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Tres de los cuatro de Liverpool eran, antes que nada, guitarristas. Todo el mundo sabe que Harrison era el solista y Lennon se encargaba generalmente de la rítmica, pero no olvidemos que McCartney, habitualmente al bajo, era más que capaz de colgarse una guitarra –fue con ella como compuso la mayoría de sus canciones e incluso algunos de los solos más memorables de la banda, como los de Taxman o Back In The USSR–. Aunque no aportara mucho en ese terreno, hasta el amigo Ringo sabía hacer sonar las seis cuerdas. En este orden de cosas, no es raro que sea difícil encontrar canciones de los Beatles en las que no se tañan guitarras. Hasta en las composiciones más pianísticas, como Hey Jude, Lady Madonna y Penny Lane, o en las más retro, como When I’m Sixty Four, Martha My Dear y Your Mother Should Know, asoman de vez en cuando.
La inigualable fama de los Beatles –“más populares que Jesús”, en palabras de Lennon– nos hace correr el riesgo de darles por sentado. Todo el mundo parece haberles escuchado y tener una opinión formada sobre ellos. ¿Quién no se ha visto envuelto en una de esas discusiones sobre quién es nuestro Beatle favorito, un poco el “a quién quieres más, a mamá o a papá” de la música pop? Sin embargo, en estas luchas dialécticas generalmente queda claro que, detrás de la máscara, no son tantos los que se han parado a profundizar.
Porque los Beatles tienen una discografía bastante extensa (del 62 al 70, doce álbumes de estudio, trece eps y veintidós singles) y no todos se aventuran más allá de sus éxitos. Porque, además, entre los que se preocupan un poco por investigar en estos terrenos, los Beatles son como un libro de Julio Verne o una película de Steven Spielberg: en cuanto se tiene un poco de uso de razón, uno quiere saltar directamente a Proust y a Tarkovski. A los Beatles, como a tantos otros clásicos, se les escucha menos de lo que su fama invita a pensar.
En una de sus últimas entrevistas, Lennon se quejaba de que siempre se pinchan las mismas diez canciones del grupo: A Hard Day's Night, Help!, Yesterday, Something, Let It Be. Si se les quiere conocer más allá de las cajas roja y azul o de su último grandes éxitos, One (2000), hay que volver a las fuentes originales. El sentido de este repaso y de esta recopilación no es otro que el de descubrir o redescubrir algunas de sus mejores canciones, entre ellas algunas de las menos trilladas, de la mano siempre de sus mejores guitarras.
Los Beatles son como un libro de Verne o una película de Spielberg: uno quiere saltar directamente a Proust y a Tarkovski
A mi juicio, ciertos Beatles no han envejecido bien, y no me refiero a que el pobre McCartney sufra lo que los de La Hora Chanante han dado en llamar “el síndrome Pertegaz”, que le ha llevado a acabar pareciendo una señora mayor. Me refiero a que, escuchados hoy, sus primeros discos son bastante plastas, con todos esos singles de pop saltarín, tontorrón y enamorado como Love Me Do, From Me To You o She Loves You, que tienen una relevancia innegable pero que se agotan rápido. Por no hablar de todas las versiones de clásicos del R&B americano que hasta A Hard Day’s Night (1964) incluían en cada disco –un dato, por cierto, que basta para hacer recapacitar a los que proclaman convencidos eso de que “antes de los Beatles no había nada”, porque para que se dieran esas versiones se tuvieron que dar antes las originales–.
Toda esta primera época yeyé, la del merseybeat, los trajes de chaqueta, las fotos en blanco y negro y los peinados a lo garçon, es la que viene a la cabeza cuando escuchamos a Joe Strummer criticar la “beatlemanía de palo” en London Calling o a Lou Reed decir que nunca le importaron lo más mínimo. Pero después vienen otros Beatles, los Beatles en technicolor, psicodélicos, iluminados, revolucionados.
