Música dispersa
Del sentimiento trágico de Elliott Smith
El autor nos dejó una discografía irresistiblemente bella y profundamente triste, con canciones que tienen tanto de soles como de agujeros negros
Pablo Gómez-Pan 22/06/2016
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Enfundado en camisetas con mensaje, con el pelo churretoso cubierto a veces por un gorro raído, a veces por una gorra vieja, Elliott Smith no se diferenciaba mucho por las pintas del resto de los músicos de su escena, que empezó siendo la de Portland en plena resaca grunge.
Después de pasar por varios grupos (principalmente, Stranger than Fiction y Heatmiser) con los que había seguido los cánones del rock imperante, de repente Smith empezó a dar salida a un fingerpicking tan delicado como crudo, eminentemente acústico, registrado en grabaciones de bajísima fidelidad con una guitarra casi desnuda y una voz de tiple no muy diferente de la de Nick Drake, discretamente acompañado por guitarras eléctricas y baterías secas que la mayoría de las veces se encargaba él mismo de grabar a solas con su cuatro pistas. Al menos al principio, porque aunque los paralelismos de Smith con Nick Drake no terminan en su tesitura vocal, sus trayectorias discográficas discurrieron exactamente a la inversa.
Su etapa lo-fi la componen sus tres primeros discos –Roman Candle (Cavity Search, 1994), Elliott Smith (Kill Rock Stars, 1995) y Either/Or (Kill Rock Stars, 1997)– y las canciones recopiladas más tarde en New Moon (Kill Rock Stars, 2007), grabadas también entre el 94 y el 97. No es difícil encontrar similitudes entre el sonido cercano hasta la médula y triste hasta el lagrimón de esta primera fase y el del último disco de Nick Drake, Pink Moon (1972).
Mientras, los dos discos de su etapa hi-fi –XO (DreamWorks, 1998) y Figure 8 (DreamWorks, 2000)– se corresponden con los dos primeros de Drake, Five Leaves Left y Bryter Layter (Island, 1969 y 1970). Al contar con los medios de una multinacional y tal vez también con sus presiones, las canciones de Smith pasaron a tener producciones mucho más grandilocuentes, sobre todo si las comparamos con el grado cero de su etapa anterior. Llegaron después de su nominación al Oscar a la mejor canción original en 1998 por Miss Misery, compuesta e interpretada para El Indomable Will Hunting, de Gus van Sant, que Smith cantó a solas, como un pulpo en un garaje, en el impresionante escenario del Shrine Auditorium de Los Ángeles, en una gala en la que finalmente ganaría, como era previsible, My Heart Will Go On de Horner y Jennings, cantado por Celine Dion.
Aunque hay quien es crítico con el sonido de su segundo periodo, a mi juicio XO es indiscutiblemente un discazo de principio a fin, y ya quisieran muchos que el punto más flojo de su carrera fuera Figure 8. A ellos puede sumarse el incompleto From A Basement On The Hill, editado finalmente por Anti en 2004. La inmensa colección de rarezas Grand Mal (2011), una recopilación de nada menos que 8 cds hecha por fans, contiene muchas de las canciones que editó de forma dispersa, junto con grabaciones en directo y demos sin publicar, entre las que están las que se quedaron fuera de From A Basement On The Hill (entre ellas, la última canción que grabó, Suicide Machine) y algunos de sus mejores temas inéditos, por ejemplo Stick Man.
Su trayectoria vital fue, desgraciadamente, la misma que la de Drake: Smith murió prematuramente, en octubre de 2003, después de recibir dos puñaladas en el pecho mientras se encontraba en el salón de su casa, con casi total seguridad auto-infligidas. La controversia, como siempre, está servida. ¿Fue realmente un suicidio? Recomiendo el magnífico reportaje Mr. Misery, publicado en Spin por Liam Gowing, para despejar las principales dudas sobre el caso. En resumen: todo apunta a que sí.
