Perfil
Theresa May, el pragmatismo antes que la ideología
La primera ministra no es la nueva Thatcher, con cuyas ideas no parece comulgar ciegamente. Su mantra es la austeridad, pero también el compromiso con los derechos sociales
Barbara Celis 13/07/2016
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Hace apenas un año los británicos elegían por abrumadora mayoría a David Cameron como primer ministro. Hoy el hombre que para conseguir muchos de aquellos votos le prometió a su país un referéndum sobre el Brexit abandona el 10 de Downing Street exterminado por su propia creación. El sí envenenado de la consulta, pronunciado por una ajustadísima mayoría de británicos en las urnas el pasado 23 de junio, provocó terremotos de diferentes grados a escala nacional e internacional pero sin duda el epicentro de la catástrofe se registró en el seno del Partido Conservador. Tras la inmediata renuncia de Cameron y después de tres semanas de guerras intestinas sólo comparables a los retorcidos guiones de la serie británica The House of Cards (la original), hoy su cadáver político y el del puñado de tories que aspiraban a sucederle quedan atrás para dejar paso a la que ahora será una de las mujeres más poderosas de la escena internacional: la primera ministra Theresa May.
Esta euroescéptica de 59 años, que hizo campaña silenciosa en contra del Brexit por lealtad a David Cameron, será la encargada de gestionar el divorcio más complicado de la historia británica contemporánea: la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Ese será su papel estrella en el escenario internacional, donde su fama de difícil negociadora la precede. La semana pasada, Ken Clark, veterano diputado tory, fue cazado sin saberlo por una televisión describiéndola como una “bloody difficult woman” (una mujer tremendamente difícil), así que en un arrebato de ironía británica ella misma ha asumido esa definición para anunciar: “El próximo en descubrir que soy una mujer tremendamente difícil será Jean-Claude Juncker”(el presidente de la Comisión Europea).
Quienes han colaborado con ella aseguran que es una trabajadora infatigable que exige lo mismo de sus empleados y que no perdona un error, como demuestra la larga lista de despidos de becarios, asistentes y colaboradores que ha ido coleccionando en sus ministerios. Además no tolera la insubordinación y es clara con sus lealtades: o estás conmigo o contra mí. Le gusta tenerlo todo bajo control y supervisar cada detalle, algo que puede jugar en su contra como primera ministra, donde saber delegar será esencial. “Como intente controlar el Gobierno con el nivel de detalle que ha controlado sus ministerios, le explotará en la cara”, declaraba el año pasado uno de sus aliados en el diario The Guardian, cuando ya se la empezaba a vislumbrar como posible sucesora de Cameron.
En el ámbito doméstico es posible que tenga que capear la recesión económica que el Brexit parece ya estar preanunciando y, por supuesto, enfrentarse a la tensión social causada por el resultado de la consulta, que ha exacerbado la xenofobia en Gran Bretaña. Pero sobre todo tendrá que reparar la herida interna que el resultado del referéndum ha hecho supurar en el seno de un partido en crisis desde hace ya años. Con May al frente, y respaldada por una amplia mayoría, los tories esperan volver a ofrecer una imagen cohesionada, algo que tras las disputas sangrientas de los últimos meses parece casi más difícil que llevar el Brexit a buen puerto.
Dicen que desde sus tiempos en la Universidad de Oxford, adonde llegó no vía Eaton como David Cameron o Boris Johnson, sino desde la escuela pública, ya aspiraba a ocupar el cargo y más aún cuando recién licenciada en Geografía y con 23 años fue testigo de la llegada de Margaret Thatcher a la cima del gobierno de su país. Ser mujer y primera ministra por fin eran cosas compatibles aunque han tenido que pasar casi tres décadas para que el milagro vuelva a repetirse.
Las comparaciones son odiosas y por supuesto ya han comenzado: la tendencia inevitable es definirla como la nueva dama de hierro británica. Sin embargo, ella y Margaret Thatcher no tienen tanto en común, aparte de haberse criado en familias humildes –la excepción en el siempre elitista entorno tory-- y ser hijas de un vicario. En términos freudianos crecer bajo la estricta mirada de un clérigo protestante que te recuerda que Dios está en todas partes y no hay padrenuestro que te absuelva de tus acciones (al contrario que a los católicos) seguramente las sitúe en el mismo plano. Pero el psicoanálisis y la política no siempre casan bien y en el Partido Conservador británico, a diferencia de otras derechas, se admiten los matices, últimamente incluso demasiados, como ha demostrado el Brexit.
De momento el ‘Mayismo’ es difícil de definir, pero si puede situarse en algún lugar, es en el centro, cerca de Cameron
Si Thatcher consiguió que su nombre pasara a la historia como la mujer que junto a Reagan convirtió el ultraliberalismo económico en la nueva religión internacional que sustituyó al ideal socialdemócrata de la segunda mitad del siglo XX, May, de momento, no parece comulgar ciegamente con esas ideas, o al menos, no con todas. Para la mujer que durante los pasados seis años ha ocupado el difícil cargo de ministra del Interior –nadie había durado tanto en el puesto en su país-- aferrarse a una ideología concreta con uñas y dientes al estilo Thatcher no parece ser la clave que guiará sus decisiones políticas. Todos los perfiles que sobre ella publica la prensa británica insisten en subrayar su visión de la política como un ‘propósito moral’, lo cual puede que sea positivo si eso significa tener conciencia y ejercer ‘el bien’ en el sentido cristiano pero también puede ser peligroso: recordemos que George W. Bush también sentía esa pulsión, algo que le convirtió en uno de los políticos más rígidos de la historia.