Su sonido evoluciona de forma radical, en lo temático y lo musical, en torno a Help! y Rubber Soul, ambos de 1965
Al contrario que Elvis, que en sus post-army years cae, los Beatles van a mejor. Su primer sonido evoluciona de forma radical, tanto temática como musicalmente, en torno a Help! y Rubber Soul, ambos de 1965, y llega a su esplendor con Revolver (1966), tal vez su cima en cuanto a guitarras se refiere. De ahí hasta su disolución en 1970, cualquier disco suyo merece la pena, en mi opinión Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (1967), el olvidadísimo Magical Mystery Tour (1967) y The Beatles (1968, más conocido como su Álbum Blanco), sobre todos los demás, aunque Abbey Road (1969) y Let It Be (1970) no dejan de tener algunas canciones estupendas.
El resultado de esta selección de 25 canciones es y no es un best of. Me atrevería a decir que son todas las que están, pero no están todas las que son. Es una selección sui generis de la que necesariamente quedan fuera todas las canciones que no son particularmente guitarreras: todas esas piezas de orfebrería de estudio como Tomorrow Never Knows, Strawberry Fields Forever y Penny Lane, el pop orquestal de All You Need is Love, Eleanor Rigby y Good Night o composiciones de la talla de Hello, Goodbye, Let It Be y A Day In The Life.
Incluso algunas grabaciones con licks, riffs y solos de guitarra chulos como Back In The USSR, Birthday, Something, In My Life, The Ballad Of John And Yoko, Sun King, You Won’t See Me, Nowhere Man o los blues Old Brown Shoe, For You Blue o Yer Blues finalmente no han cabido porque en toda antología hay que priorizar y no era cosa de convertir esta lista de alrededor de una hora en algo inabarcable. Se apreciará, además, que no hay apenas nada anterior a 1965 porque, como he subrayado, en mi opinión no está a la altura. Aquí sólo está la crème de la crème o, como decían los Beatles, el “toppermost of the poppermost”. A las pruebas me remito.
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Escucha aquí la selección de algunas de las mejores guitarras de los Beatles, 25 canciones seleccionadas por Pablo Gómez-Pan. A continuación puedes leer un comentario detallado de cada una de ellas.
I Feel Fine (John Lennon, 1964, editada sólo como single y en el americano Beatles ‘65) demuestra que los Beatles no creaban de cero, porque está claramente inspirada en otro riff –que los finolis llamarían “ostinato”, básicamente un patrón que se repite–, en concreto el de Watch Your Step, de Bobby Parker, del que algo tiene también Paper Back Writer y del que también beberían a morro los Allman Brothers (en One Way Out) y Led Zeppelin (en Moby Dick). Para rizar más el rizo, el riff de Bobby Parker tampoco era del todo original, sino que se había inspirado en una línea de trompeta de Dizzy Gillespie. Nada nuevo bajo el sol, pero si la inspiración sirve, como en este caso, para mejorar el modelo, bienvenida sea.
Dr. Robert (Lennon, 1966, en Revolver), nos deja otro riff magnético y ultrapegadizo, además de una modulación gloriosa en el puente (“well well well you’re feeling fine”). Es la primera de las que aquí se recogen en abordar la temática psicodélica, con esa oda al buen doctor y su generoso recetario, aunque cronológicamente la primera en hacerlo fue Day Tripper.
And Your Bird Can Sing (Lennon, 1966, también en Revolver) era considerada por su autor como una de sus peores canciones, aunque si obviamos la letra –de la que se especula que es una referencia a Mick Jagger y su constante fanfarroneo sobre sus “birds”, o sea, sus “pajaritas”–, la armonía de las eléctricas de McCartney y Harrison, con la rítmica de Lennon de fondo, son de los mejores momentos guitarrísticos de los Beatles. Aparte de la versión incluida, tiene mucho encanto una toma descartada grabada con una guitarra de doce cuerdas e incluida después en Anthology 2 (1996), en la que por algún motivo todos se parten la caja. Igual volvían de ver al Dr. Robert…
Day Tripper (Lennon, 1965, con algún verso y desarrollo de McCartney, grabada en las sesiones de Rubber Soul pero editada sólo como sencillo) fue para muchos el punto de inflexión de su sonido hacia la psicodelia. Es una sátira contra los weekend hippies, parecidos a los part-time punks que parodiaría Dan Treacy de los Television Personalities una década después.
