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Si Mariano Rajoy no fuera presidente del Gobierno, sería un vegetal, probablemente una acelga. O eso quiere hacernos creer. De expresividad tacaña, legisla con un impulso vital apenas visible. Su imagen se corresponde más con la de un párroco que piensa en la siesta mientras da misa que con la del líder de un partido político.
Gran parte de su filosofía de gobierno se descubre en su armatoste mandibular. Es un político que funciona hacia adentro y su boca ayuda a desarrollar esta faceta. Cerrada parece normal, pero al separar los labios se intuye una cavidad amplísima, un espacio en el que podría vivir Bárcenas perfectamente.
Su barbilla predomina, es ancha y monolítica, nada aerodinámica, si fuera una proa de barco, le costaría mucho avanzar, pero sería imposible hacerla retroceder. Ese hueso trae de cabeza a las nuevas generaciones del PP.
El presidente ha perdido la capacidad refleja de parpadear y debe hacerlo ojo por ojo. Estira y encoge la frente o menea la nariz: parece que las gafas no son suyas o que se ha equivocado al escoger la graduación porque confía en tener menos dioptrías de las que tiene. Tras años de encierro y plasma, va por ahí desubicado como un oso empachado de tranquilizantes. La claridad lo despista, observa el mundo con extrañeza y se le encasquilla la cara: le falla la calibración, sus facciones se articulan sin coherencia, sus cejas epilépticas polemizan entre sí. Esta descomposición facial sólo responde a una cosa: un bofetón. No es que aún le dure el de Pontevedra, sino que la realidad lo abofetea cada mañana, aunque él no se dé por aludido.
Tras años de encierro y plasma, va por ahí desubicado como un oso empachado de tranquilizantes
Obviamente, el problema es de la realidad, no suyo. Porque Rajoy se atribuye a sí mismo una paciencia infinita. Todo lo que no le hayan enseñado en un gráfico o en-alguna-cosa-así es una paparrucha, un florilegio (usa palabras viejunas porque está orgulloso de haber nacido antes de que lo parieran).
Tanto vodevil izquierdoso lo gestiona el gallego recostando el cogote en el escaño y renovándose la saliva. Saca una lengua vacuna y se recorre los labios en una expresión imposible de adherencias a la par seniles y chulescas. Entonces parece que se haya hartado y que vaya a ofrecer una solución tajante, aunque al final nunca soluciona nada.
Las exigencias de espontaneidad de las épocas electorales le generan una inseguridad que despacha a base de infantilismo gramatical y socarronería. A veces, logra dosificar estas dos facetas para que parezcan fruto de un personalísimo sentido del humor. En una proeza admirable, finge que se está haciendo el tonto y casi convence de que tiene posibilidad de no serlo.
Ha convertido la pachorra en un estilo político, se trata de un presidente del Gobierno de metabolismo lento que se permite trastabillar palabras o saltarse sílabas o ya tal.
Los brazos le cuelgan, tienen algo de ortopédicos, da la sensación de que venían con el traje y de que el traje se lo regaló alguien. Quizás por esa falta de autonomía, posee la cantidad mínima de recursos gestuales de la que puede disponer un parlamentario. No le quedó otra que inventar el ‘entusiasmo apático’: esos asentimientos fofos que usa para alabar su gestión económica.
Rajoy ha gestionado la economía igual que gestiona su alopecia. El pelo cae sin tregua, la calva amenaza, la tragedia capilar es imparable; pero él, en lugar de explorar otra solución, lo decolora y cepilla estratégicamente para otorgarle una textura estropajosa y uniforme, buscando que cada hebra parezca más gruesa de lo que es y cubra más terreno del que le corresponde. Sin embargo, basta una buena luz para que la cabeza brille sin tapujos. Igual que con la contratación, intenta colarnos que el 75% de su cuero cabelludo es de larga duración.
Frente a las hordas marxistas, que ya deben estar engrasando la guillotina, su equipo confía en el potencial electoral del rollo jubileta y simpaticote de Rajoy y, por eso, lo graba zanqueando, en chándal y dando unos aspavientos empeñosos cuyo efecto, en lo que a ternura se refiere, sólo habría podido igualar el papa Wojtyla imitando a Georgie Dann.
Si hay desahuciados suicidas, Rajoy juega al dominó; si hay refugiados tiritando, habla del Betis. El caso es que acude a las urnas con calma porque, total, antes que el caos, él, ¿no?: qué daño puede hacer si lo que le gusta es leer el Marca y hacer la fotosíntesis.
Si Mariano Rajoy no fuera presidente del Gobierno, sería un vegetal, probablemente una acelga. O eso quiere hacernos creer. De expresividad tacaña, legisla con un impulso vital apenas visible. Su imagen se corresponde más con la de un párroco que piensa en la siesta mientras da misa que con la...
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Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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