MÚSICA DISPERSA
El disco perdido de Jack Nitzsche
El arreglista, productor y compositor tanto de himnos de pop adolescente como de bandas sonoras inolvidables no llegó a ver publicado su único álbum de canciones
Pablo Gómez-Pan 6/07/2016
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Son muchos los discos que, por un motivo u otro, en su momento no llegan a ver la luz. Smile, de los Beach Boys, Get Back, de los Beatles o Lifehouse, de los Who, son algunos de los más legendarios. Entre todas esas maravillas arcanas, escapa a toda lógica que Warner Brothers decidiera no publicar el disco homónimo que Jack Nitzsche grabó a comienzos de los 70. El álbum contaba ya con número de referencia en el catálogo de la discográfica, se habían prensado copias internas y se habían gastado más de 100.000 dólares en el proceso de grabación y mezcla. Sin embargo, el proyecto se archivó sine die, al parecer porque no gustó nada a los directivos de la compañía.
Nitzsche (1937-2000) fue uno de los grandes de la industria discográfica de la costa Oeste americana, pero se mantuvo casi siempre en la sombra. Se había hecho un nombre principalmente como mano derecha de Phil Spector, a quien ayudó a orquestar las teenage symphonies de grupos como The Crystals, The Ronettes o Ike y Tina Turner, que les valieron éxito tras éxito a lo largo de los sesenta. Aparte de Spector, su talento y su excelente oído le llevó a trabajar con muchos otros grandes productores del momento, entre ellos Terry Melcher y Lee Hazlewood, y a firmar incluso sus propias producciones para gente de la talla de Bob Lind, Tim Buckley, Leo Kottke, Graham Parker o Mink Deville.
El proyecto se archivó sine die, al parecer porque no gustó nada a los directivos de la compañía
Empezó también a destacar pronto como compositor, primero de gemas pop como Needles and Pins, coescrita con Sonny Bono para Jackie DeShannon, y más tarde de bandas sonoras, donde se convirtió en uno de los compositores más activos y originales de los 60 a los 90. La lista es extensísima, y va del cine de serie B –como El pueblo de los gigantes (1965)– a la vanguardia más radical –Performance (1970)–, pasando por taquillazos como El Exorcista (1973), Alguien voló sobre el nido del cuco (1975) y Oficial y Caballero (1982), con la que ganaría el Oscar a la mejor canción original por Up Where We Belong (coescrita con Will Jennings y Buffy Sainte-Marie, su mujer por aquel entonces).
Como suelen hacer los mejores, Nitzsche se supo rodear siempre muy bien. Empezó a tocar el piano asiduamente con los Rolling Stones desde que les conoció en el T.A.M.I. Show –uno de los mejores conciertos jamás grabados, del que Nitzsche fue director musical–, colaborando en discos como The Rolling Stones, Now! (1965) Out Of Our Heads (1965), Aftermath (1966) y Between The Buttons (1967). Colaboró también extensamente con Neil Young, tanto acompañándole en sus giras como orquestando su clásico Harvest (1972), y con multitud de otros autores, tan fascinantes como Captain Beefheart, Miles Davis o John Lee Hooker.
Nitzsche es uno de esos artistas clave que a poco que tiremos del hilo nos descubren un universo infinito de músicas. El mejor repaso a su trabajo como productor y arreglista es la fabulosa serie The Jack Nitzsche Story, publicada por el sello Ace, que hasta la fecha cuenta con tres volúmenes: Hearing Is Believing (2005), Hardworking Man (2006) y Night Walker (2014). La mayoría de sus excelentes bandas sonoras han sido también editadas y circulan con mayor o menor legalidad por la red. Pero Nitzsche tuvo una carrera propia más allá de estas producciones y estas bandas sonoras.
Con The Lonely Surfer (1963), un single (luego LP) de surf instrumental, cosechó el primer éxito a su nombre. Una serie de discos menores como Dance To The Hits Of The Beatles (1964) o el divertido Chopin 66 (1966) continuaron con las orquestaciones de pop de cámara. No sería hasta el grandioso St. Giles Cripplegate, grabado en 1972 con la London Symphony Orchestra, cuando diera el salto a la composición de clásica contemporánea que popularizarían sus complejas bandas sonoras.