A Paperback Writer (Lennon-McCartney, 1966, sólo editada como single) Lennon la llamaba “el hermano de Day Tripper”, por estar basadas las dos en riffs con overdrive (que es el sonido que hace el amplificador cuando empieza a romper, sin llegar aun a distorsionar del todo). Ese toque crudo contrasta, en este caso, con las prístinas armonías vocales, inspiradas en Sloop John B de los Beach Boys, que acababan de sacar una de sus cumbres, Pet Sounds. Si aguzamos los oídos, escucharemos incluso que en la segunda vuelta lo que cantan es directamente la nana Frère Jacques. La canción destacó en su momento por abrir la temática del grupo: McCartney, picado por su tía, que le había increpado por no escribir más que canciones de amor, se animó a componer el primero de sus números uno en hablar de otra cosa.
Rain (Lennon, 1966) fue la cara B de Paperback Writer, grabada también en las sesiones de Revolver pero no incluida en ningún álbum. Es para muchos, entre los que me incluyo, la mejor cara B de todo catálogo –y según Ringo, su mejor batería–. Fue la primera en usar guitarras y voces del revés, una técnica que desarrollarían con maestría en Tomorrow Never Knows. También uno de los primeros videoclips de la historia. Con ella comienzan a explorar los sonidos orientales, aun tímidamente, apoyados poco más que en una escala mixolidia (una escala mayor con séptima menor que los Beatles emplearían una y otra vez), muy en la onda del See My Friends de los Kinks. Existe, por cierto, una buena versión de la época, cantada en castellano por los mallorquines Grupo 15.
If I Needed Someone (Harrison, 1965, en Revolver) y Ticket to Ride (Lennon, 1965, en “Help!”) demuestran que lo de los “cantes de ida y vuelta” no es sólo cosa del flamenco. El riff de Ticket to Ride, tocado con la Rickenbaker de 12 cuerdas de Harrison, es un hito en su sonido, que empieza desde entonces a incluir líneas de guitarra más elaboradas, e inspiraría directamente a Roger McGuinn de los Byrds en Mr. Tambourine Man. A su vez, la guitarra de The Bells of Rhymney y la batería de She Don’t Care About Time, ambas de los Byrds, influirían poco después a Harrison en la composición de If I Needed Someone de forma tan descarada que Harrison le llegó a mandar una demo al propio McGuinn antes de atreverse a publicarla. Volviendo a Ticket To Ride, hay que quitarse el sombrero antes uno de los finales más ocurrentes del pop. Cuando cualquiera hubiera cerrado la canción, ellos le ponen la guinda con una última sección inolvidable. Para escuchar lo que podría haber sido en otras manos basta oír la versión de los Carpenters, que triunfó en los EEUU y que a mi juicio es para potar.
La también mixolidia She Said She Said (Lennon, 1966, en Revolver) está inspirada en una fiesta en la que los Beatles estaban de tripi con los Byrds y Peter Fonda, y éste les espetó en pleno viaje que él sabía bien lo que era estar muerto –como dice la letra, “I know what it’s like to be dead”–. Fonda, que al parecer quería tranquilizar a Harrison con su relato, se había disparado accidentalmente cuando tenía diez años y estuvo cerca de no contarlo. A Lennon le cortó tanto el rollo su comentario que lo plasmó en la canción.
La garajera What You’re Doing (McCartney, 1964) es la recompensa por escuchar ese tostón de disco que es Beatles For Sale (1964). The Dovers seguramente se inspiraron en este riff de doce cuerdas para su maravilloso nugget del 65What Am I Going To Do, que en mi opinión supera la original de los Beatles. Seguro que a los Allah-Las deVis-A-Vis tampoco les hubiera importado haberla escrito.