El nihilismo de la época era todavía mayor sin la testosterona y el poco litio que les quedaba a los grunges
Como ocurre con Luciano Cilio, Ian Curtis o el propio Drake, si la obra de Smith ya era oscura de por sí, hoy no hay manera de escucharla sin que la larga sombra de su muerte la cubra por completo. A poco que uno esté al corriente de su biografía, es inevitable releer sus canciones desde ella, así como es inevitable reinterpretar ésta desde su muerte. Ayuda poco a disipar el mito que sus letras sean el relato obsesivo de un mundo de abusos físicos, emocionales y toxicológicos, de total falta de significado, de constante autoconmiseración y de infinita tristeza. El nihilismo de la época no sólo estaba presente en la música de Smith sino que era todavía mayor sin la testosterona y el poco litio que les quedaba a los grunges, con si cabe aun más alcohol, más heroína y más crack. El nihilismo de la época era todavía mayor sin la testosterona y el poco litio que les quedaba a los grunges.
Sabemos por sus entrevistas y el testimonio de familiares y amigos que sus personajes tenían mucho de biográfico. No entraré en amarillismos, detalles escabrosos ni análisis psicológicos de andar por casa porque además ya se han vertido ríos de tinta al respecto. La cuestión es por qué iba a querer nadie escuchar la música de un hombre que estaba tan mal. ¿De dónde viene la fascinación?
Como sugiere el crítico de The New York Times Ben Ratliff hablando de Chet Baker, tal vez conectemos más con las debilidades que con las fortalezas de un músico. Puede ser. Es innegable que estamos, una vez más, ante el mito romántico del creador torturado y autodestructivo, del self-pitying songwriter. La música confesional es un terreno pantanoso que puede llegar a dar mucha vergüenza ajena –como dice Jim O’Rourke, “nothing makes me want to disappear as when someone opens their mouth”–. De ahí la etiqueta “plastautor” que algún poeta anónimo tuvo el ingenio de acuñar. Sin embargo, Smith es una de las mejores excepciones a la regla, porque aunque constantemente hurgara en sus propias heridas lo hacía siempre a través de canciones mayúsculas en las que la letra no se anteponía a la música sino tal vez todo lo contrario.
Si uno evita fijarse en lo que dice la letra en Pictures of Me, Independence Day o Baby Britain, hasta parecen de buen rollo. Smith fue un buen guitarrista (excelente, si el baremo es el del indie), que además tocaba bien varios otros instrumentos y dominaba el estudio de grabación como otro instrumento más (se llegó a construir él solo el suyo propio, New Monkey). Fue un maestro de las progresiones de acordes, al fin y al cabo los mimbres sobre los que se construyen las canciones, como se ve ya en demos tan tempranas como ésta, grabada con sólo 13 o 14 años. Smith era además un magnífico contador de historias, que supo revitalizar la figura del cantautor tradicional añadiendo a la ecuación la crudeza del punk y la rabia del grunge, sin olvidar nunca el gancho del pop.
Entre tanta alegría de cartón piedra su sentimiento trágico de la vida respira una cierta verdad
En sus canciones encontramos el “confort in being sad” que decía echar de menos Cobain –otro que tal bailaba–. Una tristeza en la que hay calidez, hay intimidad y hay belleza. Cualquier seguidor de Spinoza nos recomendaría mantenernos alejados de su música, y seguramente haríamos bien en seguir su consejo, porque hay que huir de las pasiones tristes. Ese chico tímido, genial e intemperante, con voz dulce y ojos de niño grande que fue Elliott Smith, quiso darle significado a su mundo, a su Big Nothing particular, pero no parece que lo acabara de conseguir. Sin embargo, entre tanta alegría de cartón piedra –en películas baratas, en grupos prefabricados, en anuncios de todo tipo– su sentimiento trágico de la vida respira incluso una cierta verdad. Afortunadamente logró reunir las fuerzas suficientes para dejarnos un legado conmovedor por el que, desoyendo a Spinoza, es recomendable perderse de vez en cuando.
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Escucha aquí algunas de las mejores canciones de Elliott Smith seleccionadas por Pablo Gómez-Pan.
Enfundado en camisetas con mensaje, con el pelo churretoso cubierto a veces por un gorro raído, a veces por una gorra vieja, Elliott Smith no se diferenciaba mucho por las pintas del resto de los músicos de su escena, que empezó siendo la de Portland en plena resaca grunge.
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