Pero su disco homónimo de 1974 no tenía mucho que ver con nada de esto. Hoy lo sabemos porque afortunadamente los de Rhino Handmade lanzaron una edición limitada de 3.000 copias en 2001 –ya después de la muerte de Nitzsche– que nos ha permitido conocer lo que los oyentes de los 70 se perdieron. Bajo el título de Three Piece Suite: The Reprise Recordings 1971-1973 han recopilado su St. Giles Cripplegate, el inédito Jack Nitzsche y cuatro demos no publicadas anteriormente.
En su disco homónimo, que es el que aquí nos ocupa, contó con la colaboración de Robert Downey Senior (sí, el padre del junior), que se encargó de las letras. Downey, un director bohemio de cine de serie Z (admirado hoy por gente tan respetable como Paul Thomas Anderson, Jonathan Demme o Jim O’Rourke), había trabado una estrecha amistad con Nitzsche que les llevó a colaborar en varias bandas sonoras, la primera de ellas Greaser’s Palace, una película alucinante y alucinada que parece haber sido dirigida por Jess Franco de setas.
Nitzsche es uno de esos artistas clave que a poco que tiremos del hilo nos descubren un universo infinito de músicas
El propio Nitzsche se encargó de ponerle voz a esas letras de Bob Downey, con una voz tan limitada como efectiva, con ecos a veces a Randy Newman, a veces a Don Van Vliet. El disco estaba compuesto por once canciones –diez grabadas ex profeso en Memphis, además de una, New Mexico, repescada de la BSO de Greaser’s Palace– que componen un disco para el que el término “progresivo” se queda corto. Un buen ejemplo es Brace, que empieza sonando a música de striptease y termina pareciendo de Debussy. Jack Nitzsche es un collage ecléctico que como el mejor eclecticismo funciona porque sus elementos brillan individualmente.
Las mejores: Lower California, donde el Lennon de Imagine se cruza con el Brian Wilson de Surfer Girl; I’m The Loneliest Fool, un vals autocompasivo que se descompone por el camino; Hanging Around, que juega, como hacen algunos personajes de las películas de Robert Downey, a la repetición incesante de una frase (la misteriosa “if you believe in a key / you believe in a lie”); Marie, una balada de horizontes amplios en la que la guitarra corre a cargo nada menos que de John Fahey; y finalmente la ultraprogresiva Number Eleven, que recuerda la nomenclatura de St. Giles Cripplegate y que nos lleva en un viaje de la música concreta al pop de estudio pasando por las ondas sinusoidales de la electrónica minimalista.
Las demos incluidas son también magníficas. I’ll Bet She Knew It, dedicada a la modista Jeannie Franklin, anticipa al Dan Treacy de The Painted Word (1984); We Have To Stay, al parecer inspirado en Words de los Bee-Gees, recuerda mucho a la melodía de la preciosa What Am I Gonna Do With You, de Leslie Gore, que el propio Nitzsche había orquestado; la preciosa Carly, con una de las mejores letras del disco, está inspirada por la gran Carly Simon; y finalmente Reno, tal vez la más floja de estas demos, que podría ser de Randy Newman.
El disco perdido de Jack Nitzsche es uno de esos tesoros que afortunadamente se han rescatado del olvido. Un disco que demuestra el enorme talento de Nitzsche más allá de la orquestación, la producción o la composición de bandas sonoras. Nitzsche demostró saberse las fórmulas del mejor pop al dedillo y fue capaz no sólo de emplearlas a su antojo, sino de insuflarles una vida, un humor y una imaginación siempre desbordantes.
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Escucha aquí el disco perdido de Jack Nitzsche.
Son muchos los discos que, por un motivo u otro, en su momento no llegan a ver la luz. Smile, de los Beach Boys, Get Back, de los Beatles o Lifehouse, de los Who, son algunos de los más legendarios. Entre todas esas maravillas arcanas, escapa a toda lógica que Warner...
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