La angulosa Getting Better (McCartney, con ayuda de Lennon, 1967, en Sgt. Pepper’s) tiene unos acordes con novena que no pueden sonar mejor. En medio de su aparente inocuidad, la letra nos sorprende con uno de los momentos más controvertidos del repertorio Beatle, que además resulta ser autobiográfico. En mitad del buen rollo generalizado, de repente hablan de un pasado cruel en el que zurraban a sus parejas y las apartaban de las cosas que querían hacer, aunque inmediatamente tachan a sus antiguos yoes de malvados y prometen haber cambiado. Podría tratarse de un personaje, pero en una entrevista de 1980 que no tiene desperdicio, Lennon (que había nacido en un hogar muy disfuncional) reconoció abiertamente haber sido un maltratador. “No podía expresarme y pegaba. Me peleaba con los hombres y pegaba a las mujeres. Por eso ahora estoy siempre hablando de paz (…) Soy un hombre violento que ha aprendido a no serlo y que lamenta su violencia”. Un tema dificilísimo sobre el que pocos se atreverían a cantar, que nos muestra a un Lennon en plena búsqueda de la redención. Dependerá de cada cuál si se la concede o no.
Revolution (Lennon, 1968, tampoco incluida en ningún disco en su versión canónica –en el White Album aparece una toma bluesera, pero no la buena, que sólo apareció como cara B de Hey Jude–) tiene uno de los riffs más rockeros de todo su catálogo, con su fuzz y sus double stops, otro de los muchos hijos bastardos del Johnny B. Goode de Chuck Berry. Nike la usó en un anuncio en 1987, dándole la razón a aquellos que opinan que rebelarse vende, aunque la rebelión que aquí nos venden es bastante light.
Octopus’s Garden (Starr, 1969, en Abbey Road) es de las pocas composiciones de Ringo con los Beatles. Se le ocurrió al poco de dejar temporalmente el grupo durante las sesiones del White Album (algo que en su momento se mantuvo en absoluto secreto), navegando por las aguas de Cerdeña en el yate que le había prestado su amigo Peter Sellers. Su guitarra, especialmente en la intro, es bastante honky tonk, y su letra, de las más infantiles y entrañables, es tan naif que podría haberla escrito Bob Esponja.
Everybody’s Got Something To Hide (Except Me And My Monkey) (Lennon, 1968, en el White Album) trata según su autor sobre la paranoia generalizada que al parecer afectaba a todos menos a John y a Yoko a finales de la década, aunque hay quien cree –como McCartney– que habla crípticamente sobre la heroína. Es otra de sus piezas más rockeras, hasta el punto de que Fats Domino, uno de los padres del género, le dedicó una buena versión que al parecer Lennon adoraba.
El protometal de Helter Skelter (McCartney, 1968, en White Album) es el sonido perfecto con el que hacer callar a los que dicen que McCartney es un blandengue –aunque, a pesar de todo, lo es–. Que en el mismo disco firmara el fingerpicking de Blackbird y el rugido eléctrico de ésta da una medida de su versatilidad y su talento. Es una de las canciones más tralleras de los sesenta, que deja atrás incluso a guitarras tan amenazantes como las de You Really Got Me, de los Kinks o Strychnine, de The Sonics.
Taxman (Harrison, 1966, en Revolver) está inspirada en otro riff celebérrimo, el de la cortinilla de la serie Batman interpretada por los Marketts. Esta sátira contra un cobrador de impuestos al que pintan de superhéroe es la oda neoliberal perfecta, junto con Sunny Afternoon de Ray Davies, aproximadamente de la misma época. Podrían imaginarse versiones a la panameña, aunque no sugeriré cantantes. ¿Qué les pasaba a los británicos con el Welfare State? Al parecer el partido laborista de Harold Wilson acababa de aprobar un impuesto que demandaba hasta un 98% a los superricos, y a los Beatles, que estaban entrando en ese club, les tocaba de lleno. Por cierto, si alguna vez se pincha esta canción, hay que enlazarla con Start, de The Jam, que les copiaron el riff.
Happiness Is A Warm Gun (Lennon, 1968, White Album) tiene una de sus letras más evocadoras y de sus estructuras más progresivas. Todo sobre un lecho de guitarras que a veces son de terciopelo y otras de velcro, que van de los arpegios melancólicos a los acordes dorados del rock de los cincuenta, pagándole de paso un tributo al blues eléctrico. Y todo en la misma canción.