De momento el ‘Mayismo’ es difícil de definir, pero si puede situarse en algún lugar, es en el centro, cerca de Cameron, según algunos a su derecha pero no hay consenso: su mantra es austeridad económica pero también compromiso con los derechos sociales, aunque ambas cosas sean a menudo contradictorias. Ya ha anunciado su intención de luchar contra la evasión fiscal y el fraude corporativo y ha prometido llenar de mujeres su gobierno. No obstante, hay dudas respecto a cómo tratará el tema de la inmigración, sobre el que se ha mostrado a menudo inflexible. Afortunadamente, según señalan incluso sus rivales, tiene una gran capacidad de aprendizaje, es capaz de cambiar de idea y sabe hacer autocrítica, cosa rara entre políticos. De ello ha dejado constancia a lo largo de su carrera con ejemplos más que significativos.
La primera vez que llegó a la portada de todos los periódicos de su país fue hace quince años, tras la segunda derrota consecutiva de los conservadores en las elecciones, cuando durante el congreso tory de 2002 les dijo a todos sin pestañear: “¿Sabéis cómo nos llaman? El partido malvado”. Aquellas afiladas palabras con las que trataba de mostrar a sus colegas que el partido había perdido contacto con el mundo real fueron un shock para los conservadores, cuyo legado tóxico –el de la era Thatcher-- muchos tories, sobre todo los más jóvenes, querían dejar atrás. Ella fue la primera que se atrevió a pronunciarlo en público, demostrando que era capaz de ser clara e ir al grano. Pronto la seguirían otros como Cameron, que rápidamente consiguieron despuntar por encima de ella, quién sabe si simplemente por la ventaja de ser hombres o de pertenecer a la élite social de su partido.
Ha criticado abiertamente que los problemas de violencia contra las mujeres a menudo no se tomen en serio
Con aquel discurso se estrenaba como presidenta de los conservadores, cargo que ocupó durante un año, y sirvió para que su país viera una cara más humana que la de los tories tradicionales, demasiado preocupados con sus batallas maquiavélicas y sus privilegios de clase. Además ayudó a que una nueva hornada de mujeres entrara en las filas conservadoras. Que llevara zapatos de tacón de aguja con estampado de leopardo tampoco pasó desapercibido: en el inevitable anecdotario de frivolidades que siempre acompañan la descripción de un político de género femenino May y sus zapatos hacen tándem. Y por supuesto, cuando tuvo que adelgazar ostensiblemente debido a un diagnóstico de diabetes tampoco le dieron tregua preguntándole por su dieta. Afortunadamente entre sus hobbies está cocinar así que quizás no sufriera demasiado con las preguntas sobre comida pero quién sabe si un hombre habría sido sometido al mismo bombardeo cotilla.
May, que llegó a Westminster en 1997 tras pasar por varios trabajos poco glamurosos en la banca, está casada con un inversor financiero y no tiene hijos, un detalle que no sería importante si no fuera porque Andrea Leadsom, su rival en la contienda por el sillón de primer ministro hasta el pasado lunes, la señaló con el dedo precisamente por no ser madre. “Yo estoy más preparada que ella para el cargo porque ser madre significa que te juegas algo muy tangible en el futuro de tu país”, dijo Leadsom, cavando así su propia tumba política. Contestando a ese zarpazo May ha dicho que no es madre porque no pudo concebir, no porque no quisiera. Curiosamente, mientras su ya exrival renegaba públicamente del feminismo, May, que incluso ha llevado camisetas en las que se autodefinía como tal, es una de las mujeres que más ha hecho por impulsar la igualdad laboral y ayudar a la conciliación. En su doble cargo de ministra del Interior y ministra de Igualdad (este último lo abandonó en 2012 porque la carga laboral era demasiado fuerte) no sólo luchó por dar flexibilidad horaria a las mujeres sino que trató de imponerla también en el partido. Hizo campaña pública en contra de la discriminación salarial y luchó en su propio ministerio para subir el sueldo a las de su género. Bajo su mandato también los permisos de paternidad se han modificado, permitiendo que padre y madre compartan las 50 semanas de baja de las que hasta 2015 sólo podía disfrutar la madre. Por eso cuando anuncie la composición de su nuevo gobierno nadie se sorprenderá de ver en él un número de mujeres probablemente muy superior al de los gobiernos anteriores –nada que ver con los de Thatcher--.
