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MÚSICA DISPERSA

‘Bossa nova’: el nuevo testamento de la samba

Sofisticó los ritmos populares brasileños y les dio pasaporte diplomático para que sedujeran al mundo entero. El responsable fue uno y trino: Antônio Carlos Jobim, João Gilberto y Vinícius de Moraes

Pablo Gómez-Pan 25/05/2016

<p>La <em>bossa</em> <em>nova</em>, asociada a los ritmos relajados, lucha hoy contra quienes la quieren convertir en mera música de ascensor.</p>

La bossa nova, asociada a los ritmos relajados, lucha hoy contra quienes la quieren convertir en mera música de ascensor.

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La bossa nova, literalmente “estilo nuevo”, nació en los años 50 entre las clases acomodadas de Río de Janeiro, como evocaba Carlos Lyra en la canción Influência do Jazz, por influjo de éste sobre la samba. Del cóctel salió una sambinha de salón, callada y cosmopolita, por cuyas venas corrían el ritmo sincopado afrobrasileño y la sofisticación armónica occidental. Basta escuchar la forma de cantar de crooners como Bing Crosby, Frank Sinatra y Chet Baker o las elegantes producciones de Julie London a cargo de Barney Kessel para comprobar los lazos entre esta samba modernizada y el jazz blanco de aquellas décadas. La cosa se veía venir desde la creación del club de fans de Sinatra y Dick Farney (un ídolo local nacido Farnésio Dutra, principal exponente del swing carioca), en cuyos conciertos y tertulias se daban cita muchos de los primeros bosseros. Roberto Menescal, uno de los principales compositores de la primera ola, asegura que, además, estas sambas susurrantes se cantaban bajito porque los apartamentos de los barrios de Ipanema y Copacabana tenían las paredes muy delgadas y no era cuestión de incordiar a los vecinos.

 

En el excelente documental Coisa Mais Linda: Histórias e Casos da Bossa Nova (Paulo Thiago, 2005), el director Carlos Diegues asegura que la bossa nova combinaba la voluntad de estar a la altura del mundo con un deseo obsesivo por la propia identidad nacional. A diferencia del cinema novo que Diegues practicaba, las letras llenas de esperanza de la bossa no hablaban del Brasil que era, sino del que querían que llegara a ser. ¿Escapismo? Tal vez mejor utopía, aunque los topoi estaban claros: la playa, el amor, la mujer. Afortunada y milagrosamente, esta obsesión por las garotas generalmente no degeneró en clichés como aquel terrible “sola, fané y descangayada” del tango o en ese hedonismo patriarcal que prometía el “two girls for every boy” del surf, sino que algunos de sus personajes femeninos pasarían hoy el más estricto examen de género, por ejemplo la independentísima Tereza da Praia, que no era de nadie. No está mal para la Sudamérica de los 50.

Además, el movimiento puede presumir de contar con muchísimas mujeres entre sus principales figuras, como Elizeth Cardoso, estrella del que muchos consideran el primer álbum del movimiento, Canção do Amor Demais (1957); Wanda Sa, aglutinadora de los integrantes de la segunda ola en su disco Vagamente (1954), y, especialmente, Nara Leão, que ha pasado a la historia no sólo como la musa oficial del movimiento y la anfitriona de las primeras reuniones del grupo, sino como una de sus mayores intérpretes. Aunque hoy nos parezca lo más normal del mundo, el hecho de que una chica brasileña de clase media-alta como ella se atreviera a tocar la guitarra –un instrumento que al parecer era extremadamente mal visto entre mujeres–, le abrió las puertas de la música popular a miles de brasileñas.