La luminosa Here Comes The Sun (Harrison, 1969, en Abbey Road) demuestra el talento de Harrison no sólo como guitarrista sino también como compositor de melodías inolvidables. Seguro que Teenage Fanclub la tenían en mente cuando escribieron Ain’t That Enough. Existe, por cierto, una preciosa versión acústica grabada por Harrison y Paul Simon en el Saturday Night Live en 1976.
Porque también hubo espacio para las acústicas en su amplísimo songbook. Norwegian Wood (This Bird Has Flown) (Lennon-McCartney –aunque más tarde Lennon se la acreditó por completo–, 1965, en Rubber Soul) es uno de sus mejores ejemplos, y una de las primeras veces en que Harrison usó un sitar, instrumento del que se enamoró perdidamente y del que recibió clases con el mismísimo Ravi Shankar, disparando la moda del instrumento y abriendo un camino que terminaría por llevarles hasta composiciones como Within You Without You, ya muy lejos del pop de guitarras.
Blackbird (McCartney, 1968, en White Album) aparentemente trata sobre los derechos civiles de los afroamericanos, aunque muchos creen que McCartney empezó a atribuirle este sentido después de que algunos comentaristas se lo sugirieran. Está basada, aunque es difícil adivinarlo, en la Bourrée en mi menor de Bach, una pieza compuesta para laúd y adaptada frecuentemente para guitarra clásica.
Dear Prudence (Lennon, 1968, en White Album) está dedicada a la hermana de Mia Farrow, Prudence, que se recluyó en el retiro espiritual que organizaron con el Maharishi Mahesh Yogi en la India y que Lennon le escribió para animarla. Fue uno de los mayores éxitos de Siouxsie and the Banshees, dejando claro que no todos los punks eran anti-Beatles, aunque mi versión preferida es la que Cecilia incluyó en su debut de 1972 camuflada bajo el título Lost Little Thing.
I’ve Just Seen A Face (McCartney, 1965, en Help!), es un buen recordatorio de que hay detalles guitarrísticos en todo su catálogo, incluso en sus canciones más olvidadas, como ese púa-contrapúa de la intro. No es aventurado pensar que Simon & Garfunkel les copiaron el suspirito en The Boxer (1970).
Michelle Mabelle (McCartney, 1965, en Rubber Soul) empezó como una canción de broma que solían tocar en fiestas, parodiando el estilo del jazz manouche de la bohemia en un francés inventado. Por sugerencia de Lennon, McCartney la desarrolló, aunque sería el propio Lennon quien escribiera su memorable puente (“I love you, I love you, I love you”), basado en la versión de Nina Simone de I Put a Spell on You que había estado escuchando la tarde anterior.
Julia (Lennon, 1968, en White Album) es la única canción que Lennon grabó en solitario en su época Beatle. Emplea la técnica travis picking (un tipo de fingerpicking basado en el juego entre agudos y graves del ragtime) que Donovan le enseñó mientras estaban en la India. Se basa en una progresión francamente sofisticada, llena de acordes con extensiones y modulaciones inesperadas. La canción está dedicada a su madre, Julia, e incluye algunas de sus metáforas más conmovedoras, junto con algunas alusiones, inevitables siempre, a Yoko (por ejemplo, su nombre en japonés quiere decir literalmente “ocean child”, una de las frases de la letra).
Finalmente, una de las mayores odas a la guitarra de todos los tiempos, While My Guitar Gently Weeps (Harrison, 1968, en White Album). Es de las composiciones más célebres de Harrison, aunque paradójicamente el solo de la versión incluida en el Álbum Blanco no es suyo, sino de Eric Clapton, que intentó sonar lo más Beatle posible y al que en su momento no se acreditó. La que aquí se incluye es una versión acústica que descartaron y que no apareció hasta Anthology 3 (1996) con una guitarra aún más presente que en la versión eléctrica.
Tres de los cuatro de Liverpool eran, antes que nada, guitarristas. Todo el mundo sabe que Harrison era el solista y Lennon se encargaba generalmente de la rítmica, pero no olvidemos que McCartney, habitualmente al bajo, era más que capaz de colgarse una guitarra –fue con ella como compuso la...
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Pablo Gómez-Pan
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