Oficialmente siempre ha defendido la necesidad de reducir la inmigración
Theresa May también ha legislado en contra del tráfico de personas, ha prohibido y penalizado la ablación en Reino Unido y ha criticado abiertamente que los problemas de violencia contra las mujeres a menudo no se tomen en serio. Hizo campaña a favor del matrimonio gay y al contrario que Thatcher, quien respaldó siempre a la policía en los años más duros del thatcherismo, cuando el movimiento sindical empezó a ser barrido del mapa británico a golpes, May ha sido capaz de atacar y abolir prácticas policiales racistas como la de los registros indiscriminados a ciudadanos negros y frenar la brutalidad policial en las cárceles. Claro que para compensar ha endurecido las leyes antiterroristas y ha ampliado los poderes del Estado británico para permitir que se espíe indiscriminadamente a sus propios ciudadanos.
En esencia conservadora, es una mujer enigmática de la que se sabe bastante poco y que en su carrera política ha ido dando una de cal y otra de arena. Al contrario que el gran derrotado del Brexit, Boris Johnson, siempre dispuesto a sonreír y ofrecer un titular rimbombante, a May nunca le ha gustado perder el tiempo hablando por hablar: lo suyo es remangarse y trabajar “en lo que tengo delante” dice. Sonreír lo justo, aunque quienes la conocen aseguran que en las distancias cortas impresiona.
No le tembló el pulso cuando hubo que investigar los pinchazos telefónicos de los medios de Rupert Murdoch (prensa tradicionalmente afín al Partido Conservador excepto durante el mandato de Tony Blair) ni cuando hubo que sacarle los colores a la policía por su pasividad ante años de denuncias de pedofilia (el caso Jimmy Saville, por ejemplo) o cuando hubo que criticar a los agentes que mintieron sobre su actuación durante el desastre del estadio de Hillsborough.
Ha llegado incluso a dar un discurso en la sede de la Federación Sindical de la Policía y al igual que hizo con los tories, ‘insultarles’ en su propia casa: en 2014 afirmó que la cultura de corrupción en la que ha vivido la policía británica no se iba a seguir tolerando y que les obligaría a cambiar. “Si no el cambio será impuesto” dijo, lo que provocó la ira de un colectivo que aún hoy se la tiene jurada porque entre otras cosas les bajó el sueldo.
Tom Watson, un parlamentario laborista que ha liderado la campaña contra la corrupción policial, aseguraba en 2015 en The Guardian que el cambio que ha dado May desde su llegada al Ministerio del Interior en 2010 es más que notable, lo que demuestra su capacidad de adaptación ante la realidad y su poco compromiso (en el sentido positivo) con las ideologías. “Cuando llegó al puesto era como salida de un manual conservador: hay que defender a las bases e imponer la ley y el orden. Pero la he visto cambiar. En cierto modo se ha radicalizado. Ha sido capaz de tomar medidas en relación a la policía como muy pocos secretarios de Interior laboristas lo habrían sido”.
No obstante, también se ha equivocado sonoramente, como cuando docenas de furgonetas con la frase “Go home” (iros a vuestra casa) autorizadas por su ministerio, se pasearon por las calles de Londres invitando a los inmigrantes ilegales a marcharse. Hay quien dice que ella estaba secretamente avergonzada y que nunca lo autorizó pero lo cierto es que ocurrió bajo su mandato. Además ha sido inflexible con decisiones ‘electoralistas’ como la de obligar a los estudiantes extranjeros a abandonar Reino Unido en cuanto terminan de estudiar y bajo su mandato han aumentado las deportaciones. Además ha alimentado las fobias xenófobas con fines electoralistas apuntando a los inmigrantes como causa de muchos males británicos.
Oficialmente siempre ha defendido la necesidad de reducir la inmigración, uno de los caballos de batalla de Cameron desde que en 2013 comenzó a vislumbrar la amenaza del UKIP como ladrón del voto tory. No obstante, mientras ha sido ministra del Interior la llegada de inmigrantes se ha multiplicado y en lugar de disminuir la inmigración neta por debajo de los 100.000 al año a los que aspiraba su gobierno ha superado los 330.000. El que fuera un tema central durante el debate por el Brexit lo seguirá siendo durante su nuevo mandato puesto que habrá que decidir qué hacer con los europeos que ya están en Reino Unido y con los británicos que andan desperdigados por Europa y cómo se moverán unos y otros después del divorcio.
Si hablamos de inmigración parece claro que se parece poco a Angela Merkel, con la que también se la compara. Pero al igual que la alemana, parece una mujer pragmática, una cualidad cada vez más en boga en un universo político donde el carisma parece haber pasado a mejor vida y lo que cuenta es quién está dispuesto a remangarse la camisa y ponerse a trabajar. Theresa May, dicen, es esa persona.
Hace apenas un año los británicos elegían por abrumadora mayoría a David Cameron como primer ministro. Hoy el hombre que para conseguir muchos de aquellos votos le prometió a su país un referéndum sobre el Brexit abandona el 10 de Downing Street exterminado por su propia creación. El sí envenenado de la...
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Barbara Celis
Vive en Roma, donde trabaja como consultora en comunicación. Ha sido corresponsal freelance en Nueva York, Londres y Taipei para Ctxt, El Pais, El Confidencial y otros. Es directora del documental Surviving Amina. Ha recibido cuatro premios de periodismo.Su pasión es la cultura, su nueva batalla el cambio climático..
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