A pesar de su complejidad, la bossa no sólo le abrió la puerta a las mujeres, sino potencialmente a todo el mundo. Dos décadas antes del nacimiento punk, Antônio Carlos Jobim y Newton Mendonça compusieron el que probablemente sea el mayor himno al “do it yourself” o “hazlo tú mismo” que ha conocido la humanidad: Desafinado. “Usted con su música olvidó lo principal”, le reprochaban al destinatario de su canción, “que en el pecho de los desafinados también bate un corazón”. Paradójico este mensaje punk avant la lettre en una canción con una progresión armónica de más de treinta acordes (compárese con el popular three chord trick no sólo de los punks, sino de gran parte del pop de la época). Al poco, sus evangelios conquistarían el mundo:  en el 62, lleno absoluto en la actuación de algunas de sus principales figuras en el Carnegie Hall de Nueva York.

Usted con su música olvidó lo principal. Que en el pecho de los desafinados también bate un corazón

En el 63, éxito mundial de The Girl from Ipanema (traducción de la Garota de Ipanema de Jobim y de Moraes en la versión de Getz  y el matrimonio Gilberto). A lo largo de la década, decenas de jazzeros, entre ellos figuras de la talla de Duke Ellington o Wes Montgomery, sacarían discos de bossa. Algunos como Charlie Byrd y Stan Getz prácticamente se encasillarían para siempre en ese estilo. En España el estilo triunfó pronto, hasta el punto de que hasta Marisol se volvió bossera en Rumbo a Río, de 1963. De entre las decenas de músicos excepcionales que nos dejó esta revolución discreta, hay tres que lo eclipsan todo. Tal es su altura que el tándem creado por este compositor, este poeta y este intérprete ha pasado a la historia como la santísima trinidad de la bossa nova ­–como dijo Cortázar, nuestros dioses están en la tierra, no en otro lado–.

El compositor y primera persona de esta unión hipostásica es Antônio Carlos Jobim (1927-1994), también conocido como Tom Jobim. Este pianista de formación clásica añadió sobre un lecho de samba y jazz varias cucharadas de Debussy, Ravel, Villa-Lobos, Rachmaninov y Chopin –escúchese este cara a cara entre su standard Insensatez y el preludio nº 4 de Chopin–. Su obra es el testamento de una inmensa capacidad melódica, un talento que muy pocos han tenido. En una ocasión, cuando le recordaban la cantidad de melodías inolvidables que había creado, según su entrevistador sólo por detrás de los Beatles, Jobim bromeó: “Sí, pero ellos eran cuatro”. Desafinado, Samba de Uma Nota Só, Meditação (todas ellas con Newton Mendoza), Inútil Paisagem, Insensatez, Águas de Março, Garota de Ipanema, Corcovado… La lista es interminable.

Aunque su disco más popular fue Wave (1967), recomendaría tres para empezar a abordarle: Sylvia Telles Sings The Wonderful Songs Of Antônio Carlos Jobim (1965), donde una de sus primeras intérpretes, Sylvinha Telles, canta lo mejor de su repertorio; Francis Albert Sinatra & Antônio Carlos Jobim (1967), que pone un broche de oro al ciclo abierto con el Sinatra-Farney Fan Club; y por último Casa (2002), de Ryuichi Sakamoto y el matrimonio Morelenbaum (colaboradores de Jobim en sus últimos años), un tributo póstumo grabado en su propio salón y con su propio piano de cola de una finura extrema.

La segunda persona de esta unión trinitaria es Vinicius de Moraes (1913-1980), el poeta. Miembro del Itamaraty (el servicio diplomático brasileño), uno de los literatos más respetados de Brasil y tal vez su bon vivant por excelencia, De Moraes comenzó a colaborar con Jobim en Orfeu da Conceição a mediados de los 50 (una adaptación del mito de Orfeo y Eurídice que conocería el éxito mundial en la adaptación cinematográfica de Marcel Camus, Orfeo Negro, en 1959). Desde entonces colaborarían en decenas de canciones, la más conocida de ellas su celebérrima Garota de Ipanema. El mejor repaso a su carrera seguramente sea A Arte de Vinícius de Moraes (1976), pero un disco que destaca sobre toda su obra es su bellísimo Os Afro-Sambas (1965), compuesto a medias con el guitarrista Baden-Powell. No es exactamente bossa nova, tal vez incluso todo lo contrario: en vez de una modernización, es un back to basics, en el que exploran las raíces africanas del candomblé en la samba. Sea como fuere, es innegablemente uno de los mejores discos de la música popular brasileña.

