“Si los analistas políticos no fueron capaces de adelantar la caída de la Unión Soviética, quizás el acontecimiento más importante de la segunda mitad del siglo XX, entonces ¿exactamente para qué sirven?”, se preguntaba Nate Silver en su libro La señal y el ruido. El famoso periodista y estadístico norteamericano cree que los seres humanos tienen una gran tendencia a predecir los acontecimientos y que, sin embargo, no son muy buenos en ese oficio. Sobre todo porque confunden las señales y el ruido. Saber escuchar cuidadosamente las señales del mundo que nos rodea sigue siendo, sin embargo, fundamental: anuncian por dónde llegan los problemas. Y adelantarse a esos problemas puede aliviar mucho dolor.

Señales y ruido no nos faltan. En España y en la Unión Europea, el ruido es ensordecedor desde hace algunos años, y las señales, confusas. Algunas, sin embargo, se van perfilando con cierta nitidez. La primera de todas, y la más importante, es que la globalización financiera y económica ha sido capaz de traer beneficios a un determinado sector de la población, pero ha convertido a otro sector en un claro perjudicado. Poco a poco, la globalización se está llevando por delante, además, todos los mecanismos de protección en los que podían confiar esos perjudicados. Por un lado, la Unión Europea reduce la capacidad de los Estados nacionales para ejercer ese papel protector y, por otro, la propia Unión se manifiesta totalmente incapaz de crear esos mecanismos a nivel europeo. Las instituciones de la UE promueven sin cesar la globalización (el TTIP será una nueva etapa), pero sus reglas fiscales impiden que se respete y compense a quienes no obtienen beneficios de esa situación, sino que la sufren desde todos los puntos de vista, económico, social y cultural. La señal es potente, pero no ha encontrado hasta ahora una respuesta sólida y creíble en la democracia europea, sino que en la mayoría de los casos están siendo demagogos de una renacida derecha nacionalista quienes, en toda Europa, están consiguiendo rodearla de suficiente ruido como para ocultar su verdadero sentido.

Corresponde a la izquierda, en Europa y en España, encontrar la manera de acallar ese estruendo lleno de mentiras y de información inexacta o manipulada con que se aturde a los ciudadanos. La derecha ha demostrado ya que es incapaz de hacer frente a esa nueva realidad y, bien al contrario, la alimenta y engorda de manera obscena. No se trata de buscar gobiernos perfectos, capaces de solucionar todos los problemas por ensalmo, pero sí de conseguir gobiernos honestos, capaces de identificar las señales reales de lo que ocurre y de organizar los nuevos mecanismos que recuperen el sentido democrático de la solidaridad social. No hay ninguna razón, ningún argumento que obligue a dar por perdida esa batalla. Es perfectamente posible darla y ganarla, como se dieron otras muchas batallas entre la reacción y quienes se oponen a que los cambios económicos se lleven por delante los derechos de millones de ciudadanos. Es perfectamente posible arrancar la iniciativa, que está hoy claramente del lado del conservadurismo, y plantear nuevos acuerdos y pactos sociales que pongan fin a este repugnante periodo de injusticia, desigualdad y humillación de los más vulnerables.

Los dirigentes de la Unión Europea ya deben saber adónde lleva el ruido que tanto han alimentado para ocultar las verdaderas señales: al Brexit, al renacimiento de los nacionalismos centroeuropeos más reaccionarios y a la confusión de cientos de millones de europeos que no comprenden por qué fracasa ahora toda la cultura política de una clase trabajadora que fue capaz de levantar el entramado social más importante del mundo. De las 50 áreas de Gran Bretaña con mayor número de habitantes englobados en las llamadas clases D y E (trabajadores sin especialización o semiespecializados), 47 votaron por abandonar la UE.

Los responsables de la izquierda española también deben saber ya adónde lleva su desacuerdo y enfrentamiento. Un nuevo gobierno de los sectores más reaccionarios de la sociedad española causará daños prolongados en los ciudadanos que ya han sufrido la crisis en mayor grado, especialmente los jóvenes sin educación superior. Hay que encontrar la forma de atajar ese deterioro y hacerlo rápidamente, en España y en la UE. El gobierno de la UE tiene que estar del lado de quienes han perdido en la carrera de la globalización. Si no cambia urgentemente la deriva neoliberal impuesta por Alemania y sus socios conservadores, y si los socialdemócratas no escapan a toda velocidad de esa trampa que tanto contribuye a su decadencia, los ciudadanos europeos acometerán una impugnación general de la UE, y será muy difícil defender con argumentos sólidos que ésa no sea la decisión correcta.

Aunque volver a los viejos Estados nación que provocaron las dos guerras mundiales sea la peor alternativa posible, lo cierto es que la UE se ha convertido en un espacio cada vez más opaco, antipático y desagradable, sin alma ni conciencia del interés colectivo. El gobierno de los tecnócratas austericidas, los lobbies multinacionales y los políticos privatizadores (muchos de ellos, tan corruptos como ineficaces) ha despojado al proyecto europeo de muchas de sus ventajas iniciales y de gran parte de su sentido, pues ha sido incapaz siquiera de defender su mayor creación, la libre circulación de personas, y tampoco es capaz de evitar la persecución y la marginación de los colectivos más necesitados de ayuda. 

El Gobierno español –el que salga finalmente de las primeras elecciones repetidas de su historia-- tiene que estar del lado de quienes han perdido la carrera de la globalización en España y en Europa, y no debe tolerar que el ruido oculte la realidad de lo que sucede y por qué sucede. Por eso es tan necesario que, como dijimos en nuestro último editorial, los partidos de la oposición se unan para evitar, a toda costa, que gobierne otra vez el Partido Popular.