Es una de las subespecies del jazz latino, sus canciones se han convertido en estándares del Real Book y sigue más que presente en el pop dentro y fuera de Brasil

La última persona, el espíritu santo –aunque es el único que hoy sigue entre nosotros en carne y hueso– es João Gilberto (1931), el intérprete. Había guitarristas técnicamente más competentes –el propio Baden-Powell, Luiz Bonfá o Bola Sete– e infinitos cantantes con mayor registro, pero fueron su imprevisible batida de guitarra, la calidez de su timbre y la intimidad de su forma de cantar las que encontraron el equilibrio justo y definieron para siempre al estilo. Primero se estrenó como guitarrista en el disco fundacional de Elizeth Cardoso del 57, pero no fue hasta su canónico Chega de Saudade (1958), con la inestimable dirección musical de Jobim, cuando la bossa cobró su forma definitiva.

Un disco pacífico, serenamente alegre y profundamente vital que no por casualidad se llama literalmente “basta de tristeza”. Menos de cinco años después, conquistaría América de la mano de su mujer y Stan Getz. En plena explosión de la bossa, no dejó de asegurar que lo que él hacía era samba. Su mejor introducción, la colección The Legendary João Gilberto: The Original Bossa Nova Recordings 1958-1961, que incluye sus tres primeros discos, Chega de Saudade (1958), O Amor, o Sorriso e a Flor (1960) y João Gilberto (1961).

La bossa nova es una música de tensiones, y no sólo en lo que respecta a su armonía. Es uno de los estilos más complejos y, a la vez, paradigma del easy listening, una música popular que supo conquistar a la jet set internacional, una música que no entendía de purezas, nacida de mezclar la alta y la baja cultura, que representa como pocas la identidad de Brasil. Su influencia puede seguir rastreándose en miles de músicas: es una de las subespecies del jazz latino, muchas de sus canciones se han convertido en estándares del Real Book y sigue más que presente en el pop de dentro y de fuera de Brasil. Algunos de sus discípulos internacionales han sido Stereolab, The High Llamas y Aztec Camera, o en España Carlos Berlanga, Parade y La Buena Vida, entre otros.

A veces, se ha tirado de la bossa con muchísima gracia, como Seu Jorge en The Life Aquatic With Steve Zissou (2004), donde versionó a Bowie a la brasileña, con tanto gusto que enamoró al propio Duque Blanco. Y otras veces con menos tino, como los franceses Nouvelle Vague, que han hecho carrera con adaptaciones dengosas de éxitos de la new wave y el post punk en clave de bossa. No es nada nuevo: habitualmente se la ha querido hacer degenerar en poco más que música de ascensor. Sin embargo, la paz amorosa de su poesía, la belleza tranquila de sus imágenes y la dificultad sin jactancias de su música continúan seduciendo al mundo y continuarán haciéndolo, año tras año, mientras no nos quedemos sordos del todo.
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Escucha aquí la selección de bossa nova de Pablo Gómez-Pan.

La bossa nova, literalmente “estilo nuevo”, nació en los años 50 entre las clases acomodadas de Río de Janeiro, como evocaba Carlos Lyra en la canción Influência do Jazz, por influjo de éste sobre la samba. Del cóctel salió una sambinha de salón, callada y cosmopolita,...

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Autor >

Pablo Gómez-Pan

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1 comentario(s)

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  1. Alberto GZ

    Gracias por reivindicar este género, sin duda una de las cumbres de la creación musical humana y paradigma de sincretismo: Debussy, samba y jazz. Parafraseando a F. Trueba, yo también quisiera creer en Dios, pero sólo creo en Tom Jobim.

    Hace 8 años 5 meses

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